Marshall D Effy
Prólogo
Después de esto, ¿Hay algo más? ¿Cómo se sigue?, ¿Puedo continuar? Mi cuerpo ya no quiere moverse, mi mente ya no quiere pensar ¿Queda algo que me motive a mantenerme con vida? Solo siento el vacío ¿Soy incluso egoísta al permitirme sentir esto?, ¿al permitirme perderme, al hacer a un lado mi propósito? ¿Encontraré la voluntad? ¿Perdí la voluntad? Esa voluntad de la cuál tanto escuché, de la que cuentan las historias… el peso de un nombre, de una letra... la voluntad de los "D".
Era una noche peculiarmente cálida en la ciudad sin ley de Mock Town, Jaya, primera mitad de Grand Line. Antes de los sucesos ocurridos en la guerra de Marineford.
Una joven de aproximadamente veinte años, bajaba las escaleras de la posada donde se encontraba alojada, el lugar estaba abarrotado de gente, en su mayoría piratas de mala calaña. Bebían, apostaban y comían con los peores modales que se podía llegar a observar, algunos con mujeres en sus regazos, otros simplemente disfrutando de la compañía del alcohol.
La muchacha se sentó en una mesa apartada y pidió comida y bebida, estaba claro que el lugar no era ningún lujo, más bien todo lo contrario, pero era lo mejor que se podía pedir después de tantos días en altamar colada en un barco, robando comida y durmiendo en los almacenes. Aunque sea, allí había podido bañarse, y esta noche disfrutaría de comida caliente y una cama donde dormir. Pero también claro estaba que no era el lugar más adecuado para que una chica de su belleza pasara desapercibida. La gentuza no tardo en poner su atención en ella, un par de piratas se sentaron a los lados de su mesa, y empezaron con lo que claramente eran intentos fallidos de seducción barata. Ella seguía bebiendo como si nada pasara. Tras unos minutos haciendo caso omiso de todas las propuestas indecentes de los sujetos, uno de ellos la rodeo con sus brazos e intentó manosearla. La joven lo golpeó de un puñetazo y otros se acercaron para tratar de unirse a la diversión. Ella acertó una patada a otro de los hombres, el cual cayó de culo al piso, vinieron dos por detrás y la sostuvieron por los brazos.
En otra mesa de la posada, un joven alto de cabello negro y el rostro cubierto de pecas se puso de pie.
En el mismo momento algo brilló en el aire, y la atmósfera se tornó densa y dulce por un momento. Otros piratas habían empezado más peleas, el tabernero gritaba furioso. El muchacho de cabello oscuro, perdió de vista a la chica. Cuando la volvió a ver, los hombres gritaban enfurecidos, algunos de ellos se habían quedado inmóviles y otros se retorcían en el piso. Volaban platos, se derramaban bebidas y se repartían golpes en todas las direcciones. -¡Fuego! –Gritó una mujer –Una mesa y parte de una columna de madera habían comenzado a arder. En el momento de distracción la chica sintió como una mano cálida la agarró firme por la muñeca y tiró de ella, vio llamas y sintió un profundo calor, pero no se quemó.
La noche era calurosamente anormal. En el exterior se escuchaba el bullicio amortiguado de la posada.
-¡Suéltame! –con un movimiento brusco de su brazo, la muchacha se soltó de la mano del joven.
-¡Ey!, ¡Ey! no tienes por qué reaccionar así, solo intentaba ayudar…
-Pues no creo haber pedido ayuda -agregó ella mientras comenzó a caminar para alejarse de aquél lugar lo antes posible.
El chico la seguía, y ella aligeraba el paso cada vez más. Cuando se encontró en una callejuela oscura, se detuvo en seco. El la observaba fijamente.
-¿Qué demonios quieres?, ya tuve suficiente acoso con lo acaba de pasar -dijo fastidiada volteando el rostro sin mirarle.
-No me malinterpretes, solo que creí poco cortés no intervenir en una situación así.
-No era necesaria ninguna intervención, me podría haber deshecho de ellos ahí mismo, solo que no quería causar alboroto.
El muchacho comenzó a reír a carcajadas – ¡¿alboroto?! Jajaja, me parece que se armó suficiente -dijo divertido.
-¿De qué diablos te estas riendo?, lo digo enserio. ¡Piérdete! No te metas en mi camino.
-De acuerdo –añadió él tras meditar un poco –a propósito… creo que te dejaste tus pertenencias en la posada, ¿no es así?
La chica se sonrojo, furiosa. – Maldición, da igual, no las necesito.
-¿Acaso tienes dinero? -Preguntó él.
-Eso no te incumbe -Dijo ella con expresión cansina y la cabeza agachas. Se apoyó contra la pared y se deslizo hacia abajo, acuclillándose en el suelo mientras suspiraba con mala gana.
Él, con aires de distraído, hizo lo mismo y se sentó a su lado. –Si me permites te puedo ayudar, al parecer estas sola en la isla… no es que me quiera entrometer, es simplemente que no me gusta ver a una señorita en apuros, y no hacer nada… -Agregó mientras miraba para un costado, un poco sonrojado, con una expresión un tanto infantil.
Ella giro su rostro y lo observó de perfil, estaba tan ensimismada en sus propios problemas que ni le había prestado atención, enseguida notó que era muy atractivo y bien formado. El volteó su cara y quedaron cruzando miradas enfrentados, ella se sonrojó muy notoriamente y quitó la mirada. –No me has dicho tu nombre -agrego rápido para disimular, en tono desinteresado.
-Ace -Me llamo Ace.
-Portgas, D Ace- Agregó tras unos segundos ella, con los ojos abiertos y la mirada fija en la nada.
-Bueno, es un alago que una chica tan linda conozca mi nombre -Dijo Ace cambiando enseguida la actitud infantil por una sonrisa espontánea y despreocupada. -¿Tu cómo te llamas?
-Yo me llamo Effy -Marshall D Effy.
La sonrisa en el rostro del chico se desdibujó en un instante y su expresión cambió completamente.
