Disclaimer: MLB ni sus personajes me pertenecen, son obra de Thomas Astruc, pero la historia sí es mía.
Advertencia: Ninguna hasta el momento.
Parejas: Love Square y una que otra crack (?)
Summary: Marinette Dupain-Cheng, es la chica invisible con más mala suerte que alguien haya podido conocer. Si su vida ya era un caos, no se imaginarán el pequeño Apocalipsis que estará por desatarse con la llegada de Adrien Agreste, su nuevo compañero de clases y el chico del que está secretamente enamorada…aunque quizás no sea un secreto después de todo.
Misterios familiares, inesperadas revelaciones, una extraña conocida, amuletos encantados, dos corazones y una promesa que sellará sus destinos. ¿Podrá Marinette lidiar con todo lo que estará por suceder?
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¿Qué tan largo es para siempre?
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By: Allie-Laufeyson
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Prólogo
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Desde la repentina desaparición de su madre, su hogar se volvió tan sombrío.
Su padre no pasaba tiempo con él, -no el necesario que hubiera deseado-, estaba metido en asuntos más importantes. A veces le daba la impresión de que estaba harto de las insistentes preguntas de los investigadores y la prensa. Todo se había vuelto un circo mediático.
Las personas especulaban sobre el paradero de la esposa del reconocido y respetado diseñador, Gabriel Agreste.
Unos alegaban por una supuesta infidelidad y que la mujer huyó, otros, más perversos, mencionaban un crimen. Incluso había quienes tenían la certeza de que un asesino rondaba la familia Agreste desde las sombras, nadie se libraba de las sospechas, pero sin un cuerpo, no hay crimen.
Adrien, quien tan solo tenía seis años, observaba oculto y con atención desde el pasadizo que daba a las escaleras, como los reporteros trataban de colarse por la entrada principal.
Nathalie, la secretaria de su padre y otros miembros de seguridad mantenían a raya la situación.
Cada uno trataba de ganarse unas cuántas respuestas sobre la ausencia de la Sra. Agreste.
El pequeño rubio escuchaba atento cada pregunta, no podía imaginar alguna de esas posibilidades, su madre no podría haberlo abandonado. No había una razón para hacerlo, ella amaba a los dos hombres más importantes de su vida.
Él tenía la esperanza de que todo fuera un malentendido.
Salió de su escondite y a paso firme se dirigió hasta la oficina de su papá, pero antes de llamar a la puerta, oyó a alguien murmurar.
— Esto está mal, ¡no puedo sentir la presencia de ambos, Gabriel! —Exclamó la extraña voz. Adrien no pudo reconocerlo. Entreabrió la puerta lo suficiente para ver de quién se trataba, pero solo alcanzó a ver una mancha borrosa color lila que revoloteaba por el lugar. Se talló los ojos, creyendo que imaginaba cosas y al instante siguiente, el diminuto ser desapareció de su vista.
— ¿Qué era eso? ¿Un animal? —Se preguntó. Volvió a enfocar su mirada en la oficina con la esperanza de ver una vez más al extraño animal o lo que fuera, pero se agachó por acto reflejo cuando atisbó la figura de espaldas de su padre. Él más que nadie sabía que a Gabriel le molestaba cuando oía conversaciones ajenas, lo reprendería por ello.
Iba a retirarse sigilosamente, cuando el repiqueteo de los tacones de Nathalie lo alarmó. Si ella lo encontraba husmeando detrás de la puerta, probablemente le diría a su padre y este lo castigaría.
No tuvo más remedio que salir corriendo y dejar todo como estaba. Se precipitó hasta el enorme jardín trasero y se dejó caer al suelo. Su corazón no dejaba de palpitar, apoyó su cabeza contra el muro por unos segundos, mientras llenaba sus pulmones de aire.
— Eso estuvo cerca. —Se levantó y caminó -más tranquilo- hasta los lirios que su madre cuidaba con tanto esmero. El jardín siempre fue el santuario de ella. Su papá había mandando a arreglarlo como un lindo regalo de cumpleaños para su mamá.
Por eso no le sorprendía que su jardín apareciera en esas revistas de casas de los famosos, no recordaba bien el nombre, pero le resultaba gracioso que las personas pagaran para ver la decoración de su casa en una publicación.
Se paseó contando los diferentes tipos de flores que habían, hasta detenerse en uno de los frondosos árboles del lugar. Levantó la cabeza y lo vio con nostalgia, se estaba marchitando lentamente.
Recordó cuando era más chico y solía preguntarle a su madre por qué las hojas de ese árbol eran de color rosa. Ella le sonrió en aquel entonces y le contó una historia.
— Los árboles de cerezo simbolizan la belleza y el amor. Cuando dos personas se profesan amor eterno frente a un árbol de cerezo, este empieza a florecer como fruto de una promesa. —Respondió.
— ¿Y alguna vez se marchitan? —Preguntó Adrien con curiosidad. Ella le devolvió una mirada melancólica que él no supo descifrar.
— Solo cuando están tristes…o se sienten solos.
— Yo creo que este árbol nunca estará triste, porque yo cuidaré de él, mamá, com tú lo haces conmigo. —La mujer recobró la compostura y se conmovió ante las palabras de su hijo.
— Adrien, eres un niño tan dulce. El día que te enamores de una niña, sé que la harás muy feliz. —Removió con cariño las hebras rubias de él.
— No me gustan las niñas, son raras. —Hizo un gesto de desagrado.
— Creí que te caía bien Chloé. —Inquirió.
— Por eso, mamá, son raras. —Su madre empezó a reír, su retoño aún era muy pequeño para conocer el significado de la palabra "enamorarse".
— Eso no dirás en unos años más, cariño. —Canturreó y pellizcó una de sus mejillas.
— El día que me enamoré de una niña, serás la primera en saberlo, te lo prometo. —Sonrió y recibió un efusivo beso de su madre.
— Que sea nuestra promesa. —Ella levantó el dedo meñique y él entrelazó el suyo para sellar su pacto.
— Probablemente nunca llegue a cumplir mi promesa contigo, mamá. —Pasó sus dedos por la textura rugosa del árbol. Quería llorar, pero no podía hacerlo. Su padre le había dicho que solo los débiles mostraban su dolor.
Adrien se arrodilló frente al árbol, se mordió el labio y se limpió con la manga de su camiseta las traicioneras lágrimas que amenazaban con desbordarse.
Cuando estaba recuperando la calma, pudo ver a lo lejos lo que parecía ser una tortuga que se escabullía entre los arbustos. El rubio se sorprendió, pues no recordaba que hubieran comprado tortugas para su jardín.
Se levantó y fue a perseguir al animalito. Una duda lo embargó, ¿de dónde había salido?
— Oye, espera…—Se calló de repente y miró atónito su descubrimiento. Justo delante de él había un agujero entre el muro de raíces y hojas, era uno pequeño por donde solo un niño podría atravesar. Se quedó quieto y observó con atención.
— ¿Cómo es que papá o alguno de los jardineros no se hayan dado cuenta de esto? —Dudó.
Se encogió y gateó hasta el agujero, no era tan oscuro como imaginaba que sería.
Se alegró al ver que había alcanzado a la tortuga, aunque esta se veía algo rara, había lapsos en que se detenía y se giraba un poco para ver si él lo seguía.
Le daba la impresión de que quería llevarlo a algún lugar.
Adrien reparó en que ese hoyo daba salida a una calle, -que al parecer- era poco transitada, también se percató que no estaba tan lejos de la Torre Eiffel.
— ¿No se supone que debería haber aunque sea alguien por aquí? —Le pareció extraño no ver a nadie, pero finalmente le restó importancia.
Trató de buscar a la tortuga con la mirada, podría hacerla su nueva mascota.
Le pareció ver un bulto, como el de una roca moviéndose lentamente hasta doblar por una esquina.
— Para ser una tortuga es muy rápida. —Pensó y fue tras ella. Al voltear a la esquina se tropezó con un señor de avanzada edad, él cayó al suelo y se sobó la frente. De pronto, escuchó al anciano preguntar.
— ¿Te encuentras bien, niño?
— S-Sí, yo, ¡uhm lo siento! No veía por donde iba. —Se disculpó el rubio.
— ¿Estabas distraído, huh?
— Yo…estaba siguiendo una tortuga, pero creo que la he perdido de vista. —Respondió con desilusión.
— ¿Te refieres a esta tortuga? —Del bolsillo de la camisa del anciano, salió el animalito. Adrien no lo había notado antes, pero esa tortuga tenía una antena…eso era raro. — Saluda, Wayzz. —El hombre le habló a la tortuga.
— Hola, niño que me perseguía. —Bromeó. El rubio se asustó y cayó al suelo una vez más.
— ¡Esa tortuga habla! —Chilló.
— Y también puedo volar. —Dio vueltas alrededor de él. — ¡Creí que no te encontraríamos nunca, Adrien! —Gritó con alegría, posándose sobre su cabeza.
— ¿Q-Quiénes son ustedes? —Quizo saber. Analizó con algo de miedo a Wayzz y luego dirigió su atención al hombre, esperando una respuesta clara.
El anciano se acercó, le tendió una mano al niño y le respondió:
— Me llaman Fu, el maestro Fu. Es un placer finalmente conocernos, hijo de Elizabeth Agreste…
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Esta es mi primer fic de MLB, espero que no sea tan "meh" lol.
¡Esta historia también la estoy subiendo en Wattpad! cofcofestáuncapítulomásadelantadacofcof.
