Bridgette se estaba llevando la deliciosa comida a su boca cuando Félix pronunció esas palabras que exigía que se levante y lo acompañe lejos del restaurante. El mismo aludido que se había desanudado un poco la corbata, al sentirse sin aire. Agh... ¡No lo aguantaba! ¡No lo aguantaba! Sintiendo como sus manos sudaban y un hormigueo se instalaba en su piel. ¡Quería irse! ¡No soportaba ni un minuto más!

—¡Nos vamos! —espetó, ya pagando la cuenta al camarero y levantándose de su asiento.

—Aun no termine de comer —reprochó la mujer.

—Vámonos —dijo con voz más alta y autoritaria.

Bridgette lo miró a los ojos esperando otra reacción, pero seguía impasible.

—¿Por qué? ¿¡Por qué eres así!? —preguntó molesta y desilusionada, levantándose mientras apoyaba sus palmas en la mesa.

—¡Bridgette! —pronunció su nombre de una manera que decía que no diga más. Que no haga una escena.

Y eso la lastimo. ¿Para que la llevaba a veladas románticas sino quería hacer una escena? ¡Tenía que hacer una escena!

—¡Félix, quiero divorciarme! —gritó sin importarle que los demás clientes lo vieran, que ahoguen su voz en asombro, al oír aquello.

—¡No digas estupideces! —espetó.

—¡No son estupideces! —Repuso—¡Estoy cansada de que hagas esto casi todas las noches! ¡Ya no aguanto tus bipolaridades! ¡Quiero divorciarme!

—¿Estas borracha? —Cuestionó en voz alta—Deja de decir disparates, ¡Tonta! —insultó.

Ya todos los clientes como el personal habían dejado lo que estaban haciendo para prestar atención a la pareja que se había convertido en un espectáculo.

—¿Por qué no puedo divorciarme de ti?

—Porque para divorciarnos, primero tenemos que estar casados —frunciendo el ceño.

—Entonces, ¡Cásate conmigo! —exclamó.

—¿Qué? —pronunció sin evitarlo por la sorpresa. Así estaban todos los demás que estaban observando como grabando con sus celulares.

La cosa, había dado un giro inesperado.

—Cásate conmigo—pidió la mujer casi de forma suplicante—¿Cuánto tengo que esperar para que me propongas ser tu esposa?

—Bridgette...—musito en un hilo de voz.

—¡Quiero casarme contigo!—sus ojos le rogaban, lo anhelaban—¿Por qué aun no me lo propones?

Félix no podía hablar, sentía que la corbata le estaba ahorcando el cuello.

—¿Crees que no note la cajita? ¿No me di cuenta que la tienes en tu bolsillo izquierdo del saco? —Cuestionó—Hace semanas me invitas a lujosos restaurantes, creyendo que por fin te declararías y no lo haces. ¿No quieres?

Félix estaba impactado, sus ojos estaban muy abiertos, su boca levemente abierta, expresaba asombro.

—¿Te gustaría casarte conmigo? —preguntó ella. Al parecer le estaba proponiendo matrimonio.

Félix miraba sus ojos cristalizados, brillantes y deseosos. Y todas las demás personas estaban mirando la escena con mucha expectación, pareciendo que contenían su aliento, esperando por el final y deseando tener palomitas para comer mientras prestaban atención a lo que estaba sucediendo.

Cuando el hombre reacciono, dobló una de sus piernas y de rodillas mientras sacaba la cajita de su saco, la abría y le mostraba el anillo.

—Bridgette, ¿Me harías el honor de ser mi esposa? —sus ojos celestes fijos en los tan luminosos azules. Él sería quien se lo proponga.

A ella no le importó quien haga la propuesta, ¡Quería casarse con él!

—¡Si, si! ¡Claro que sí! —Se abalanzo a sus brazos, haciéndolo caer al suelo —No sabes cuánto lo he esperado—Tomó los dos lados de su cara y le planto un beso lleno de amor—¡Te amo, Félix!

—Y yo a ti—le susurró en la oreja—No querrás el divorcio, luego de que no casemos ¿Cierto?

—No, nunca ¡Estaremos juntos hasta que la muerte nos separe!

Entretanto pequeñas lágrimas se formaban en sus ojos por la emoción y mientras se abrazaban, besaban, sonreían, reían. En el restaurante, los aplausos como los chiflidos de los espectadores —ya libres de tener un infarto— no tardaron en llegar a la pareja recién comprometida.