EL BARDO

Aclaración: Candy Candy y sus personajes le pertenecen a Kyoto Mizuki y Yumiko Igarashi. Sólo los personajes nuevos, trama y poemas son de mi peculiar imaginación y creación.

Con cariño eterno, respeto y admiración. Este pequeño esfuerzo por mejorar en la escritura y mi poesía del alma…va por ti y para ti.


Prólogo

*1 No tenía el aspecto que describían los libros, ni lo que alguna vez oí contar en leyendas urbanas, pero la describo como: imponente, temerosa e infundía con su presencia un indiscutible aire de autoridad.

¿Lo peculiar?

Era ambigua, tal vez femenina, macilenta, grácil y muy fría. Transitó por tierras inhóspitas, pueblos, ciudades, países, etc. Su aura argentada destellaba, y su ropaje desvaído tras su paso etéreo, ondeaba dejando una estela de brisa gélida con sabor agridulce. Se detuvo ante mis ojos curiosos y rodeándome me inspeccionó con severidad, supongo que no debería temerle si su cercanía no podía hacerme daño alguno. Exhalé con alivio al pensar en ello.

Advertencia: jamás debía intervenir.

La vi actuar en muchas ocasiones. En más de una oportunidad estuve a punto de inmiscuirme; pero su mirada era como látigo certero a mis intenciones, los músculos se me tensaban con su desdeñosa inspección que me obligaba a prodigarle cierta pleitesía y retirarme a un rincón. Silenciosa, adusta y siempre diciendo que llegaba con justicia: no por ella, sino que con ella. Ya lo sabía no era antojadiza aunque lo pareciera, se limitaba a cumplir con los menesteres que se le encomendaban. Sin juzgar.

Entendí que no siempre era fría y despiadada, a veces era indulgente con almas puras ―y esas sí que escaseaban―, en ocasiones empática y daba minutos para que notaran su presencia, eso la hacía esbozar una sonrisa y musitar frases cercanas a las almas. No importando qué idioma hablasen, los dominaba todos. No había que resistirse, eso fue lo que concluí al verla hacer "su trabajo" ya que sólo era una compañera más hacia el último viaje.

A veces rozaba a los que rebozaban de vitalidad y salud, aquellos que eran inquebrantables, y los más perceptivos, notaban su vestimenta flotar en la neblina hacia la luz o a veces con el frío acariciar sus cabellos. En la luz del astro rey ella brillaba, su figura nocturna era astrífera, también segura y hasta cálida, pero pareciera que esa visión indulgente estaba reservada sólo para ciertas personas.

Las leyendas le apasionaban, la vida le atraía y escuchó de todo.

El son de las teclas armoniosas del piano. El desgarrador y solitario violín. El murmullo del viento en la flauta traversa con las cuerdas emigrantes de un arpa al unísono; pero por sobre todo muchos acordes roncos resonando como tímidos truenos del chelo en aquellas composiciones viajeras―desde músicos connotados hasta los anónimos―, la incitaban a danzar y girar con gracia frente a la luna o en compañía del sol.

Reconocía que adoraba la creatividad y esa curiosa percepción de los escritores para describirla con adjetivos y algo más: déspota, cruel, irónica, ave noctívaga, sombra que mora en cementerios, amante del cielo, con mal gusto para vestir y hasta de sexo indefinido.

Las representaciones etéreas y alígeras de actores en el proscenio, las observaba desde el palco y al finalizar con un ademán curvaba sus labios o a veces aplaudía con ímpetu.

En ocasiones leía los reclamos nostálgicos de los poetas; en aquel minuto de lucidez creativa por el amor descarnado e ingrato, para pedirles su visita lo antes posible. Otras, eran verdaderas odas a su presencia ineludible y escuchaba como recitaban en voz alta.

Viajo a la aurora eterna,

atado a tu mano

a tu capa de estrellas

al roce gélido de tu hálito.

Deja que me despida

con la nostalgia en las pupilas,

donde cincelas mi vida

y escribes con tus uñas

la despedida a esta tierra.

Donde reiné en versos,

habité en silencio

y me ahogué…

en tus imaginarios besos.

Admiraba los geométricos o indefinidos retratos que le dedicaban algunos pintores y hasta reía de los dibujantes si sus trazos caricaturescos eran lo suficientemente buenos; aunque detestaba la hoz, el aspecto de verdugo, esos abrigos holgados y sombríos.

Las miles de preguntas de los niños y de los curiosos ingenuos no las respondían, pero les regalaba una sonrisa que calmaba su temor.

Por último. Los ninguneo, reclamos y demandas de algunos filósofos, científicos, millonarios déspotas y fanáticos con pasaporte a trato especial que osaban a mirarla por sobre el hombro. A ésos sí que los esperaba con una mueca y murmullos de sorna que no se borraban. Los tocaba con su largo dedo índice en la sien y quién sabe qué cosa verían que los silenciaba de inmediato.

En resumen: conocía más de su trabajo que del entorno en que vagué por tiempo incontable. Conocía más de sus artimañas que el saber… ¿Por qué estoy aquí?

A veces, creo que sólo soy una pieza en este juego de ajedrez que puede ser la vida y el aquí. ¿Acaso soy un peón? Y por último, sé que respondo a un nombre y es: Ohiro.


Lista de música:

*1 The cello song - The piano guys.

Ladyzafiro