Disclaimer: Los personajes de las películas Frozen y Rise of the Guardians no me pertenecen, pertenecen a Disney y DreamWorks respectivamente.


El joven despertó agitado, sintiéndose totalmente agotado, como si en vez de dormir en aquella cómoda habitación en la posada más lujosa hubiera, dormido colgado de los pies del árbol más alto con el viento molestando. Al menos lo último en parte era cierto, se había olvidado nuevamente de cerrar la ventana por lo que el frío invernal había ingresado como si nada. Refunfuñó mientras se quitaba la ropa de noche y se colocaba un traje de lujosa apariencia. Se sentó un momento en su improvisado escritorio hasta dar con una carta, firmada con letra de exagerada elegancia, y aún así bella a sus ojos. Sonrió levemente mientras la guardaba entre sus ropas y se dirigía al comedor de la posada.

Con el sol algo más alto, aquel joven de noble apariencia se subió a su caballo, un frisón negro del más refinado linaje, y cabalgó con calma hasta dar con las puertas exteriores del palacio. Ante estas, dos guardias uniformados, y muy abrigados, observaron al muchacho de punta a punta.

- ¿Señor? ¿Qué es lo que desea? -Dijo uno de los guardias, dando un paso al frente.

- Vengo a hablar con su Alteza Real -. Respondió tras rebuscar entre sus cosas y mostrar el sello, roto, de la misiva que guardaba.

- Oh, ya veo. Disculpe, su señoría -. Consintió el guardia mientras se inclinaba para luego dar paso al muchacho, quien espoleó el caballo por el patio interior del palacio hasta dar con las puertas principales.

Se apeó con agilidad de la montura, entregando las riendas a uno de los mozos de cuadra, deteniendo su mirada un momento en el balcón ubicado sobre las puertas. Contuvo un silbido al notar, desde lo que la distancia le permitía, el delicado trabajo que había en cada rincón del lugar.

Se detuvo nuevamente para apreciar el interior del vestíbulo, una habitación sobria, donde varios guardias permanecían apostados a ambos lados de cada puerta. El muchacho echó una mirada al uniforme que estos vestían, notando los colores del reino. Se acercó entonces a uno de los guardias, preguntando por la sala del trono. Al finalizar su frase, el guardia le miró de arriba a abajo, escrutándolo con la mirada.

- ¿Quiere ver a la princesa, verdad? Entonces lo que usted busca es la sala de escarcha -. Le respondió el guardia.

- ¿Sala... de Escarcha? ¿Y por qué ese nombre? ¿Por qué tiene ese nombre? - Preguntó nuevamente el joven, intrigado por la firme expresión del otro.

- Cuando llegue, verá porque, su señoría, si gusta puedo guiarle -. Respondió con secretismo el guardia, incrementando la intriga del viajero.

- Alcanza con que me indique el camino, prefiero esperar para pedir una audiencia con ella -. Explicó brevemente, el guardia le miró curioso un momento, pero le explicó con lujo de detalles como llegar a la dichosa sala. Una vez terminada la explicación, el joven le agradeció con una solemne reverencia y siguió las indicaciones.

El palacio era relativamente grande, pero era bastante simple de seguir, al ser una construcción más bien "decorativa" no tenía tantas vueltas como los castillos de otras regiones. Además, estaba decorado con sumo cuidado, de forma sobria, justa para enriquecer la vista, sin agobiarla.

Caminó con calma, no había apuro de llegar a la sala de escarcha. Se preguntó entonces el porqué de aquel nombre. Sabía que el reino en el que se encontraba había resistido al menos dos heladas en los últimos tiempos. La primera había coincidido con el fallecimiento de los últimos reyes y su hija menor, un evento trágico en verdad, que había sumido al reino en una tristeza tal que se decía que la helada fue una respuesta de la naturaleza ante el dolor de las multitudes. Desde esa helada, muchos decían que la temperatura del reino se había reducido, y que desde entonces los veranos ya no eran tan cálidos, con inviernos mucho más largos y cruentos. Fue por ello que la segunda helada no se sintió tanto, casi que era cuestión de tiempo a que otra apareciera. Poco después, a él le había llegado aquella carta. Visitar aquel territorio, entablar alguna relación con la princesa heredera. Suspiró, de solo pensar en las verdaderas intenciones que habían tenido sus padres al prácticamente haberlo metido de sopetón en el barco que lo había traído.

Lo tenía muy claro, no era una visita para festejar los 20 años de la princesa, que ya tenía más bien edad para ser coronada reina. Era justamente el hecho de ser una mujer soltera lo único que impedía que la llamaran por el título que le pertenecía por nacimiento. Y justamente sus padres habían visto aquella oportunidad como la perfecta para que al igual que su hermana menor, él también se convirtiera en el consorte real. Maldijo a su suerte de ser el segundo, si fuera él el heredero no tendría que estar allí, en un lugar que no conocía, para "conquistar" a una persona que nunca había visto.

Aquella idea le asqueaba, casarse con alguien que no conocía solamente por un título. Sabía que si volvía sin compromiso lo matarían, quizás hasta le quitarían su propio título si no conseguía ninguna unión provechosa, había costado el cielo que ellos no se metieran en el barco con él para asegurarse de convencer a la princesa de lo provechoso que sería casarse con un infante Suspiró, al menos era mejor que le dejaran a él hacer aquello, quizás y de milagro la princesa ya se había comprometido antes de que la carta llegara, librándolo de aquella unión.

Con aquellos pensamientos, se detuvo ante la puerta de la que debía ser la Sala de Escarcha. Las hojas de la puerta estaban abiertas, permitiendo el paso libre a cualquiera que se acercara, el joven franqueó el umbral, y al observar con atención el lugar, descubrió lo bien que le sentaba aquel nombre a aquella estancia. De alguna manera, por más que estuvieran en el interior del palacio, con un fuego ardiendo en una gran chimenea, la totalidad de la sala estaba cubierta de escarcha. Notó que los guardias allí presentes usaban un uniforme más abrigado que el resto, y que todos los aldeanos que esperaban a la princesa para hacer sus pedidos estaban sumamente abrigados, por lo que tal fenómeno no era desconocido para ellos.

Dio algunos pasos más hacia el interior, observando como las cortinas permanecían perfectamente congeladas, y que las velas que iluminaban aquel salón, estaban perfectamente congeladas. Apenas pudo contener la exclamación, aquel lugar era fascinante, todo estaba cubierto de escarcha, y parecía que nada podría derretirla.

- Su Alteza Real, princesa Elsa de Arendelle -. Anunciaron en la puerta, mientras la designada ingresaba en la sala.

El sonido de sus pasos fue amortiguado por la alfombra sobre la que caminaba hasta detenerse frente a su pequeño trono. Con solemnidad se volteó, observando así a todos los presentes, y tomó asiento, siendo presidida por el cuadro de su difunta familia, un cuadro cubierto de una delicada tela traslúcida negra y una capa de escarcha sobre esta. La princesa echó un vistazo a todos los presentes para luego asentir brevemente, dando a entender que podían iniciar los asuntos de aquel día, que claramente no se hicieron esperar.

Las diferentes personas comenzaron a hablar con la joven princesa, solicitando, pidiendo y, algunos más atrevidos, demandando que se hiciera lo que ellos solicitaban. El visitante se quedó observando como la dama atendía a todos, su gesto era frío, parecía en verdad que nada la alteraba, sus palabras sonaban vacías, sin alegrías ni tristezas, aún así, procuraba ayudar en la medida de lo posible a cada uno de los solicitantes.

El tiempo fue pasando, y él se iba convenciendo de que aquella mujer era un completo misterio, parecía totalmente ajena a lo que estuviera pasando a su alrededor. Pero lo que en verdad más le sorprendió, fue darse cuenta de cómo estaba vestida la muchacha. Él no se consideraba particularmente susceptible al frío, pero la princesa lucía un vestido demasiado ligero. No porque mostrara más de lo debido, la joven incluso llevaba guantes. Pero si sus escasos conocimientos de telas no le fallaban, todo aquello era más bien ropa de verano, de verano caluroso para ser exacto. Y aún así, la de Arendelle parecía no inmutarse por la baja temperatura.

Arqueó una ceja, sonrió de forma seductora y se dio ánimos. Se le antojó lo divertido que podía ser molestar a una muchacha tan rígida como aquella, por lo que se acercó a uno de los guardias de la entrada para que lo anunciaran como correspondía, al fin y al cabo, él no era parte de la plebe.

- Su Excelencia, Jackson Overland Frost, Duque de Burguess -. Anunció el guardia, mientras el aludido caminaba por la alfombra central, hasta quedarse frente a la princesa a una distancia prudencial. Una vez allí, hizo una elegante reverencia.

- Su Alteza Real, es un gusto saludarla. Mis padres le envían sus saludos y agradecen la invitación que se nos hizo, espero entienda que no hayan venido, pero siendo reyes no podían desatender sus deberes. Así como mi hermano mayor, quien al ser el heredero al trono está siendo educado para poder cumplir su cargo de la forma correctamente debida, los tres le mandan sus mejores deseos -. Expresó, con tono formal, pero una sonrisa jovial, desencajada de toda la formalidad que emanaba.

- Es un gusto también saludarle, su Excelencia, así como también agradecer por las buenas intenciones de su familia. Desde mi posición, comprendo perfectamente que un reino no debe ser desatendido para darse lujos personales como un paseo a tierras lejanas -. Expresó la princesa, con aquel tono vacío, mientras se ponía de pie y juntaba sus manos delante suyo, echó una mirada a una de las puertas donde una sirvienta se detuvo -. Veo que Gerda llega a anunciar el almuerzo ¿No es así? - Preguntó, destilando desinterés, la mujer asintió repetidamente, agachando luego la cabeza -. Espero su Excelencia pueda prescindir de su tiempo para brindar su presencia en la mesa de Arendelle.

El duque asintió ante la invitación de la princesa, sabía que no había avanzado un solo paso, puesto que el invitarle a compartir su mesa era más una formalidad que otra cosa. Todos sabían que sería una falta total de respeto desairar a un duque, hijo de reyes, segundo en la línea de sucesión a algo tan simple como un almuerzo.

- Me place oírle tal invitación, su Alteza, y sepa que será un gusto para mi persona compartir la mesa con vos -. Respondió Jackson, realizando una reverencia no tan pronunciada como antes.

- Es grato oírlo, acompáñeme entonces -. Respondió la princesa, dándole la espalda al duque. Este se quedó observando el cabello rubio de la joven, el cual estaba perfectamente arreglado en un intricado peinado, dejando a la vista la parte posterior del cuello. Un pensamiento malicioso se le cruzó por la cabeza, pero debía comportarse, al menos por un rato.

- Después de usted -. Indicó el joven, siguiendo entonces los pasos de la heredera al trono.

Como lo esperaba, la princesa no emitió palabra durante el camino, no le hizo un comentario sobre su viaje, ni nada. Él por su parte observó con mayor atención, aprovechando que su examen pasaba desapercibido, reafirmando que el vestido que ella llevaba no iba acorde a aquel frío, y que por alguna razón sorprendente todas las ventanas del camino estaban cubiertas por escarcha. En verdad ese lugar tenía un serio problema con la temperatura. Y la princesa debía tener el termostato interno hecho trizas.

Se quedó pensando en ello un momento, y consideró por un instante lo que sería vivir en un lugar tan helado. Luego de un instante, se reprendió por pensar tal cosa, había ido a poner fin al sueño de sus padres de que sus tres hijos fueran reyes, no para cumplir sus expectativas. Bufó pensando en cómo responderían sus padres si fuera "exitosa" su misión.

Una vez en el comedor, la princesa ocupó su lugar en la cabecera, y el duque se sentó donde el protocolo marcaba. A una seña de la joven, varios sirvientes trajeron la comida, curiosos de que la reina compartiera su mesa con alguien. Comenzaron a comer con calma, y si bien el Overland pensaba en romper aquel silencio, le sorprendió que no fuera tan incómodo como en otros momentos. Se permitió desde su lugar echar ciertas miradas a la joven, a sus delicadas maneras, obvias de alguien que probablemente había pasado más horas estudiando protocolo que otra cosa. Se sorprendió de ver que a pesar de lo que dictaban las buenas costumbres, ella no se quitó los guantes para comer.

- Disculpe mi impertinencia, su alteza real, y espero no le incordie mi pregunta ¿Mas puedo saber el motivo por el cual no se ha quitado los guantes? - Preguntó Jack, observando a la princesa. Esta lo observó brevemente sorprendida, como si en aquel momento notara su presencia por primera vez.

- Yo... - Titubeó Elsa, colocando las manos en su regazo. Aquella pregunta era bastante simple a ojos del Burguess, y le resultaba bastante divertido ver a aquella helada mujer dudar de algo -. No es que quiera ofenderle, duque, es que con el frío presente en el palacio termino sufriendo mucho en mis manos.

El duque arqueó una ceja, esa joven no parecía ser que sufriera ni un poquito el frío ¿Pero quién era él para juzgarle?

- Entiendo, princesa, y disculpe si he sonado duro en mis palabras. Pero no parece la clase de persona dispuesta a saltarse los protocolos -. Comentó, sin quitarle la mirada de encima, ella por su parte se encogió brevemente de hombros, antes de retomar la misma expresión vacía de hace unos momentos.

- Solo es una cuestión de tolerancia al frío. ¿Usted le presta mucha atención a los protocolos? - Preguntó nuevamente la de Arendelle. El duque relajó el rostro, permitiéndose un momento para darle un bocado a su comida.

- Intento hacer gala de la educación recibida -. Puntualizó mientras levantaba su copa, observando su contenido como si aquello fuera lo más interesante sobre la tierra -. Y debo decir, que me asombra la temperatura del palacio. Una habitación cuyas velas encendidas permanecen congeladas no es algo que se ve todos los días, no al menos alguien que no vive aquí.

- ¿Le molesta el frío, su excelencia? - Preguntó Elsa, intentando simular el mayor desinterés posible, como si aquella pregunta no cargara nada más consigo.

- ¿Me permite contarle un pequeño secreto, Princesa Elsa de Arendelle? - Comentó Jack, con tono divertido, como quien está a punto de hacer una gran travesura -. El frío es una de las razones por las que decidí venir.