Alexander se frotó la sien, cansado. Suspiró mirando por la ventana, decenas de personas movían sus labios y aunque no pudiera oírlos el sabía perfectamente de lo que estaban hablando.
Volteó al oír la puerta de su oficina abrirse, vió a Angélica entrar con una expresión colérica pero eso no fue lo que le extraño.
- Angélica, ¿Cómo entraste?.
Ni Eliza ni ninguno de sus hijos estaba en casa ¿Acaso ella tenía una llave?.
- ¿Así que encontraste un lugar con pasto más verde? — Tiró los papeles que traía al inmigrante, efectivamente era parte del panfleto Reynolds— Y saltaste la valla a otro lugar — Se cruzó de brazos — ¿Fue bueno? ¿María tiene algo que Eliza no te puede dar?.
Alexander se agachó a recoger los papeles sintiendo como Angélica lo apuñalaba con sus pupilas.
- Espero que estés orgulloso de tu decisión, si, espero que esto sea lo que hubieras deseado — miró al techo con una sonrisa que parecía ocultar un creciente impulso homicida — Pero al menos tu legado está asegurado.
Ya recogidos los papeles se levantó y volteó a su escritorio, los dejó ahí sin mirar nunca a la furiosa Schuyler, ella notó esto y se acercó.
- Dices lo tienes que decir, escribes lo que debes escribir para que siempre quedar bien — intentaba hacer que Alexander lo mirara pero este la evitaba — ¿Te mataría quedarte callado sólo una vez?. — Alexander apretó la mesa, Angélica puso ambas manos en sus caderas. — Bueno, lamento que la vida te haya dejado tan maltrecho y lamento que nuestra familia no pueda dejarte satisfecho. Gracias a Dios que María llegó.
Alexander no soportó más, se dirigió a la salida pero Angélica no había acabado, lo siguió.
- Tienes todo lo que siempre quisiste al fin, tu sueño de un buen legado se hizo realidad. Bien por tí — lo señaló de forma acusatoria repitiendo la última palabra dos veces más remarcado lo egoísta que estaba siendo — Apuñalaste a tu familia por la espalda pero ¡Al menos no robaste nada!. Bien por tí.
Alexander miró a la morena suplicante de compresión a pocos pasos de la salida de su casa pero se encontró con muchas cosas en esa mirada excepto eso.
- Bien por tí.
Eso fue todo lo que necesitaba oir.
Echado por su propia cuñada de su propia casa, increíble.
Camino haciendo oídos sordos de los murmullos de la gente en las calles permaneciendo indiferente a algunos gritos, pero lo que a lo que no pudo permanecer indiferente fue a quién se cruzó.
- Eliza…
Tenía ojeras y sus ojos lucían cansados, sin duda había estado llorando.
- ¿Has pensado siquiera en estar arrepentido? — Miró a su hijo sentado en una banca del parque sintiéndose mal por él — Tal vez debí hacerlo presentido — Volvió a mirar a Alexander, esta vez con una expresión severa — ¿¡Lo valió!? Pues espero que para tí si, porque para el resto de tu familia, no.
Alexander retrocedió, Eliza enojada daba más miedo que la propia Angélica, sintió que chocaba con alguien, volteó y se encontró con Lafayette. El francés apartó su vista del panfleto y lo miró enojado, pero no había decepción en su mirada cómo en Angélica o Eliza, parecía que el ya se lo esperaba.
- No tienes una pizca de arrepentimiento pero ya me lo esperaba, traicionar es tu talento. Cuando alguien ya no te es útil, te olvidas de él sin más, lo aplastas y dejas atrás.
Mientras hablaba rompía el papel y avanzaba hacía Alexander quien, intimidado, retrocedía. Se detuvo al sentir a Eliza tras él. Terminó con su esposa y su amigo, si podía seguir llamándolo así, frente a él hablándole al unísono.
- Pues si ya no te soy de utilidad, adelante, olvídate de mí ya, hazlo, me da igual.
Era como si la rabia contra él los hubiera sincronizado.
- Me callaré y te dejaré ir — Angélica no se había quedado satisfecha, apareció súbitamente en la escena con una carta en su mano, esa infame carta con una coma que le había quitado tantas noches de sueño — ¿Eso estaría bien para tí?.
Rompió la carta frente a Alexander, quien sintió un deja vú. Angélica se acercó a su hermana.
- Sólo me sentaré mientras tu diriges
el show ¿Eso te parece bien? ¿Te parece bien?.
Trató de calmar a las Schuyler, miró con pena a Lafayette pero el francés le dejó claro con una mirada que no estaba de su parte.
Las voces de sus conocidos se fueron haciendo incomprensibles, cómo murmullos que repetían lo mismo una y otra vez. La culpa le pesaba, se arrodilló en el suelo.
-Solo necesito tiempo para pensar, pero creo que este bote ya no va a aguantar. ¿Cómo borro lo que escribí en tinta? — Preguntó al cielo, pues sabía que la única persona que podría responder a eso estaba en bajo tierra — Si pudiera cambiar la historia, lo haría. Las palabras que escribí vuelven contra mí. Este tren que yo mismo arranqué, se descarrila junto con mis palabras, tengo que pararlo ¡Sólo déjame bajar!.
Sintió que Lafayette lo jalaba de la camisa para levantarlo.
- Ya obtuviste todo lo que siempre quisiste, tu sueño se hizo realidad, ¿Por qué mierda deberías llorar? — El francés lo volteó, Alexander logró ver a Jefferson, Burr y Madison disfrutando la escena y ahí lo supo, había perdido — Hiciste lo que tenías que hacer ¿No es así?.
Lo tiró al suelo, fue el primero en irse.
"Bien por tí" dijo cada uno antes de irse de la escena, Alexander miró al suelo, notó un par de botas frente a él. Subió la vista, sus pupilas se mermaron en una mezcla de asombro y horror.
- L…Laurens.
El pecoso lo miraba cómo si le diera asco.
- Tienes lo que siempre quisiste.
Alexander abrió los ojos súbitamente, estaba en su oficina durmiendo en su escritorio. Se estiró, la espalda lo estaba matando.
Escuchó como tocaban la puerta, concedió el premiso de pasar.
-Angélica.
La susodicha sonrió.
- Alexander — se acercó a él pretendiendo abrazarlo pero apenas lo tuvo cerca le tomó el cuello de la camisa y lo atrajo sosteniendole la mirada con cólera.— Felicidades.
