Disclaimer: Este fic participa en el "Reto: Naughty Christmas 2015" del foro de InuYasha "Hazme el amor". Los personajes no me pertenecen, son de la Mangaka Rumiko Takahashi, sin embargo la historia es mía y está prohibido plagiar historias.
Acá estoy de nuevo, espero que hayan pasado una feliz navidad y que haya un prospero año nuevo, que hayan comido perdices y recibido muchos regalos.
La pareja es BankKag, así que si no te gusta la pareja, te invito a que te abstengas de hacer un comentario ofensivo.
Puede haber OoC.
Espero que me dejen un review comentando qué les pareció el cap (son gratis, dejen muchos, codos XD )
Sin más, les dejo una canción (que tampoco es mía) para que la escuchen mientras leen el capítulo:
Love Runs Out- OneRepublic
Hay un maníaco aquí
Tengo un ángel en uno de mis hombros, y a Mefistófeles en el otro
Mi mamá me crió muy bien,
Y ella me decía: "Haz lo que quieras, pero reza en las noches"
Y ahora se los digo a ustedes, porque yo soy muy devoto
Hasta que el amor llegó a su fin, el amor se acabó, sí
Capítulo 1
Kagome suspiró derrotada. Aun se encontraba en sus manos el sobre color dorado que le anunciaba la próxima boda de su amiga, Sango, de la cual era la madrina de honor.
Suspiró y restregando su pequeña mano por su fino rostro, solo podía pensar:
¿A quién se le ocurre casarse en diciembre?
Pero la boda de su querida hermana no era el problema. Tampoco el que fuera en diciembre, ya que, después de tanto tiempo sin ver a sus padres ni a su ciudad natal, Tokio, pensaba hacerles una visita desde hace un buen rato.
No.
El problema estaba escrito en la invitación de la boda de Sango.
El padrino de honor.
Doblando el fino papel color crema, colocó con delicadeza la invitación de la boda de su mejor amiga en la mesita de noche, y se arrojó con fuerza a la cama.
Bankotsu Uchiha.
¿Qué sería de él después de tanto tiempo?
Mirando al techo, chasqueó la lengua.
Bankotsu era un tema del pasado, que no le interesaba y que había dado por olvidado cuando se mudó a Nueva York.
Resopló frustrada.
¿A quién quería engañar? Bankotsu se había colado en sus pensamientos y en su ser como una segunda piel y aún, después de tanto tiempo no podía sacarlo de su cabeza. Recordó la rapidez con la que él se había olvidado de ella, mudándose a otro lado sin decir una palabra. Ése día, él le había roto el corazón con su desprecio, lo exprimió entre sus manos como si no fuese más que una chica fácil de las que frecuentaba y de las que tanto alarde hacía por sus aventuras de una noche.
¿Acaso eres estúpida? No sé qué tengas en ese intento de cerebro, que pensaste que podrías atarme a ti. Pero olvídalo. Nunca significaste nada.
La azabache apretó su almohada contra sus frágiles brazos y reprimió las lágrimas que amenazaban con brotar de sus pozos cafés.
Bankotsu había sido un idiota redomado de primera. No sabía que era lo que había pensado cuando creyó que el moreno la amaba. Apretó los parpados para deshacerse de cualquier intento de lágrimas que se había quedado atrapado entre sus ojos. Observó el portarretrato clavado en la pared color rojo de su habitación.
Era de aquellos tiempos cuando pensaban que no habría nada más que felicidad.
Sango tenía puesto un jersey de cuello alto color rojo y una bonita falda color gris y su cabello estaba atado en una coleta alta. Estaba sonrojada y a su lado, Miroku, que tenía una de sus manos muy cerca de cierta parte intocable (el trasero) de la castaña, llevaba un suéter color morado que resaltaba sus azules ojos a juego con unos jeans negros. Junto a él, Kagome llevaba un fino suéter color verde y unos jeans azules apretados, su cintura era rodeada con posesividad por un moreno de azulina mirada que llevaba puesto un suéter gris con una chamarra de cuero negro encima de ésta y portaba unos jeans azul marino. Abrazado al cuello de éste, al final se encontraba Jakotsu; con una bufanda morada, un suéter color rosado y un pantalón de vivos colores.
Todos mostraban una sonrisa con todos los dientes. Había sido hace seis navidades, cuando estaban por entrar a la universidad y sólo pensaban en lo bueno que traía la vida.
Ja.
Cuando más te confías, la vida te daba una patada en el trasero, y tenía nombre: karma.
Un moreno de azulina mirada recorría las callejuelas de Washington en un convertible color negro. Sus pensamientos se encontraban inundados por los contradictorios sentimientos. Por una parte, la navidad era la época en la que su pasado había tenido una mayor dicha que ninguna otra, pero también era la que actualmente más le jorobaba la vida.
Mientras sostenía el volante y miraba a su alrededor, pensaba en mil y un razones estúpidas para atribuirle al espíritu navideño. Hacía años que prácticamente se había vuelto un Grinch con respecto a las fiestas decembrinas y miraba exasperado a su entorno.
Giró en un recodo de la calle, introduciendo el coche en un alto edificio. Subió la rampa que daba a su apartamento y se bajó del coche.
Introdujo una de sus manos en el buzón, sacando una montaña de correspondencia que le faltaba por leer. Chasqueó la lengua y metió una mano en el saco color gris que portaba, sacando del bolsillo de éste una llave plateada. La introdujo en la perilla de la puerta y posteriormente entró.
Estaba cansado, por lo que dejando los sobres en la mesa, comenzó a desabrocharse la corbata, cuando sintió unas finas manos rodearle el cuello. Las manos se movían descaradamente por su firme torso y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar del contacto.
—Vamos a la cama, cariño— escuchó la suave voz, que hacia un enorme intento por sonar seductora.
Se dio la vuelta, encontrándose con una pelirroja envuelta con un albornoz blanco. Sus piernas lechosas se asomaban, y pensó que a pesar de no recordar si era Shayla, o Eleanor, o Kristine, y que de verdad no le importaba. Por lo que sin decir una palabra se dejó llevar por las manos de la pelirroja hasta la puerta de su habitación, dispuesto a disfrutar lo que ella quería ofrecerle.
Se levantó de la cama, se quitó el condón y haciéndole un nudo, lo arrojó al cesto de basura. Regresó la vista y observó el rostro de la pelirroja que dormía en su cama. La miró con indiferencia, diciéndose que debía de deshacerse de ella lo antes posible y conseguir otro tipo de mujeres.
Quizá rubias.
Pero nunca morenas.
Y mucho menos azabaches.
Se puso un pantalón de lino color blanco, y Salió de su habitación procurando hacer el menor ruido posible. Cuando las mujeres dormían en su cama, regularmente se ponían en un intento de parecer seductoras y coquetas, cuando sólo obtenían un adjetivo calificativo de parte de él: RIDÍCULAS.
Así que sí, entre menos ruido hiciera sería mucho mejor.
Tomando los sobres que estaban en la encimera, comenzó a separarlos, hasta que se encontró con un sobre color dorado con un moño de un color más oscuro.
Se sentó en su sillón minimalista, retiró el moño y abrió el papel color crema que había dentro.
Sobre esta tierra existe una unidad.
El ritmo fluye a través de cada cosa viviente
Las cosas con raíces, troncos y hojas
Las cosas con caparazón, aletas y pieles
Las cosas con alas con las cuales vuelan
Las cosas que gatean y luego caminan
Cada cosa debe comer, respirar y descansar
Cada cosa ser buscar y ser buscada
Cada uno tiene un principio y un propósito a cumplir
Y a cada uno un fin y un nuevo comienzo.
Te invitamos a iniciar ese nuevo comienzo junto a nosotros
Sango & Miroku
Tokio, Diciembre de 2015
Inconscientemente sonrió por su amigo, y pensó que era feliz por él. Que Sango sabría qué hacer con él y estaba seguro que ambos serían muy felices porque eran LA pareja. Ésa de la que pocas veces se había escuchado hablar y que estaba de acuerdo con que no todas las personas vivían para ver o ser partícipes de ese tipo de amor.
Su mirada se oscureció.
No era momento para pensar en el amor. Mucho menos de evocar recuerdos del pasado.
Continuó leyendo hasta que su azulina mirada se ubicó en el nombre de la madrina.
Se quedó helado.
No solo porque en el nombre de la madrina estaba el que tanto había querido olvidar después de tantos años.
Sino por el que estaba a un lado, confirmando quien sería el padrino.
Kagome Higurashi & Bankotsu Uchiha
Su cerebro se desconectó unos momentos, diciéndose una y otra vez que debía de ser un error y que su vista le estaba jugando una mala pasada.
Le dio una mirada despectiva al sobre y tomó su celular de la mesilla de la sala.
Buscó entre los contactos, hasta que encontró el nombre de Jakotsu. Se llevó el artefacto al oído, y después del tercer timbrazo, escuchó la afeminada voz tan característica de su hermano.
—¿Hola?
—Dime que Miroku y Sango están jodidamente bromeando.
El castaño al otro lado del teléfono, maldecía internamente. Se iba a armar la gorda. Bankotsu se había enterado por lo que contestó con voz nerviosa:
—Les dije que era una mala idea, pero ya sabes cómo son de cabezones. Sango quería que su mejor amiga fuera su madrina y Miroku que su primo fuese el padrino, así que tuvieron una acalorada discusión sobre quienes serían o no los padrinos, pero al final de estar separados por tres días se abrazaron, se besaron y concordaron que les importaba una mierda lo que ustedes pensaran, ya que era su boda. Así que salieron, fueron a diseñar las malditas invitaciones y ése fue el resultado. Lo siento, Onii-chan.
Cuando por fin soltó toda su perorata, el castaño pudo respirar, dándose cuenta de que su hermano no había dicho nada de ello. Se lo imaginó tensando la mandíbula y cerrando los ojos para contener su furia.
—Onii-chan, ¿estás ahí?
Después de unos momentos lo escuchó suspirar.
—Sinceramente, esto es una mierda.
—Lo sé, Onii-chan. ¿Qué piensas hacer?
—No puedo dejar a Sango y a Miroku plantados en su boda, aunque se lo merezcan como la mierda. No me lo perdonarían jamás.
—¿Y entonces?
—Creo que haremos que ésta metida de pata valga la pena. Nos vemos, Jakotsu.
—Nos vemos, Banki.
Colgó e inmediatamente se sintió muy mal por lo que debía de estar pasando su hermano, por lo que buscando entre sus contactos el nombre de Sango, le mandó un breve mensaje.
Bankotsu ya lo sabe. Habrá problemas.
Se dijo a sí mismo que quizás exageraba, pero por el tono frío y oscuro que había utilizado el pelinegro antes de cortar la llamada, estaba seguro de que habría un montón de cosas emocionantes y peligrosas que pasarían en ésa boda.
—¿Estas segura de ello, Kagome?- cuestionó una pelicorta vestida con una minifalda y un top, mientras miraba a su amiga con preocupación.
La morena suspiró y tomando un sorbo de su café, mientras le devolvía la mirada a una de sus mejores amigas.
—La verdad es que no. Pero no puedo hacer como si ésa invitación no hubiera pasado por el maldito buzón.
Yura Sakagasami la miró con algo parecido a la compasión. Tomó su mano y dándole un suave apretón, le preguntó:
—¿Y cuándo te vas?
—Mañana en la tarde tomaré un vuelo a Washington. Quiero visitar a Ayame, a Koga y a Shippo antes de irme a Los Ángeles.
La pelicorta miró a la azabache por sobre su taza de café y cruzando las piernas enfundadas en sus largas botas de cuero, negó con la cabeza.
—Creo que esto es una estupidez- admitió.
La peli azabache soltó un gemido mientras se cubría la cara con las manos. Mientras miraba a su amiga le dio la sensación que parecía un animal enjaulado. De verdad estaba haciendo alusión al nombre de Kagome y sintió su dolor como si fuera suyo.
Kagome estaba en la puerta de su casa, arrastrando una pesada maleta. Sacó su celular y llamó a un taxi para que la llevara al aeropuerto.
Se ajustó la bufanda gris al cuello, ya que hacia bastante frío y se miró los pies enfundados en unas botas de pana negras. Se ajustó el jersey y la chamarra de cuero color blanco. Tembló un poco ya que unos simples jeans no ayudaban mucho con el frío en sus piernas.
Suspiró y apagó la luz. Cerró la puerta tras de sí y metió la llave en el bolso que llevaba al hombro. Como había supuesto, la nieve comenzaba a caer del cielo de la ciudad de Nueva York. Abrió una sombrilla y cruzó la calle, para posteriormente cerrarla y subirse al taxi que la estaba esperando al otro lado de la calle.
—Al aeropuerto, por favor.
El hombre tras el volante asintió y arrancó el coche.
Kagome se encontraba con la cabeza recargada en el cristal de la ventana, y mientras veía la ciudad, los anuncios, las luces navideñas parpadeando y los altos edificios, no podía sacarse la pregunta que le había estado rondando en la cabeza desde que abrió el sobre.
¿Qué sería de Bankotsu?
Cerró los ojos y se acurrucó en el asiento de cuero, mientras escuchaba Jingle Bell Rock en la radio.
Sopesó sus recuerdos un rato, rememorando como se sentían sus brazos rodeándola, sus risas, su ceño fruncido por sus caprichos, sus besos.
Se despertó de su ensoñación con el claxon de un coche tras ellos, y se percató de que ya iban a llegar al aeropuerto.
Frotó sus manos con ansiedad, tratando de darles calor de ésa manera.
Faltaban diez días para noche buena, pero quería estar en la ciudad para pasar tiempo con su familia.
Extrañaba la comida de su madre, las pláticas con su padre, jugar videojuegos con Souta, e incluso los relatos sin sentido del abuelo.
Ya hasta podía sentir el olor de las galletas de su madre siendo sacadas del horno.
Su estómago hizo ruido y el chófer levantó la vista del asiento delantero y la observó con una sonrisa. Kagome le devolvió la sonrisa con las mejillas rojas al hombre con cabello, bigote y barba blanca frente a ella.
Se le hizo extrañamente familiar, pero no le tomó importancia, ya que era un poco tarde para que fuera a registrar el equipaje. Sacó su cartera del bolso y le entregó al hombre un billete de cincuenta dólares, mientras le guiñaba un ojo, abría la puerta para bajar y sacaba su maleta mientras decía:
—Gracias, quédese con el cambio.
Cerró la puerta, y si hubiese regresado la mirada o hubiera puesto más atención, hubiera escuchado al hombre que la miraba con una sonrisa en los ojos y le decía:
—Tu vida estará a punto de cambiar, Kagome.
—Kagome, Kagome.
Escuchó que la llamaban y sonrió mientras bajaba del avión y sus labios se curvaban en una sonrisa al ver a Shippo corriendo hacia ella con las mejillas rojas por el esfuerzo y con los brazos extendidos hacia ella.
Soltó su maleta y lo tomó en brazos mientras que Ayame y Koga veían a su hijo y le sonreían.
Le encantaba venir a ver Ayame y a su familia.
Después de que salieron de la escuela y su enamorada amiga le soltara la bomba de que se casaría con Koga, se sorprendió un poco por la rapidez con la que habían decidido todo, pero con una sonrisa, los apoyó incondicionalmente en todas sus luchas desde que se mudaron de Tokio. Además, desde que Shippo había nacido, se había convertido en un pilar y en una tía muy alcahueta para el pequeño, que esperaba con ansias sus visitas.
Bajó al pequeño de seis años de sus brazos y lo abrazó con fuerza.
—Mira cuanto haz crecido— susurró en el oído del pequeño, que reía a carcajadas.
—Tía Kag, ¿traes nuestro secreto?— cuchicheó el pelirrojo en su oído solo para que ella pudiera oírlo y que sus padres que estaban unos pasos más allá no se enteraran de que su tía Kag le daba dotaciones de azúcar y paletas cuando venía
La oji chocolate le guiñó un ojo, lo que provocó que el crío sonriera encantado.
Lo tomó de la mano, y arrastrando su pesada maleta, se dirigió con sus amigos que la esperaban para darle un caluroso abrazo.
—Me alegro mucho que tuvieras tiempo de venir— dijo la pelirroja con lágrimas en los ojos
—¿Bromeas? ¿Y no traerle a mi sobrino su regalo de navidad? ¡Qué clase de tía crees que soy!—exclamó la peli azabache mientras le devolvía a su amiga el abrazo.
Koga las miró con una expresión de ternura. Frente a él estaban las mujeres que más quería en la vida y que lo habían ayudado a salir de un infierno.
Miró a su esposa con amor, y bajó la vista un poco para contemplar a la peli azabache que hablaba rápidamente con su esposa y abrazaba a Shippo con un brazo, y con el otro izaba la maleta mientras se encaminaban al auto de la familia Wolf.
Si bien una vez pensó que estaba enamorado de la azabache, su amor por su querida pelirroja fue más fuerte y con su perseverancia pudo conquistarlo y robarle cada parte de su corazón. No se arrepentía de las decisiones que había tomado y con una sonrisa plantada en el rostro preguntó:
—¿Acaso no hay abrazo para mí?
Las mujeres que iban tres metros por delante de él, se giraron, y la azabache por fin prestándole atención, soltó la maleta y la mano de Shippo, para posteriormente correr hacia él y saltar mientras el moreno la atrapaba en sus brazos.
—Hola, Koga.
—Hola, Kagome— respondió el moreno con una sonrisa, y bajó a su amiga para encontrarse a su esposa que los miraba con una mueca en el rostro, pero con una sonrisa en los ojos.
—¿Sabes? Si no supiera que le importas una mierda a Kagome, estaría bastante celosa en este momento.
Kagome se carcajeó al escucharla y miró a Koga que tenía una sonrisa tenue en los labios.
—Ouch—. murmuró el moreno, e hizo ademán como si el comentario le hubiese dolido, después abrió los brazos y le sonrió — Ven aquí.
Ayame se carcajeó al escucharle y se lanzó a los brazos de su esposo para besarlo con ardor.
Kagome sonrió y escuchó a Shippo con una carcajada a punto de brotar de su boca, cuando lo vio taparse los ojos y hacer muecas de asco en los labios, para después mirar entre sus manos con una sonrisa.
—Hagan eso en su habitación, cochinos.
Los Wolf se separaron y sonrieron ante las ocurrencias de su hijo.
Kagome se dijo que cuando ella tuviera una familia, sería tan feliz como sus amigos.
Era una promesa.
—Sinceramente, esto es una mierda— dijo Koga, mientras se llevaba las manos al pelo ajustando su coleta.
Kagome sonrió, mientras desparramaba las albóndigas del espagueti por el plato sin mucho entusiasmo.
—Lo mismo dijo Yura.
—Cariño, no puedes hacer como si los últimos seis años no hubiesen pasado. Será un asco para ti— señaló la pelirroja, apuntándole con su tenedor, mientras se percataba de que su hijo había comido demasiado deprisa. Estaba seguro que había asaltado la maleta de Kagome en busca de golosinas.
La morena suspiró y levantó la vista, mirándolos con dolor. Solo pocas personas conocían la razón del dolor en los ojos de la azabache y estaban orgullosos de ser de los pocos que la apoyaban en todo lo que ella decidiera.
—Lo sé, pero no puedo dejar a Sango. Es su día especial.
Los Wolf omitieron el hecho de que Bankotsu era un reconocido empresario ahí en Washington. Estaban al tanto del estado emocional de la chica, por lo que evitaban lo más que podían el tema.
—De verdad quisiéramos ir contigo, pero el viaje cuesta mucho dinero y somos tres cabezas que alimentar- dijo Koga, mirándola con una disculpa no dicha por sus labios.
La azabache se encogió de hombros y les sonrió.
—No se preocupen, estaré bien.
Sólo esperaba que si continuaba diciéndoselo una y otra vez a sí misma, de verdad se cumpliera.
Ésa misma tarde, Kagome arrastraba su maleta por el aeropuerto de nuevo. Koga y Ayame venían tras ella, mientras que Shippo venia agarrado de su mano con fuerza. El niño estaba inusualmente callado, por lo que se detuvo y se agachó a un lado de él, acariciándole el cabello.
—¿Pasa algo Shippo? ¿estás bien?— cuestionó la morena.
Los ojos del pequeño se llenaron de lágrimas y la abrazó con fuerza.
—No quiero que te vayas, Kag— susurró él.
La respuesta le rompió el corazón a la oji chocolate, que le devolvió el abrazo con fuerza y le susurró al oído:
—Te prometo que volveré en cuanto regrese de Tokio, ¿me prometes que me esperaras?— le preguntó la morena con una sonrisa, intentando retener las lágrimas y ofreciéndole su dedo meñique. Solo las promesas de meñiques contaban.
—Lo prometo— susurró el niño mientras le daba un apretón con su dedito, sellando la promesa de meñiques.
—Dejé un regalo en tu habitación, atrás de la pista de carros— susurró la chica en el oído del niño.
El crío se carcajeó al escucharla. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mirada y le sonrió.
—Gracias Kag, te extrañaré.
Los Wolf los miraban enternecidos, pero no se percataron de una azulina mirada que miraba a la azabache con atención y anhelo.
Grande fue la sorpresa de Bankotsu al encontrarse en el mismo lugar que él a Kagome, después de tantos años.
Empuñó las manos y se dio media vuelta para que la azabache no lo mirara. Sería lo mejor.
Escuchó que le decían:
—Cariño, si no dejas que Kagome se vaya, va a perder el vuelo.
Vio a una pelirroja abrazarla con fuerza, y a un moreno que se acercaba a ella y la abrazaba un tiempo más largo que lo debido. Apretó la mandíbula y se dio media vuelta, no queriendo admitirse a sí mismo la desagradable sensación que se arremolinaba en su estómago al verla abrazada por otro hombre.
La escuchó despedirse, y la vio acercarse a entregar su boleto, cuando escuchó que le decían
—Señorita, ése vuelo acaba de partir.
La miró cambiar su mirada por una de incredulidad y gritar con voz chillona
—¡Eso no puede ser posible!
—Señorita, la hora ha pasado. El vuelo de las 6:35 ya despegó. Lo siento- dijo el hombre uniformado que recibía los boletos.
Cuando escuchó la voz, miró a su boleto y se dio cuenta de dos cosas.
A) La primera es que le había tocado estar en el mismo avión que la azabache.
B) La segunda era que el avión había despegado y ambos se habían quedado en Washington.
No pudo controlar la maldición que salió de sus labios en voz alta.
Miró a la espalda de ella que se tensó tras el sonido.
Sólo una persona tenía esa voz al maldecir, y la conocía perfectamente. Por lo que girándose, se encontró con el moreno de larga trenza que era dueño de sus sueños, sus pesadillas y sus recuerdos.
Se miraron a los ojos unos momentos, y un escalofrío bajó por su cuerpo, al ver la sonrisa ladeada del moreno, y la expresión que oscura que pasó por sus ojos al contemplarla.
No supo por qué, pero recordó uno de los refranes de su madre.
Pueblo chico, infierno grande.
Sip, definitivamente el dicho de su madre era completamente cierto y esa mirada solo traía problemas.
Linitha-chan*
Muchas gracias por leer, nos vemos en el siguiente cap :* , que estén bien
