El eldunarí palpitó una vez. El centro del corazón de corazones se iluminó durante un segundo, mostrando un brillo dorado, para después volver a apagarse, volviendo a su estado anterior. Llevaba haciendo esto desde hacía varios días como Eragon había observado, pero no era capaz de saber que sucedía exactamente, como tampoco Saphira, ya que el primero conocía desde hacía poco tiempo la existencia del corazón de corazones desde hacía poco tiempo, y la segunda se había relacionado poco con estos.
Después de casi un minuto, Eragon cerró la bolsa en la que se encontraba el eldunarí y se dio la vuelta en las sábanas intentando descansar algo que no había podido hacer desde la batalla de Feinster.
Los días que siguieron al asedio de la ciudad sureña de Feinster, Eragon los recordaría como un continuo devenir de problemas. Tanto Jinete como dragona sólo pudieron descansar un par de horas, ya que justo después habían tenido que atender a sus obligaciones, a pesar de que ambos estaban agotados tanto por la batalla como por el viaje desde Ellésmera, y ni siquiera les habían dejado tiempo para llorar la muerte de sus maestros, Oromis y Glaerd.
Durante dos días los vardenos habían estado consiguiendo víveres y reorganizando las filas de soldados sin descanso además de organizar los funerales por los caídos, tatos de los ciudadanos de la ciudad como de los rebeldes que los atacaban. Lady Lorana había resultado ser de gran utilidad, ya que les había podido dar alguna información acerca de los planes que Galbatorix tenía para la ciudad, hasta donde le permitía su juramento de lealtad que la antigua Señora de Feinster había hecho al rey; además, cuando los habitantes y soldados de la ciudadela habían visto el trato que los vardenos daban a su Señora, y la cooperación de ésta con los vardenos, muchos de ellos se unieron a sus filas, pues entre los habitantes de a ciudad y los rebeldes existían lazos familiares, y no existían muchos que estuviesen de acuerdo con las leyes de Galbatorix.
Los siguientes días, cuando n la ciudad todo quedaba dispuesto, y las mujeres y los niños que no habían podido asistir a la batalla se unieron a ellos, los vardenos continuaron su viaje hacia el norte sin descanso, dirigiéndose a la ciudad de Belatona, pero el camino se hizo más largo de lo debido, al encontrarse con un temporal de lluvias, que les hacía avanzar más despacio. La líder de los vardenos Nasuada, estaba de muy mal humor, porque sabía que cada día extra que se retrasaran en su marcha hasta Belatona podía costarles muy caro. Además del peligro que correrían si Murtagh y Espina aparecían, lo cual no parecía probable debido a los fuertes vientos, resultaba muy difícil encontrar provisiones para tanta gente, y con el temporal a los cazadores les resultaba muy complicado encontrar presas suficientes y no podían traer el alimento necesario desde Surda, ya que eso los retrasaría aún más.
Sin embargo, por fin habían llegado. Se encontraban a tan solo un día de marcha de la ciudad, apartados de los caminos, para o ser observados, pero lo suficientemente cerca como para que los espías les informasen de las noticias. La idea hasta ese momento era atacar la ciudad en la noche siguiente, esperando coger a los habitantes por sorpresa.
Estoy llegando
Eragon escuchó mentalmente a Saphira, quien había salido hacia el sur, de caza. Más tranquilo al saber que la dragona estaba bien, el muchacho se sumió en uno de sus sueños de vigilia, tratando de recuperar fuerzas a la espera del amanecer.
