Esta historia participa en el reto número 95 ("Bueno, bonito y barato") del foro Alas Negras, Palabras Negras, aka el foro en el que debes estar si te gusta Canción de Hielo y Fuego.

Escribo por entretenimiento y este no me genera ningún beneficio económico (desgraciadamente). Todo pertenece a George Martin (y el porcentaje que tenga la HBO).

Palabras: 500 justas.

Mercy

Todos dieron la bienvenida a Gata de los Canales. Aunque era una extranjera perdida en una tierra hostil, pequeña y con un acento braavosi casi incomprensible, tenía algo de bandida en sus manos ágiles. Gata quiso demostrárselo, así que entregó el primer botín que cayó en esas manos suyas. Cuando explicó a quiénes lo había sisado, quisieron colgarlos en un claro del bosque, y entonces los cadáveres de Tytos, Arwood y Robert Frey se mecieron como frutas demasiado maduras que amenazaban con caerse del árbol. Los tres habían llorado.

Gata tendría que aprender muchos rostros y nombres, pero Arya Stark no. Arya no había olvidado a Lim Capa de Limón ni a Dick el Lampiño, tampoco a Meg, Notch, Gendry o Jack con Suerte. Eran viejos amigos y conocidos, y verlos vivos, sobreviviendo tanto tiempo después, le había instalado una sensación reconfortante en el pecho; pero ninguna de las dos estaba allí por ellos. Por las noches, sus sueños de lobo la llamaban, y mientras Gata, Beth, Nadie y todas las demás creían que era una pobre expresión de nostalgia que debía arrinconar, la remota Arya Stark le susurró al oído que era hora de volver a casa.

Merodearon por los caminos un par de semanas, dedicándose al noble arte del pillaje y la ejecución, hasta que pusieron rumbo a algún lugar entre Sietecauces y el Pantano de la Bruja, donde la Hermandad había emplazado su nueva madriguera. Fue allí donde la vio. Sus nuevos hermanos la llamaban Madre ―la Madre Inmisericorde― y la Ahorcadora, la Revivida, Hermana Silenciosa y Corazón de Piedra.

Jeyne la Larga la acompañó ante Madre.

―Esta es Gata, una ladrona braavosi ―Jeyne se acarició el vientre abultado―. Lim dice que les ha venido bien durante el trayecto. Mi señora, si me disculpáis, voy a retirarme.

Corazón de Piedra asintió. Se llevó una mano al cuello y su voz sonó como un desgarro.

―Lo siento ―dijo―, creo que no os he comprendido.

―Lejos ―murmuró en un aliento. Se fijó en las heridas de sus dedos, que un cuchillo había hecho hacía mucho tiempo―. De… casa…

―He estado más lejos ―respondió Arya, sin acento.

Corazón de Piedra retiró la capucha que la cubría hasta la nariz, y Arya vio los colgajos de su piel, blancos, verdes, marrones, putrefactos; las llagas de su cuello; y se asomó a sus ojos rojos, muertos, inhumanos, que habían perdido el matiz de las aguas en calma que Arya recordaba. En aquellos ojos solo había vacío y odio. Y dolor.

Arya también se descubrió y retiró su cara de Gata. Su rostro se alargó y su mirada se tornó grisácea, su nariz se redondeó y los dientes se alinearon.

Su madre compuso un semblante de pánico. Su respiración se aceleró y de sus labios se escapó un silbido angustioso. Arya la detuvo antes de que se echase la capucha encima.

―Mamá ―dijo, sabiendo que aquello ya no era su madre―. He venido para darte el don. Ahora tendrás descanso. Te quiero, mamá.