Entre el amor y el odio

Por: Wendy Grandchester

Capítulo 1 Me duele amarte


Disclaimer:

Candy Candy y sus personajes no me pertenecen, pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente. La historia que leerán a continuación es de mi total autoría al igual que algunos personajes. Ha sido realizada para entretenimiento, no con fines de lucro.

Aviso importante:

Este fic contendrá en la mayor parte de su contenido escenas y lenguaje de carácter sexual explícito, pero no vulgar. Si eres sensible a ese tema, siéntete en plena libertad de abandonar la historia. Éste será el único aviso en todo el contenido.

Si no tienes incoveniente, acompáñame en esta nueva aventura llena de pasión.

Si eres nueva lectora y no conoces acerca de mi trayectoria, te invito a leer mis fics anteriores que ya han sido terminados:

-El rebelde y la dama del establo

-Amor de verano

-Tu mayor tentación


-¡Qué hermosa sonrisa tienes!- El chico se le acercó mientras ella elegía una pasta dental en Walgreens.

-¿Mi sonrisa?-Respondió sonriendo más ampliamente y él sintió que se cegaba.

-Es gracias a la nueva pasta dental Maxwhite Advanced, blancura al instante.- Volvió a sonreir y sus dientes resplandecieron mientras ella sostenía la caja rectangular del dentrífico.

-¡Corte! Ésto es lo más cursi y trillado que he visto para un comercial. ¿Quién preparó éste libreto?- Su voz tronó en el estudio de grabación. La pareja estrella del comercial parpadearon varias veces desconcertados y asustados. Pensaron que por fin el comercial quedaría listo y ellos habían dado lo mejor de sí. Pero Terrence Grandchester, jefe de escenografía, dirección y producción de Grandchester & Co. Television Group no opinaba lo mismo.

-¿No te gusta el diálogo, Terry? Pero si ha quedado perfecto.- Anthony Michaels, camarógrafo ya estaba cansado y quería irse a casa, pero desde hacía tres años, Terry había entrado en una amargura y hostilidad difícil de manejar. Tanto empleados como el elenco de aspirantes a salir en televisión pagaban sus frustraciones.

-¿Perfecto? ¿Llamas a ese diálogo perfecto? Es lo más mediocre que he escuchado jamás.- Respiró profundo y se echó el cabello castaño hacia atrás.- ¿Quién escribió el maldito guión?- Sus ojos azules esperaban una respuesta. Una que seguramente él conocía.

-¿Quien más, Terrence? Por supuesto que lo escribió Candy-. Con fastidio, Anthony, el guapísimo rubio le explicó lo que era obvio. Ella estaba a cargo de los libretos desde hacía unos meses. Pero el problema de Terry con el libreto, no era el guión precisamente, era quien lo escribía. Todo lo que tuviera que ver con ella le molestaba. La odiaba. Llevaba tres años odiándola a morir. Haciéndole la vida de cuadros en todo.

-Disculpen... ¿Me mandaron a llamar?- Entró ella a escenografía, rubia de abundante cabellera rizada, de complexión petite y delicada, tenía unos enormes y avasalladores ojos verdes, mejor dicho dos esmeraldas fulminantes. Sus facciones eran finas y su figura delgada y esbelta. Su nariz respingada y su cara tan lozana como la de una muñequita de porcelana estaba salpicada de pecas, algo que la hacía única y especial. Un encanto al que ningún hombre era inmune... excepto él.

-¡Claro que te mandé a llamar!- Le ladró mucho después de haberla observado a plenitud disimuladamente. Con un jean ceñido que no ocultaban sus botas de punta y tacón fino en un color rojo vino y un suéter blanco con cuello de tortuga, también ceñido a su figura. Una belleza curvilínea y sexy. El frío del aire acondicionado hicieron que sus pezones sobresalieran de la tela.

-¿Me podrías decir en qué pensabas cuando escribías este guión? ¿En Romeo y Julieta?- Espetó sarcástico y sacudiendo el libreto en sus narices. Ella respiró profundo, no dejándose amedrentar por él como hacían muchos. Ella también lo había observado a placer. Porque lo amaba, irremediablemente y tal vez por eso resistía y lo soportaba. Porque su odio hacia ella estaba bastante justificado y ella no lo culpaba.

-¿Qué tienes en contra del guión? Eso fue lo que el cliente solicitó y estuvo conforme. Y por favor, deja de gritarme que yo no te quepo por la boca, además, no soy sorda.- Le arrebató el libreto de las manos y se lo quedó. Vio como toda su figura de más de sies pies de alto se tensaba y su mandíbula se apretaba. A sus veintinueve años era terriblemente guapo, sexy, no existía otro hombre que se viera mejor en jeans que él y ni hablar cuando se ponía esas polos ajustadas que no ocultaban su perfección anatómica. Los demás compañeros de trabajo permanecían mudos, como en una película propia. Esa escena entre ellos era parte de la vida cotidiana en la empresa.

-¿Lo que el cliente solicitó, dices? Porque el cliente tiene tal vez ochenta años y se quedó suspendido en el tiempo seguramente.- Su comentario mordaz vino cargado de una irónica y retorcida sonrisa y ella ya estaba de mala cara, lo miraba con la frente en alto y respingando la nariz.

-Estamos promocionando una pasta dental, no una novela de Corín Tellado. Pudiste haber elegido algo menos cursi y más pegajoso.- La miró con dureza y ella estaba a punto de llorar de rabia. Todos estuvieron encantados con la idea, todos estaban conformes con el guión y los actores habían hecho un excelente trabajo, pero Terrence, con tal de fastidiarla, le encontraría el defecto a un círculo trazado con un compás.

-El cliente es el que está pagando y estuvo de acuerdo con la idea. Si no te gusta, sugiéreselo. Mientras tanto, se queda el guión original.- Le respondió con toda calma y sin bajar la vista. Él la miraba de una forma penetrante y aunque ella le sostenía la mirada, no podía evitar quemarse al sentirla sobre su piel.

-Gente, es todo por hoy, pueden irse a casa, ya que Lady Candice no quiere cooperar ni contribuir para hacer un trabajo de mejor calidad. Cuando Su majestad cambie de opinión, continuaremos.- El personal no lo pensó dos veces y emprendieron la marcha, estaban realmente cansados. La pareja de actores también se marchó, era evidente la decepción en sus rostros. Candy se quedó mirando el libreto que había preparado. Repasándolo, tratando de encontrar una falla, algo que justificara el aborrecimiento de Su alteza Grandchester y esa negación rotunda hacia sus ideas. No se dio cuenta que Terry no se había ido y que la observaba con desdén con los brazos cruzados.

-No importa cuántas veces lo mires. Seguirá siendo mediocre.- Ella dio un respingo. Él le había hablado muy de cerca, la miraba fijo, con ese aire de insolencia entre los dedos, como retándola a desafiarlo. Ella bajó el libreto, lo dobló y lu guardó en su bolso, entonces lo miró. Le devolvió la misma expresión cínica y burlona.

-¿Nunca te han dicho lo ácido que eres? Podríamos licuarte para usarte como destapador de tuberías.- Hace tres años atrás, él habría reído a carcajadas con esa comparación, una tan única de ella. Pero eso era el pasado. Ahora él la odiaba y nada que viniera de ella podría provocarle al menos una sonrisa forzada.

-¿Soy ácido? Tal vez porque a mí no me has tenido a tus pies como has hecho con los demás. ¿Sabes que interpretarías a la viuda negra a la perfección?- Su comentario fue mordaz y su mirada estaba llena de resentimiento y rencor, oscureciendo el bello azúl de sus pupilas. Pero ella también estaba dolida. La acusaba de haber provocado la muerte de su esposo, un hombre que la triplicaba en edad, pero a quien debía todo cuánto era y por quien sintió un gran cariño y devoción. Sus ojos se aguaron. No dijo nada y dio la espalda.

-La verdad duele, ¿no crees?- La retuvo por un brazo obligándola a girarse de frente a él.

-Es un asunto que no vale la pena discutir contigo.- Se safó de su agarre con intención de seguir su camino, pero él volvió a retenerla y ésta vez con más fuerza. La giró hacia él con brusquedad y la aprisionó de los hombros. Estaban demasiado cerca y él pudo sentir su respiración nerviosa y su pulso agitado. A pesar del miedo, ella se mantenía firme y en ningún momento bajó la mirada.

-Me gustaría saber qué fue lo que él vio en ti para que perdiera la cabeza de esa forma.- Lo mismo que tú, le decía una voz interior, pero la ignoró. Ella sintió otra opresión en el pecho, prefirió no recordar e inútilmente intentó volver a safarse de él.

-Lo único que se me ocurre es que te valiste muy bien de tus mañas para volver loco al viejo...- ¡Plaf! Lo abofeteó, quedándose ella misma sorprendida mientras él se llevaba su propia mano a la mejilla agredida y ahí su mirada si fue furiosa. Aterradora.

-¡No tienes ningún derecho! No sabes qué fue lo que...

-¡Claro que lo sé! No hay que ser un genio para suponerlo.- La agarró más firme, ésta vez de la cintura y sus ojos azules eran como dos dagas que se clavaban en ella, siempre dispuestos a herirla sin piedad.

-Y te advierto... Vuelves a tocar mi cara otra vez en tu vida y prepárate. Vas a conocerme de verdad.- Su fuerte mano había detenido otra bofetada y él retenía la de ella con tanta violencia que le dolía. Ella le dedicaba una mirada inyectada de rabia, de dolor, sobre todo, dolor. Mientras lo miraba, con el desafío casi palpable en sus ojos, sus rostros iban acercándose cada vez más, sus labios casi podían tocarse, sus respiraciones eran cada vez más agitadas. La mano de él liberó la suya y sujetó con furia su barbilla. La miró con intensidad. Se inclinó hacia ella para quedar lo más cerca a su escasa altura y sujetándole el cuello con ambas manos para inmovilizarla por completo la besó. Aunque ella no quería ni cedía, aunque los labios de ella permanecían inmóviles, él se abrió paso a la fuerza dentro de su boca. La obligó a seguirle el ritmo. Algo dentro de ella se había rendido, porque por mucho tiempo había soñado con ese beso, tres años para ser precisos. Su lengua era agresiva, la envenenaba y a la vez le daba vida. Sus manos dejaron de ser rudas, dejaron su cuello y se posaron en su cintura. El beso continuaba, ya no era agresivo, era calmado y embravecido. Era capaz de controlar los sentidos y enterrar el orgullo.

De pronto la soltó. La empujó como si quemara. Había vuelto a la realidad, a recordar que la odiaba. Todo en ella temblaba, no asimilaba, se había quedado detenida en el suspiro de ese beso. Se sostuvo de una de las columnas porque su mente y su cuerpo ya no tenían equilibrio.

-Vete de aquí, Candice.- Era una órden. No fue capaz de mirarla a los ojos. Su orgullo era demasiado grande como para afrontar ese momento de debilidad. El miedo desapareció del semblante de ella y lo miró con rabia y furia. Él le dio la espalda y ella se marchó a casa.

Salió hacia el estacionamiento sintiendo como la acariciaba la fresca brisa de Enero en Puerto Rico. Sólo el viento podría ofrecerle una caricia. Tuvo muy poco cariño en la vida, poco afecto y muchos golpes, físicos e intangibles. Se montó en su BMW blanco, iba a casa, preguntándose ahora cómo volvería a verlo y actuar con normalidad después de ese beso. Porque su suerte era tal que tenían que vivir bajo el mismo techo. Llegó a casa por fin y ver a la pequeña Lucy que corrió a sus brazos desbocada le alegró en parte la noche.

-¡Candy! ¿Por qué llegaste tan tarde?- Tenía ocho años, era la hermana menor de Terry. Castaña como él y con los mismos ojazos azules. Fue un milagro concebido en edad avanzada y que se llevó la vida de su madre, cuya memoria todos idolatraban.

-Lucille, déjala llegar, niña. Candy debe estar agotada.- El comprensivo y adorable Albert. Hermano mayor de Terry, la antítesis de él. Rubio y de ojos azúl cielo, tan guapo como él, de treinta y cinco años, un encanto.

-No te preocupes, Al. Yo jamás podría acostarme sin saludar a esta princesa.- La abrazó y la besó en ambas mejillas. Hizo lo mismo con Albert y luego se encerró en su habitación.

Eran muchas emociones para un solo día. Estaba cargada, abatida, mentalmente aturdida. Y todas esas emociones tenían nombre y apellido; Terrence Grandchester. Porque llegó a su vida de la misma forma en que se fue. Para luego volver y que el verdadero infierno se desatara. ¿Y de eso quién tenía la culpa? Si ella también había sido una víctima. ¿Y él? Daño colateral. Ella le había roto el corazón, aunque no fuera adrede, él no podía simplemente cerrar los ojos y volver amarla. Se había conformado con seguir amándolo en silencio y había logrado conseguir un poco de paz y sosiego para su sufrimiento. Y entonces él la besa. Su refugio de naipes se había derrumbado. Sus defensas eran nulas.

-Un buen baño siempre ayuda.- Recordó las palabras de su abuela, que en paz descanse. Tal vez la única persona que la amó sinceramente. Se quitó la ropa apresuradamente, tirando cada pieza hacia cualquier parte. Fue directo a la ducha. Necesitaba que el agua corriera sobre su cuerpo para no distinguir sus lágrimas. Mientras el agua caía sensualmente sobre su cuerpo, su mente navegaba por los mares del recuerdo.

-¡Joder! ¿No eres capaz de preparar un simple almuerzo? Tu padre y yo venimos cansados. Nos hemos pasado la tarde buscando un empleo y tú ahí sentadota mirando esa basura.- Su madre de mala gana tomó el control remoto y le apagó el televisor. Candy la miró con resentimiento, sobre todo al panzón de su esposo que siempre le daba una sensación repulsiva.

-Él no es mi padre. Además, no soy su sirvienta.- Se puso de pie y la desafió con insolencia.

-¿Qué es lo que has dicho, mocosa infeliz?- La señora la agarró del pelo, aprisionándoselo en la nuca y ella forcejeaba para liberarse. Ya no sabía cuánto tiempo más podría soportarlo. Estaba tocando fondo.

-Dije que no soy su sirvienta.- ¡Plaf! La mano de su madre se estampó sobre su mejilla sin compación. La cara de Candy ardía y no por el golpe recibido, sino por la rabia, el coraje y la impotencia. Se dirigió hacia la puerta. Salió despavorida sin importar los gritos y las amenazas de Eliza White.

Salió corriendo como alma que llevaba el diablo, atravezando las calles del barrio y escuchando los piropos impertinentes de los hombres de la deprimente vencidad. Iba tan rápido que el barrio se había quedado muy atrás. Corriendo por la calle que daban a un oulet que había en la ciudad. Iba sin mirar, sin pensar, hasta que de pronto... vio la muerte pasar por sus ojos, el celaje de su fúnebre crespón. El conductor hizo su mejor esfuerzo por frenar en plena avenida y con el semáforo en verde. Hizo lo que pudo por esquivarla, pero no lo logró. La rubia había aparecido de la nada en medio de la carretera. Su coche la impactó y ella cayó sobre el asfalto. El corazón de él latía a millón. Se detuvo y se bajó mientras muchos curiosos observaban la escena, pero nadie ayudaba.

-¡Hey! ¿Puedes escucharme? ¿Estás bien?- Le preguntó al ver que aunque con dificultad se intentaba incorporar. El impacto no había sido tan fuerte, más bien fue un enorme susto porque la chica lo miró y no tenía ningún rastro de haber sido lastimada gravemente.

-Estoy bien... es que...- hizo una pausa antes de continuar. No acostumbraba a ver semejantes hombres como él a menudo. Sabía que era mayor que ella, unos veinticinco años tal vez. Y de buena posición, su Chevrolet Firebird lo decía, también su vestimenta de calidad. Pero eso no fue lo que la paralizó. Fueron sus ojos azulísimos, ese carácter dominante y varonil que le salía por los poros, ese rostro y brazos de ensueño que la ayudaban a ponerse de pie lo que la hechizó para siempre.

-¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre cruzar así por ésta calle? Pude haberte matado.- Le gritaba con reproche mientras la ayudaba a ponerse de pie. La examinaba. A penas uno que otro rasguño en los brazos por el asfalto cuando cayó. Ella lo miró con cierto resentimiento por la forma en que la reprendía como si fuera una niña. Sin embargo, sus ojos brillando por las lágrimas que había soltado durante el camino, le doblegó la voluntad por completo. Entonces reparó por fin en la criatura que tenía delante. Debía estar en sus dieciocho o veinte a lo máximo. La observó a detalle, con su jean gastado y algunos agujeros, su chamarra negra con una imagen en el centro del Rag boy y sus zapatillas Converse desteñidas, habían sido rojas originalmente. El pelo lo llevaba suelto, rebeldemente rizado y hasta algo desaliñado. Su figura era delgada, pero proporcionada donde debía serlo, pero su cara... su cara lo dejaba sin palabras. Era como un ángel abandonado, alguien que irradiaba mucha luz aunque viviera en las tinieblas. Se fijó en sus pecas, imaginando que seguramente debía odiarlas, como todo el que las portaba.

-Lo siento, no quise asustarte. Es que pensé que te había matado...- Su mano se posó sobre su mejilla con ternura, pero ella no estaba acostumbrada a esos afectos, así que en defensa, esquivó la caricia con desconfianza.

-Pues, como puedes ver, estoy muy bien. No te preocupes que no te demandaré.- Le soltó con sarcasmo y resentimiento mientras miraba su auto y su costoso Rolex. Él sonrío de lado por la insolencia y descaro de la chica, una sonrisa torcida mientras sus ojos se achicaban al mirarla. Se le fue el ama cuando vio ese gesto. No, definitivamente no, no tenías la suerte de ser atropellada por semejante espécimen todos los días.

-No me mires así, Pecosa. No deberías andar por ahí sola. No sabes con qué loco te puedas encontrar...

-No suelen atropellarme todos los días- Arremetió interrumpiéndolo por metiche.- Él volvió a sonreirle de lado. En unos minutos se había prendido del ángel en zapatillas que estuvo a punto de aniquilar.

-Lo siento, yo también debí estar más atento. Ven, te llevo a tu casa.- Dijo mientra se dirigía a su carro para quitarlo de en medio de la carretera para no obstruir más el tránsito y ella entonces se encaminó hasta la acera. Pensó en seguir su camino sin rumbo antes de que él estacionara su carro y volviera a acapararla. Su casa era el último lugar al que quería volver.

-¡Hey! ¿Piensas irte así no más?- Detuvo su carro al lado de ella, se alineó en la orilla de la acera y ella detuvo su marcha con fastidio. Como no mostraba intención alguna de subirse, se bajó él.

-¿Qué es lo que quieres? Estoy bien, no me pasó nada, puedes irte ya, gracias por todo.- Ella parecía estar siempre a la defensiva, pensó. A él le gustaban los retos y por alguna razón no podía simplemente dejarla en paz. Algo lo arrastraba hacia ella como un imán.

-No puedo irme y dejarte aquí a tu suerte. Lo siento. Aquí voy a quedarme hasta que decidas irte a casa. Es peligroso andar a solas por aquí.- Ella vio que él no se estaba riendo y algo le dijo que no desistiría. A ella no le aterraba subirse al carro con él, parecía buena persona, lo que le daba pavor era volver a casa después de la rebelión que tuvo con su madre.

-A casa no, por favor... no me lleves a casa.- Suplicó con gruesas lágrimas y su mirada se quedó viendo fijo hacia el cristal de Burger King viendo a una familia comiendo y riendo. Él pudo ver tantas cosas con esa expresión y se le movió toda el alma.

-No te llevaré a casa entonces. Por ahora. ¿Pero sí me aceptas invitarte a comer?- Le sonrió, simplemente encantador. Ella estuvo tentada a declinar la oferta, pero sus tripas realmente gritaban por comida. Ella no tenía ni un peso y la solución no estaba, ella sabía, en volver a casa.

-Está bien. Pero sólo porque estuviste a punto de matarme.- Y por primera vez, él la vio sonreír, abierta y ampliamente. Esa sonrisa le llegó al alma. Era linda en verdad el ángel en zapatillas.

-¡Trato hecho! Entraron al Burger King y mientras él ordenaba muy seguro de lo que quería, ella sólo observaba todo el menú, no porque nada le atrayera, sino porque no sabía qué elegir o no se atrevía en el fondo.

-Pide lo que quieras, ángel pecoso.- Le guiñó un ojo que mató el coraje que le causó su adjetivo. El hambre que tenía podía más que ella, así que dejó atrás la vergüenza y finalmente ordenó. Buscaron una mesa apartada y comenzaron a comer. Cuando él iba por el tercer mordisco de su hamburguesa, ella ya había devorado la suya y se avergonzó cuando se encontró con su fija y sorprendida mirada.

-Disculpa... es que realmente tenía hambre.- Le dio una sonrisa titubeante y en una de las comisuras de sus labios había un poquito de ketchup. Él tuvo que reirse. ¿Cómo alguien que acababa de conocer podía volverse tan adorable en tan sólo un rato?

-No te preocupes. Noy nada mejor que comer con hambre.- Ella volvió a sonreir y de pronto él recordó que nisiquiera sabía su nombre, nisiquiera se habían presentado a pesar de todo lo que habían compartido.

-Disculpa, nunca me presenté. Me llamo Terrence, ¿y tú?- Ella se tensó. No quería que nadie más y menos un extraño tuviera que ver con ella, se quedaba en silencio pensando en la idea. Le diría cualquier nombre falso. Total, era muy probable que no volviera a verlo.

-¿Vas a decirme tu nombre o prefieres que siga llamándote ángel pecoso?- La sacó de su trance y ella tuvo que mirarlo a los ojos. Ya había pensado el nombre que le diría. Uno que describía cómo se sentía realmente.

-Bruma- Le soltó de pronto dejándolo desconcertado. Ni ella supo por qué no se le ocurrió otra cosa mejor. Pero ya lo había disparado y no volvería atrás.

-¿Bruma?- No pudo ocultar su asombro. Tenía que ser una mentira, pensó. ¿Cómo un rostro tan angelical podría portar un nombre tan sombrío?

-Mucho gusto entonces, Bruma. Aunque pienso que ángel pecoso te queda mejor. A mí puedes llamarme Terry.

Continuará...


¡Hola niñas lindas! Aquí estoy de vuelta con otra aventura, la cual espero sea de su agrado. Sé que me lo dirán con sus reviews. También sé que muchas preguntas estarán dando vueltas en su cabeza, pero este fic es así, a medida que sigan pasando los capítulos todo el misterio de ese odio se irá revelando. Pienso esta vez poder dejar un capítulo diario, pero... eso va a depender de sus reviews y el apoyo que le den a ésta historia, pues su ánimo es lo que me impulsa a continuar y hay momentos en los que yo dependo por completo de ese ánimo.

Las quiero, niñas. Dulces sueños.

Wendy