Muy buenas. Bienvenidos a mi primer fic de Harry Potter. Sinceramente, nunca había escrito uno, o al menos, no tenía intenciones de hacer una historia sólida (hacía muchos drabbles, que va). La pareja es Draco/Hermione con algunas apariciones de Harry/Ginny, Neville/Luna. Están en sexto año de Hogwarts, a mediados de Noviembre.
Los personajes, lugares y el mundo mágico no me pertenece. Si no, no estaría aquí(?. Posiblemente estaría en Londres, ganando mucho dinero xD.
En fin, una nota más! Porfavor, si quieren decirme algo dejenme un review3. Seré feliz si me dicen que les gustó el primer capítulo, o si tienen sus críticas constructivas hacia mi forma de narrar. Un review me hace feliz! Gracias3.
Repasó las páginas de los libros, como acostumbraba. Su pulgar se movía ágilmente por las páginas, deteniéndose a veces, para buscar alguna línea detallada en uno de miles párrafos del pesado libro sobre Pociones. En su patético intento de búsqueda, movió el pesado libro hacia a un lado, repitiendo la tarea con un nuevo libro. Ciertamente, Hermione Granger no esperaba encontrar su respuesta en los libros de la biblioteca. Era algo más allá de lo que podían mostrarle los libros. Y a menos que quisiera recibir todo un sermón sobre la poción que estaba buscando, prefería investigarlo sola que acudir a Slughorn.
— Debes de estar por aquí. — masculló, leyendo apenas, la hoja desgastada de Pociones Avanzadas. ¡Por Merlín! Que no era tan difícil encontrar algo más que los ingredientes de una poción.
Lo que ella buscaba, era nada más y nada menos que un poco de información extra sobre una poción en particular. El Filtro de la Paz, o como solían llamarle, la poción anti-nerviosismo. La habían aprendido un año atrás, antes de que se presentaran los TIMO's. ¿Por qué la necesitaba ahora? Por que tendrían una semana de exámenes. Con todas sus materias, era imposible no ponerse ansiosa. Tenía un serio problema con los deberes, un serio problema con que Ron y Harry no hicieran nada más que preocuparse por Quidditch, y otro serio problema con sus rondas de prefecta. En cualquier momento, ella estallaría.
La bibliotecaria, por ejemplo, fue la primera en notar el extraño comportamiento de Hermione. Ella no era necesariamente una chica que se estresara con mucha facilidad; pero sus libros se habían duplicado sobre la mesa, y la mayor parte del tiempo se le podía encontrar en la biblioteca, tras unos cuantos libros de Aritmacia o Historia de la Magia. Se mordía el labio inferior, rasgaba el pergamino con pereza, sin dejar de mirar las letras que iban apareciendo en el pedazo de papel.
Y estaba claro que sus dos mejores amigos también lo habían notado. A veces soltaban frases como «Demonios, Hermione, no deberías de preocuparte tanto». Y ella solo carraspeaba antes de sumirse en el infinito océano de palabras que su mente trataba de procesar. Esos días, mantuvo la calma. Fue estricta con su horario de estudios, y pudo terminar con calma todos sus deberes.
Pero aquél día era diferente. Su reacción fue una oleada de odio hacia la casa de Slytherin cuando, gracias a ellos, les mandaron a hacer una redacción de dos pergaminos acerca de la pócima de la euforia. ¡Tenían que clasificar y explicar el uso de todos los ingredientes! Como si ella tuviese tiempo para desgastarlo hablando sobre el ópalo y plumas de Jobberknoll. Sumándole esa redacción a sus deberes, aún le faltaban sus deberes de Runas Antiguas, Aritmacia y Herbología. Por suerte, Slughorn había tenido un poco de compasión con ellos.
Sopesó, negando con la cabeza. Ya había cerrado el libro de pociones avanzadas, limitándose a encogerse de hombros. No era necesaria una poción. No aún. Soltó un bufido, mientras se acercaba uno de los pergaminos para iniciar con la redacción de pociones. No lo pensó dos veces. Sabía que si continuaba con su rutina de encerrarse en la biblioteca terminaría volviéndose loca. Carraspeó, y con las yemas de sus dedos, presionó sus párpados cerrados, tratando de concentrarse. Aún podía escuchar a la bibliotecaria, sellando libros y repitiendo sonoros «Shh» cuando los murmullos de los alumnos se volvían constantes.
«Recuérdalo, Hermione. El ópalo funciona como un estimulante para ayudar a las personas emocionalmente… Y los huevos de Ashwinder pueden ser usados para Filtros Amorosos o remedios para combatir la fiebre.»
Volvió a rasgar la pluma contra el pergamino, tratando de anotar toda la información que su mente repetía constantemente. Se detuvo unos segundos, prestando atención a un sonido que se hacía continuo. Pensado que solo debía de ser su imaginación, regresó a sus deberes.
[…]
¿Qué demonios hacía él ahí? Era básicamente alérgico a los libros, al olor de rata de biblioteca. Sin embargo, necesitaba estar ahí. Snape le había advertido sobre sus bajas notas. Malfoy se lo pensó muchas veces antes de atravesar el umbral de la puerta que conducía a la biblioteca. La bibliotecaria, como de costumbre, estaba sellando libros. Draco la miró de soslayo, reprimiendo una mueca de asco.
Siguió avanzando, con su semblante frío, hasta buscar por los pasillos de la estancia, lo que buscaba. La sección de Pociones, que irónicamente, se encontraba después de Estudios Muggles. Soltó un bufido. Si su padre estuviese ahí... Aunque Draco no tenía intención alguna de quedarse en un lugar donde adoraran a los muggles. Aclarándose la garganta, giró en el siguiente pasillo. Estanterías, libros, olor a personas que dignas de él. Ratas de biblioteca.
Metiéndose las manos en los bolsillos, continuó con su camino. Su cabeza estaba llena de todos los problemas que tenía. Problemas o más bien, personas estúpidas que le estorbaban. Estaba Snape, por ejemplo. Con sus continuos comentarios sobre la baja de sus notas y la decepción de su padre. Y luego estaban los dos imbéciles de Nott y Zabini. Apenas si tenía tiempo para que esos gorilas lo dejaran de joder con preguntas estúpidas.
Cuando por fin llegó al pasillo que buscaba, se detuvo unos instantes a comprobar si estaba solo. No necesitaba que alguien lo observara y fuese con el cotilleo a otro sitio. Ignorando la jaqueca que llevaba, trató de sujetar un libro con la diestra.
Leyó la portada.
«Pociones básicas para la limpieza del hogar.»
¿Acaso el era un elfo doméstico para encargarse de eso? Lanzó el libro al suelo, y soltó un bufido. Buscó otro libro. Leyó la portada, dándose cuenta de que era otro libro sobre pociones sin utilidad alguna. Pociones para el amor, «o más bien, pociones para arpías» pensó el Slytherin, sonriendo de medio lado. Otro libro que caía en el suelo. Pociones para sanar heridas, para hacer crecer huesos… nada le servía. Y ni si quiera recordaba esa tarea que el viejo de Slughorn les había dejado. Un libro más se unió a los que estaban en el suelo.
Ante el poco éxito de su búsqueda, Draco Malfoy golpeó la estantería, provocando una avalancha de libros.
[…]
Su voz interna le decía que debía de continuar, recordándole que aún tenía que entregar otros deberes. Hermione pensó por un momento cómo era que sus amigos estaban tan tranquilos. Claro, ellos no tenían tantas asignaturas como ella, pero aún así, ¡era semana de exámenes! No debían de preocuparse por el ajedrez mágico, o por cuántos cromos de mago que coleccionaban. Pero hasta ella sabía, que en ese aspecto de la vida, estaba sola. Sola con libros y libros, y un dolor de cabeza terrible. ¿Algo podría empeorar su día? Supuso que no. Con toda la contrariedad de su mente, decidió rasgar el pergamino, escribiendo así, las primeras líneas de una redacción que no pretendía terminar ese día.
El sonido que hacía la bibliotecaria sonaba como un eco lejano, atravesando su mente de vez en cuando cada vez que alzaba la cabeza para observar uno de los relojes de la estancia. El contacto con la pluma y pergamino era lo único que podía escuchar. Además de la vocecita interna que le decía que escribir, claro. Estuvo de esa manera durante unos minutos. Escribiendo, arrugando la nariz al observar su redacción, y regresando a los libros con los que se ayudaba.
Podría haber terminado de escribir si no fuese por ese maldito sonido que se escuchaba detrás de unas estanterías. Pero Merlín! Es ruido de golpes la tenía distraída. Había dejado un párrafo sobre la esencia de Díctamo a la mitad. Primero pensó que debía de ser su imaginación, como antes, o simplemente el estrés. Pero cuando el sonido se hizo repetitivo, la castaña tuvo que alzar una ceja, girando ligeramente el rostro hacia el lugar de donde provenía el ruido. ¿Qué era aquello? ¿Alumnos demostrando su amor en la biblioteca? Regresó su vista hacia Pince, que parecía no haber escuchado el ruido.
Alzó una ceja.
«Puede que sea alguien queriendo destrozar la biblioteca» pensó, mordiéndose el labio inferior. Se levantó, dispuesta a averiguar qué era lo que sucedía ahí. Después de todo era una prefecta. Ella podía controlar una situación si se salía de control, ¿verdad?
La respuesta llegó tan rápido a su mente que tuvo que ordenar rápidamente sus cosas, metiendo libros en su mochila, así como sus pergaminos, tintero y apuntes. El ruido todavía perforaba sus oídos. Era algo parecido a un golpe en la estantería, seguido de un montón de libros caídos o cerrados con fuerza. Con la mochila colgándole del hombro, Hermione avanzó hacia el pasillo de Pociones. Giró a la derecha, a la izquierda y de nuevo a la derecha. ¿Dónde demonios estaba ese ruido, por Merlín? Como si la pregunta hubiese flotado en el aire, escuchó un golpe seco a su izquierda.
Se detuvo al instante. Si eran alumnos… los regañaría y mandaría inmediatamente lejos de ahí. Y unos cuantos puntos menos, además. Arrugó la nariz, moviendo unos libros tras la estantería para ver al otro lado del mueble. Ya no escuchaba el ruido. Solo podía ver libros en el suelo, desordenados. Que va, ¿Pince podía escuchar los murmullos de los estudiantes, pero no a un psicópata que tiraba libros? Carraspeó, de nuevo. Estaba a punto de girarse sobre sus talones, cuando una voz la llamó a su espalda.
— ¿Espiándome, Granger? — un siseo se escuchó en el aire. Hermione pudo reconocer la voz casi inmediatamente. Una sonrisa amarga se formó en sus labios. Se giró, para observar al Slytherin que estaba frente a ella. Draco Malfoy, el ser más arrogante en la faz de la tierra.
— Para tu fortuna, no, Malfoy. Ahora puedes dar la vuelta y marcharte. Estoy buscando un libro. — mintió rápidamente, aunque podía sentir la fría mirada de Malfoy sobre ella.
— Parecía más como si quisieras espiarme, Granger. ¿Ahora eres una policía bibliotecaria? — y seguidamente, el chico había soltado una carcajada. Hermione rodó los ojos, tomando el primer libro que tenía a la mano.
— Como te dije, estaba buscando un libro. — respondió fríamente, pero antes de que pudiese ver el título del libro para poder improvisar, Malfoy ya lo había sujetado en un ágil movimiento de mano.
— ¿Pociones amorosas, Granger, en serio? ¿A quién se la ibas a dar? ¿A tu amigo Potty o a la comadreja? — volvió a sisear, regresando el libro a la estantería. — Admite que venías a espiarme, sangresucia. — añadió, con ese porte tan altanero que solo él y sus asquerosas serpientes soportaban.
— No me gusta mirar a idiotas. Aunque felicidades, parece que te ganaste el premio al idiota del año — respondió mordazmente, al momento se acomodaba la mochila al hombro.
Una silueta se les unió. Hermione casi pudo distinguirla al instante.
«Mierda».
Eso fue lo único que pudo procesar su mente. Antes de siquiera poder correr por los pasillos para huir lo más rápido posible, Snape se encontraba frente a ellos, con los brazos cruzados y una ceja alzada. Hermione soltó algo que parecía un «Profesor Snape», bajando la mirada. Pudo darse cuenta de que Malfoy mostraba una mueca de desprecio hacia Hermione.
— ¿Interrumpo algo? — preguntó Snape, sonriendo de medio lado. — ¿O es que sus conversaciones serán entre libros de pociones? — continuó Snape, girando el rostro para observar a Malfoy, que en ese momento tenía los labios fruncidos.
— No... yo no... lo siento, estaba por irme. — se disculpó la castaña, con nerviosismo.
— En vista de que usted se interesa tanto por el Señor Malfoy, y en vista de que él necesita subir unas cuantas notas… usted se encargará de ayudarle con sus estudios. — El profesor había hecho énfasis en cada palabra. Pero Hermione ya no lo escuchaba. Sentía como si un balde de agua fría le hubiese caído justo en la cabeza. ¿Ella, tutora de Draco Malfoy? Quiso soltar una carcajada. No, no y no. Ella nunca podría ser tutora de un imbécil que se la daba de diplomático adinerado.
Pero por lo visto, ella no era la única que no deseaba cumplir esa tarea.
Draco Malfoy estaba atónito. Tenía los labios entreabiertos, queriendo protestar. Su rostro mostraba esa ira hacia su profesor, y al mismo tiempo, hacia la sangre sucia de Granger. ¿Qué mierda le había ocurrido a Snape? ¿Soportar a la sabelotodo de Granger solo porque no podía con unas cuantas materias? No, eso no podía ser. Él era el hijo de una de las familias con más poder mágico en el mundo, ¿y lo mandaban a compartir horas de estudio con una sangresucia? Apretó los puños, y su mandíbula se tensó.
— Lo siento, profesor Snape. Pero yo no podría ser tutora de un Slytherin como Malfoy. — hizo énfasis en la palabra Slytherin, arrastrando las palabras como Malfoy lo hacía. Se mordió la lengua. Una redacción de pociones gracias a Slytherin, y además un circo y teatro con Malfoy? No gracias.
— Y yo no podría aguantar a una sangre sucia como tú, Granger. — le espetó, apretando la mandíbula hasta que sus pómulos se marcaron ligeramente.
— Veinte puntos menos para Gryffindor. — añadió Snape, con su voz patéticamente calmada. Hermione entreabrió los labios, a punto de decir algo que la salvara de aquél lío. Pero se dio cuenta de que si lo hacía, Gryffindor terminaría sin puntos. Sopesó, observando al Slytherin. — Y serán más si sigue quejándose, señorita Granger. — añadió Snape, observando a ambos estudiantes con una expresión seria.
Como parecía que esa batalla estaba perdida, no tuvo más remedio que carraspear. Se mofaría, a pesar de eso. Nadie le echaría tierra a un Malfoy. Después de todo, lograría demostrarle a esa sangresucia el por qué su familia estaba en donde estaba. Él no permitiría que una sangresucia -y mucho menos la amiga de Potty y Weasley- le dijera que hacer.
— ¿Para qué me necesita Malfoy, profesor Snape? — se mordió la lengua después de soltar la oración. No podía creerlo. ¿Darle clases a Malfoy? Claro, funcionaría de maravilla. Se volverían mejores amigos, harían pijamadas y escucharían la música del mundo muggle. ¿Qué más faltaba? ¿Qué Voldemort se convirtiera en Elvis?
— Pociones. — fue lo único que obtuvo como respuesta. Cuando se dio cuenta, Snape ya se había marchado, y Malfoy acababa de girar sobre sus talones para seguirle el paso al profesor. Hermione soltó un bufido de rabia, golpeándose débilmente contra la estantería. Justo lo que le faltaba.
Reaccionó a los minutos. Se acomodó la mochila al hombro, esquivó los libros que se encontraban en el suelo, y se dirigió hacia la salida a la biblioteca. Tendría que contarles a Harry y Ron sobre su aventura. ¿Por qué no había ignorado el maldito ruido? De ser así no estaría en apuros. Menuda idea. Vaya asco de día.
[…]
— ¿Tu, enseñarle pociones a Malfoy? — preguntó el pelirrojo una vez que entraron por el retrato de la Dama Gorda. La sala común, a pesar de que era viernes por la noche, estaba vacía. Unos cuantos alumnos acababan de subir por las escaleras que dirigían a sus dormitorios.
— Lo sé, es patético. — respondió Hermione, logrando soltar su mochila en uno de los sillones libres, junto a ella. — Además, ¿qué pretende Snape con eso? ¿Entablar relaciones internacionales con hijos de muggles? — hizo una ligera pausa. — No pienso enseñarle nada a ese cabeza-hueca de Malfoy. — cerró los ojos, tratando de concentrarse.
— Bueno, Hermione. — intervino Harry, observando por unos instantes a Ginny, que acababa de cruzar la habitación junto con Dean. — Tal vez sea conveniente que no te acerques mucho a él. Cuestiones personales. Ya sabes todo lo que Malfoy es capaz de decirte. — Hermione asintió, y una ligera sonrisa apareció en su rostro.
— Lo sé. Por eso intentaré hacer un trato con él. — Ron soltó un bufido. — Al menos así me dejará en paz. — Una ligera pausa, y se levantó del cómodo sillón en el que se había sentado. — ¿Y bien? ¿Qué hacen ahí sentados? Tenemos redacciones que entregar, ¿recuerdan? — y estiró el brazo para coger su mochila.
[…]
Draco Malfoy chocó el puño contra el sillón en el que estaba sentado. Pansy lo miró, inexpresiva, como si aquello le fuese a decir lo que sucedía con el rey de las serpientes. Draco la miró, esbozando una mueca de indiferencia. Pansy supo al momento que quería un poco de soledad. El chico pudo observar cómo se levantaba, y comenzaba a alejarse hacia las habitaciones de las chicas.
— Zabini. — lo llamó. — Necesito que hagas algo. — siseó, mientras su mente procesaba el plan que había repasado tantas veces desde que abandonó la biblioteca. ¿Él, con esa sangresucia de Granger? Jamás.
