Siempre me ha interesado la infancia de los personajes sobre los que leo, porque pienso que es lo que dictamina gran parte de su forma de ser en el presente en el que los leemos. Siendo así, no pude resistirme a tratar la infancia de los personajes de esta saga. En este primer One-Shot, el primer día de colegio de Simon. Espero que disfrutéis leyéndolo ^^


Lápices de Cera.

El quince de septiembre de 1997 amaneció nublado en Brooklyn. Un pequeño Simon Lewis de seis años yacía en su cama destapado y con un pie por fuera, roncando imperceptiblemente. La noche anterior no había podido dormir hasta la madrugada, y como consecuencia, su madre tuvo que gastar toda su capacidad persuasiva en levantar al niño de la cama. Normalmente, Elaine Lewis no hubiera insistido en despertar a su hijo tan temprano, pero esa mañana tenía que hacerlo. Era el primer día de colegio del pequeño Simon.

Finalmente el infante se levantó y dejó que su madre lo vistiera con su nuevo uniforme: pantalón gris, polo blanco y suéter azul oscuro, para nada del gusto de Simon, cuyo color favorito era el naranja chillón. También se dejó colocar unos zapatos incomodísimos que al final del día le harían herida, y permitió muy a su pesar que su madre lo repeinara y le pusiera colonia.

Simon se miró al espejo y contempló su reflejo con desgana. Un crío algo canijo para su edad y para más inri, vestido con ropa de señor mayor, le devolvió la mirada. Su pelo rizado seguía revuelto por mucho que su madre hubiera intentado aplastarlo, y sus gafas parecían demasiado grandes para una carita tan diminuta. No pudo evitar pensar que ese tal cole no podía ser tan guay como decía Rebecca si lo obligaban a vestirse con ropa que no le gustaba.

Desayunó a las prisas –su madre casi lo atraganta con una tostada porque llegaban tarde- así que no le dio tiempo a tomarse su Cola-Cao. A Simon le encantaba el Cola-Cao. Era intolerable que su madre le obligara a salir sin beberse su Cola-Cao porque "vas a llegar tarde al cole". Más puntos en contra de ese tal cole.

De momento, lo único que le gustaba del tan ansiado día era que le habían comprado la mochila de Spiderman que llevaba pidiendo desde marzo. No obstante, su madre y su hermana se la habían llenado de libros, cuadernillos de ejercicios, fichas para colorear y montones y montones de lápices, rotuladores y borradores; la conclusión acabó siendo un niño de seis años, bajito, con el pelo revuelto y cara de mala leche, andando por Brooklyn jorobado porque llevaba a la espalda una mochila de Spiderman con la cremallera a medio reventar y que pesaba más que él.

Llegaron a la puerta de la escuela primaria Longfellow con dos minutos de antelación. Mientras los demás niños lloraban abrazados a las piernas de sus impotentes mamás, a la madre de Simon apenas si le dio tiempo a darle un beso y desearle buena suerte a su desorientado retoño, que cuando quiso darse cuenta estaba solo con un montón de mocosos desconocidos y llorones.

Les recibió su nueva profesora, una tal Señorita Highsmith, rubia y de sonrisa amable. A Simon le gustó, pero apenas si le pudo dedicar una mirada. En seguida la pobre mujer se vio envuelta en un torbellino de niños que lloraban y querían a su mami, y con la paciencia que sólo puede tener una profesora de primaria, fue calmándolos uno a uno.

El pequeño de pelo revuelto suspiró y se dirigió hacia los pocos estudiantes que, como él, no lloraban por sus madres. La Señorita Highsmith les había dicho que podían ir sentándose donde quisieran y que se distrajeran mientras ella podía atender a toda la clase. El castaño inspeccionó el ambiente a través de los cristales de sus gafas.

Sentados en la primera fila, había dos niños rubios idénticos, pecosos y con gafas, el uniforme pulcramente planchado y los libros ya encima de la mesa. A Simon le dio un escalofrío sólo de pensar en que no sólo tendría que aguantar en clase un crío repipi, sino a dos críos repipis exactamente iguales.

En la última fila se había sentado sólo un niño literalmente enorme. Si lo hubiera visto en el recreo, Simon hubiera pensado que era de tercer curso por lo menos. Tenía el pelo negro muy corto, casi rapado, lo que hacía parecer aún más grande su cabeza y le daba a su cara una expresión que no invitaba precisamente a hacerse amigos.

Finalmente, sentada en una de las filas medias, había una niña pelirroja que Simon apenas podía ver porque tenía la cara enterrada en un libro de colorear. Lo único que pudo percibir de ella es que era casi tan bajita y canija para su edad como él. Eso le transmitió confianza (sobretodo teniendo en cuenta que las otras dos opciones eran los gemelos repelentes o el que parecía un matón) así que suspiró y con más resignación que ganas fue a sentarse con ella.

Soltó con un golpe sordo en el suelo junto al pupitre su rebosante mochila nueva y decidió imitar a su compañera de mesa, así que sacó su propio libro de colorear –un ejemplar de personajes de Marvel que le había regalado Rebeca- y se dispuso a coger los lápices de cera.

Genial. Sencillamente genial. Su madre se había acordado de vestirle como un abuelo, repeinarle para nada, ponerle zapatos incómodos y meter en su mochila todos los artículos de papelería habidos y por haber, excepto sus lápices de cera. Simon se negaba tajantemente a colorear con cualquier cosa que no fueran ceras de colores. Suspiró por enésima vez esa mañana. De fondo escuchaba los intentos de persuasión de la Señorita Highsmith y los llantos de sus compañeros. No le gustaba nada ese tal cole.

Al final decidió que lo más lógico sería pedirle prestadas unas ceras a su silenciosa acompañante. Alzó la mirada, dobló la cintura para poder encararla y habló por primera vez desde que había salido de casa.

-Perdona, ¿tienes cera azul y roja? No puedo colorear al Capitán América.

Y como para demostrarle que era verdad, señaló la página de su libro de colorear donde aparecía el superhéroe en blanco y negro.

La niña levantó la cabeza por fin de su libro, y unos ojos enormes y verdes le devolvieron a Simon la mirada. La pequeña pelirroja sonrió.

-Claro, toma. –Y puso su caja de ceras de colores entre los dos pupitres, para que ambos pudieran pintar.

-Gracias. Es muy bonito. - Señaló el dibujo de la niña, una escena de Los Tres Cerditos perfectamente coloreada, y se sonrojó hasta la raíz del pelo. Lo había dicho para devolverle a su compañera el gesto amable, pero no se le daba bien hablar con desconocidos. Se le pasaron un poco los nervios cuando la pequeña volvió a sonreírle.

-Soy Clary.

-Yo Simon.


Y así amigos, es como empezó todo entre nuestros dos amigos favoritos. Al menos en mi cabeza, claro.

Espero que os haya gustado la primera escena, si es así, hacédmelo saber con un RR. Y si no os ha gustado, decidme también por qué en un RR para que pueda mejorarlo. Nos vemos en una semana con la segunda escena, el nacimiento de Max desde la perspectiva de un Alec de nueve años (Awww).

Ave Atque Vale, lectores ^^