Algo Inusual
Todos los jueves, Isabella Swan, viaja en metro a buscar a su hermana al jardín de infantes.
Va a la Universidad durante la mañana y una vez que "Psicología de la Educación", con su profesor favorito, termina a las 15:30 pm, ella toma el metro hasta el jardín donde su hermana pequeña está, la recoge y luego ambas se van a casa.
Ella hace esto todos los jueves porque su madre y padre trabajan, y los jueves son el único día en que su abuela no puede cuidar de Emma.
Así que Bella se despide, como cada jueves, de sus amigas y toma el metro hasta el jardín de infantes. Allí la saluda la educadora del jardín quien llama con voz suave a su hermana que juega a las muñecas con dos pequeñas más.
Cuando Emma la ve, corre por su mochila, besa a su maestra en la mejilla, y toma de la mano a su hermana mayor.
― Que bueno que llegaste ―, dice su hermana mientras esperan por el metro.
― ¿Por qué, estabas aburrida?
― No. Es que Alejandra ocupó la muñeca que yo quería. Pero no podía jugar sólo con Anna porque la maestra dijo que teníamos que jugar las tres. Sin pelear.
― Bueno, eso está bien. No tienes que pelear con tus compañeras.
― No, yo no peleo. La maestra dice que soy muy buena.
― Uy, si. Qué humilde.
― ¿Ah?
Bella rió ligeramente apretando la pequeña manito de su hermana.
― Nada. Lo que pasa es que a veces se me olvida que tienes cuatro años. Hablas como una adulta.
― Papá dice que hablo bonito. Que algún día seré presidenta.
― Con ese poder de embaucar a la gente que tienes, no lo dudo. Podrías vender arena en el desierto.
― ¿Por qué vendería arena en el desierto si ya hay mucha?
― Lo entenderás cuando seas grande, saltamontes.
― Siempre me dicen eso. Pero yo ya estoy grande. Tengo éstos años ―, y a continuación levanta cuatro dedos con su mano libre, haciendo reír a la mujer que venía de pie a su lado en el metro.
― Ya sé que tienes cuatro. Ahora, afirma tu mochilla niña grande que nos vamos a bajar.
Pero Isabella no hizo más que acomodar a su hermana a su lado cuando sintió una mano deslizarse rápidamente por su trasero dándole un apretón.
Su primera reacción fue congelarse allí mismo. Le subió un escalofrío por la espina dorsal que le erizó los cabellos de la nuca y le hizo sudar las palmas, luego se atragantó con su propia saliva al ver de reojo a un tipo sonriéndole asquerosamente.
La sonrisa pervertida de aquel tipejo le hizo hervir la sangre hasta que las mejillas se le colorearon de rojo y la vista se le nubló. Los oídos se le taparon y por eso no oyó cuando Emma, tirando de su mano, le dijo que se habían pasado. Soltó la mano de su hermana, tiró el brazo derecho hacia atrás y con el puño cerrado tal como su primo Emmett le había enseñado, lo estampó en la nariz del asqueroso hombre que trastabilló y cayó encima de otra gente.
La señora que venía a su lado sujetó a Emma por los hombros cuando Isabella flexionó la pierna y le dio un puntapié con todas sus fuerzas en las pelotas.
― ¿Te creías que iba a dejar que me agarraras el culo? ¡Pervertido de mierda! ¡Deberían castrarte a ver si te gusta! Voy a denunciarte, asqueroso e imbécil bastardo. ¡Púdrete, hijo de puta!
Se habían pasado de su bajada, era cierto. Pero a Isabella no había nada que le importara menos. Estaba entrando en pánico mientras caminaban. Dios, ella pensaba que se pondría a llorar de histeria en cualquier momento. Tironeaba, sin darse cuenta, a su pequeña hermana que estaba aún demasiado asombrada para decir algo. Así que no dijo nada.
Eventualmente logró recuperarse y volvió sobre sus pasos para devolverse a casa. No es sino cuando están sentadas en el autobús, que su hermana la mira y abre su boquita.
― ¿Qué te hizo ese hombre?
― Nada, saltamontes. Sólo… hizo algo que no debería.
― ¿Por eso lo golpeaste?
― Dios Santo, lo siento. Perdón por golpearlo, ¿si? No se golpea a la gente…
― A menos que lo merezcan.
― ¿De dónde sacaste eso?
― Papá me lo enseñó ―, dijo la pequeña como si no fuera gran cosa.
― No debiste haber visto eso, Emma. Yo estaba fuera de control.
― No importa. No le diré a mamá que dijiste malas palabras.
― Gracias ―, susurró abrazándola, derramando algunas lágrimas que estuvo reteniendo ―. Te quiero.
― Yo también, Bella.
Es ahí cuando su hermana toma su mano y siente un dolor en sus dedos y nudillos que quema.
― Auch.
― ¿Te duele? Está hinchado.
― No duele mucho ―, miente intentando flexionar los dedos.
― ¿Te doy un beso para que se te quite? ―, y a continuación, sin esperar respuesta, baja la cabeza y besa la mano de su hermana ―. Listo.
― Me temo que un beso no va a ser suficiente.
― ¿Más? ―, entonces comienza a besar incansablemente los nudillos inflamados.
― Gracias, saltamontes. Pero creo que tendremos que hacer una parada antes de ir a casa.
― ¿Dónde?
― Tendremos que ir al hospital.
― ¡Yupi!
Contra toda lógica, a su hermana le gusta ir al hospital.
Ella ama que le revisen sus dientes, que la pesen, midan y tomen la temperatura.
A ella la encanta con mayúsculas. Le gusta saber que está sana. Le gusta saber que está bien. Pero por sobre todo, le gusta que le den dulces.
Verán, ella tiene su doctor de cabecera, que la ha visto desde que nació, y siempre tiene un nuevo dulce, adhesivo, o dibujo para ella. Emma nunca se va del hospital con las manos vacías. Una vez el Doctor Watson olvidó que ella iría y no tenía nada para darle, así que Emma salió con un termómetro electrónico de última generación para medir la temperatura de sus muñecas.
― Vamos por mí, ¿si? No puedes pedirle al doctor que te dé algo, porque no es el doctor Watson quién nos atenderá.
― ¿Y cómo te vas a sentir mejor si él no te da nada?
― Yo soy grande y no necesito que me regale un dulce. No voy a llorar.
― Pero…
― Shhh, espera aquí.
Son veinte minutos de dolor intenso que tiene que esperar. Veinte minutos donde cree que el dolor es insoportable, hasta que mueve los dedos ligeramente y conoce una nueva escala de agonía. Entonces, una mujer sale con una planilla en las manos y ella casi llora de alegría cuando dice su nombre.
― ¿Puedo pasar con mi hermana? Es que…
― Si, claro. Adelante.
Toma con la mano buena ambas mochilas, la suya y la de su hermana, y entran a una pequeña salita donde hay dos sillas, una camilla, y muchos suplementos médicos.
― Saltamontes, vas a portarte bien ¿de acuerdo? Cuando lleguemos a casa jugaremos a las muñecas y veremos "La princesa y el sapo", pero tienes que prometerme que no harás un escándalo.
― Bueno.
― Júralo.
― Si yo me porto bien.
― Claro.
Unos minutos después, la puerta se abre y un hombre, de bata blanca, entra.
― Buenas tardes, soy el doctor Cullen.
― Hola.
― ¿Isabella Swan, verdad? ―, pregunta revisando las hojas de la carpeta que trae consigo.
― Si.
― Dime cuál es el problema.
Levanta la mano en la que casi no se distinguen dedos, pero alguien más da una explicación por ella.
― Le pegó a un señor en el metro.
― Oh, hola. ¿Y quién eres tú?
― Ella es Emma, mi hermana pequeña.
― Bueno, hola Emma. ¿Así que tu hermana golpeó a un señor en el metro? ―, dijo levantando las cejas, dibujando una sonrisita divertida en su boca.
Bella cerró los ojos con fuerza al sentir el familiar calor subir por su cuello hasta sus mejillas.
― Sip. Íbamos devuelta a casa cuando el señor hizo algo que no debía y Bella lo golpeó en la nariz. Y luego lo pateó en el suelo. Lo hizo llorar.
― ¿Debo llamar a la policía?
― ¡No! ―, gritó Isabella ―. Por favor no. Es que… él… verá… nosotras estábamos en el metro, nos íbamos a bajar cuando él… bueno él… me… Emma cúbrete los oídos.
― ¿Por qué? ¿Vas a decir más malas palabras?
Si alguien le hubiese dicho que podía sentirse más avergonzada, seguro que no le hubiese creído. Por supuesto, que el doctor sonriera tan divertido, no servía de nada.
― Sólo hazlo.
― Bien.
― Mire, él me agarró el culo. ¿Qué quería que hiciera? Seguro no lo iba a aplaudir.
― ¿Te agarró el…?
― Culo. Si.
― Iba a decir trasero, pero culo también sirve.
― ¿Podría sólo verme la mano? El dolor me está matando.
― Si claro, por supuesto.
Isabella suspiró de alivio intentando tranquilizarse mientras el doctor le flexionaba la mano una y otra vez. Claro que, le fue imposible al ver que el médico fallaba miserablemente en esconder una sonrisa.
― Estoy segura que en algún lugar del manual de medicina dice que es poco ético reírse de los pacientes.
― Lo siento, lo siento. De verdad. Es sólo que… No puedo dejar de preguntarme: ¿Lo hiciste llorar, en serio?
― Si ―, contestó una vocecilla por ella ―. Mucho. El señor dijo que Bella lo dejó isteril.
― Es estéril, saltamontes.
― Habiendo aclarado esa duda; siento mucho mi poco profesionalismo, Isabella. Prometo que no volverá a ocurrir.
― Bien.
― Seguramente no estoy haciendo tu día mejor.
― En absoluto.
― Okey, mira, por lo que sentí no hay ningún hueso roto, pero haremos una radiografía para asegurarnos. ¿Está bien?
― Si.
― La enfermera te llevará a rayos, y cuando estén los resultados veremos qué hacer. ¿Bien?
― Bien.
― ¿Alguna pregunta?
― No.
― Bueno, las veré en un rato más.
― ¡Chao! ―, chilló alegremente Emma cuando salieron de allí.
Isabella esperó hasta que estuvieron caminando lejos de ahí con la enfermera para hablar.
― Emma, si alguien más pregunta qué ocurrió, déjame hablar a mí. ¿Quedó claro?
― ¿Te enojaste?
― No. Pero no tienes por qué contarle todos los detalles a todo el mundo.
― Lo siento.
― Está bien. Sólo no digas nada la próxima.
― Igual a mí me gustó el doctor.
― A todas les gusta el doctor Cullen, pequeña ―, dijo la enfermera sonriendo ―. No eres la primera en pertenecer a su club de fans, ni la última.
Parte 1 de 5
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