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Todo por un beso

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Así es mi vida

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Llega el mes de diciembre y comienzan mis agobios, fiestas navideñas, regalos, cena de empresa… Pero sobre todo, lo que más odio, es la fiesta de Navidad que nuestra empresa se empeña todos los años en hacer, a cada cuál más ridícula. Lo peor de todo es que somos los propios empleados, los que ya desde septiembre comenzamos a elegir cómo será.

Todos los años me digo lo mismo, que voy a armarme de valor y no ir, pero cualquiera se la salta. Si mi jefe ya me tiene manía, sería como ponerme en su punto de mira constante. La genial idea para este año ha sido de mi quería amiga y compañera sakura. Una fiesta de máscaras ambientada en el siglo XIX, que digo yo, donde narices voy a comprarme un vestido de ese siglo ni tengo idea de cómo se vestían, si a mi jamás me gustó la historia.

Pues aquí estamos las dos panolis, porque no tenemos otro nombre, tras buscar en varios sitios, hemos dado con una tienda de disfraces que posee trajes de é el probador, con la ayuda de mi amiga, me pongo el sube la cremallera, expone:

—Hinata, estás preciosa con este vestido, te sienta espectacular.

—Ahora colócate el antifaz.

Me lo pongo, es dorado, resalta el color azul cielo de mis ojos. Me miro en el espejo y realmente me quedo admirada. Nunca antes había vestido de manera tan distinguida. De inmediato sakura comienza a hablar:

—Desde luego chica, te pongas lo que te pongas, siempre estás preciosa, no como yo. Mírame, si es que cada día odio más este pelo y qué me dices de este cuerpo lleno de curvas.

—sakura, cariño, estás perfecta y sino díselo a sasuke.

—Nena, no creas…, ya no me mira con deseo, como antes.

—Tonterías, nada que una buena lencería no pueda hacer.

—Tienes razón, ¿pero qué me dices de ti?, varios hombres pasan por tu cama, pero ninguno se queda más de dos noches.

—Sabes que soy muy exigente… —comento resignada, siempre está igual y no quiere entender que tras la ruptura con mi ex, ya no deseo tener ataduras con nadie.

—A ti lo que te pasa es que te gusta nuestro jefe —expone con cara de arpía.

—¡No digas tonterías!, lo odio. —Su cara se torna de burla y aclaro

—: A ver…, reconozco que el está guapo, pero no hay dios que le aguante.

—Pero, ¿no me negarás que tiene un buen revolcón?

—No te lo niego, pero yo paso. Para mí es como el pecado original.

—¡Que exagerada eres, nena! En fin…, tú te lo pierdes.

—Seguramente…, no te voy a llevar la contraria, pero no entra dentro de mis planes de futuro.

—Cambiando de tema, Hinata, ¿con qué vestido te quedas?

—Tengo dudas, el azul claro me encanta, pero también el color oro.

—Yo escogería el oro, el color de la riqueza.

—Esta bien, te haré caso. ¿Tomamos algo? —le pregunto aún sabiendo su respuesta.

—Sabes que mi chico llega a las ocho a casa y mi tiempo para él es sagrado. —Repito mentalmente esa frase suya a modo de burla, que siempre es la misma que dice cuando no le apetece quedarse a tomar algo.

—Está bien, cada una a su casa.

Pagamos los disfraces y nos despedimos cuando recogemos nuestros coches en el parking. Conduzco hasta mi casa, vivo en un chalé en un pueblo de konoha, estoy hipotecada hasta las cejas, la verdad, pero lo compré con mi antiguo novio y cuando rompimos quise quedármelo, se vive muy bien aquí. Tengo cuarenta y cinco minutos en coche en llegar a Madrid pero me da igual, no me gusta el bullicio de una ciudad grande, al menos para vivir, porque en el trabajo no me queda otra.

Nada más entrar, saludo a Chiqui, mi gata, me la encontré en un contenedor con tan solo días, pensé que no sobreviviría pero a base de leche especial para cachorros lactantes, conseguí sacarla adelante, ahora tiene dos años y es la única compañía que tengo en casa. Dejo el disfraz en el armario de la habitación de invitados y me centro en preparar la cena. Normalmente no tardo más de diez minutos, siempre algo rápido y de cocina fácil, no soy nada cocinillas.

Me doy una ducha rápida, me pongo el pijama y me siento frente al televisor a ver una de mis series favoritas, Outlander, desde que me la recomendó mi mejor amiga, no puedo parar de verla, aunque la dosifico y veo un capítulo diario, pues solo hay una temporada.

Chiqui viene a mi encuentro en cuanto ve la comida y maúlla para que la de un poco. Es mi niña mimada y desde luego, nunca me niego a darle nada, sé que la tengo muy consentida. Miro el reloj y son casi las once de la noche, como diría mi madre, entre ponte bien y estate quieta, se me ha ido el día. Lo peor de todo es que mañana aún es miércoles y me toca lidiar tres días más con mi insoportable jefe.

El está buenísimo, pero también es una persona insoportable de los pies a la cabeza, se cree que es el más guapo del universo y que tiene a todas las mujeres comiendo de su mano, todas menos a mí. Porque debo reconocer que aunque me parezca muy atractivo, no tengo la menor intención de tener nada con él, ese carácter tan fuerte y dominante que tiene, no va con mi personalidad.

Me acuesto pensando en cuál será mañana el problema que invente para hacerme ir a su despacho, estoy segura que cualquier bobada, creo que lo hace adrede para sacar lo peor de mí y encenderme.


El incesante sonido del despertador hace que me levante como un resorte, hoy he tenido un sueño de lo más extraño, pero no ha sido nada perturbador, simplemente…, increíble, sería la palabra más acertada para describirlo, aunque no le doy mucha importancia, es solo una fantasía de cuentos de hadas.

Me dirijo a la cocina, preparo un café bien cargado y una tostada. Ojeo un poco el correo electrónico y tras degustar mi desayuno, regreso al dormitorio para cambiarme.

Nuestra empresa, una multinacional bien posicionada en el mercado, nos exige una vestimenta adecuada, siempre de traje, de falda o pantalón y americana. Últimamente me decanto por éste último. Me pongo uno color vino tinto y una camisa blanca. Unos botines a juego, me maquillo suavemente, recogiendo mi pelo en un sutil moño y ya estoy lista para afrontar un nuevo día. Soy la secretaría de un jefe insoportable, terriblemente atractivo básicamente mis funciones son llevar su agenda personal y laboral, encargarme del correo, concertar las citas y atender al teléfono. Esas son las destacadas, luego están la de ir al tinte a recogerle un traje, traerle la comida del restaurante japonés de la esquina, llamar al taller para recoger su carísimo coche, en fin, todas esas cosas que supuesta mente debería hacer él, pero que es más cómodo que haga yo.

«—No me mires así, para eso te pago —me dice cada vez que me las manda y le miro con odio».

A las ocho de la mañana ya estoy sentada en mi mesa, revisando el correo del día anterior, aparece con esa sonrisa de perdonavidas y me saluda.

—Buenos días, señorita hyuga, en cinco minutos la quiero en mi despacho para repasar la agenda de hoy.

—Buenos días, señor uzumaki, como usted desee.

A los cinco minutos exactamente, llamo a su despacho y entro.

—¿Sé puede? —le digo con cortesía.

—Hinata, ya estás dentro, ya da igual si se puede o no.

Lo hago para fastidiarle, porque sé que no le gusta nada. Si él es un egocéntrico que se ha creído el ombligo del mundo, yo soy muy perspicaz y sé darle donde más le duele. Media hora después, estoy haciendo filigranas para meterle una reunión, supuesta mente con una clienta,es muy importante.

«¡Ja! Se la va a tirar.»

Ahora que lo pienso, por qué narices me molesta tanto, no es el hombre con el que me gustaría pasar ni siquiera una noche, pensándolo mejor, una quizás sí. Borro de mi mente esa idea de inmediato, no debo sucumbir a sus encantos, aunque claro lo tiene todo, parece un modelo de pasarela, rubio con ojos azules, alto, con un cuerpo bien trabajado y esa sonrisa que si no fuera porque me parece que te está perdonando la vida cuando la entorna, diría que es perfecta.

«¡Santo cielo! Qué demonios hago yo suspirando por mi jefe, al final voy a matar a sakura por meterme tantas ideas descabelladas en la cabeza.»

Durante casi toda la mañana sigo con mi trabajo, no deja de mandarme correos con citas para que las vaya programando en su agenda y atendiendo las llamadas directas de su despacho. A la una de la tarde, vuelve a llamarme, esta vez su cara es de agobio y me da un poco de lástima.

«Solo un poquito…»

—Señor uzumaki, ¿en qué puedo ayudarle?

—Hinata, sabes que odio que me llames por mi apellido cuando estamos a solas, quiero que me llames menma. Llevas trabajando para mí, ¿cuánto? Tres años… y, ¿aún no te entra en tu linda cabecita?

—Discúlpeme señor uzumaki, pero lo veo más apropiado.

—Pero yo soy el jefe aquí, menma y se acabó la discusión.

Le fulmino con la mirada, nota mi nivel de enfado y sonríe.

—Menma, ¿en qué puedo ayudarle? —digo con retintín.

—Verás, tengo un pequeño problema, sora, mi cita de las dos, está indispuesta, no podremos reunirnos, sé que te aviso con poco tiempo, pero tengo una reserva en un carísimo restaurante, quizás te apetecía venir a comer conmigo…

—Lo siento, pero tengo planes… —digo sin pensar, no quiero ir a comer con él.

Es verdad que en algunas ocasiones, cuando se queda en su despacho a trabajar y tengo que echarle una mano, he bajado a comprar comida y la hemos compartido, pero jamás he salido a comer con él a no ser que fuera una comida de negocios y por supuesto, nunca solos.

—Esta bien… —dice resignado—, anula la reserva; te ruego que te encargues antes de irte, de traerme la comida, ya sabes qué es lo que me gusta…

De nuevo mi paciencia comienza a colmarse, este hombre es increíblemente desconsiderado. Porque no es el hecho de traerle la comida, es que el señorito desea comer siempre a las dos y media, con lo que me toca esperar veinte minutos para recoger el pedido y perder media hora de mi descanso.

Un suspiro de resignación sale de mi boca, me mira y entorna una sonrisa de triunfador exasperándose aún más. Cuando estoy casi saliendo por la puerta me llama:

—Hinata, perdona, se me olvidaba, intenta re colocar mi agenda,

vuelve a dejarla como estaba.

«Un, dos y tres… yo me calmaré, todos lo verán…»

Esa frase la repito una y mil veces mentalmente, cuando me saca de quicio. No digo nada, salgo de su despacho y cierro la puerta suavemente. Me hubiera gustado dar un sonoro portazo, pero eso haría que viera que estoy muy cabrada y seguramente le serviría para regodearse aún más. Vuelvo a contactar con sus clientes, pedirles disculpas, volver a cambiar toda la agenda de la tarde; anulo la cita del restaurante y encargo la comida en el japonés.

A las dos menos cinco, sakura me llama por el teléfono interno de la empresa.

—Amiga mía, ¿estás preparada?

—No —contesto exasperada y la explico con tono hostil—: El señor todopoderoso, después de hacerme cambiar la agenda porque tenía una cita a la que llama reunión de negocios, pero que hasta un ciego se daría cuenta de que va a comer con una de sus amiguitas y echar un polvo, me ha llamado a la una de la tarde, para decirme que su clienta está indispuesta. Me ha invitado a mí a comer.

—¿Te vas con él? —me interrumpe— ¡Esa es mi chica!

—Para el carro que te veo venir, sakura. Le he dicho que no…

—¿Estás loca? En el fondo las dos sabemos que te mueres por sus huesos aunque te niegues una y otra vez a reconocerlo. Hoy podrías ser tú la que echaras ese polvo con él.

—¡Qué no, sakura! Que no quiero tener nada con él fuera de lo estrictamente laboral. No seas pesada.

—Lo que tú digas… Entonces, ¿cuál es el problema?

—Que me ha pedido la comida en el japonés y como bien sabes, el señor desea comer a las dos y media en punto, ni un minuto arriba ni uno abajo. Vete sin mí, comeré algo en la cafetería.

—Hinata, si es que eres tonta, si no hubieras rechazado su proposición ahora las dos estaríamos encantadas. Tú por compartir con él una comida y seguramente algo más y, yo porque os estaría imaginando durante toda la tarde fornicando como cochinos.

—¡Pero que bruta eres!

—Soy así, que le voy a hacer…

—Nada, lo sé. porque no creo que me de tiempo a llegar y paso de ir corriendo a todas partes.

—Pero si es tu restaurante favorito…

—Lo sé, otro día será. Que comas bien. Luego nos vemos.

—Hasta luego, amiga mía.

Cuelgo el teléfono resignada. Hace casi un mes que hicimos la reserva en el restaurante, es un pequeño local con apenas tres mesas para comer, por eso es tan acogedor, hay que reservar con mucha antelación y nosotras comemos allí casi todos los meses, reservamos cada vez que vamos, así nos aseguramos el sitio. Mi jefe sale por la puerta y creo que mi cabreo lo dice todo.

—Señorita hyuga, ¿está usted bien? Parece que le han dado malas noticias —comenta con sorna.

—Estoy perfectamente.

—Voy a ausentarme esta media hora, pero a las dos y media quiero mi comida en la mesa. Quizás podríamos compartirla en compensación por haberle fastidiado sus planes…

«¡Será tonto! Pues va a ser que no.»

—No gracias, no ha estropeado nada que no se pueda sustituir por otro buen plan.

—Como desee, mi invitación sigue en pie, por si cambia de opinión.

—Muchas gracias, le reitero que ya he cambiado mis planes.

Se marcha sin decir adiós y yo diría que un poco molesto, al menos eso me ha parecido, pero con él cualquier cosa podría ser.

«¡Mini-punto para el equipo de las chicas!»

Durante los quince minutos restantes, me dedico a ojear un poco internet y contestar algún que otro wasap, al fin y al cabo es mi tiempo de descanso, no voy a trabajar. Salgo de la oficina en dirección al restaurante japonés y en el hall del edificio nos cruzamos, nuestras miradas se saludan pero ninguno de losndos dice nada.

Recojo el pedido, pago con la tarjeta de la empresa y regreso de nuevo a nuestra oficina. A las dos y media en punto, llamo a la puerta y sin pedir permiso entro.

—Señor uzumaki, le traigo su comida.

—Menma, hinata, ¿joder tan difícil es de entender? —Me sorprendo, es la primera vez que le oigo decir una palabrota, su cara de enfado hace que mi conciencia me riña, pero que disfrute del triunfo de verle cabreado.

—Discúlpame, es la costumbre. Si no quieres nada más, Menma —digo enfatizando su nombre—, voy a comer. Buen provecho.

—Nada más, gracias. Lo mismo te deseo.

Voy al bar de la planta baja del edificio, maldiciendo en hebreo por tener que comer sola. Miro el menú y me decanto por un plato de pasta con un bistec. Sentada en una mesa, sola, degusto mi comida cabreada, acordándome una y otra vez de menma; estoy segura que sakura, tenten e ino están de cachondeo comiendo las exquisiteces del restaurante y yo aquí con un plato de pasta y un filete. Esto sí que es injusto. Todo por los caprichos del todopoderoso jefe. Corto el filete que parece que en lugar de comerlo, voy a matar a la vaca y de repente una voz gutural me sorprende susurrándome por detrás.

—Un plan estupendo, Hinata. —Doy un respingo y me giro de inmediato— Si no querías comer conmigo, solo tenías que decirlo, pero no inventarte cualquier escusa.

—Señor uzu… —Rectifico—, Menma, para mí es un plan estupendo. Además lo que yo haga con mis horas de descanso no es asunto tuyo.

—Desde luego, señorita hyuga.

«¿Perdón?, ¿cuando hemos dejado de llamarnos otra vez por el nombre? Este hombre me saca de mis casillas.»

—Pensaba invitarle al café, pero imagino que seré una molestia. Lo pediré para llevar…

Se marcha sin dejar responder le y es la primera vez que me hace sentir mal con mis actos, sé que en parte tiene razón, pero quiero evitar cualquier encuentro con él. Aún no entiendo muy bien por qué hoy intenta quedar conmigo de manera desesperada, diría yo. Llevo tres años trabajando para él y nunca antes me había invitado a comer a no ser que fuera por trabajo. Pero es verdad que hoy por primera vez he visto desesperación en sus ojos, quizás le haya pasado algo que desconozco y estoy siendo injusta con él, pero ahora me gustaría que me tragara la tierra.

Termino mi comida mientras observo como se marcha con el café en la mano sin mirarme, reconozco que me siento un poco decepcionada por ello.

«¡Mini-punto para el equipo de los chicos! Te lo mereces por ser tan desconsiderada».

Las chicas me avisan de que llegan a tiempo de un café y todo mi mal estar se desvanece con su compañía. La tarde trascurre con normalidad, mi jefe ha salido a varias reuniones y ya no regresará hasta mañana por lo que puedo respirar aliviada por no tener que volver a enfrentarme de nuevo a esta continua batalla.

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CONTINUARA...

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