Hola a todxs.
Mientras sigo escribiendo mi fic sobre Cyborg e intento encontrar una forma de continuar con "Niñeros", les dejo un two-shot que pensé hace tiempo.
Originalmente era One-shot, pero bueno, hubo ciertos aspectos que preferí extender. Así que les dejo el primer capítulo, esperando comentarios!
Rae.-
* LOS PERSONAJES DE "TEEN TITANS" NO ME PERTENECEN.
* LA HISTORIA A CONTINUACIÓN ES DE MI AUTORÍA.
* RATED-T POR VIOLENCIA (están advertidos).
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Ruleta Rusa
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- ¡¿Están todos bien?! -gritó Robin, temiendo que la distancia entre él y sus compañeros fuese demasiada.
- Mi cañón no está -respondió Cyborg-, pero creo que eso es todo.
- ¡No puedo utilizar mis poderes, amigo Robin! -dijo Starfire con preocupación.
- Sí, pues, únete al club -murmuró con frustración Raven, que podía sentir sus energías siendo drenadas de alguna manera.
- ¿Alguien tiene idea de dónde rayos estamos, o cómo terminamos aquí? -indagó Chico Bestia, mirando en alguna dirección incierta tras la tela que cubría sus ojos.
No había mucho que recordar, realmente: un segundo estaban comiendo pizza y al siguiente cayeron todos inconscientes, para luego despertar en ese lugar - sea cual fuere.
Los habían drogado, no había duda de ello. Starfire y Raven fueron las primeras en despertar: la resistente anatomía de la tamaraneana y la sangre demoníaca de la ocultista les hicieron un favor, volviéndolas más tolerantes a lo que hubiesen consumido. Ambas intentaron utilizar sus poderes pero no lo consiguieron. En cambio, un dolor agonizante las invadió cada que procuraban lanzar un ataque, volar o, en el caso de Raven, usar el soul-self para salir de allí y ver qué demonios ocurría.
Cyborg fue el tercero. Entró en pánico al abrir sus ojos y encontrarse con que no veía, aunque escuchar a sus amigas diciéndole que no se trataba de una ceguera lo calmó.
Chico Bestia despertó en cuarto lugar, aún medio atontado por el sedante; después de todo, cada animal posee una reacción diferente a ese tipo de drogas, y él debía lidiar con todas ellas a la vez.
Robin fue el último en despertar luego de ¿segundos?, ¿minutos?, ¿horas? Era difícil decir; cada instante se sentía eterno.
- No tengo idea -gruñó Robin-. ¿Todos están esposados?
Un "sí" unísono hizo eco en ese lugar, seguido por el sonido de cadenas siendo sacudidas. Como si de pronto hubiesen recordado que se hallaban maniatados y quisieran soltarse - en vano.
- Intentar soltarse no les servirá, Jóvenes Titanes. Sólo logran hacerse daño, y no queremos que eso ocurra, ¿verdad?
Slade.
A pesar del tiempo sin encontrarlo, su voz era simplemente inconfundible, generando más odio que cualquier otro enemigo. No habían sabido de él desde la destrucción de Trigon, hacía un año y medio atrás. Muy dentro de ellos, cabía la mínima ilusión de pensar que el muy bastardo había muerto, que algo salió mal con el cuerpo que recuperó del infierno. Pero no.
Oh, no. No podía ser tan sencillo librarse de él.
Robin rechinó sus dientes con ira mientras intentaba captar de qué dirección provenía su voz. Giró su cabeza varias veces hasta sentir los zapatos metálicos deteniéndose justo tras él. Dos manos se abrieron paso entre el pelo negro de su nuca, desanudando la venda de sus ojos, para luego repetir el proceso con el resto del equipo.
Su vista estaba horriblemente nublada y borrosa, mezcla de las drogas con la brillante luz fluorescente que lo abordó luego de lo que parecieron días de oscuridad. Conforme pestañeó y se esforzó en enfocar su visión varias veces, pudo comenzar a reconocer algunas formas: a sus compañeros, aunque características como el cabello rojo de Star o la piel verde de BB le ayudaban a hacerlo. A Slade, de pie frente a Raven mientras la rodeaba con sus brazos para llegar al nudo de su vendaje, depositando pesadas -e intencionales- respiraciones sobre la piel de su cuello. Ella lo golpeó aún a ciegas, incrustándole una rodilla en su diafragma, y Robin pudo ver a su enemigo hincándose para recuperar el aliento.
- Intenta tocarme nuevamente y me encargaré de quitarte el aire para siempre -siseó con veneno. Raven había quedado seriamente afectada (o traumatizada) con Slade luego de que éste se volviese un soldado de Trigon. Su odio hacia él parecía ser incluso mayor que el del mismísimo Robin. O tal vez más diabólico, mucho menos humano.
Si Robin era capaz de matar a Slade, entonces Raven no sólo podía matarlo, sino que en serio disfrutaría arrastrando el alma putrefacta del enmascarado a las fauces del infierno que era, de cierta forma, su reino.
Slade se carcajeó con malicia en lo que recuperaba la compostura. Se mantuvo así unos segundos antes de propinarle a Raven el mismo rodillazo entre sus costillas. La ocultista, con la venda sobre sus ojos, recibió el golpe sin esperarlo y sus piernas flaquearon, no pudiendo mantenerse en pie. Cuatro patadas hicieron eco, y el grupo podía oír algunas costillas rompiéndose. Todos intentaron soltarse de sus ataduras y ayudar a su compañera, pero no hubo forma de lograrlo.
- ¡Quítale tus asquerosas manos de encima, Slade! -gritó Cyborg con odio al ver cómo su hermanita recibía una paliza.
El enmascarado ignoró cada grito y amenaza. Él también guardaba un sentimiento especial por Raven; aún no sabía si era odio, obsesión o una mezcla de ambos, pero le era ciertamente satisfactorio verla revolcándose, incapaz de respirar.
Se hincó a su lado, tomándola de la barbilla con algo de brusquedad. Arrancó la tela de sus ojos y la miró por largos segundos, dejando que sus tibias exhalaciones le dieran escalofríos.
- Será difícil mantenerte en pie sin tus poderes, pequeña Raven; te recomendaría que lo tomes con calma.
- Muérete.
- Oh, yo ya morí. Pero parece que incluso la Muerte tiene solución hoy en día, si cuentas con aliados poderosos. ¿Cómo está tu Papi, por cierto?
Ella lanzó un escupitajo al único ojo de Slade. Saliva y sangre se mezclaron en su boca, dejando como resultado un líquido rojizo que corrió por el metal de la máscara.
PLAF.
El rostro de Raven giró noventa grados gracias a una poderosa bofetada.
Slade se incorporó y caminó fuera de la habitación como si nada. Luego que la puerta se hubiese cerrado, los cinco Titanes le prestaron mayor atención a su entorno: el cuarto era totalmente blanco, de piso a techo, con luces también blancas. Era un lugar inmaculado, sin más que una pequeña mesa metálica en el centro, con una tela que cubría algo sobre ella.
Los cinco se hallaban amarrados con sus manos sobre sus cabezas, las esposas encadenadas al techo. Todos estaban de pie, a excepción de Raven que se encontraba casi colgando: sus rodillas no llegaban al suelo por el largo de la cadena, pero tampoco podía pararse aún ya que el dolor la tenía ensordecida. Su cabeza caía pesadamente hacia adelante, con la melena violácea cubriéndole el rostro.
- ¡Raven! -llamó su líder con extrema preocupación-. ¡Raven, háblame! ¿Estás bien?
- Tengo un pulmón casi perforado por mi costilla, pero viviré -balbuceó ella en lo que volvía a apoyarse sobre sus pies, irguiéndose tanto como su maltratado cuerpo se lo permitía.
Cuatro pantallas bajaron del techo, cada una apuntando hacia un muro de la habitación. El rostro de Slade apareció en todas ellas.
- Muy bien, Jóvenes Titanes, procederé a explicarles lo que ocurrirá aquí -dijo su voz por los parlantes-. Yo soltaré sus esposas, y se acercarán a la mesa que se encuentra en el centro de la habitación.
Así hicieron. Todos se acercaron a paso lento, mientras Cyborg corrió en dirección a su amiga y la sostuvo, ayudándola a mantenerse en pie.
- Me gustaría que uno de ustedes descubra los elementos que se encuentran allí.
Robin lo hizo sin titubeos, y todos tragaron duro al ver lo que había bajo la tela.
Un arma y una pequeña caja.
- Jugaremos un pequeño juego que supongo, ustedes conocerán: la Ruleta Rusa.
- ¡¿Qué clase de juego podría involucrar un arma de fuego?! -preguntó Starfire con horror.
- No es un simple juego, Star -dijo Robin sin aliento-. El arma tiene una sola munición, y uno de nosotros la recibirá.
Las manos de la tamaraneana viajaron hacia su boca para ahogar un grito de pavor al oír aquello.
- ¡Viejo, está totalmente loco si crees que nos prestaremos para esto! -gritó Chico Bestia a las pantallas, empuñando ambas manos a los lados de su cuerpo.
- Oh, pero lo harán. Verán, declinar no es una opción aquí. Ustedes tomarán un papel de esa pequeña caja, y el nombre en ese papel representará a la persona a la que ustedes apuntarán. Si esa otra persona sobrevive, deberá disparar contra la persona escrita en su papel. Y así sucesivamente, hasta que uno se quede sin suerte.
- ¡No existe modo de obligarnos a cometer un acto tan retorcido! -desafió Starfire, conteniéndose de no utilizar sus stalbolts para no recibir otra descarga eléctrica.
- ¿Eso creen? Bien, haremos una prueba. Supongamos que a... Chico Bestia le toca disparar contra, digamos... Starfire, y él, gracias a su honrosa moral de héroe, decide no hacerlo...
Slade alzó su mano, mostrando un pequeño control con cinco botones, y presionó uno de ellos. Automáticamente, Starfire comenzó a retorcerse y gemir; sus músculos se tensaron y su corazón comenzó a bombear descontrolado. Luego de unos eternos siete segundos, Slade soltó el botón y la princesa cayó sobre sus rodillas, tosiendo con fuerza.
- Si uno de ustedes no arremete contra su compañero, yo lo haré. Y créanme: morir de un disparo es mucho más piadoso que hacerlo con mi método.
Chico Bestia no demoró a hincarse junto a la pelirroja, ayudándola a ponerse de pie muy lentamente. El horror de verla sufrir así lo descolocaba.
- Implanté monitores cardíacos en todos ustedes, de modo que sabré cuando sus pequeños corazones dejen de latir. Una vez que este juego acabe, las puertas se abrirán y los cuatro ganadores podrán caminar libres fuera de aquí. Incluso les permitiré llevarse el cuerpo de su amigo, darle un entierro decente o lo que sea que los héroes acostumbren hacer con sus muertos -dijo con desinterés-. Debo aclarar, aunque ya las hermosas jovencitas lo comprobaron, que utilizar sus poderes no es una posibilidad, al menos que quieran que todo el grupo pierda la vida. Creo que eso es todo. Las reglas fueron dadas. Tienen dos minutos para comenzar. Buena suerte, Titanes.
Las pantallas se apagaron, dejando el cuarto en total silencio.
- Robin, dime que tienes un plan.
Cyborg estaba perdiendo la paciencia ante el silencio de su líder. Él siempre tenía una carta bajo la manga, una idea que los salvaba de la muerte. No obstante, ahora se veía indefenso, con su mirada clavada en el arma. No hablaba, no mostraba señales de resistencia.
- Son microchips, en nuestras nucas -continuó el hombre metálico, esperando que Robin dijera algo al respecto. Nada-. Se pueden... Se pueden quitar, y-
Cyborg cayó al suelo, su ojo biónico brillando con intensidad gracias a una sobrecarga eléctrica.
- Huh-uh-uh, nada de quitarse sus monitores. Sería quitarle la gracia al juego -la voz de Slade hizo eco en el cuarto, haciéndose sentir omnipresente.
El hombre de metal dejó de sentir dolor de pronto, aunque sí estaba seriamente mareado por lo que aquel choque de electricidad produjo en sus sistemas. Se levantó lentamente y quedó reclinado contra una pared, jadeando.
- Considérenlo una advertencia. Les queda un minuto, Titanes.
- ¿Robin...? -preguntó con cuidado Starfire, esperando una solución.
Nada. Él seguía con su vista clavada en el arma, aunque mirando más allá. El grupo lo vio, y Raven sintió sus emociones. El lazo se mantenía intacto; débil, pero presente.
Miedo. No, era más que miedo. Terror, pánico, fobia. Ira, culpa, frustración.
Resignación.
Robin lo sabía, y por consiguiente, Raven también. No había salida. Aún aunque lograran pensar alguna estrategia, sólo tenían unos pocos segundos para llevarla a cabo antes que Slade activara los microchips y todos murieran. Sólo podían salir por la puerta principal, y eso implicaba seguir sus reglas.
Pero Raven, siendo Raven, no se abstuvo de tener su propio As bajo la manga.
Sólo esperaba que las cosas salieran "bien"; no podía hacer más que rogarle a Azar que así fuera.
- Debemos jugar -afirmó ella de pronto, quitándole al petirrojo el peso de decirlo.
- Pero-
- No hay opciones. Tomen un papel antes que se acabe el tiempo.
Cada mano se metió temblorosa en la caja, escogiendo un trozo de destino.
Las lágrimas brotaron de todos ellos a ver los nombres. Uno de ellos moriría en sus propias manos. Tenían en su poder la sentencia de muerte de uno de ellos, y no había más opción que ejecutarla.
- ¿Quién... quién será el primero? -preguntó BB, ahogándose con sus propias palabras y el llanto.
Robin estaba en shock. Como líder sentía que era su deber ser el primero, pero estaba tan aterrado que su cuerpo no parecía querer reaccionar. Sus recuerdos en Ciudad Gótica surgieron, llevándolo al borde del colapso. Disparos, muchos de ellos. Y la suerte de poder esquivarlos siempre, desvaneciéndose.
Bárbara, su amiga, la primera chica por la que tuvo sentimientos... Su padre, su mentor... Él mismo, sintiendo el dolor del metal caliente perforándole la piel a toda velocidad...
Había palidecido, todos lo notaron. Raven, abrazando sus costillas con un brazo, pudo ver cada pensamiento, cada recuerdo. Robin estaba tan perdido en su miedo que ni siquiera reparó en mantener su mente bloqueada ante la intromisión de la hechicera.
La mano derecha de Raven se extendió hacia la mesa, pero otra mano enguantada la detuvo en seco.
Finalmente, su moral como líder titán venció. Sabía que tomar el mando del equipo implicaría estar a la cabeza en las peores situaciones, y era el momento de mostrar el respeto que tenía hacia sus compañeros.
Bajo la atenta mirada del resto, el petirrojo tomó el arma en su diestra, estudiándola brevemente.
- S... Starfire -murmuró alzando la vista hacia su compañera. Ella lo miró entre lágrimas y asintió levemente, abrazándose a sí misma.
Robin respiró pesadamente mientras hacía girar el tambor del arma. Starfire fue una persona maravillosa desde el primer momento. Su encuentro fue algo catastrófico, entre peleas, golpes, destrucción y un extraño primer beso. Se enamoró de ella, no había caso en negarlo. Su inocencia y optimismo lo cautivaron; esas cualidades de las que él carecía en ella eran naturales y hermosas; siempre intentando comprender la naturaleza humana, las actitudes de sus amigos, buscando encajar y llenando de alegría la Torre. Nunca conoció a una persona tan risueña y entusiasta; algo tan cotidiano como ver una película o desayunar juntos la llenaba de emoción.
Incluso ahora, tanto tiempo después y habiendo superado sus sentimientos por ella, seguía admirando su actitud para con la vida. Se había vuelto una amiga incondicional para él. La idea de perderla o de perder a cualquiera de ellos le era insoportable.
La vio a los ojos, sus esmeraldas brillando tras una enorme capa de agua salina.
Alzó el arma temblequeante.
- Hazlo, amigo Robin... Todo estará bien.
Aún con una pistola frente a su rostro, Starfire no abandonada su personalidad y optimismo.
Robin cerró sus ojos, inspiró profundo y jaló del gatillo.
Clic.
Nada.
Pudo oír cómo la princesa de Tamaran caía de rodillas, llorando desconsolada. Seguiría viva, al menos de momento.
Con sus ojos aún cerrados soltó el arma sobre la mesa, sintiendo el alivio de no tener que tocarla de nuevo por algunos minutos.
Cuando se atrevió a mirar, Starfire se estaba incorporando de la mano de Chico Bestia, aunque lo soltó rápidamente y lo observó con todo el dolor que su enorme corazón podía cargar.
No habló, sólo le entregó su trozo de papel. Chico Bestia tragó duro y asintió, caminando hasta quedar a un par de metros de su amiga. Una vez en ese punto, giró y la miró a los ojos, manteniendo su frente en alto.
Él había madurado mucho en esos años. Aunque seguía siendo un latoso y una molestia en el trasero de todos -de Raven, particularmente-, había aprendido a mantenerse serio y enfocado cuando era necesario. Ya no era un niño asustadizo, o el eslabón más débil del equipo. Aunque su valentía iba más allá del campo de batalla.
Luego de haber hablado con Robin y que el petirrojo le hubiese aclarado que sólo la quería como amiga, el cambiante había invitado a Starfire a salir. Ella se había negado la primera vez, y luego, apenas un par de días atrás, había aceptado. Saldrían esa misma noche: una película, cena y un paseo por la playa. BB había planeado todo. Pero sus planes habían cambiado tan drásticamente.
Esa noche Chico Bestia le confesaría sus sentimientos, y en su lugar, ahora estaba de pie frente a ella, viendo cómo la joven alzaba un arma contra él.
Starfire se puso irguió con sus pies ligeramente separados. Tomó el arma con su zurda y giró el tambor torpemente; luego levantó la pistola con ambas manos hasta dejar sus brazos paralelos al suelo, apuntando al cuello de su amigo. Él había crecido tanto en esos meses, dejando su aspecto aniñado para transformarse en un apuesto joven.
Ella comenzó a llorar y bajó el arma por un instante. Sólo dos segundos después el chico verde gritó de dolor mientras se llevaba ambas manos al pecho, arañándolo como si de ese modo pudiera arrancarse la sensación.
- Uh-uh. Muy mal, Starfire. Te daré otra oportunidad.
La voz de Slade apareció de pronto y luego volvió el silencio. Chico Bestia dejó de gritar, manteniéndose en pie con dificultad. Su dolor físico, no obstante, era minúsculo en relación al dolor que cargaba en su alma.
Tenía una enorme contradicción en su mente: él quería vivir. Quería vivir, salir de allí y decirle a Starfire todo lo que sentía por ella. Quería seguir creciendo y ser un héroe que el mundo respetara; dejar de lado su rol como "bufón" del equipo y destacar. Quería ser feliz; luego del fiasco con la Patrulla, el fiasco con Terra... Hubo muchos fiascos en su vida; sentía que merecía ser feliz de una vez.
Pero si quería vivir, otro debía morir. ¿En serio podía desear la muerte de uno de sus amigos? De ninguna manera. Entonces su cerebro sólo rogaba que la bala saliera y lo golpeara rápidamente. Evitar minutos de agonía y de ver a sus compañeros llorando por él. Chico Bestia quería vivir tanto como el resto, y a su vez, sabía dentro de su corazón que todos estaban pensando lo mismo que él en ese momento.
"Que la bala me dé a mí".
Starfire llevó su índice hasta el gatillo y giró el rostro, frunciendo sus ojos con fuerza mientras su dedo se movía solo, presionando cada vez más.
Clic.
El revólver cayó al suelo y Starfire corrió hacia Chico Bestia, que se había inclinado hacia un lado para vomitar. Lo abrazó de la forma más gentil y apasionada que pudo, intentando no herirlo en el proceso. Garfield, finalmente resistiendo su urgencia de purgarse, envolvió a la tamaraneana con sus brazos por un momento, besándola en la frente.
- Chico Bestia -llamó Raven, sintiéndose horrible por arruinar el momento.
Él la miró y ella señaló el arma en el suelo con sus cejas. El juego seguía, no podían perder tiempo.
El cambiante asintió y soltó a su compañera lentamente, abriéndose paso hasta llegar al olvidado objeto en el piso. Lo tomó y giró el tambor, mirándolo hasta que se detuvo. Suspiró.
- Cyborg.
El mayor tragó grueso, alejándose algunos pasos de la pared donde se había apoyado eternidades atrás.
- Bien, Bestita... Hazlo.
Cyborg cerró sus ojos. No quería darle a su amigo la presión de verlo a los ojos mientras disparaba.
Chico Bestia lo observó mientras más y más lágrimas caían por su rostro. Alzó su brazo izquierdo con el revólver en la punta. Quería hacerlo rápidamente, no podía detenerse a pensar que su blanco era también su mejor amigo, su compañero en cada estupidez, el sujeto a quien más admiraba. No podía detenerse a pensar en las peleas sobre el desayuno, los video-juegos que siempre perdía, su viaje a la mente de Raven, sus bromas, sus discusiones, sus buenos momentos.
No podía.
- Lo siento, hermano -murmuró antes de disparar.
Clic.
No pudo contenerlo. Esta vez, Chico Bestia apoyó su mano libre contra un muro para tener soporte y vació su estómago sin vacilar. Estuvo a instantes de ser un asesino, el asesino de su mejor amigo, de su hermano.
La mano de Cyborg cayó en su espalda y lo palmeó un par de veces, para luego pedirle con un gesto la pistola.
El mayor aún no había leído su papel, pero sólo quedaban dos personas y sus miedos aumentaron.
Estiró el abollado trozo de papel y lo leyó en silencio, sus ojos abriéndose más y más.
- No... No, no, no...
Todo menos eso. Cualquiera, menos ella.
- Hazlo -la monotonía en aquella voz caló hondo en su espina, haciendo que el hombre de metal alzara la vista.
Raven caminó con toda la parsimonia que esa situación y su dolor físico le permitían mantener hasta quedar frente a él, a unos buenos tres o cuatro metros. Una vez en posición lo miró a los ojos, asintiendo.
En respuesta Cyborg negó con la cabeza. No lo haría, no podía, no era capaz.
- ¡MUÉRETE, SLADE! ¡MUÉRETE!, ¿ME OÍSTE? -gritó al techo, su ojo humano abarrotado de lágrimas que caían sin piedad.
En respuesta, escuchó a su amiga gemir de dolor por algunos segundos, las venas en su frente y cuello marcándose gracias al choque eléctrico.
- ¡DÉJALA EN PAZ! ¡LO HARÉ, LO HARÉ!
La tensión en el cuerpo de Raven se detuvo, y mantuvo el vago equilibrio de un ebrio, balanceando su peso de un pie al otro.
Cyborg la observó, tan pequeña y frágil, pero mostrándose fuerte y centrada. Quería tomarla en brazos y llevársela a un rincón del mundo donde nadie más pudiese herirla. No entendía cómo alguien tan joven podía ser tan fuerte y sabia, débil y generosa, centrada y absolutamente perdida, todo al mismo tiempo.
Giró el tambor.
La quiso tanto desde el primer momento. Fue el único que notó cómo ella intentaba huir ese primera día, y sintió la necesidad de quitarle la capucha y conocerle el rostro, pero se abstuvo, respetándola. Y no se arrepentía. Su relación era estrecha y especial porque ambos sabían respetarse; cuándo hablar y cuándo callar, cuándo reír y cuando permanecer serios, cuándo abrazarse y cuándo darse espacio. Cyborg se había esforzado tanto en aprender a tratarla, en mostrarle que podía confiar en él. Y todo podría irse al drenaje en un par de segundos.
Alzó el arma.
Recordó a cada ser que la lastimó. Trigon. Su propio padre la había utilizado de un modo siniestro, traumatizándola, llenándola de miedo, dolor, odio hacia sí misma. Más de dos años luego de aquel día, Raven aún tenía pesadillas, alucinaciones, momentos donde su mente simplemente se perdía en el infierno. Agh, se sintió tan inútil, tan incapaz de protegerla. Verla envuelta en aquellas siglas rojas que quemaban como lava en su piel, cargarla en brazos con toda delicadeza para llevarla a una habitación en la que estaría confinada por quién sabía cuánto tiempo.
Era pequeña. Cuando la sostuvo entre sus brazos descubrió cuán pequeña y liviana era. ¿Cómo podía caber tanto poder, tanta bondad y sabiduría, tanta ira, tanto infierno, en alguien tan pequeño?
Bajó el arma. Alzó el arma.
Malchior. El maldito que se encargó de romperle el corazón, de enamorarla para utilizarla. Quería matarlo, destrozarlo por haberla tocado, por haberla elegido para aquella atrocidad. Casi dos años de convencerla de cuándo valía, para que un desgraciado cara-de-libro se encargara de pisotear su autoestima, su amor propio. Y fue como volver a cero, volver a construir su confianza en sí misma y con los otros. Pero no se rindió. No perdería a su hermanita, no perdería más familia.
Y ahora...
Bajó el arma sólo un centímetro.
- No... no puedo... -siseó entre dientes, llorando como nunca en su vida.
El cuerpo de Raven se desplomó, convulsionando fervientemente gracias a la electricidad en su interior.
- ¡Hijo de perra, déjala en paz!
- Ésta fue tu decisión, no la mía -respondió la voz.
Estaba sufriendo. Raven estaba sufriendo, incluso cuando él se jactaba de protegerla, incluso cuando él decía que no permitiría que la dañen, que patearía a quien la lastimara.
Estaba sufriendo por su culpa, por ser tan cobarde. Por no disparar.
- ¡ARGH!
Gritó, como si eso le diera la fuerza necesaria para hacerlo. Alzó el arma, apuntando a la cabeza de su hermana.
Disparó.
Clic.
Raven dejó de moverse automáticamente, los choques eléctricos interrumpidos. Cyborg no perdió tiempo y se lanzó a su lado, revisándole los signos vitales mientras lloraba sobre ella.
- Lo siento, lo siento tanto, lo siento -murmuró contra su cuello, abrazándola.
- Son simplemente adorables, pero estoy seguro que nuestra querida Raven es fuerte, y puede tolerarlo.
Cyborg la soltó y se puso de pie con la vista hacia el techo, no estando seguro de dónde se ocultaban las cámaras.
- ¡Maldito hijo de perra! Cuando salgamos de aquí...
- Cuando salgan, serán cuatro Titanes -interrumpió con indiferencia-. Pequeña Raven, tienes diez segundos para ponerte de pie y tomar el arma. Diez... Nueve...
Raven se esforzó hasta quedar sobre sus manos y rodillas, sintiendo las náuseas en la boca de su estómago. Cyborg quiso ayudarla, pero se negó. No podía mostrarse tan débil, tan patéticamente débil.
Ocho... Siete... Seis...
Cayó y se reincorporó, escupiendo un poco de sangre en el proceso. No podía.
Cinco...
No podía. Sabía a quién debía dispararle, y no podía hacerlo.
Cuatro...
Pero tampoco podía mostrarse cobarde ante Slade. Su Orgullo se lo impedía. Ella, reina y personificación de ese pecado, no podía permitir que Slade venciera.
Tres...
Se puso de pie a toda velocidad y trotó torpemente, enceguecida por las luces del lugar. Quién diría que una actividad tan lúgubre se daría en una habitación blanca e iluminada. El cliché se había roto.
Dos...
Tomó el arma con su mano izquierda, alzándola al techo.
- La tengo. Ahora cierra... tu estúpida... boca... -jadeó envolviéndose las costillas con su brazo. Acababa de perforarse un pulmón.
No hubo respuesta. La hechicera volteó a ver a su líder, y él sólo suspiró.
No podía. Debía, pero no podía. O sí podía, pero no quería.
Giró el tambor con habilidad y sintió un sonido débil, imperceptible si no lo buscas. El sonido que hace un proyectil al quedar en posición.
Su mente se movió rápido. No podía. No debía. No quería. No lo haría.
Robin cayó de rodillas, jadeando de dolor.
- Lo haré. Déjalo -ordenó con una voz capaz de congelar el centro de la Tierra. No había emociones ahí, absolutamente nada.
El petirrojo sintió cómo la electricidad amainaba al instante, dejándole un leve cosquilleo en sus músculos.
Raven alzó el arma sin titubeos, queriendo verse fría, calculadora.
Indiferente.
Robin la miró a los ojos. Sólo quería que todo terminara. El ver un arma apuntándole lo destruía psicológicamente. Pero el hecho de ver a Raven apuntándole...
La conexión entre ambos se ahogó de recuerdos, pensamientos, voces, emociones, sueños, imágenes. Todo pasaba a máxima velocidad.
El cliché había vuelto: eso de "ver la vida pasar frente a tus ojos" era real, y ambos lo estaban viendo.
Tragó duro.
El rostro de Raven no decía nada; parecía no tener el menor remordimiento por estar apuntando a su líder, a su mejor amigo, a su confidente. Se veía tan... diabólica. Inhumana. Peor que Slade; Slade al menos habría mostrado placer en esa posición. Ella simplemente se veía ajena de emociones, carente de alma.
Si alguien hubiese podido ver su interior partiéndose a pedazos. Su corazón llorando, su cerebro regañándola por no haberle dicho antes esas dos palabras. Dos simples palabras que siempre se negó a reconocer.
Porque ella, hija de Trigon el Terrible, nieta de Lucifer, portal de la destrucción, híbrida de un demonio, princesa del Infierno... No podía amar. No debía amar.
Y sin embargo, ahí estaban. Ahí estaban la aceleración en su corazón, las mariposas en el estómago, el rubor en las mejillas y toda esa palabrería cursi que implicaba "estar enamorado".
Su mente trabajaba a toda velocidad. ¿Debía decirle? ¿Confesarse? ¿Despedirse? ¿Advertirle que la bala estaba ahí, esperando por salir? ¿Cerrar sus ojos? No. Se merecía el mínimo respeto de ser visto, no podía simplemente girar el rostro y disparar como si fuese un perro moribundo.
Su corazón saltó, y ella lo calmó. Su cerebro hizo el "clic". Sólo tardó una milésima de segundo en trazar su plan de acción.
Quitó el seguro.
Ahora o nunca.
'Dick...'
Robin ensanchó sus ojos, mirando atentamente a la portadora de aquella voz que retumbaba en su mente. Ella no hablaba, no mostraba el más mínimo cambio en su rostro.
'Dick... Lo lamento.'
'¿De qué hab...?'
BANG.
Fue un instante. Un ínfimo instante que cambió la vida de todos. Tan ínfimo, que ninguno registró el rápido movimiento en la muñeca de Raven. Sólo que, de pronto, la culata del arma miraba hacia el techo, y la punta del cañón justo entre sus senos.
Y luego, bang.
Entonces comprendieron por qué Slade había elegido un cuarto blanco. Las cuatro paredes, el suelo y el techo estaban salpicados. Algo que en paredes grises y viejas habría pasado desapercibido, en aquella inmaculada habitación era especialmente horroroso y enfermizo.
Robin quedó en shock, mirando el cuerpo en el suelo. Pudo oír un grito de Starfire, mientras Chico Bestia la abrazaba para evitar que cayera. Pudo oír un grito de Cyborg, que intentó sin éxito detener el sangrado con sus manos.
Pudo oír...
Pudo oírla.
No. No era posible. No podía.
- Qué final inesperado -exclamó Slade con falsa emoción por los parlantes-. Siempre supe que Raven era una mártir, ¿pero sacrificarse de ese modo? Debo admitir que lo esperaba de el resto de ustedes, y fue una sorpresa no verlos apuntándose a sí mismos. ¿Ninguno pensó que la vida de sus compañeros valía más que la propia? Vaya equipo el suyo, Titanes.
Slade estaba queriendo jugar con sus mentes, plantarles ideas. ¡Claro que lo hubiesen hecho! ¡Las reglas eran otras! De lo contrario, los cinco se habrían peleado por volarse los sesos y hacer que los demás vivieran.
- Debíamos apuntar al nombre en el papel -fue lo único que pudo decir Robin, el bruxismo colérico presente.
- También dije que la puerta se abriría cuando un corazón dejara de latir, cosa que sucedió, técnicamente. A veces las reglas están para romperlas, querido Robin; tú mejor que nadie deberías saberlo -el petirrojo pateó la mesa metálica hacia el otro lado de la habitación, no pudieron tolerar más palabras de Slade-. Fue un placer haber jugado con ustedes, Titanes. Soy un hombre de palabra: ya pueden irse; disfruten su noche -dijo una voz embriagada en poder y satisfacción.
La puerta tras Robin se abrió y los cuatro titanes salieron del lugar a paso lento, pesado, desganado. Tardaron un poco en comprender que se hallaban en un muelle perdido de Jump City. Cyborg cargaba a Raven en brazos con suma delicadeza, como si ella pudiese sentirse incómoda.
Como si ella pudiese sentir algo, en absoluto.
- Starfire - habló el líder, aunque la aludida no respondió-. ¡STARFIRE!
Ella lo observó, sus ojos verdes mezclados con el rojo del llanto.
- Raven. Torre. Ya.
- Pe...
- ¡YA!
Ella asintió, tomando con cuidado el cuerpo de su amiga y volando en dirección a su hogar.
- ¿Qué rayos haces? -preguntó Chico Bestia.
- Pterodáctilo, ahora.
- ¿Acaso responderás, o...?
- ¡¿Quieres dejar a Starfire sola con el cadáver de Raven por más tiempo?! -gritó, tomándolo de la camiseta-. ¡Pterodáctilo, ya!
El cambiante obedeció, tomando a Cyborg por los hombros mientras Robin subía en su espalda, todos con dirección a la Torre. Una vez allí, encontraron a la tamaraneana en la enfermería, cubierta en sangre ajena. Había dejado a Raven sobre una camilla y ahora lloraba a su lado, acariciándole las heladas mejillas.
Cyborg se acercó con el rostro caído. Tomó con suavidad la cabeza de Raven y la levantó, buscando y extrayendo el michochip que Slade había instalado para electrocutarlos y monitorear sus corazones.
No quería nada de ese maldito cerca de ella.
Chico Bestia no pudo contener las ganas de volver a purgarse. Ver a Raven, siempre tan fuerte, resistente, en ese estado era... Rara vez la veían con rasguños, y sólo recordaba dos ocasiones en sus cuatro años como titanes en los que ella hubiese estado recostada en la enfermería.
No podía ser... De pronto se veía tan frágil, pálida... Él siempre creyó que su rostro no tenía expresión, pero ahora finalmente descubría cómo era el rostro de Raven sin ningún tipo de emoción.
Y lo odiaba.
Robin golpeó la puerta metálica de la enfermería hasta abollarla severamente, impidiendo que se abriera por completo.
¿Por qué? ¿Por qué tuvo que hacer eso? ¿Por qué quería tanto ser la mártir y morir?
No "quería", idiota. Sólo te salvó a ti.
Pero si lo hizo... ella sabía. Sabía que la bala saldría.
Lo había planeado.
¡Lo había planeado! ¿Por qué? El resto apuntó hacia sus amigos, hacia sus compañeros. Ella no. Ella no pudo hacerlo. O no quiso hacerlo, en todo caso. Aunque la semántica del asunto era poco importante a esa altura.
Ya no había marcha atrás.
- ¡HIJO DE PERRA! -gritó el petirrojo pateando un cesto de basura. No pudo haberla perdido.
Beep.
- ¡MALDITA SEA! -mataría a Slade. Si aún no había tenido motivos para hacerlo, ahora le importaba un carajo la línea entre héroes y villanos. Lo mataría, y lo disfrutaría.
- ¡Robin, cállate! -exclamó Cyborg, mirando el monitor en su brazo como si fuese la cosa más asombrosa del mundo.
Esperó unos segundos en silencio, sin desviar la vista. Cinco segundos... Siete... Doce... Veintiséis...
Beep.
- ¿Qué rayos es eso? -preguntó Chico Bestia, apuntando sus orejas al hombre de metal.
Él no respondió, su rostro contrayéndose con terror. Sólo uno más; uno más y estaría convencido.
Cinco... Siete... Doce...
Beep.
