Nota: aún sigo trabajando en Those Feelings y Runnaway Princess (por si alguien pregunta, aunque no sean de este fandom), y respecto a un nuevo comienzo, como no tuve oportunidad de explicar por qué me estanqué es por el miedo que tenía al tener que crear un personaje que yo consideraba tan importante como la hija de Zuko (vamos, que muchos que están metidos en el fandom saben quién y cómo son los fanon de Honora), y tener que crear todo el entorno familiar. Me dio un ALTO, ALTO, ALTISIMO miedo, por decirlo en expresión coloquial en mi país.

Creo ahora, que al ver que en el último libro se ha confirmado que aparecerá la hija de Zuko, creo que me animaré a retomar aquél fic. En tanto, les dejo este, producto del insomnio y el dolor de oídos~


All I Want...

Jaló de su brazo para que se volviese a sentar y le regaló una mirada de súplica. Ella se volvió hacia él con su piel fina y blanca, con su piel suave y tibia. Aquellos ojos que eran dos brillantes esmeraldas, dos hermosas lunas verdes que eran un océano en el cual él podía naufragar su vida entera.

—Por favor… — le suplicó en un hilo de voz y en un tono que le disgustaba más allá de lo que él realmente podía tolerar. Su orgullo estaba siendo pisoteado por él mismo, y solo porque no podía tolerar que ella se alejara ni siquiera un poco de él.

Posesivo, necesitado, egoísta, infantil… todo, cualquier cosa que se dijese, cualquier palabra con la que se lo juzgase, era cierta para él en aquellos momentos y a él no le importaba. Ya nada le importaba. Al menos, no en aquél momento.

No quería estar solo, no quería que lo dejaran atrás, no quería que ella se fuera y se convirtiera en niebla de nuevo, en un recuerdo difuso e intangible otra vez.

—El día está llegando, no puedo quedarme —habló con voz de culpa aquella que la imitaba a la perfección.

—Ese no fue…

—General, nunca hubo un trato entre nosotros —le recordó con cierto pesar en su tono de voz, mientras cruzaba una pierna sobre otra y le dedicaba una mirada de decepción.

—Lo sé, pero… —intentaba decir él, pero ninguna palabra que pensara tenía sentido, coherencia o sustentabilidad suficiente como para hacer de ella un argumento que lograra convencerla para quedarse.

Ladeó su cabeza, su cabello tan perfecto la acompañó.

—Si sólo te acercaras a mí e intentaras conocerme, General…—suspiró, negando la situación—. Si solo olvidaras eso que te molesta… sabes que solo es un número ¿verdad? Que no importan las fechas, sino lo que hay aquí…

Señaló su el lugar donde estaría su corazón, y le regaló una sonrisa triste y una mirada apenada.

—… pero no puedes.

—Tu tampoco lo harías —se excusó él, sabiendo que su tono era patético y que aquellas palabras no tenían peso.

—Eso no lo sabes; te podrías llevar una sorpresa si no te arriesgas.

—No… no puedo arriesgarme. Si pierdo… si pierdo, te pierdo; y no puedo…

Quizás ofendida, su cuerpo se tensó y se puso de pie.

—Muy bien. Así lo has decidido —ofendida, su figura de deseo caminó y desapareció, disipándose como niebla con la llegada del sol.

El molesto ruido agudo se hizo sonar mientras él suplicaba de nuevo por su presencia. No hubo caso, sus ojos se abrieron y fue recibido por los dulces rayos de un amanecer frío. Su mirada color miel perdió brillo una vez más y negó a un suspiro de decepción manifestarse como debería.

Las blancas sabanas lamentaron que se levantase, pero un nuevo día comenzaba. Y sin duda, no sería uno placentero para el General.

El uniforme blanco y rojo le quedaba bien, como todas las mañanas. Pulcro, limpio y planchado. Mientras se terminaba de acomodar las botas militares, llamaron a su puerta avisándole de que se avistaba Ciudad República en el horizonte. Un suspiro cansino cruzó su cuerpo otra vez, pero le negó la salida. Alguien de su estatus no podía, sencillamente, dejar llevarse por aquellas emociones egoístas e infantiles.

Asumió su papel de siempre, se mantuvo firme y sereno frente a sus hombres hasta que se separó de ellos tras desembarcar en el puerto naval. Pasó gran parte de su mañana terminando de redactar el final de su informe antes de guardarlo en un maletín y salir hacia al encuentro del Presidente de Ciudad República.


Estar en tierra le resultaba difícil, no es que no le gustaba… solo era que no se sentía lo mismo que estar en altamar. Allí se sentía más firme, a pesar de los sueños que e ilusiones que lo acosaban durante la noche. Al menos, en el mar, si deseaba soledad sólo debía pedirlo por el simple hecho de que nadie lo desobedecería.

—Enseguida el Presidente lo recibirá, por favor, tome asiento —la secretaria le regaló una mirada coqueta a la que él le respondió con una sonrisa cálida y amable, pero sin sentimientos o intenciones verdaderas.

La reunión en sí con el Presidente no duró demasiado y fue más que nada, rutinaria. Ahora le tocaba descansar por una semana o dos, el tiempo en el que nuevas órdenes para embarcarse llegaban. Bajando las blancas escaleras, perdido en sus pensamientos y pesares, alguien chocó con él y se tambaleó mientras Iroh recuperaba fácilmente su equilibrio. Fiel a su instinto de protector, sostuvo a esa persona por los hombros antes de verla.

—¡General Iroh! —una voz con tono alegre llegó a sus oídos y el general no tardó en reconocerlo— Que sorpresa verlo, pensé que estaba de viaje…

—Mako, lo mismo digo —sonrió brevemente el hombre, observando la pila de papeles que el joven traía consigo—. Llegué esta mañana, recién terminé una reunión con el Presidente… ¿Mucho trabajo?

—Un poco, sí —asintió el muchacho, quitándole importancia al asunto—. Ehm… ¿recuerda…?

—Sí, aún no he encontrado nada, lamentablemente. Pero mi abuelo dijo que me daría una mano la próxima vez que lo visitase—interrumpió, notando la incomodidad ante la mención de aquél tema… Mako asintió, lentamente.

—Si es mucha molestia…—comenzó a decir, pero el General volvió a interrumpirlo.

—Tonterías, no lo son. No te preocupes, si hay algún registro en la Nación del Fuego, lo encontraremos.

Intercambiaron un par de palabras más y el General estaba a punto de marcharse, cuando, el joven amigo del Avatar, lo detuvo con una invitación.

—Debería visitar a Tenzin y Pema —comentó—. Seguramente se pondrán felices de verlo.

Arqueando una ceja, el General dijo que haría lo posible. Extrañado, se despidió del chico deseándole buena suerte. Era cierto que no visitaba a Tenzin muy a menudo, y quizás debería pasar a ver cómo el hijo de Aang estaba, sobretodo ahora que los Nómadas del Aire volvían a existir.

Además… ¿qué mal podría causarle?


Se lamentó unas horas después, habiendo deseado tener algo más importante que hacer. Bumi lo recibió con un cálido abrazo y le instó a hablarle cómo iban las cosas "allá en el mar", los hijos más pequeños de Pema y Tenzin parecían tener una energía infinita y el propio heredero del viento estaba ocupado intentando poner orden entre sus alumnos, sus hijos y su casa.

—¿Por qué tanto alboroto? —se atrevió a preguntarle a Pema cuando los hijos de Aang se ensimismaron en una de sus peleas. La mujer le sonrió sutilmente.

—Asami viene hoy con unos modelos para los maestros aire; Jinora y Kai, parece que va a facilitarles la estabilidad mientras estén en el aire —respondió con una sonrisa apacible, Iroh supuso que cualquier forma de calma era bien recibida en aquél tumultoso lugar.

—Ah, ¿la señorita Sato vendrá? —Pema asintió y la conversación pasó a cómo iba Industrias Futuro y lo bien que Asami estaba manejando la empresa.

Horas después, el ruido del motor de una lancha se oyó y los menores fueron en busca del visitante. Para cuando el General llegó al muelle, los niños estaban jugando una carrera por ver quien era el primero que llegaba donde Tenzin para avisarle que Asami había llegado.

—¿Necesita una mano? —se ofreció mientras veía a la mujer amarrar la embarcación.

La pelinegra se giró hacia él y le dedicó una sonrisa por la sorpresa de verlo, pero no tardó en responderle

—No, gracias, puedo hacerlo —expresó terminando el nudo—. ¿Cómo ha estado el viaje, General?

—Bastante aburrido en los últimos días, pero… placentero —respondió mientras se ofrecía a llevar las cajas, ella no se negó a su amabilidad y comenzó a pasarle la primera—. ¿Usted cómo se encuentra, Señorita Sato? Me han dicho que ha estado bastante ocupada últimamente.

—Sí, es lo que tiene que Korra no esté por aquí —suspiró la dama, pensativa—. Sin ella, las cosas están tranquilas, y si no me concentro en la empresa, las cosas son bastante aburridas por aquí.

—Oh, comprendo, es difícil volver a la rutina después de todo lo que han vivido junto a ella.

—Exacto —la menor sonrió sosteniéndole la mirada y Iroh le devolvió el gesto.

—Un argumento similar es utilizado en la Nación del Fuego para explicar por qué quisieron conquistar el mundo —comentó.

¿Ah, si? —con cierto escepticismo, la pelinegra le siguió la conversación mientras le pasaba la segunda y última caja.

—Son conjeturas de los que estuvieron relacionados con los principales aliados de la causa de Ozai —continuó, restándole importancia antes de proseguir—. Alegan que luego de probar lo que era la guerra, se sintieron incapaces de mantener la paz por la adrenalina que la primera les ocasionaba.

—Eso es estúpido —respondió pisando finalmente tierra firme. Iroh observó que ella estuviese bien, se puso en movimiento, siguiendo a la pelinegra.

—Nunca dije que no lo fuese. Aquellas personas se dejaron llevar por la codicia y el haber desatado el lado oscuro de la naturaleza humana; nunca pensaron que iban a tener que justificar sus actos hasta que mi abuelo tomó el control de la Nación del Fuego.

—Por supuesto; no entiendo cómo puede haber personas que piensan que pueden escapar del castigo por las acciones que cometieron —concedió Asami y ambos cayeron en un silencio.

No lo dijeron ni expresaron, pero era claro hacia dónde iban los pensamientos de ambos, uno de sus primeros encuentros, cuando el padre de Asami fue enjuiciado y, poco después, encarcelado por la conspiración y los crímenes que cometió en Ciudad República. El General intentó cambiar rápidamente de tema.

—¿Por qué dos cajas? —inquirió sin saber qué ocurrírsele, la pelinegra volteó a observarlo, habiendo estado mentida en sus pensamientos—. Es decir… Pema dijo que traías trajes experimentales para los maestros aire.

—¡Oh! Es que hice varios diseños —sonrió rápidamente—. La mayoría de ellos, solo se diferencian uno de otro por el material de las telas. Además de que tengo dos versiones de cada uno, para lluvia y para nevadas… Aunque estoy pensando en hacer uno en caso de que tengan que ir al desierto… pero como lo mejor sería que tengan un solo traje y no varios…

La conversación no tardó en tomar otros caminos, aunque tampoco duró mucho. Los niños de Tenzin irrumpieron su conversación en cuanto aparecieron arrastrando a su padre y Bumi.

Y el resto del día transcurrió más rápido de lo que esperaban, las pruebas de los trajes, las anotaciones y correcciones de Asami sobre la información que hacía sobre los mismos, Bumi molestando a Tenzin, Pema y Kya intentando calmar los ánimos que siempre terminaban en pelea… todo el día se pasó rápido. Y para cuando atardecía, fue Sato quien volvió a iniciar la conversación entre ellos.

—¿Vuelve a la ciudad, General? —preguntó cortésmente.

—Sí, tengo algunos asuntos que atender allí.

—Oh, pero ¿no te puedes quedar más tiempo? —refunfuñó Bumi—. Quédate a cenar, o a dormir.

—Agradezco la invitación, pero hace dos semanas que no estoy en mi departamento —expresó—. Y temo que he extendido mi visita más tiempo del que debería. Otra ocasión será, Comandante.

—Bueno, si es así, te alcanzo hasta la ciudad —se ofreció Asami.

—Sería un placer poder disfrutar de su compañía, Señorita Sato —Los ojos verdes de Asami sonrieron.

Mientras estaban intercambiando los saludos correspondientes, Bumi codeó a Iroh en las costillas provocando una mirada recelosa por el menor de los dos. La sonrisa sugerente y las cejas del mayor que subían y bajaban fue un claro gesto que terminó por teñir las mejillas del General de color rojo, entiendo el mensaje que el otro no tardó en poner en palabras, por las dudas de que no lo hubiese entendido.

—Para ya, Asami es sólo una niña…—Kya objetó dándole un golpe en la nuca a su hermano menor, quien rápidamente comenzó a citar los argumentos de que el amor no ve edades ni razas.

Iroh ignoró la riña y, de todo corazón, esperó que Asami no hubiese oído aquello.

Ya en el mar, con el motor rumiante de la lancha yendo a una velocidad moderada, ambos se mantenían en silencio. Una concentrada su tarea y otro, en el cielo estrellado que empezaba a mostrarse.

—¿Conoce, General, desde hace mucho a Tenzin? —preguntó para iniciar conversación. Iroh observó a Asami y se incorporó en su lugar.

—Sí, cuando era un niño, mi abuelo me traía a menudo aquí. Veníamos a ver a Aang y mi abuelo se encargaba de algunos asuntos aquí; después de todo, él ayudó a fundar República Unida y sentía que debía hacer todo lo que estuviese a su alcance.

—Oh, entonces los debe conocer bien

—No es tan así… —suspiró el mayor—. Debido a la diferencia de edad, que hay entre ellos y yo, no me prestaban mucha atención. Kya me tiene cariño y me conoce porque siempre le tocaba hacer de niñera cuando mi abuelo y sus padres se quedaban hasta tarde.

—Oh, pero no tenía nadie con quien jugar cada vez que venía de visita—expresó con cierta pena por aquél niño que el joven príncipe alguna vez fue.

El General contempló la espalda de Asami antes de reír de buena gana al respecto. Le pareció, cuanto menos, tierno el hecho de que alguien se preocupase por el niño que era muy joven como para formar parte del grupo de amigos de los descendientes del equipo Avatar primera generación, y muy mayor como para formar parte de la segunda generación del equipo Avatar o ser amigo del resto de los nietos de la primera generación.

Asami apenas volteó a verlo y alcanzó a hacer un mohín por la reacción del hombre ¿Qué dijo de malo?

—No se preocupe por el niño que fui, Señorita Sato; a diferencia de mucho de ellos, puedo fanfarronear acerca de la amorosa familia que tuve.

—Oh, no se ponga arrogante, General. No le queda bien —expresó ella, a pesar de todo, divertida—. Así no conseguirá ninguna mujer bonita que quiera estar a su lado por su corazón y no sólo por sus títulos y la esperanza de asumir el trono algún día.

Iroh notaba lentamente hacia donde la conversación estaba yendo, pero aquellos ojos de esmeraldas que se giraban de tanto en tanto para verlo y compartir alguna risa o comentario con él, le hacían olvidar la razón por la cual había intentado evitarla en primer lugar.

Los ojos de esmeralda, mares profundos que él no temía perderse en ellos todo el día, por el resto de su vida; aquella sonrisa cargada de suficiencia que buscaba jugar con él; no había muchas similitudes con la que conoció tiempo atrás, durante la pelea contra Amon.

—¿Y cómo debería ser entonces, Señorita Sato? —preguntó, siguiendo el juego y la conversación.

Asami, esta vez, le dedicó silencio y una sonrisa, antes de volver la vista al frente.

Transcurrieron segundos y luego minutos. El General Iroh no se atrevía a volver hablar, a volver a preguntar. No había miedo en su decisión… al menos, no que a él le hubiese gustado admitir.

El motor de la lancha se detuvo cuando llegaron al muelle de la Ciudad República y, aún entonces, Asami no pronunció palabra, ni se volvió hacia él. El General, solo la observaba de la misma manera que la había observado durante el viaje.

En algún determinado momento, perdió de vista el cuerpo de la empresaria, a pesar de que sus ojos seguían puestos en ella, no su atención. El General recordaba su sueño. Ese sueño que lo atormentaba de cuando en cuando, en los momentos en los que más frágil se sentía, en los momentos en que fantaseaba estar con una mujer tan espléndida como ella, pues a él nunca se le escapó de vista el Equipo Avatar desde el encuentro con ellos. Ella, siendo fuerte, manteniendo la entereza y la compostura propia de la realeza, enfrentando a su padre, enfrentando una compañía que estaba en bancarrota y remontando los negocios hasta volver a convertir IndustriasFuturo en la compañía innovadora que una vez fue. Ella, siendo una hábil luchadora, logrando defenderse a sí misma, a sus amigos y al Avatar. Ella, siendo todo eso sin dejar de ser femenina y de apariencia delicada.

Ella, siendo menor que él.

Se hubiese llevado una mano al rostro y reclinado en el asiento, pero eso iba en contra de los modales y el protocolo que le enseñaron. Él no podía interesarte por alguien tan menor. Era como si Lin o la misma Kya hubiesen guardado alguna especie de sentimiento romántico hacia su persona. Era absurdo, ilógico.

Una mano fría tocó su mejilla y al enfocar la vista Iroh vio el rostro de Asami cercano a él. No pronunció palabra, no hizo ningún gesto… sólo la contempló. Contempló aquella mujer que era. Esos ojos en los que él deseaba perderse cada día del resto de su vida estaban ahí, contemplándolo con un conjunto de sentimientos mezclados que el hombre no podía ni quería descifrar. Ambos estaban demasiado cerca el uno del otro. Ambos sabían que sólo había dos finales posibles a aquella situación.

Ninguna de las expresiones de ellos era placentera, si se lo miraba desde afuera. Ambos lucían aterrados y expectantes, demasiado como para notar que el otro estaba en una situación similar. Las cejas fruncidas, los ojos bien abiertos con las pupilas dilatadas, la boca cerrada, conteniendo el aliento y la respiración…

Nunca supo cómo o por qué exactamente, cómo logró encontrar solución al conflicto interno con el que venía peleándose hacia ya y un tiempo, pero Iroh se descubrió a si mismo levantando una mano para tocar una de las mejillas de Asami.

Aquél momento que había durado horas y años para ellos, en realidad había sido cuestión de escasos minutos.

Ambas manos se acomodaron a la forma del rostro del otro. Ellos soltaron un suave suspiro, cargado de alivio y risa al darse cuenta que el otro estaba pasando por la misma situación. La risa se volvió una carcajada y antes de que ambos se diesen cuenta, estaban firmemente abrazados, el uno al otro. Ella sentada sobre él, y él enredando sus manos en el cabello negro de ella. Pudieron sentir el corazón del otro, como quería salir desbocado del pecho y huir del cuerpo de sus dueños.

A penas se soltaron, sólo lo suficiente, como para mirarse el uno al otro a los ojos, contemplarse por primera vez de una manera distinta a la que en ocasiones anteriores lo habían hecho. Había alivio en sus mentes y en sus almas. Ambos estaban experimentando una especie de éxtasis que les decía que nada podía estar mal, que nada podía ser malo.

Se sonrieron como sólo ellos dos sabían sonreírse y se besaron sólo como ellos dos supieron besarse. Un beso fuerte, acaparador, un beso lleno de sentimientos, un beso en donde sus bocas se encontraron una y otra vez, sin descanso, como buscando enmendar todo el tiempo en el que pudieron haberse encontrado y no lo hicieron. El alma y el aliento se les fue en ese beso que puso a flor de piel, cualquier discurso mental que habían intentado planear o con el que soñaron infinidad de veces.

Se volvieron a alejar para contemplarse, y se volvieron a abrazar, con fuerza, como si no quisiesen perder el momento, como si no quisiesen olvidar el recuerdo que se estaba formando.

—Quedese así, conmigola respuesta tardía llegó de los labios susurrantes de ella al oído de él, causándole una descarga eléctrica que recorrió al hombre desde la punta de su oscuro cabello hasta la punta de sus pies.

—Bien —respondió con voz algo ronca él, apretándola más contra su propio cuerpo—. Porque todo lo que quiero es estar con usted, Señorita Sato.