NA: Este fic participa en el reto de noviembre de "la batalla de hielo y fuego" para el foro "Alas negras, palabras negras". Como es evidente, ninguno de los personajes o el mundo de ASoIaF me pertenece, si no sería rico a causa del merchandising exageradamente caro.
Reitero mis quejas habituales de que 500 palabras es poco para expresar nada y no sé si esta vez he logrado expresar lo que yo pretendía.
Las ruinas del septo de Harrenhal se amontonaban junto a la torre de los fantasmas. Piedras maltrechas de color negro se mezclaban con algunas grises, esparcidas entre las malas hierbas que crecían entre estas.
La pequeña Minisa caminaba descalza entre las rocas. Todo el castillo le parecía aterrador, pero aquella zona no. Su camisón amarillo llegaba a arrastrar por el suelo, dejando apenas entrever los dedos de sus pequeños pies cuando avanzaba entre los escombros.
Trozos de las esculturas de piedra de los siete se amontonaban entre los escombros de siglos atrás. El busto de la madre, casi intacto y con la cabeza partida por la mitad, se apoyaba contra la roca de hiedra que crecía de forma salvaje en aquella pared. El martillo del herrero justo debajo sirvió de asiento a la niña que apoyó la cabeza en el pecho de aquella sinuosa figura que sostenía una forma abultada entre el pecho. Desde allí podía ver la entrada al bosque y su espesura y quizá fuera aquello lo que le regalaba el descanso que no encontraba nunca en su alcoba. Hecha un ovillo, la niña cerró los ojos un instante.
La noche era oscura y hacía frío. El invierno había llegado hacía semanas, pero los primeros copos de nieve empezaron a caer entonces.
Cuando Minisa abrió los ojos se sorprendió de no encontrar a su Septa cerca. Siempre estaba allí cuando se escapaba y la obligaba a volver a la cama, pero no aquella vez. En lugar de aquella mujer de prominente barriga, un ciervo pequeño la miraba desde la entrada del bosque. Sus oscuros ojos negros parpadearon varias veces despertando la curiosidad de la niña, que se levantó dispuesta a tocar al animal.
Los pasos de Minisa asustaron al cervatillo, que avanzó al interior del bosque. La pequeña lo siguió de cerca, quería acariciar aquel pelaje fino. Una vez ya dentro del bosque, la niña se lanzó sobre el animal y rodeó con sus brazos a aquella cría salvaje. El animal se asustó, empujando a la pequeña a la par que saltaba hacía el suelo embarrado.
Minisa cayó rodando entre el lodo, resbalándose su cuerpo hasta el agua del rio que la empujó hacia abajo. El caudal era alto para la época del año. La niña braceó inútilmente intentando volver a la orilla, pero no tenía suficiente fuerza y cada vez que movía un brazo se sentía más agotada. Podía notar a los peces nadar entre sus piernas delgadas, raspando su piel con sus aletas. De alguna manera aquellos peces cavaban su tumba.
Poco a poco la pequeña se hundió en las aguas, notando como el aire se agotaba en sus pulmones. Su cuerpo respondió solo abriendo la boca para adquirir oxígeno, pero solo el aguan entró en estos. Un intenso pitido martilleó su cabeza.
En aquel momento Minisa abrió los ojos. Su Septa le acaba de propinar un bofetón. La pequeña se pasó la mano por la mejilla dolorida. El venado había sido solo un sueño.
