Lexa Woods avanzaba por la acera. Los olores, los colores y los sonidos empapaban cada rincón de su memoria. Acababa de bajar de su auto, un sedán lo suficientemente modero como para no contaminar y lo suficientemente austero como para no llamar la atención. No llevaba más de quince minutos en aquella pequeña ciudad a las afueras de Washington DC. Había valido la pena aparcar el auto en ese lugar, porque ahora llevaba consigo una caja repleta de la mejor confitería que había probado en su vida.
La panadería del viejo matrimonio Morel, la oficina postal y el café de la esquina hacían salir a flote todos los recuerdos de su infancia, que, si acaso no eran demasiados, sí eran muy valiosos para ella. Dos cuadras más tarde se encontró de frente a un edificio de ladrillo oscuro que sobresalía de la zona. La chica de ojos verdes y pelo castaño exhaló antes de entrar en él.
Sabía que la hora de servicio comenzaría hasta de dentro de algunos minutos (Lincon se lo había dicho en su llamada), por lo que se dirigió a la barra conscientemente postergando una llamada telefónica irremediable.
Un mesero pasó a su lado, apresurado con las últimas preparaciones antes de abrir el local, pero no la miró. Una joven, también apresurada, rodeó la barra hasta llegar frente a ella. Antes de dirigirle una gran sonrisa y decir:
- Buenas tardes, señorita. Bienvenida, ¿desea algo de tomar?
- Un Tom Collins, por favor. – le dijo amablemente joven morena.
- En seguida. – respondió la chica sonriendo.
Aquel edificio parecía fuera de sitio, no congeniaba con ningún otro establecimiento en esa ciudad rural, pero sin duda tenía un encanto propio. Ahora entendía porque Lincon se sentía orgulloso de aquel lugar. En poco tiempo la bebida estaba lista.
- Aquí tiene –dijo acercándole el vaso - ¿necesitas algo más?
- Espero a alguien, gracias – respondió Lexa con la voz y mirada serena que le caracterizaban.
- Mi nombre es Raven y si necesitas algo, yo y mis compañeros estamos a su servicio.
- Gracias, Raven. – dijo finalmente sin cambiar de tesitura.
Vio a la chica desaparecer de nuevo tras la barra. Le apetecía mucho volver a ordenar comida en aquel lugar. Se distrajo observando cada rincón del restaurant, era diferente de como lo recordaba, pero claro habían pasado ¿cuántos años ya? ¿diez? Seguramente más que eso. Fijó su mirada un segundo sobre la mesa número siete. Se encontraba justo detrás de ella, había pasado muchas noches felices en esa mesa. Pero se obligó a no pensar demasiado en ella, no quería que Lincon o nadie más notara que ese lugar tenía la capacidad de ponerla sentimental.
Dio el primer trago a su bebida y de pronto, sintió su teléfono vibrar dentro de su bolso, era Lincon.
Lincon: Lo siento. Llegaré veinte minutos tarde. Avería mecánica.
Lexa respondió el mensaje resignada, no podía esperar más, ordenaría algo de comer, moría de hambre. Levantó la vista en busca de Raven, pero no la vio por ningún lado.
Le pareció que la barra estaba vacía, hasta que escuchó sonidos de cristal rompiéndose del otro lado, que a juzgar por las maldiciones que le siguieron había causado daños colaterales.
- ¡Mierda! – se escuchó debajo de la barra
- ¿Te encuentras bien? – preguntó a quien fuera que estuviese ahí.
- Un segundo - dijo alguien tras la barra de forma entre cortada, a la par de que una mano con el dedo índice levantado se asomaba desde abajo. – Sólo una copa de cocktail rebelde. – Afirmó la voz femenina. Su voz áspera y desenfadada provocó una leve mueca de sonrisa en el rostro de Lexa sin que esta se diera cuenta.
- ¿Estás segura? – insistió, no del todo convencida, pero curiosa.
- Sí, todo bajo control por aquí, gracias.
La voz pareció volver a lo suyo sin más y Lexa meditó un segundo el decir algo, la chica parecía ocupada.
- Eh, disculpa, ¿puedo ordenar algo de la cocina?
- ¡Oh, mierda! Sí, seguro, lo siento. Un minuto. – Se escucharon de nuevo sonidos de cajas y botellas chocando entre sí.
- Todavía tienen ese delicioso risotto a la parmesana, ¿cierto? – dijo Lexa deteniendo el ruido de la otra chica.
- Desde luego, uno de nuestros platillos estrella. – Lexa puedo detectar el ligero cambio sarcástico tono en su voz, como una frase que seguramente habría repetido infinidad de veces en su trabajo.
- Entonces, eso es lo que quiero ordenar.
- ¿Algo de beber?
- Estoy bien gracias.
- Genial, tu orden no tardará en estar lista- dijo alzando de nuevo su mano sobre la barra con algún tipo de dispositivo electrónico que confirmaba su orden. – Lo siento – confesó finalmente la voz- es un mal día para mi tobillo y me temo que no podré levantarme en un rato, al menos hasta terminar de limpiar aquí abajo. Mi compañera Raven se hará cargo –
- Entiendo, no hace falta disculparse – respondió Lexa, un poco más cortante de lo que le hubiera gustado.
Por unos segundos que le parecieron eternos, Lexa sintió cierta culpabilidad por el silencio detrás de la barra. Agradecía la explicación de la chica y ahora sentía que había sonado un tanto desconsiderada.
- Así que… ¿cómo te lastimaste? – preguntó en un intento impulsivo de enmendar su error.
Tras una breve pausa la voz regreso con el mismo tono alegre.
- Persiguiendo a un niño de 10 años, lo sé, debería de haber sabido que no iba a terminar bien para mí – Aquello la voz lo dijo riendo, lo cual relajó a Lexa.
- ¿Se lo merecía?
- Oh, cielos, sí. Me atacó con una pistola de agua.
Por fin Lexa fue consciente de la media sonrisa dibujada en su rostro, y sintió una enorme calidez que le agradecía a la dueña de aquella voz. – Entonces, espero que él recibiera su merecido –
- Descuida, un globo de agua encontró felizmente su cara - ambas rieron – Aunque poco después resbalé y mi tobillo pagó el precio de la venganza.
- Siento lo de tu tobillo, pero me alegra que obtuvieras tu venganza. –
- Gracias, ahora me siento mejor respecto a mi tobillo y al tener que reacomodar todos estos vasos y copas, al menos te hago reír. Por cierto, soy Clarke, mucho gusto.
- Mucho gusto Clarke, mi nombre es Lexa. Y sí, Clarke, me haces reír, gracias por eso. – Dijo sincera.
- ¿Lexa? Me gusta, nunca he conocido a una Lexa antes.
- Yo tampoco he conocido a una Clarke antes.
La mente de Lexa comenzó a repetir su nombre una y otra vez, - Clarke, Clarke, Clarke, Clarke – sonaba extrañamente apropiado. Sintió la rara necesidad de decirlo de nuevo en voz alta, pero no lo hizo.
- ¡Risotto a la parmesana! – dijo Raven entrando a la barra y sacándola de sus pensamientos – ¡A un lado Griffin! – mirando a Lexa – ¿Todo bien? –
- Todo perfecto, gracias.
- ¿Estás segura de querer pasar todo el día ahí abajo, Griffin?
- Sólo necesito un descanso del escritorio, si miro la pantalla por un minuto más mi cerebro va a explotar ¿hey, podrías ayudarme a ponerme de pie un momento? Ya no siento muchos músculos del cuerpo.
- Seguro, ven aquí.
Lexa observó a Raven inclinarse mientras unas manos blancas rodeaban su cuello. Tres segundos después puedo ver la espalda de una rubia emergiendo a la superficie.
- Si necesitas algo, incluso si quieres que te cubra hoy, sólo dilo ¿está bien?
- Gracias, Raven – dijo dejando un beso sobre su mejilla.
- Ni lo menciones, lo que sea por una chica linda. – Dijo la morena guiñándole un ojo antes de volver a desaparecer.
Lexa no había probado bocado, impaciente por la curiosidad de ver por fin su rostro. Inmediatamente, tras desaparecer Raven, la rubia se giró y su mirada se cruzó con la de Lexa.
Ambas fueron invadidas por la fugaz sensación de un sentimiento que no supieron descifrar. El contacto visual se prolongó unos segundos.
- Perdona, yo… hola… perdona yo… ¿te conozco? – preguntó Clarke con el ceño ligeramente fruncido y el asomo de una sonrisa.
- No lo creo – respondió sin mover más allá de los músculos faciales necesarios para articular esas tres palabras.
Lexa tenía su cabeza ligeramente inclinada, y sus ojos se encontraban examinando cada rasgo del rostro de Clarke. También había cruzado por su cabeza la idea de un recuerdo remoto, pero no, el rostro de Clarke no era un recuerdo. Por su parte, Clarke sentía la mirada de Lexa recorrerla y descubrió que le gustaba como le hacía sentir. Lexa le pareció extremadamente atractiva, llevaba puesto un saco café y una camisa blanca, que hacía resaltar esa increíble mirada verde y de pronto se sintió avergonzada de llevar tan sólo jeans y la camisa de trabajo. Optó por continuar con lo que habían empezado, rompiendo el silencio que se había asentado desde las últimas palabras de Lexa.
- El niño era mi hermano ¿sabes?, no quiero que pienses que paso mi tiempo libre arrojando globos a niños desconocidos. – Lexa le sonrió, esta vez dulcemente.
- Es bueno saber que no te dedicas a perseguir niños de diez años en tu tiempo libre, Clarke.
- Oh, no, soy una niña grande, 26 desde junio, pero gracias por el cumplido ¿qué hay de ti?
- A penas 23 – A Clarke le tomó un par de segundos adivinar si aquello era cierto, pues la chica aparentaba más edad, pero dado que la breve sonrisa en el rostro de Lexa había desaparecido, no le cupo la menor duda de que no era alguien que bromeara ante una pregunta simple.
Escucharon algunas risas provenientes de la entrada y ambas vieron llegar a Lincon vistiendo traje y corbata impecables, su amigo solía sonreírle ampliamente a todo el mundo, pero cuando descubrió a Lexa sentada en la barra, aquello fue diferente. Lexa le sonrío de vuelta, había olvidado que con esa sonrisa y atractivo, su amigo solía volver locas a las mujeres.
Casi tanto como ella.
- Aquí llega el jefe – dijo Clarke inconscientemente dando un paso hacia atrás. Había notado que Lincon se dirigía hacia ella.
Lincon la abrazó, tal vez con un cierto exceso de efusividad. Clarke los observó saludarse y, con cierta pena por terminar su conversación con Lexa, volvió al trabajo.
- Vamos a tu mesa ¿qué haces en la barra?
- No hace falta, estoy bien, además están cuidado bien de mí – dijo Lexa mirando a Clarke
- Pero Clarke ¿qué haces aún aquí, te dije que tomaras el día libre?
- Estoy bien, lo juro –
- De acuerdo, te creo, tomaré la mesa siete, si surge algo, me llamas- Clarke se limitó a asentir
- Gracias por todo – dijo Lexa dejando una generosa propina, y una mirada prolongada que Lincon no alcanzó a notar
- Veo que nuestro risotto sigue siendo tu debilidad
- Tenía que ordenarlo
- Lo sé
- Y bien, ¿te quedas esta vez?
- Todo depende
- ¿De qué?
- De una llamada que realidad no quiero hacer
- Vamos, no puede ser tan malo, Gustus es un bien tipo
- Lo es, no es él quien me preocupa
- Claro, tienes a toda la comitiva del infierno esperando en la mesa directiva
- ¿Podemos hablar de algo más?
- ¿Qué tal tu risotto?
- El mejor
Después de la cena, ambos hablaron por horas. Ciertamente, Lincon habló mucho más que Lexa, pero ya la conocía. Le habló de su prometida, Octavia, de como el pueblo cambiaba pero de alguna manera seguía siendo el mismo. De pronto la noche llegó y con ella el local comenzaba a abarrotarse, y pudo ver a su amigo distraerse con frecuencia debido a los clientes, sabía que amaba su negocio, el negocio de su familia y que debía estar volviéndose loco por no estar siendo parte de la actividad en ese momento. Así que se despidió, y Lincon la hizo prometer regresar pronto.
No podía esperar más.
Diez minutos después se encontraba aún dentro de su automóvil mirando la pantalla de su teléfono. Tenía el dedo índice situado en el contacto. Se sentía tan genuinamente fuera de lugar, justo ahí, en el único sitio que había sentido alguna vez como un verdadero hogar. Pero aquel no había sido su hogar en más de una década. Sin embargo, lo único que dijo cuando la llamada fue respondida del otro lado de la línea fue: Estoy en casa.
