- ¡Shouto! - la voz del rey reverberó una vez más en la habitación, visiblemente cansado de tanta incompetencia - ¡Repítelo de nuevo! Y esta vez no te distraigas - ordenó con impaciencia mientras aguardaba una respuesta justo enfrente de su único hijo.

El joven príncipe suspiró de agotamiento, acostumbrado ya a la irascibilidad de su padre. De nuevo, repitió aquellas fórmulas de cortesía cuidadosamente destinadas a iniciar una conversación con alguna afortunada casadera.

- Mejor - felicitó el rey, suavizando el tono de voz tras ver que su pupilo acataba por fin las lecciones.

Conocido como Endeavor y aclamado por todo el reino, procuraba que su hijo Todoroki se formara con dedicación hasta convertirse en un digno heredero al trono. Historia, literatura o esgrima eran algunas de las numerosas clases a las que el joven príncipe tenía obligación de asistir.

- Y ahora, imagínate que soy una dama - propuso Endeavor para su siguiente lección.

Desde luego, fue más que suficiente para que el príncipe ahogara en un carraspeo una traicionera risa, pues la imagen de su padre con enaguas de mujer bastaba para divertir a cualquiera.

- ¿Te divierten mis lecciones? - preguntó el rey a modo de recriminación.

- Claro que no, padre - contestó el muchacho, quien recuperó la compostura sin ningún problema.

Al comprobar que su hijo iba a dedicar al resto de la clase la seriedad que merecía, retomó la lección:

- Cuando una doncella se incline para hacer una reverencia, tú has de responderla con la misma muestra de cortesía sin perder el contacto visual, Shouto - explicó pacientemente mientras hacía una delicada reverencia frente a su hijo, esperando que le respondiera.

Por su parte, el príncipe inclinó su espalda con suavidad mientras posaba la mano derecha en su corazón, tal y como le habían enseñado. Tras haber realizado correctamente la reverencia, ambos volvieron a su posición inicial.

- No está mal. Espalda recta y barbilla alta - le recordó, viendo cómo su hijo obedecía sin objeciones.

- ¿Por qué solo a las damas? - preguntó el muchacho sin abandonar una respetuosa seriedad - ¿Solo puedo saludar a los que se quieran casar conmigo?

Endeavor suspiró de impaciencia ante los irónicos comentarios de su hijo.

- Shouto, sabes bien que las reverencias son una muestra de cortesía hacia todos los habitantes del reino, pero es primordial tenerlo en cuenta especialmente cuando te dirijas a una dama casadera. Debes ser respetuoso.

- Entendido... - comentó el chico con desgana, llegando incluso a desviar la vista hacia los ventanales que mantenían iluminada la estancia.

A pesar de que el cansancio de haber empleado casi dos horas en las lecciones se hacía notar en ambos, Endeavor nunca encontraba correcto el comportamiento indiferente que su hijo mostraba en más de una ocasión. Cuando estaba a punto de dirigirle un último comentario, uno de los caballeros de la corte irrumpió en la sala de estudio tras llamar cuidadosamente a la puerta.

- Mi señor - saludó tanto al rey como al príncipe mediante una rápida reverencia - Los arquitectos están aquí.

Tras escuchar esa noticia, el rey decidió dar por fin terminada la clase.

- Shouto, puedes retirarte.

El muchacho abandonó la habitación en seguida, sin molestarse en dirigir una última mirada a los dos presentes que todavía se encontraban en la misma estancia, los cuales fueron tras él para acudir a la sala del trono.

Con la fecha del gran baile dispuesta para poco más de un mes, era preciso que el castillo estuviera a punto, por lo que eran frecuentes las visitas de trabajadores de todo el reino que se encargaban de ultimar los preparativos. Los padres de Todoroki ya le habían informado cuantiosas veces de la importancia de ese evento, pues era una ocasión ideal para conocer a una posible doncella que le acompañara en su camino para convertirse en el futuro gobernador del reino. No obstante, al muchacho le resultaba agobiante la velocidad con la que se estaban desarrollando los acontecimientos, pues no sentía una especial prisa en seguir los pasos de su padre.

Por esta razón, siempre aprovechaba cualquier ocasión para abandonar el castillo e intentar mantener su mente alejada de las tradiciones reales que, de alguna manera, le mantenían encadenado a su dinastía.

Dejó atrás la alfombra de terciopelo roja que cubría el desfiladero de la sala del trono y, finalmente, salió del castillo por la entrada principal sin percatarse de que la atenta mirada de su padre siempre estaba puesta en él. Le bastó poner un pie fuera de ese castillo para tomar una profunda bocanada de aire, aliviado al sentir la suave brisa meciendo sus cabellos.

Aceptaba el reino como su hogar y no deseaba dar la espalda a sus gentes. No obstante, creía en la mejora de las tradiciones, las cuales, hasta el día de hoy, habían sido inquebrantables. Alrededor del castillo, así como de los establos, los jardines y el resto de instalaciones destinadas al uso y disfrute de toda la corte, se levantaba una fortaleza inexpugnable que lo separaba de la ciudad. Escasas veces se había adentrado Todoroki en la ciudad, siempre abarrotada de comerciantes, trovadores y, en definitiva, habitantes de humilde rango social. Y todo ello se debía a una simple medida de seguridad: al estar la fortaleza custodiada por guardias y alejada del gentío, se dificultaban los posibles atentados contra las vidas de los miembros de la familia real. Por si fuera poco, la legión de caballeros del reino también se extendía por toda la ciudad, atentos siempre ante cualquier posible acto de rebelión.

El joven príncipe puso rumbo a los establos. Una vez allí, sabía perfectamente a qué cuadra debía dirigirse.

- Hola, pequeña - saludó a su montura cuando vio que dirigía sus orejas hacia él.

El animal, un bello lusitano de capa blanca, acercó su hocico al muchacho en cuanto le reconoció y, acto seguido, comenzó a olisquearle el cabello a modo de saludo.

- ¿A ti no te han enseñado a hacer reverencias? - le preguntó a su yegua sin, obviamente, esperar una respuesta.

Mientras dejaba al animal jugar con su pelo, Todoroki se apoyó en la puerta de la cuadra y acarició el cuello del ejemplar. Lamentablemente, las carantoñas entre los dos compañeros fueron interrumpidas cuando un desconocido portador de fardos de paja chocó contra el príncipe, pues la visibilidad del individuo era completamente nula. Tras el golpe, el desconocido cayó de culo al suelo y las pacas rectangulares de paja se acumularon a su alrededor. Todoroki dejó de acariciar a su yegua y observó al extraño y torpe chico, quien no parecía tener más edad que él. Por su parte, el muchacho, en cuanto vio que había tenido la mala fortuna de chocarse con el joven príncipe, se levantó de inmediato.

- ¡Príncipe Todoroki! - exclamó con evidente nerviosismo - ¡Lo siento, lo siento, lo siento! - repitió mientras insistía la misma reverencia tantas veces y a tan exagerada velocidad que al joven príncipe le fue imposible contarlas.

Fue entonces cuando Todoroki, plenamente consciente de sus acciones, esgrimió una reverencia de forma inocente al recordar las lecciones de su padre. Aunque, seguramente, el rey no vería con buenos ojos el hecho de que su hijo mostrara sus respetos a un muchacho inútil y descuidado. De hecho, el propio chico se sintió extrañado al contemplar que el joven príncipe le dedicaba una muestra de cortesía. Cuando ambos terminaron en silencio, Todoroki tuvo la oportunidad de apreciar las facciones de aquel chico, aunque fuera bajo la débil iluminación del interior de los establos. Su pelo verde y alborotado y su rostro plagado de pecas llamaron su atención, pero lo que especialmente le cautivó fue lo joven que parecía.

- ¿Tú eres el palafrenero? - preguntó el príncipe.

- Sí, señor. Desde hace dos días - explicó el muchacho, lo cual explicaba que Todoroki no se hubiera encontrado antes con él.

- ¿También eres herrero? - inquirió Todoroki tras fijarse en las herramientas que el chico portaba en su cinturón.

- Sí, señor.

- ¿No eres un poco joven para encargarte de los establos del reino?

- Mi familia cría caballos y me han dado una oportunidad para trabajar aquí.

- Ya veo.

Tras terminar su pequeña conversación y, para sorpresa del pequeño encargado de las cuadras, Todoroki se agachó y comenzó a reagrupar los bloques de paja, los cuales seguían esparcidos por el suelo por culpa de su anterior choque.

- ¡Esperad, no os molestéis! ¡Es mi trabajo! - exclamó alterado el chico mientras le imitaba de inmediato - ¡Puedo hacerlo solo!

- No estoy de acuerdo - le reprochó el príncipe, deteniéndose un momento para mirar su rostro una vez más - Si pudieras tú solo, habrías pensado de antemano que no eres capaz de cargar con tantos fardos a la vez.

- Bueno, yo… tendré más cuidado - prometió mientras ambos terminaban de recoger - Pero no quisiera que os mancharais los ropajes - insistió con visible preocupación.

Tras finalizar su labor entre los dos, la cual no resultó excesivamente costosa, ambos se levantaron.

- Siento haberos hecho perder vuestro tiempo - se disculpó el palafrenero, visiblemente arrepentido.

- Lo he hecho porque he querido. Necesitabas ayuda - aseguró el príncipe sin darle importancia a lo que acababa de suceder.

En ese momento el chico mantuvo la vista fija en el cabello del príncipe.

- Eh… disculpad el atrevimiento, pero tenéis un… justo aquí… - con inseguridad, el chico se acercó a Todoroki y retiró con suavidad un fragmento de paja que se había quedado posado en sus cabellos.

El príncipe miró con curiosidad las acciones del muchacho hasta que descubrió de qué se trataba.

- Tú también - advirtió Todoroki, repitiendo las mismas acciones que el chico.

Ante aquella situación tan jocosa, el joven pecoso se vio obligado a reprimir una risilla nerviosa, la cual no pasó desapercibida para Todoroki. Por ello, el príncipe esbozó una leve sonrisa, divertido por aquella inusual situación.

- ¡Shouto! - tronó una voz tan imponente desde la entrada de los establos que hizo que el pequeño palafrenero diese un pequeño brinco.

Todoroki, por el contrario, estaba ya acostumbrado a los berridos de su padre, por lo que simplemente se dio la vuelta para mirarle tras borrar su sonrisa de la cara.

- Vámonos - ordenó simplemente.

El joven príncipe le dedicó una última mirada al jovencito que acababa de conocer de forma tan extraña y se marchó del lugar.

- Y tú vuelve a tus labores - le exigió Endeavor al chico con frialdad.

- ¡Sí, mi rey! - respondió mientras realizaba una exagerada reverencia, justo antes de retomar su trabajo.

Conforme los establos del reino fueron quedando atrás, Endeavor decidió interrogar a su hijo.

- ¿Se puede saber qué hacías? Te has ensuciado - le recriminó tras contemplar el polvo de su indumentaria.

- Nada, le he ayudado - explicó con calma, sin molestarse en dirigirle la mirada a su padre, a pesar de que podía imaginarse que aquella explicación no iba a ser del agrado del rey.

- ¿Dónde se ha visto que un príncipe ayude a un palafrenero? No debes entrometerte en las labores de un simple trabajador. Si no es capaz de apañarse él solo, quizá nos hayamos precipitado en asignarle tal cargo.

El joven príncipe, cansado de tanta palabrería, resopló y agilizó el paso con intención de perder de vista a su padre.

- Déjale en paz - demandó, deseando no volver a escucharle - Solo es un chico torpe.

Después de su ruda contestación, no se detuvo a presenciar la reacción de su padre, quien adoptó una expresión de incredulidad ante el hecho de que su hijo se hubiera atrevido a desafiarle de aquella manera. En su lugar, siguió caminando con ligereza con intención de perder de vista a Endeavor.

- Niño insolente… - masculló el rey al ver que su hijo se alejaba de su lado tras haberle respondido de aquella forma.

Después de una larga caminata, Todoroki logró refugiarse en los jardines del reino. Solo cuando se detuvo y se apoyó en el tronco de un árbol descubrió que estaba jadeando y que sus pulsaciones se habían acelerado. No le era difícil averiguar que claramente se había alterado tras haberle contestado a su padre. No solía enfrentarse a él, mas cuando lo hacía no podía evitar reaccionar de ese modo. Lo único que le extrañaba al joven príncipe era lo mucho que le había incordiado escuchar a su padre replicar sobre aquel desconocido muchacho. Un simple niño torpe y despistado del cual ni siquiera sabía su nombre. Volvería a ver a ese muchacho, pues confiaba en que no fuera difícil volver a localizarlo.


- Me has decepcionado, Shouto - le replicaba con seriedad su padre mientras sostenía entre sus dedos una copa de vino.

Esa noche Endeavor había hecho llamar a su hijo a su habitación, pues, a pesar de que eran familia, su reciente atrevimiento no iba a ser pasado por alto.

- ¿No tienes nada que decirme? - preguntó el rey desde su cómodo sillón mientras observaba las llamas repiquetear en la chimenea - ¿Shouto? - insistió al ver que no recibía respuesta alguna de su hijo, quien permanecía de pie delante de él.

- Perdón - dijo finalmente sin molestarse en mirar a la cara al rey.

- ¿Perdón por qué? - inquirió Endeavor, dirigiendo una afilada mirada al chico.

- Perdón por haberte encarado, padre - comentó secamente.

- ¿Y?

La incansable insistencia del rey hacía hervir la sangre de Todoroki, quien lo único que deseaba en ese momento era huir de la estancia y dar un portazo al salir.

- Y por haberme rebajado al nivel de un palafrenero - contestó mientras apretaba los puños con rabia tras su espalda, completamente impotente.

- Fantástico - felicitó con sorna el rey, lo que enervó todavía más al joven príncipe - Puedes irte - anunció, viendo cómo su hijo hacía una leve reverencia antes de darle la espalda.

Tras semejante humillación, Todoroki se dirigió hacia la salida de la habitación, esperando poder olvidar aquella situación tan desagradable.

- Ah, y una cosa más, Shouto - le detuvo Endeavor antes de que se hubiera retirado, consiguiendo así que su hijo frenara en seco para mirar a su padre con tremenda desgana - No quiero más atrevimientos. No pienses que por ser el príncipe de este reino tienes derecho a desafiarme - le advirtió severamente mientras le mantenía la mirada - Ahora vete.

Y, de esta forma, Todoroki se retiró de la estancia con impaciencia, pues desconocía cuánto tiempo era capaz de aguantar escuchando las absurdas exigencias del rey. Conforme se iba acercando a su habitación, aceleraba el paso, deseoso por encerrarse en sus aposentos. Una vez allí, nadie pudo ser testigo de cómo el joven príncipe enterró el rostro en su almohada mientras la apretaba con fuerza, descargando así todo su malestar acumulado. Después de permanecer en esa posición poco menos de una hora, Todoroki suspiró y se colocó boca arriba sobre su colchón, percatándose entonces de que su cuerpo había estado en tensión todo ese tiempo. Al igual que no era la primera vez que encaraba a su padre, sabía que tampoco iba a ser la última. Asimismo, podía adivinar que algún día todos sus sentimientos explotarían y temía las catastróficas consecuencias que eso podría tener no solo hacia su persona, sino hacia el propio reino.

Todoroki se levantó de la cama con lentitud y comenzó a desvestirse, quedándose únicamente con una camisa blanca y unos pantalones largos de una tonalidad más oscura. La noche era fría, por lo que no era conveniente despojarse del resto de la vestimenta.

Por más que intentara descansar, su mente tenía otras intenciones que impidieron al joven príncipe conciliar el sueño. Al verse incapaz de dormir una vez entrada la noche, Todoroki bufó con molestia y se levantó de la cama con intención de asomarse a la ventana. Una vez allí, el gélido aire caló sus huesos. Tras respirar aquella brisa nocturna, sintió cómo el frío oxígeno recorría su garganta como si de finas punzadas se tratara. Era medianoche seguramente, puesto que los guardias nocturnos eran los únicos despiertos en el reino. No obstante, Todoroki distinguió entre tanta oscuridad una tenue luz proveniente de una de las instalaciones del reino. Por supuesto, no tardó en averiguar que se trataba de los establos. De forma casi instintiva, la imagen del rostro pecoso de aquel chico torpe cruzó su mente y, por ello, decidió ir en su busca, preguntándose si aún seguiría ahí.

Se cubrió con algo de abrigo para combatir el frío de la noche y, después, se encaminó a los jardines del reino. Tuvo en cuenta el hecho de tomar precauciones para que los guardias no advirtieran su presencia, pues, de ser así, informarían al rey y acabaría encerrado en su habitación una temporada a modo de correctivo. En lugar de usar la entrada principal, pues estaba custodiada por un par de caballeros, se deslizó a través de una ventana, la cual, afortunadamente, no quedaba lejos del suelo. Una vez fuera del castillo, avanzó sigiloso hacia las cuadras, logrando evadir a todos los guardias.

Tras asomarse de manera cauta a los establos y descubrir que el único individuo que allí se encontraba era el palafrenero, entró sin vacile. El muchacho estaba barriendo de espaldas al príncipe, probablemente perdido en sus pensamientos. Solo contaba con la iluminación de una lámpara de aceite cuya llama estaba a punto de extinguirse.

- ¿Qué haces aquí todavía? - preguntó el joven príncipe, lo que bastó para que el muchacho diera un brinco tan exagerado que la escoba que portaba estuvo a punto de caérsele de las manos.

- Disculpad. Pensé que estaba solo - comentó el palafrenero tras girarse para ver al príncipe con una sonrisa cansada - No me han permitido retirarme hasta que todo estuviera limpio y… bueno, creo que se me ha hecho un poco tarde - explicó mientras esbozaba una tímida sonrisa para quitarle importancia al asunto.

Por su parte, Todoroki evitó pensar que había sido su padre quien le había duplicado el trabajo, pues aquella idea le daba náuseas.

- Lamento haber perturbado vuestro descanso - se disculpó el chico.

- No lo has hecho, tenía insomnio. He discutido con mi padre - explicó el príncipe sin tapujos.

- Oh… lo siento. Debe haber sido muy duro…

En esos momentos Todoroki pensó que, al igual que él había sido educado para dirigirse a figuras de rango social superior a él, así como a las damas casaderas, al muchacho que tenía delante seguramente le habrían enseñado a comportarse cuando se dirigiera a un gobernador. Era muy probable que no estuviera lejos de esa verdad. De pronto, un corte fresco que asomaba por la palma de la mano izquierda del palafrenero captó su atención, por lo que sujetó con determinación la mano del chico para ver mejor su herida.

- ¿Qué te ha pasado? - inquirió Todoroki mientras examinaba su corte, lo que puso ligeramente nervioso al jovencito.

- Nada, me arañé mientras usaba el limpiacascos - explicó algo avergonzado tanto por su accidente como por el hecho de que el príncipe le estuviera tocando.

"Sí que es torpe" pensó el príncipe tras escuchar su explicación. Sin embargo, se sentía sorprendido ante el hecho de que un muchacho tan joven hubiera sido capaz de limpiar los cascos de todos los caballos de los establos. Ni siquiera quería imaginarse los dolorosos efectos que aquello tendría en sus riñones.

- ¿No sueles llevar guantes? - preguntó con curiosidad, dirigiendo ahora su mirada al chico.

- Sí, pero me los quité un momento… La verdad es que fue una imprudencia - admitió el chico mientras se encogía de hombros.

Todoroki no tardó en percatarse de lo frías que estaban las manos del chico en contraste con las suyas. Sin duda se debería al hecho de seguir trabajando con la noche tan avanzada.

- Ven conmigo - pidió el príncipe.

Sin esperar una respuesta por parte del palafrenero, le cogió con suavidad de la muñeca y le llevó hacia el cuarto de los arreos. Una vez allí, le pidió que se sentara en una banqueta allí situada. El muchacho, por su parte, dejó la escoba cuidadosamente a un lado y obedeció sin objetar nada, pues no estaba en ocasiones de negarse. Entonces Todoroki sacó un paño y una botella de alcohol de un compartimento. Con la seguridad de sus movimientos dejaba claro que conocía cada rincón de la estancia y, probablemente, de todo el reino. Tras depositar parte del contenido de la botella en el paño, se sentó junto al muchacho.

- Tal vez esto escueza - avisó antes de presionar el paño empapado contra la palma herida de la mano del muchacho.

El chico, al sentir el ardor del alcohol en su piel se tensó de forma involuntaria, mas procuró no incomodar al príncipe. Una vez que el nivel de escozor se redujo de forma considerable, relajó su cuerpo.

- Gracias - dijo mientras Todoroki le curaba - Sois muy amable conmigo - elogió, a pesar de que no obtuvo ninguna reacción significante por parte del príncipe. Sin embargo, lo que dijo a continuación fue suficiente para dejar anonadado a Todoroki - No os parecéis en nada al rey - opinó.

Ante semejante comentario, Todoroki detuvo sus acciones y, sin dejar de sujetar con suavidad la mano del chico, le miró a la cara con gesto de sorpresa.

- Eh, ¡perdón! ¡No pretendía faltaros al respeto! - se disculpó al ver la reacción del príncipe, pensando que le había ofendido con su comentario.

Por su parte, Todoroki volvió a fijar la vista en la herida del chico y siguió curándosela como si nada hubiera ocurrido.

- Es cierto que no nos parecemos - comentó el príncipe con parsimonia, sin detenerse - De hecho… no me gustaría nunca parecerme a él… - confesó, intentando no mostrarse abatido ante el palafrenero - Gracias por decírmelo - concluyó finalmente, volviendo a posar los ojos en la atenta mirada del muchacho, quien escuchaba cada palabra que salía de sus labios como una recompensa, imaginándose que muy pocos habrían escuchado aquella confesión - Por cierto… ¿cuál es tu nombre?

- Izuku Midoriya, señor - respondió con determinación.