Capítulo I: ¿Ríndete o entrégate?

Algunos piensan que el punto máximo del sol ocurre al mediodía, cuando el astro rey brilla por encima de todo, y en los hombros de los transeúntes escuece el calor. Existe algo en la lógica humana que nos lleva a pensar que en ese momento nada puede escaparse a él, pues las sombras no existen y la oscuridad tampoco. No existe lugar en la calle que nos resguarde de los rayos implacables, que calientan la piel lentamente hasta quemarla.

- ¡Ya era hora de que lo atraparan! – gritó un hombre, que se asomaba desde un edificio mostrando la mitad de su cuerpo - ¡Que le den el castigo que se merece!

Fijé mis ojos en él durante unos segundos, que fueron suficientes para ocasionarle algo más que incomodidad, logrando que cerrara la puerta y no volviera a aparecer. Continué con mi papel de escolta sin distraerme aunque el sol me ardía en la frente.

- Tarde o temprano, se hará justicia – comentó una anciana que caminaba unos cuántos pasos detrás de mí -. Si es un traidor, lo sabremos muy pronto…

Y dejé de oír su voz. Hoy dictarán la sentencia de uno de los más grandes traidores de esta tierra que tantos han defendido a costa de su propia sangre. Las cadenas se golpeaban entre sí, incitando al desahogo de los aldeanos, pero al parecer poco quedaba por decir. El traidor mantuvo el rostro en alto durante todo el trayecto y durante su juicio, que duró unas cuantas horas, también. Decidí que esperar en la terraza era lo más sensato mientras los diplomáticos más honorables y los ninjas más sobresalientes discutían sobre la sentencia. La espera se hizo entretenida, pues desde lo alto de la torre se podían reconocer los rostros disgustados, temerosos y expectantes del pueblo, que ya no eran de mi agrado. Mucho tiempo había pasado desde que sus opiniones, nunca lo suficientemente diversas y abiertas, dejaron de importarme. Sólo yo sabía que no fue la compasión por el traidor en cuestión lo que me motivó a ignorarlos, sino otros disparatados sentimientos que él despertaba en mí. Afortunadamente, ninguno de ellos parecía lo demasiado evidente como para levantar sospecha en Konoha.

Quizás sea ingenua, pero algo en mi interior me dice que el sol no debería ser temido, sino admirado profundamente, siendo su belleza tan inevitable que la violencia pasa fácilmente desapercibida. Y así, del mismo modo, tengo certeza de que su rostro, cuántas veces rozando la violencia del más puro enojo, se rendía ante la belleza de mi mirada anhelante.

El atardecer es el punto culmine del día, el trágico desenlace del astro que ha perdido su poder, que se ha rendido bajo la soberanía de la noche. Sin dudas ese debería ser su momento de esplendor, cuando precisamente sus destellos alumbran muy poco y su reflejo es una caricia al alma. Así también perdió él su poder, sus batallas quedaron inconclusas y sus victorias fueron efímeras; porque mi caricia suave cultivó en su alma aquello que nunca pensó que podía sentir...

- Uchiha ha quedado absuelto de todos sus crímenes – informó una voz desde mis espaldas -. Deberás realizarle el examen médico rutinario y podrá ser reintegrado como un ninja más de Konoha.

Asentí lentamente y volví a concentrarme en el atardecer. ¿Sasuke se había rendido al fin? ¿Ríndete o entrégate?