Confusión
1
Nueva York, 12 de septiembre.
Penumbra. Las persianas estaban parcialmente cerradas, dejando entrar un mínimo de luz, suficiente como para despertarla en cuanto el primer rayo de sol le diese en la cara. No sabía qué hora era, pero estaba segura de que no había sonado el despertador, tan segura como de que tampoco lo iba a hacer en ningún momento del día. Escuchó ruidos en lo que debía de ser la cocina, pues provenían de platos, cubiertos y un grifo abierto. Supuso que vivía con alguien más, así que no se preocupó. Pero lo cierto es que no conseguía recordar nada. Se había despertado completamente en blanco.
Se acercó a su armario con cuidado de no emitir ningún sonido, en búsqueda de sus cosas personales, algún dato, cualquier cosa que pudiera darle una pista sobre quién era. Un uniforme estaba colgado de cualquier manera en una de las perchas, pero la placa de este podía leerse perfectamente. Emma Swan. Bien, por lo menos ya sabía su nombre.
- ¿Mamá? ¿Estás despierta?
Dos toques a la puerta y una joven voz llamaron su atención. ¿Tenía un hijo? ¿Cómo ella podía tener un hijo? Un hijo. Si no podía recordar nada de ella misma, no sabía cómo iba a arreglárselas con un niño. Salió de la habitación y lo miró. Tenía que hacerlo. Por ella, por él, y por quien fuese. No podía decirle a su propio hijo que no se acordaba de él.
- Hey, buenos días chico. Lo siento, creo que se me han pegado las sábanas.
- No te preocupes. Supuse que estabas cansada aún, así que te preparé el desayuno. Chocolate con canela, como tanto nos gusta.
Emma no estaba segura de que eso fuera cierto, pero confió en su joven hijo y en cuanto el líquido hizo que su paladar lo saboreara, supo que tenía razón. Sin duda, esa era su bebida favorita, y siempre lo sería. Después de degustar su gran taza de chocolate, miró al niño unos segundos. No sabía cómo iba a hacerlo, pero lo conseguiría. Ella poco a poco iría recordando y todo volvería a la normalidad. Una normalidad, que por cierto, tampoco conocía.
- Oye, ¿y tu padre? – preguntó de la manera más natural posible. Tendría que tener un padre, ¿no?
- ¿Mamá? ¿Estás bien? Papá murió hace años…
- Oh – se quedó sin habla. – Lo siento. Yo solo… he soñado con él, y… parecía tan real que… perdóname.
Henry la miró y sonrió con tristeza. No por echar de menos a su padre, sino por su madre. El accidente la había dejado fatal, él lo notaba. Habían sido días muy duros los que ella había pasado en el hospital. No paraba de delirar y decir cosas sin sentido en sueños, durante una semana entera. El médico la había excusado diciendo que era culpa de la fiebre, pero sonaba tan convincente cuando hablaba de todas aquellas cosas…aunque fuera mientras dormía, o en delirios.
- ¿No tienes clase? – preguntó de pronto Emma, hablando de nuevo y cambiando de tema, como si quisiera que Henry olvidase el asunto anterior.
- Sí, habíamos quedado en que Ruby me vendría a buscar, aún estoy esperando por ella. Tú vuelve a la cama y descansa, mamá. Después del accidente y todos esos días en el hospital, debes estar agotada.
No tuvo que repetírselo. Ella estaba más que segura de que necesitaba descansar. Quizás, tras una buena siesta su mente estaría mejor organizada, y quizás recordase algo. Volvió a la cama después de despedirse de Henry con un beso en la cabeza, pero no pudo recuperar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama, preguntándose quién era Ruby y por qué llevaba a su hijo al colegio. O quién era su padre, y por qué había muerto.
Emma Swan. Emma Swan. Emma Swan.
¿Cuándo tendría que reincorporarse al trabajo? ¿Dónde trabajaba? ¿Qué iba a hacer cuando se encontrara a gente conocida por la calle? ¿La llamarían desde el colegio para las reuniones de padres? ¿Tendría más familia? ¿Quiénes eran sus amistades más cercanas? Pero sobre todo… ¿qué accidente había tenido y cuánto tiempo había pasado en el hospital? ¿Quién era ella realmente?
Después de varias horas haciéndose las mismas preguntas una y otra vez, dando la enésima vuelta en la cama, había conseguido relajarse un poco y el sueño la estaba invadiendo de nuevo lentamente. Todo esto antes de que una voz resonara en su cabeza, como un eco. "¡Emma!"
El grito había sonado con fuerza, y se preguntó si lo había oído de verdad o se lo estaba imaginando. Más que descansar, pensaba que lo que necesitaba era un buen psiquiatra.
-x-
Había bajado a la calle, con cuidado de no olvidarse nada. Las llaves las llevaba encima, seguro. Y había recordado el número de su piso. Número 108. No podía olvidarse. ¿Tendría coche? Y si tenía coche, ¿estaba capacitada para conducir?
Nada más salir del edificio pudo observar una fila de coches aparcados en primera fila, quizás uno de ellos era el suyo. La cuestión era cuál. "Ese trasto amarillo", resonó de nuevo en su cabeza, antes de fijarse en un escarabajo que, estaba segura, combinaba perfectamente con su personalidad. O por lo menos, con su estado actual. Estaba destrozada por dentro, podía sentirlo. Y su coche, bueno, no estaba en las mejores condiciones. Pero funcionaba, y eso era lo importante. Probó a arrancarlo y poner las marchas, pero no se atrevió a sacarlo de su sitio. Esperaría un poco más para adentrarse en la carretera, y por lo pronto ese día haría su camino a pie. Vivía en una gran ciudad, tenía que haber un psiquiatra cerca.
Al doblar la esquina se fijó en un bar que le sonaba familiar. Era bastante llamativo, en su opinión. Iba a seguir de largo cuando una voz desde el interior gritó su nombre.
- ¡Emma!
La voz provenía de una chica de pelo largo y oscuro, que se encontraba detrás de la barra. Le hacía señas para que entrara, así que esta le hizo caso. Quizás podía descubrir algo más de ella.
- Me alegro de que hayas salido a la calle. ¿Cómo te encuentras? Oh, por cierto, he dejado a Henry en el cole esta mañana y todo ha ido genial. Si quieres puedo pasar por él esta tarde también. Si necesitas ayuda, aquí estoy, ya lo sabes.
¿Henry? Oh claro, el niño. Así que ella debía ser Ruby. Bien, por lo menos no había tenido que preguntarle su nombre a su propio hijo.
- Me encuentro mejor. Gracias por preocuparte, Ruby. Y por encargarte de Henry también. De hecho… me gustaría pedirte un favor.
- Lo que sea, dime. Para eso están las amigas.
Emma sonrió antes de pedirle el favor. No podía ser tan malo, ¿no? O raro. O lo que fuese.
- ¿Sabes dónde puedo encontrar un psiquiatra? O psicólogo, da igual. Necesito ayuda de alguien.
- ¿Qué es lo que te ocurre, Emma? ¿Algún problema? ¿Es por el accidente?
- Digamos que… me ha dejado algunas lagunas…y quería saber si puedo recordar esas cosas.
- Oh, claro. En ese caso, hay uno al terminar esta calle. Hablan muy bien de él, parece que tiene bastante prestigio dentro de ese mundo, ya sabes. – Emma asintió y Ruby le indicó exactamente dónde estaba. – Buena suerte con eso.
Al final de la calle, justo donde la morena le había indicado, se encontraba la consulta del psiquiatra. Para ser tan prestigioso, el lugar estaba vacío. Pero mejor para ella, así la atendería más rápido. Y la primera consulta era gratuita, estaba de suerte. La recepcionista la hizo pasar después de haber tomado sus datos, y Emma se encontró un poco nerviosa cuando se acercó a la puerta y leyó lo que ponía.
"Mr. Gold. Experto en psiquiatría"
