Cuando Sirius murió, el mundo siguió girando, el tiempo no se detuvo y le sorprendió que a la mañana siguiente el sol volviera a brillar.

Para él ese día lo cambió todo, su vida terminó y no sabía como volver a empezar. No volvería a escuchar esa voz canina que le inspiraba todo y nada bueno. No sentiría esa mirada posesiva ni esa sonrisa tentadora.

El día en el que murió, su alma dejo de existir.

Lo único que le quedaba, eran los sueños donde todo era posible y donde su vida volvía a retomar su rumbo.

En sueños mantenía diálogos extensos con Sirius, los dos sentados bajo el viejo roble,

Que a menudo se convertían en monólogos de Sirius en los que enumeraba sus secretos para enamorar a las chicas y pronunciaba palabras que dejaban de tener sentido cuando él las decía, porque Remus podía sentir con las palabras lo que Sirius con esas exquisitas plantas de su cultivo propio.

Podría vivir eternamente con diecisiete años, donde eras demasiado joven para poder disfrutar de la vida, para experimentar, para soñar, crear tus propias fantasías y para estar más tiempo con él.

El día en el que Remus Lupin aceptó la muerte de Sirius, Londres lloró con él y supo que en algún lugar del mundo alguien estaría escuchando Twist and Shout y Sirius estaría cantando los estribillos porque ese es Sirius tan lleno de energía y vitalidad que ni si quiera la muerte puede enterrar en el olvido, detrás de ese velo que susurra recuerdos al pasar el viento.