Las personas están atadas a algo, ese algo es el destino. Mi madre siempre me decía que el destino me guardaba grandes cosas, que algún día, cuando menos lo esperara, el destino me regalaría aquello más eh estado esperando. En realidad no deseaba nada en aquel tiempo, ahora, solo desearía tenerla una vez más a mi lado. No recuerdo su voz, mucho menos su rostro, simplemente, me eh aferrado al único recuerdo que me ha dejado, y es el medallón de oro que cuelga en mi cuello. Aunque la verdad, no tiene sentido que una esclava cargue con tan preciada prenda; muchos han tratado de robármela, otros han mentido diciendo que yo se las robe. Los humanos son seres avariciosos y repugnantes, por eso a veces me gusta pensar que no soy uno. Sin embargo, tengo las necesidades de uno; eh sentido frio y hambre tantas veces que es difícil contarlas, ningún humana debería vivir como yo lo eh hecho, no se lo desearía a nadie, incluso a aquellos que han creado esta vida para mí.

Una esclava huérfana que ha sido tocada por sus amos incontables veces, ha quedado en las más inhumanas condiciones posibles, no carga nada de valor, más que el medallón de oro de su madre, ni siquiera ella misma tiene valor, esa soy yo, Morgiana.

Soy de una familia la cual ha servido como esclava desde sus inicios, siempre hemos estado atados a estos grilletes. Aunque recuerdo que hubo una época, en la que no lo odiaba. Hace mucho tiempo, cuando era pequeña, tuvimos unos amos bajados de los cielos. Eran personas tan amables, que a veces me preguntaba si eran ángeles. Les molestaba que mi madre y yo nos refiriéramos a nosotras mismas como esclavas, pues decían que éramos parte de su familia, pues nací y me críe los primeros años de mi vida en aquella casa, era muy feliz. Pero por desgracia aquella felicidad no duro para siempre, ni siquiera una década. Jamás olvidare aquella noche. Mientras mi madre y yo dormíamos en nuestra habitación, un fuerte brillo hizo que mis ojos se abrieran, aun medio somnolienta, mis sentidos comenzaron a despertar y pude oler el humo. Desperté a mi madre a grito, ella y yo salimos disparadas a buscar a nuestros amos, pero al abrir la puerta de nuestra habitación, solo había llamas, llamas tan fuertes y brillantes que parecía el mismo infierno. Grite desesperada los nombres de nuestros amos, pero nadie respondió, lo cual solo significaba una cosa.

Caí de rodillas en el piso, justo después cayeron mis lágrimas a este. Los niños pueden ser tan inocentes que resultan graciosos, pues lo que tenía en mente en ese momento, es que tal vez si llorara lo suficiente, podría apagar el fuego, pero no fue así. Busque a mi madre con la mirada y note que estaba haciendo algo con nuestras sabanas, una cuerda. La amarro al poste de la cama y la lanzo por la ventana, sabía lo que iba hacer. Extendió su mano para que escapara con ella, pero yo no quería, no quería irme, no quería dejar atrás a mi familia, pero mi mama no tomaría un no por respuesta. Tiro de mi brazo y me abrazo contra su pecho.

-¡No te sueltes Morgiana!-dijo mientras sostenía la cuerda improvisada y saltaba por la ventana.

Tenía miedo de mirar abajo, pero aún más de mirar arriba y ver la nuestro hogar en llamas, por lo que cerré mis ojos y deje mis lágrimas resbalar por mis mejillas. Abrace con fuerza a mi madre y espere que bajáramos para abrir mis ojos. Pero aun estando abajo, no los abrí, ni siquiera cuando corríamos del incendio hacía ninguna parte, no los abrí. Mi madre nos llevó a un edificio abandonado no muy lejos de casa, se podía ver perfectamente el incendio desde allí, pero ninguna de las dos quería ver aquella vista tan espantosa. Cuando al fin nos acurrucamos con una manta vieja que encontramos, lloramos juntas hasta el cansancio. "¿Por qué paso esto?", quería preguntarle a mi madre, pero las palabras no salían, solo llantos, y aun si hubiera podido preguntarlo, estoy segura que mi madre no hubiera podido responderme. Al cesar las lágrimas, mi madre me miro con ojos de compasión, de seguro pensaba que era horrible que su hija, una niña tan pequeña, estuviera pasando por todo eso, pero no quería que sintiera lastima por mí, pues ella también había perdido a las personas que amaba, menos a mí. Me rodeo en un cálido abrazo por un segundo, para luego alejarse y mirarme a los ojos. Se aclaró la garganta y llevo sus manos detrás de su cuello, donde desabrocho la cadena de oro que le había obsequiado nuestra ama, se lo quito y me lo coloco a mí. Trate de negarme, pero esta solo acaricio mis mejilla con ternura, como si dijera: "Quédatelo", por lo que no pude negarme. De repente escuchamos unas voces que se oían a distancia. Al asomarnos a ver por la ventana, vimos personas que vivían por los alrededores, rodeando la ya incinerada casa.

-¡Que tragedia!-dijo espantada la voz de una mujer.

-¿Cómo sucedió esto?-dijo un hombre con un tono de tristeza

-¿Habrán dejado la caldera encendida?

Distintas voces pronunciaban ese tipo de comentarios de lamentos mientras iban llegando más personas, hasta que una resalto en especial:

-¡Fueron las esclavas!-la voz grave de un hombre resalto entre la multitud-¡Ellas se aprovecharon de la amabilidad de sus amos y quemaron su casa para poder llevarse sus riquezas y escapar!

Los murmullos se volvieron más escandalosos y la gente comenzó a exasperarse.

-Asquerosas zorras malagradecidas, ¡por esa razón les dije que no debían tratar de ese modo a unas esclavas, no son más que mierda aprovechada!

-A los esclavos se les debe tratar como son, ¡esclavos!

-Este es el ejemplo de que no se le debe tratar a los esclavos de manera amable. ¡Basuras como esas no merecen ser considerados humanos!

-¡Busquemos a esas dos antes de que causen más daño!

-Son las únicas en el pueblo con ese extraño cabello rojo, serán fáciles de encontrar.

Siempre eh amado mi cabello rojo, pues es el mismo que mi madre y para mí, este cabello tiene una conexión más fuerte que la sangre. Pero en aquel momento, deseaba deshacerme de él más que nada en el mundo. Sentía tristeza, ira, odio, tantas emociones que no sabía que podía tener nacieron en esos momentos. ¿Qué nosotras provocamos el incendio? ¿Para conseguir las riquezas de la casa? Nuestra verdadera riqueza fue incinerada junto con la casa, y esa era nuestra familia, ¿Y aun así creían que éramos capaces de eso solo por ser esclavas?
En ese tiempo era tan pequeña que no lo entendía, pero cuando mi madre y yo salíamos a comprar las verduras al mercado, o buscar agua al rio, las miradas de las personas a nuestro alrededor eran de asco, como si estuvieran viendo a la mayor alimaña que había pisado este planeta, pero mi madre siempre me ponía algún tema de conversación para no que no les prestara atención, y lo lograba, pues fue gracias a lo que estoy viviendo ahora que sé, que esas personas nos veían peor que cualquier alimaña. Y todo por ser esclavas.

Con pedazos de tela de aquella manta vieja de antes, mi madre y yo cubrimos nuestro cabello. Caminábamos sigilosamente por las calles, escondiéndonos cuando estábamos a la luz en cualquier callejón oscuro cercano, como si fuéramos ratas, pero si algo bueno tenían las ratas, es que eran difíciles de atrapar, por lo que no me molestaba pensar que era una. La puesta de sol estaba por empezar y mi madre y yo nos dirigíamos a la salida del pueblo; no teníamos ropa, comida, mucho menos dinero, pero era más seguro viajar así que quedarnos en aquel pueblo. Me dolían las piernas, sentía que en cualquier momento escupiría sangre, no recordaba haber corrido tanto en mi corta vida en ese tiempo. Pero mi madre, mientras sostenía mí mano, me seguía animando diciendo:

-¡Solo un par de edificios más Morgiana!-dijo con falta de aliento-¡Un poco más y seremos libres!

Sonreí motivada por las palabras de mi madre. Sin saber que ese solo era el inicio de mi verdadero encarcelamiento.

A unos metros de nosotras se encontraban el portón principal del pueblo, el cual se abría a las 6:00 A.M, justo a tiempo en que mi madre y yo nos diríamos a él. "A estas alturas seguro dejaron de seguirnos, podremos irnos de aquí", me mantuve con ese pensamiento mientras más nos acercábamos a la puerta.

De repente, mi madre soltó mi mano y cayó al piso. Corrí unos pasos hasta darme cuenta de que mi mano se sentía vacía, al girarme a verla, esta estaba en el piso con una lanza clavada en su espalda. Comencé a gritar. La trulla que nos buscaba se había vuelto más grande, y se acercaba a velocidad hacía nosotras, tome el brazo de mi madre eh intente tirar de ella, pero era muy pesada, no importaba cuanto me esforzara, no se movía.

-Morgiana… vete de aquí… el portón… ya se abrirá.

Negué con mi cabeza e intente tirar con más fuerza, mientras los pasos fuertes de la trulla hacían temblar el piso.

-¡Morgiana! ¡Lárgate de aquí!-se soltó de mi agarre y me empujo con las pocas fuerzas que le quedaban, al levantar su rostro, estaba cubierto de tierra y lágrimas-Por favor… ¡Vete!

Y corrí. Más que cuando huíamos por las calles, o incluso más que cuando hacía algo malo y huía de mi madre para que no me pegara, corrí como nunca. No sabía que podía correr así, mis pasos se sentían tan pesados pero a la vez fuertes, no podía parar ahora, aunque quería. Quería que me atraparan y me llevaran con mi madre, donde fuera que fuera, quería estar con ella. Pero no podía, pues ella no deseaba estar conmigo a donde ella iba.

Cuando deje de correr, caí sobre una roca plana, sentía mis pies arder y dolían, al verlos, note que estaba cubiertos de sangre. Era normal, después de haber corrido tanto estando descalza, era normal que estuviera herida. No reconocía donde estaba, solo había arena, rocas y un camino, nada más, estaba sola. Los amos se había ido, mi madre se había ido, todo se había ido. Quería llorar, pero no tenía liquido en mi cuerpo que me lo permitiera, por lo me quede ahí, en medio de la nada sobre una roca. ¿Para qué había escapado? De todas formas, era solo una pequeña niña que no sabría valerse por sí misma, era mejor que hubiera muerto.

-Mama quería que viviera-una única lagrima logro salir de mi ojo izquierdo al recordarla-mama…

-Oye pequeña, ¿Estas perdida?

Sin darme cuenta, un hombre de aspecto amable, grande y con ropas de mercante se encontraba mirándome a un par de metros. Atrás de él se encontraba un carruaje con una especie de jaula tras él, aunque esta estaba cubierta con una tela. De seguro eran reces, o al menos, eso creía.

-No tengo donde ir…-las palabras apenas salieron de mi boca.

-¡Pues tienes suerte!-dijo el hombre extendiéndome una mano-Estoy buscando personas que necesiten de un trabajo; se te dará hospedaje, comida y ropa, ¡todo gratis!, ¿Qué dices?

¿Alguien que no tiene donde ir puede rechazar un nuevo hogar? Pues claro que no. Es por eso que tome su mano y me acerque al carruaje para subir.

-¡Ah lo siento!, voy con unos equipajes delicados conmigo por lo que tendrás que ir con la mercancía, ¿No te molesta verdad?

Negué con la cabeza. De ser animales feroces ya hubiera escuchado algún ruido, pero estaban en silencio. En completo silencio, no se oía nada. Algo en mi cerebro me alerto en ese momento, que algo estaba mal. No habían animales tan bien entrenados como para aguardar tanto tiempo en silencio, o al menos, nunca los había visto. Entonces, ¿Qué había ahí?

-Por favor ven.

Y así como la curiosidad mato al gato, también atrapo a la ilusa. En esa jaula no había animales, sino personas, personas con grilletes en sus tobillos y muñecas. Y justo cuando iba a salir corriendo de aquel horrible escenario, el hombre me golpeo en el estómago, dejándome paralizada y logrando que cayera dentro de su trampa.

-Bienvenida pequeña fanalis-dijo sonriendo-¿No estas feliz? Estas con los que perteneces, los sucios esclavos-dijo sonriendo y cerrando la jaula.

La libertad que mi madre deseaba para mí nunca llego.

Han pasado diez años desde entonces. Diez años desde que todo se me fue robado, diez años de tratos inhumanos, diez años desde que morí junto con mi madre y vivo como un muerto en vida, pues lo que eh pasado desde que empezaron esos diez años, no se le puede considerar vida, sino un infierno. Tuve varios amos en un principio, pero siempre me devolvían, pues una esclava tan pequeña solo atraía a cierto tipos de clientes, los cuales por suerte, no habían aparecido. Por mi falta de experiencia rompí cosas en varias ocasiones y fui castigada por esto, siendo golpeada de distintas formas. Era peor si lloraba, pues el castigo aumentaba por cada ruido que causaba, por eso los amos me odiaban, porque era una niña escandalosa. No fue hasta que tuve un amo que disfrutaba de oír mis gritos y llantos, ese amo no era mucho mayor que yo y tenía el corazón más podrido que cualquier viejo corrupto. Ese era, y actualmente es, mi amo Jamil. Un sádico en todo su esplendor, disfruta de cada lágrima, gota de sudor o sangre que derrame yo y sus otros esclavos, pues para él es simple "diversión", nada más. Me quita mis comidas por días solo porque le venía a la cabeza la idea, pues pensaba que lloraría más si estaba hambrienta. Gracias a él, termine de morir. Los pocos sentimientos que quedaban en mí, murieron con sus maltratos. Pero en parte era bueno, pues era algo satisfactorio ver como se volvía loco al no ver más lágrimas en mi rostro, aunque de todas modos me humillaba, ya me había acostumbrado. Me lleva a todas partes con él, junto con su otro esclavo Goltas, el cual no puede hablar debido a un incidente que pasó con su cara, el amo Jamil solo lo usa como arma. Yo por otro lado, soy solo un juguete que lleva para su diversión.

En esta miseria es lo que se ha convertido mi vida. Lo único que me aferra a seguir adelante, a seguir creyendo que el destino guarda algo bueno para mí, a no acabar con mi vida de una vez por todas, es el medallón de mi madre. Mis primeros amos trataron de desecharlo incontables veces, otros mentían diciendo que lo había robado para poder quedarse con él. Siempre traía problemas cuando lo veían, por lo que desde que me convertí en la esclava del amo Jamil, jamás eh permitido que lo vea, pues sé que lo utilizaría para extorsionarme de distintas maneras. A veces me rio de mi misma, pues me sigo aferrando a una simple pieza de para seguir con viviendo. Si escapara, podría venderlo, y vivir por un tiempo con ese dinero hasta conseguir un trabajo, eh iniciar una nueva vida. Pero no lo eh hecho, aunque ni yo misma sé el porqué.

-¡Despierta esclava inútil!-dijo una fastidiosa voz mientras me proporcionaba una patada en el estomagó.

Tosí y me abrase a mí misma por el dolor. El amo Jamil siempre venía a mi celda por las mañana cuando estaba aburrido, lo cual significaba que yo tendría que aguantar sus juegos. Me levante como pude para quedar frente a mi amo, pero con cuidado de no mirarlo a los ojos, pues es una falta de respeto que una simple esclava mire a los ojos a su amo. Cuando lo mire con sigilo, note que llevaba una especie de bolsa en su hombro, y Goltas se encontraba tras de el con muchas más, ya sabía en que terminaría esto.

-Toma-el amo me lanzo la bolsa con brusquedad, aunque logre tomarla sin dejarla caer-nos vamos de viaje, muévete.

De viaje eh… lo único bueno de salir de viaje, era que al amo le importa demasiado su imagen como para pegarme en público, claro, a menos que haga algo que lo desagrade, lo que mi simple presencia cumple a la perfección. Ni siquiera entendía porque no me mataba de una vez por todas.

-¿Qué estas esperando? ¡Muévete!-grito mientras salía del calabozo.

Espere a dejar de escuchar sus pasos para buscar mi medallón en su escondite. Lo primero que hice cuando me encerraron aquí, fue buscar un escondite para mi medallón; había encontrado una grieta lo suficientemente grande para esconderlo, y eso hice. Obviamente, el amo nunca se ha dado cuenta, pues no se molestaría en revisar la celda de sus esclavos, pues sabía que no encontraría nada. Tome el medallón y lo escondí en mi cabello con la ayuda de la coleta que sobresalta, y salí corriendo para alcanzar al amo, este serie un viaje largo.

El amo siempre se queja durante los viajes; sea del calor, el tiempo, o simplemente de su aburrimiento. Actúa como todo un niño mimado (aunque eso es). Según lo que escuche, nos dirigíamos al país de Balbad, un pequeño país que es un puerto de comercio para grandes países como el imperio kou. Al parecer, el amo planea a establecer negocios con el rey del país. Duramos un día completo en carruaje y otro dos más en barco, resultaba más agotador de lo que imaginaba, más por el hecho de que recibía una golpiza cada vez que mi amo se encontraba aburrido, ósea, cada vez que podía. Ya había llegado el cuarto día de del viaje y no tenía ni la más mínima idea de cuánto tiempo más tardaría. El barco resultaba agradable, la brisa marina soplando mi cabello era acogedora, incluso relajante. El amo se encontraba en la proa con uno de los miembros de la tripulación, era una oportunidad perfecta para descansar. Me coloque tras unos barriles para poder dormir un poco, era mejor estar fuera de la vista del amo si quería tomar un descanso; sin embargo, mis ojos no llevaban ni dos minutos cerrados cuando el capitán del barco grito:

-¡Tierra a la vista!-dijo con voz enérgica.

Abrí los ojos y fui a la proa para admirar el paisaje, era mucho más bonita de lo que imaginaba que seria. Incluso cuando solo podía contemplar los edificios a lo lejos, la ciudad se veía tan limpia y alegre que transmitía una sensación agradable, los edificios se veían tan antiguos pero alavés tan cuidados. El rey se había encargado de mantener su país a flote, pues al llegar al puerto, pude comprobar lo que sentía: un país donde todos sus habitantes tenían una sonrisa en su rostro. Incluso aquellos que se veían sumamente humildes, sonreían más que los ricos avariciosos que eh visto antes, era una vista maravillosa.

La tabla se había colocado para poder bajar del barco, pero justo cuando me dispuse a seguir al amo, este dio una vuelta y me dedico una mirada repulsiva.

-Morgiana, creo que se te queda algo, ¿No lo crees?

Llevaba desde el inicio del viaje sin ellos que por unos momentos, había olvidado su existencia, mis grilletes. El amo llamo a uno de los miembros de la tripulación y le indico que me colocara los grilletes en los tobillos. Al inicio del viaje, me los había quitado pues eran innecesarios. Nadie llevaba una apariencia tan deplorable como Goltas o yo, sin embargo, entre toda esta gente humilde, no me sería difícil escabullirme entre ellas y escapar. Era eso, o simplemente quería presumir el hecho de que tenia de esclava a una fanalisis, lo cual, no le veía el porqué de tanto alboroto, mis piernas son fuertes, pero aun no entendía por qué éramos tan especiales.

Me di cuenta de que los grilletes estaban puestos por el ruido sordo que había hecho, pues el tenerlo en mis tobillos ya no era significativo para mí. El marinero le entrego la llave de las esposas al amo y este solo la coloco en su bolsillo, dedicándome una sonrisa, como si quisiera demostrarme que al igual que la llave, el me lleva en su bolsillo, lo cual aunque me duela, es verdad.

Un hombre con vestimenta elegante se acercó al amo con paso rápido. Sin dudas, era un mensajero del rey, y uno de alto rango.

-Bienvenido Señor Jamil, soy el consejero del rey Rashid-mientras hablaba tenía una sonrisa en su rostro, parecía amable.

-Un gusto, soy Jamil, jefe de la ciudad Oasis, me alegra estar aquí-dijo el amo mientras extendía la mano hacía el consejero, que el correspondió al saludo de inmediato-Y bien, ¿Dónde está el rey de Balbad?

-Sígame por favor, llamaremos a algunos de nuestros sirvientes para que los ayuden con su equipaje.

-No es necesario, tengo a mis esclavos.

La diferencia entre la palabra "sirviente" y "esclavo" era tan grande para mí. No eh estudiado en años, por lo que no se mucho de palabras, sin embargo, un sirviente parecía alguien que hacía su trabajo por vocación, por gusto, no era un objeto que fue comprado para hacer tareas por obligación, lo cual era muy diferente. El capitán arrojo las bolsas del amo hacía Goltas, cuatro bolsas muy pensadas, ¿La razón? El amo llevaba grilletes extra por si las dudas. Eso sin contar sus ropas, tesoros y espadas en cantidad, las cuales no necesitaba, pero traía solo para aumentarnos la carga. Goltas me entrego dos de las bolsas, eran pesadas, pero podía manejarlas.

-Goltas, dale todas las bolsas a Morgiana.

Apreté mis puños mientras agarraba las bolsas. El problema no era tanto el peso, sino que iban a obstruir mi vista, lo cual si era un problema. Goltas me entrego las otras dos bolsas, coloque dos en mis hombros, una bolsa en cada uno de ellos, mientras los sostenía con mis brazos por los lados; las otras dos fueron colocadas sobre estas. Se caían, y me impedían ver bien el camino, pero no podía hacer nada, solo aguantar, y por nada del mundo, permitir que cayeran.

-Bien, podemos irnos-dijo el amo dirigiéndose al consejero.

El hombre me miro con lastima. No me gustaba, pero lo entendía, después de todo, estaba viendo a una chica de solo metro y medio de altura con 4 bolsas que triplicaban su peso, y para el colmo, grilletes que podrían hacerla caer en cualquier momento. Nadie con un poco de corazón permitiría tal abuso, es por eso que mi amo si podía.

-Disculpe señor, ¿No sería mejor que nuestros sirvientes transportaran su equipaje? Así lo llevarían directo a su-

-No debe preocuparse por eso, le puede decir donde llevarlo a Morgiana.

Por el tono en que lo dijo se notaba que no iba a ceder, por lo que el consejero solo asintió, e indicó que los siguiéramos.

Las calles de Balbad estaban repletas de comerciantes, por todos lados. La gente reía sin cesar, los niños jugaban, los vendedores negociaban amablemente con sus clientes, las parejas andaban de la mano alegremente, todos parecían tan conformes. Las bolsas no me permitían apreciar bien aquel escenario de felicidad, pero con el sonido de aquellas voces alegres eran más que suficientes.

¿Cuándo fue la última vez que reí?

-¡Morgiana!, date prisa, te estas quedando atrás-dijo a tan solo un par de metros de mí.

Fue antes de llegar a conocerlo a este hombre, y mi otro amo, y a los otros amos, fue cuando aún tenía a mi madre, a la cual ni recuerdo. Maldición, las lágrimas empiezan a nublar mi vista, ¿Hace cuando no lloraba? Bueno, al menos no fue hace tanto como cuando reía, pero aun así no lo recordaba. Estas personas no vestían ropas lujosas, ni prendas extravagantes, no vivían en casas lujosas, mucho menos comían de gula, solo lo suficiente, entonces ¿Por qué? ¿Por qué eran tan felices? ¿Por qué ellos lo eran y yo no?

-¡Niña cuidado!-grito un pequeño advirtiéndome, pero era muy tarde, pues ya había caído por culpa de unas piedras en mi camino.

Eran grandes, lo suficiente para yo verlas a distancia, pero por culpa de mis pensamientos innecesarios, y mis tontas lagrimas que decidieron salir en este momento, había caído. Y no solo eso, había dejado caer las bolsas del amo en un charco de lodo. Me levante y acerque a ellas torpemente para recogerlas, el contenido no había salido, pero eso no era importante para el amo, el simple hecho de dejarlas caer, era una vergüenza. Trate de volverlas a colocar sobre mí, pero cuando mi vista se dirigió a los alrededores, note que todo el mundo me estaba mirando, a mí, la sucia esclava que trataban torpemente de llevar las bolsas cubiertas de barro de su amo. La suerte no estaba de mi lado, pues cuando al fin logre colocar las bolsas en su lugar, los grilletes se habían enredado y me hicieron volver a caer, pero esta vez, en el charco de logo. Los murmullos se hicieron cada vez más fuertes a mis oídos.

-Pobre chica.

-Alguien debería ayudarla.

-Que vista tan cruel.

-Mami, ¿Por qué esa niña no está con sus padres?

-Cariño, esa niña de seguro no tiene padres.

Cállense, cállense, ¡por favor solo cállense!, ¡odio dar lástima! Prefiero ser observada con ojos de repugnancia, a que me miren con lastima, como si fueran un ser indefenso que necesita ayuda, yo solo… ¡yo-!

-Goltas, ya sabes que hacer-pude oír la voz de mi amo, aunque lo dijo tan bajo que solo yo entre la multitud lo pude oír, aunque no sé cómo.

Goltas se acercó a mí y pisoteo mi cabeza. Por su tamaño, sus pisadas eran fuertes, por lo que sentí como si mi cabeza se rompiera en pedazos, cada pisada era más fuerte que la anterior. Mi cara se ensuciaba con el barro, mi sangre, y mis lágrimas, que mezcla tan digna para un esclavo. Los ciudadanos empezaron a gritar en mi defensa.

-¡¿Se ha vuelto loco?!

-¡Oigan!, ¡Alguien deténgalo!

-¡Va a matar a esa chica!

-¿Eres su amo no? ¡Dile que pare!

Escuche por lo bajo la risilla de mi amo, que ingenuos eran al creer que Goltas haría esto por gusto.

-Mis más sinceras disculpas por este horrible espectáculo, pero Goltas es una especie monstruo leal. Cuando ve que uno de mis esclavos comete un error, a veces termina en esta clase de situaciones, pero descuiden, nunca ha matado a ninguno, por lo que me encargare de tratar a la esclava en cuanto acabe esto.

"Mentira. Todo eso es mentira. Tú no curaras mis heridas, solo las empeoraras. Tú no cuidas de tus esclavos, los maltratas. ¡Tú eres el verdadero monstruo!". Eso es lo que quisiera decirle, si tuviera el valor de hacerlo. Pero en este momento, no sé si tendré la oportunidad de volver a hablar, ni siquiera de vivir. Así es mejor, para una vida tan miserable y patética como la mía, terminar de esa misma manera; cubierta del barro, sangre, y lágrimas, siendo pisoteada por alguien más fuerte que yo, y no hablo de Goltas, sino del que lo maneja a él. Vaya destino que me ha tocado vivir.

-¡Detente en este instante!

Las pisadas de Goltas cesaron con aquel grito. Hubo un silencio de ultratumba por un minuto. No tenía sentido, si la única persona que podía mandar en Goltas era el amo, ¿Quién tenía tanta autoridad y valor, como para detener a Goltas con solo una orden?

-¿Puedes levantarte?-una voz gentil y suave se escuchó de repente a mi lado.

Mi cabeza se sentía rota, como si mi cráneo hubiera sido destruido en pedazos, pero aun así, podía levantarme. Utiliza mis brazos para flexionarme y levantar mi cabeza plantada en el piso. Me coloque de rodillas y quite con mis manos el barro que cubría mi cara, sintiendo punzadas fuertes de dolor cada vez que lo tocaba, también había un líquido menos espeso cubriendo este, pero no sabía si se trataba de lágrimas o de sangre, aunque no importaba mucho en ese momento. Mi cara aún tenía algunos restos de barro, al igual que mis ropas, y sin mencionar mis manos, que el sacudirlas no había eliminado ni la mitad del barro que aún tenían. Cuando al fin dirigí mi vista a la voz que me hablaba hace unos segundos, me topé con unos ojos hermosos ojos, como si el dorado y la miel se hubieran fundido en un solo color, creando los ojos de aquel chico. Tenía una sonrisa en su rostro, la cual no quería pensar que fuera dedicada a mí, pues no me sentía digna de tan bella sonrisa. Su cabello rubio era tan brillante como sus ojos, y su vestimenta me hizo volver a la realidad, pues ya sabía quién era. Era muy joven, por lo que definitivamente no era el rey, por lo que solo significaba que…

-Mucho gusto, mi nombre es Alibaba Saluja, soy el príncipe de Balbad.

Se encontraba de cuclillas para estar a mi altura, con cuidado de no ensuciarse las ropas. No sabía que decir, estaba en presencia del príncipe de Balbad, con esta deplorable imagen, ¿Qué se supone que debería decir?

Sin darme tiempo a responder, el príncipe se puso de pie y extendió su mano hacía mí.

-¡Vamos!, ¡levántate!-dijo con una sonrisa aún más brillante que la anterior.

No sé si fue su sonrisa, o su postura perfecta de príncipe, pero algo me impulso a tomar su mano, sin importar lo sucia que me encontraba. Aun así, el tomo mi mano como si del tesoro más valioso se tratara.

-¿Cuál es tu nombre?

-Morgiana-dije en voz baja.

-¡Bien!-tiro de mí para al fin ponerme de pie-¡Un gusto en conocerte, Morgiana!

Más alto que yo, unos buenos centímetros más alto. Pero aun así, se sentía tan cerca. No solté su mano, solo asentí con energía a su comentario, olvidándome de mi dolor de cabeza. Quizás, solo quizás, a esto se refería mi madre con que el destino me deparaba algo bueno.