Drabble escrito para el reto de celebración del primer aniversario de la cuenta de Twitter de ffcabr. Las palabras que había que incluir son Abandonar/Arena/Cruz. Cabreado-sama, este año contigo ha sido genial.
Dentro del Santuario, cerca de los templos de los caballeros de las armaduras de oro, hay un pequeño oasis de tranquilidad; un bello jardín de rosas. Si cualquier persona encontrara el lugar lo describiría como un remanso de paz apartado del ajetreo y del ruido característico de la zona. Pero Albafica de Piscis, la única persona al tanto de la existencia del jardín, no era cualquier persona.
Con paso firme, el caballero de oro más bello al servicio de la diosa Atenea se adentró en el mar de rosas. Los pétalos a sus pies danzaban lentamente mecidos por el aire como si fueran liviana arena. Se detuvo delante de una roca plana clavada sobre el suelo. Allí yacía su maestro.
Lugonis, Caballero de Oro de Piscis
En realidad Lugonis, el anterior caballero de Piscis, no fue solo su maestro. Fue lo más parecido a un padre que conoció. Cuando el destino decidió abandonar a un bebé en el solitario jardín de rosas, Lugonis de Piscis decidió adoptarlo y entrenarlo para que fuera su sucesor. Le dio un techo bajo el que vivir, comida, ropa, conocimientos, valores, amor… y un nombre. Albafica.
Arrodillándose frente a la tumba, Albafica cerró los ojos e intentó rememorar los buenos momentos que había pasado con su maestro. Cuando le enseñó a leer, cuando le enseñó a defenderse de quienes se burlaban de su delicada apariencia, cuando le enseñó a lanzar rosas semejantes a las que en un futuro que convertirían en su principal arma… Pero no todo eran recuerdos felices. La culpa le carcomía, como siempre.
"Lo siento, maestro. Es mi culpa que ahora ya no esté entre nosotros."
Ya hacía años desde aquel fatídico ritual de lazos rojos, cuando intercambió sangre por última vez con aquel hombre al que quería como a un padre. Recordaba con claridad la cara de su predecesor intentándole tranquilizar, asegurándole que ese era el destino de los Piscis, morir cuando el veneno de la sangre de su sucesor fuera más potente que el de la suya propia. No le mató él, le decía mientras su vida se apagaba. Pero Albafica no estaba de acuerdo. Al fin y al cabo, ¿no fue su sangre la que envenenó a su buen maestro Lugonis? La parte racional de su cerebro le decía que no tenía razón pensando de esa manera. Su maestro sabía lo que hacía cuando inició el ritual que tanto hizo sufrir al más joven. Muchas veces pensó que su cuerpo no soportaría el veneno de la sangre de su maestro pero, irónicamente, lo que pasó fue lo contrario.
Definitivamente, la muerte de su padre fue culpa suya, pensó Albafica dejando dos inofensivas rosas formando una cruz sobre la tumba que tenía delante de él. Tras levantarse y secarse unas lágrimas de la cara que no recordaba haber derramado, dejó el jardín de rosas tal y como había llegado. Con paso firme y un pensamiento en mente.
"No puedo acercarme a nadie. Mi sangre no debe matar a ningún inocente más."
Albafica era la única persona que sabía lo que el jardín era en realidad. No era un oasis ni un remanso de paz. Era el lugar donde descansaba en paz la primera persona a la que había matado.
