Los primeros rayos de luz que el ardiente astro ofrecía entraron entre los pequeños espacios que dejaban las anticuadas cortinas de madera. Lo primero que iluminaron aquellos traviesos rayos fue una cama a medio deshacer con un cuerpo tirado en ella, arropado con las mantas de rasposa tela y de exigua calidad. A la puerta de aquella destartalada habitación podían verse armaduras, lanzas, espadas y el arma que no daña al cuerpo sino al alma: materiales de pintura.
Fuera de la cama una melena rubia empezaba a vestirse sin dejar de mirar el cuerpo que reposaba en la yacija mientras una dulce sonrisa intentaba hacer hecho de presencia, aunque solía ser eliminada por una negación, como si aquel movimiento de cabeza fuese capaz de alejar también los alegres recuerdos y pensamientos de la noche anterior.
Cuando terminó de colocarse todas sus prendas tomó las armas del alma anteriormente mencionadas y se sentó en una silla que parecía ser de mejor calidad que toda la habitación en su conjunto. Tomó un papel y empezó a dibujar líneas, curvas y borrones con el arte con el que un pájaro surca el cielo.
Según acariciaba el amarillento soporte con delicadeza, a su mente venían recuerdos y no podía evitar que aquella pilla sonrisa hiciese su aparición, esta vez sin darse cuenta ni su portador y quedándose allí como una juguetona observadora. Terminó aquel sencillo boceto de carboncillo con rapidez, antes de que las luces despertasen al durmiente siquiera. Lo firmó y lo dejó a su lado, esperando que aquel gesto le produjese felicidad.
Se colocó sus protecciones y tomando sus armas se disponía a salir cuando el ruido del camastro le hizo detenerse, contemplando cómo lentamente un bosque entero se despertaba. Ofreció su mayor sonrisa y abrió las cortinas de madera que permitirían pasar al completo los rayos de luz que bañarían la luz de su cabeza.
—Buenos días, Kyle —El tono que el rubio usó pretendía ser serio, como si le hablase con cierto respeto, pero a su vez su lustrosa sonrisa hacía notarse el irónico sentido de todas sus palabras.
—Buenos días —El somnoliento bosque soltó un bostezo, sin pillar el irónico tono ni el intento de irritación que buscaba el rubio— ¿Qué hora es?
—Hora de que te levantes, la princesa Eirika nos espera para partir… Anoche debiste acabar muy cansado —Al hablar dejó que unas palabras se mantuviese en su boca durante demasiado tiempo, al igual que creó cierto sonsonete en ellas.
—Eso sucedió una vez y no puede volver a repetirse ni nadie, nadie, debe enterarse; ¿Entendido? —Pese a la seriedad de sus palabras y sus declaraciones, tomó a su compañero entre sus brazos y posó un beso entre sus labios.
—Sí, entendido, ¿Esto último se podría repetir? —Bromeó guiñándole un ojo, dándole ahora él un beso que el otro correspondió, aunque intentando mostrar cierta falsa desgana en sus ojos.
Forde se rió tras el beso, en parte por la propia situación y en parte de su ¿Pareja? ¿Amigo? ¿Compañero? Le dio otro beso y se apartó de él lentamente. Se acercó a la puerta y le miró, de nuevo con su burlesca sonrisa, de nuevo con aquel gesto que era capaz de hacer que Kyle le quisiese matar, destruir, aniquilar y besar. Dioses, cómo podía quererle ni él mismo lo sabía, pero lo hacía. Le quería. Le quería y le quería matar.
—Vamos, lentorro o nunca llegaremos —Le guiñó el ojo tras eso y salió con la lanza cargada a la espalda y silbando una cancioncilla que habían escuchado la noche anterior en la posada mientras bebían.
Kyle soltó un suspiro, rodó los ojos y se levantó con intención de equiparse con todo. Giró la cabeza y se encontró con el amarillento papel donde ambos estaban inmortalizados cubiertos por unas sábanas que escondían lo que ellos ya no querían esconder. Sonrió y lo guardó en el lazo izquierdo de su peto, junto a su latente amigo.
