Más allá

Llueve. El vestido azul oscuro, más oscuro en la noche, se adhiere, húmedo, a su piel. El agua purifica, dicen. El agua lava las heridas.

En algún lugar, lejos de todo, de todos, él pensará en ella; un pequeño consuelo, quizás. Por ahora, no significa nada, nada entre las gotas de agua, frías, que se mezclan con sus lágrimas. La luna está llena.

Lejos, más allá de los altos muros del viejo castillo, lejos de esas paredes que parecen suspirar con el dolor de demasiadas generaciones perdidas, un aullido solitario se apodera de la noche. Ella se estremece, acurrucándose aún más en el suelo, frío, duro. Le duelen las manos, los pies, la cabeza; pero ya no lo siente. No es algo importante. Tampoco el corazón.

En algún momento, la oscuridad desaparece. Deja de llover, pero ella, la pelirroja, aún llora. ¿Qué habría pasado? ¿Qué habría ocurrido si hubiese podido amarle? No lo sabe; no se permite saberlo.

El sol asoma, poco a poco, despertando recuerdos con su luz; imágenes demasiado dolorosas para detenerse en ellas. Una sonrisa, unos ojos oscuros, cargados de cariño y deseo. Ella sonríe inconscientemente. Después, otro hombre, unos iris dorados y tristes, conscientes de que todo se acaba allí, un beso… Nada más.

Más allá de los muros del castillo, los caminos se separan.