Disclaimer: Los personajes pertenecen a George R. R. Martin. Yo solo los he tomado prestados por un rato, para disgusto de Martin y deleite mío, y no obtengo ninguna clase de beneficio al hacerlo.
Este fic participa en el Reto #55 "El Primer Amor" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras"
Personajes: Jeyne Poole, Ramsay Bolton, Beric Dondarrion.
I. Jeyne
—Seré buena… —se repetía—. Seré una buena esposa para él. Lo complaceré. Haré todo lo que me pida, le seré leal. —Lágrimas corrían por sus mejillas mientras continuaba temblando en la cama, envuelta en las sábanas, desnuda; recitando aquella especie de mantra—. Le daré hijos, haré lo que quiera.
«¿Qué había hecho para merecer un destino tan terrible?»
Ella no era Arya Stark, no era Arya Caracaballo. Ella era Jeyne Poole, la hija del mayordomo, la mejor amiga de Sansa, la chiquilla ingenua que soñaba con canciones y caballeros de reluciente armadura. La muchacha tonta enamorada del señor del relámpago.
Cuando lograba conciliar el sueño, extenuada y amoratada, después de los horrores que traía la noche, a los que la sometía su señor esposo, soñaba nuevamente con el día del torneo; con la primera vez que había visto a Beric Dondarrion. Su corazón se había saltado unos cuantos latidos al observarlo en las justas. Era tan guapo, tan caballeroso. En su sueño, lord Beric resultaba como ganador y no era a Sansa a quien se le otorgaba una rosa roja sino a ella de manos del apuesto caballero. Aquel comentario que había expresado a Sansa durante el Torneo de la Mano, en sus tontos sueños, por supuesto, se hacía realidad. Ella se casaba con el señor de Refugionegro, se convertía en una dama de verdad, le daba muchos hijos y vivía feliz por el resto de sus días.
Al despertar en la mañana, sin embargo, su realidad era muy diferente. Lord Beric no era su señor esposo, aquel lugar no era Refugionegro y las marcas cubriendo su piel no eran los vestigios de aquellas fuertes manos que dormida le acariciaban y extasiaban.
No, aquellas eran las huellas del horror al que ahora, todas las noches, debía enfrentarse y someterse.
Qué feliz había sido en aquellos días y qué lejos habían quedado. El pasado, al igual que sus seres queridos, sus sueños y esperanzas, había muerto. Lo único que ahora le quedaba de aquel pasado era Theon... pero Theon también estaba roto.
Cuando la puerta de la habitación se abrió nuevamente y Ramsay entró a trompicones, no pudo evitar estremecerse ante la mirada salvaje y perversa que se dibujaba en su rostro. Iba acompañado de una de sus bestias que ladró en cuanto la vio.
—Hoy haremos algo diferente —le dijo mientras se acercaba al lecho y llamaba al animal—. Ponte en cuatro.
Temblorosa y con el rostro húmedo por las lágrimas, apartó las mantas de su cuerpo e hizo lo que se le ordenó. Durante el degradante acto al que Ramsay la sometió rogó a la Doncella por fuerza y a la Madre por valor, a todos los dioses, los nuevos y los antiguos, para que aquello acabara y todo fuera simplemente un mal sueño.
Pero ninguno de los dioses la escuchó. Todos sus ruegos se hacían añicos a manos de aquel hombre. Cuando el bastardo la tomó, aunque sus caricias eran salvajes y la lastimaban, trató de imaginar que era Dondarrion en cuyos brazos se encontraba.
Tampoco dio resultado.
Mientras sus manos la torturaban y aquel miembro la penetraba, se maldijo y lo maldijo; pero sobretodo, maldijo el momento en que había llenado su cabeza de todas esas tontas historias de bardos que tanto le habían gustado.
La vida no era una canción. Las chicas como ella no se casaban con señores ni caballeros. Ningún héroe la rescataría y tendría que continuar encerrada allí, en esa habitación, hasta que Ramsay Bolton finalmente se cansara de ella.
Jeyne, mi pobre Jeyne. Creo que de todas las mujeres de Canción no hay personaje más trágico que el de esta pobre muchacha... traté de darle un momento de felicidad pero es que en manos de Ramsay eso es imposible.
