Miro a la ventana y lo único que consigo ver con claridad son nubes y más nubes. Esto es un total aburrimiento. Miro a Robalito que por fin se ha dormido. No me gusta ese niño pero el Nido de Águilas me ha hecho madurar y comprender que no me puedo dejar llevar por lo que siento o cualquiera me devorara. Si no me hubiese mantenido fuerte en los momentos crueles de mi estancia aquí, posiblemente Robalito, con sus mediocres espasmos me hubiera devorado. No quiero que nadie me devore y menos un crio que ni siquiera conoce mi verdadero nombre. Miro a Meñique que también está escrutando el paisaje, pero el parece pensar en otras cosas, ni siquiera se da cuenta de que lo estoy mirando, o quizás sí. Con él nunca nada se sabe. Y eso me pone de los nervios. Se enamoró de mi madre y en un momento de inocencia en la nieve me robó un beso. Ese beso me hizo sentir tonta por no haberme dado cuenta de las intenciones de meñique en su momento. Pero si recuerdo besos y cosas que devoran me acuerdo de Desembarco del Rey, Joffrey y su no tan fiel Perro. En mis momentos de locura me gustaría pensar que está aquí conmigo y no deja que nadie me toque. Sonrío estúpidamente y me recuerdo la noche que me pidió un beso y una canción. Fue todo muy inclemente y despiadado, pero él era así. No he sabido nada más de él. Me fui, me escapé de allí, y una de las cosas que tengo de recuerdo de aquel oscuro y terrible lugar caluroso era la capa del Perro y no sé realmente porqué la mantengo. Me lo pregunto muchas noches cuando tengo frío y Robalito no está conmigo y puedo aprovechar y ponérmela a escondidas. Fue áspero y dulce, mezclado con el sabor del vino y me pregunto si en algún momento me hubiera besado sin la acción de la traicionera bebida. Suelto un suspiro y Meñique me mira escudriñándome igual que a un plato que no le sugiere mucho. Para Sandor yo habría sido su postre, para Meñique no soy más que un palillo de dientes con lo que limpiarse los restos de comida y me entristezco. Joffrey no me quiso y me pegó, el rey de las flores no sabe ni mi nombre y el resto del mundo que me conoce me llama por tonta. Algunas veces me escapo de la realidad y me voy a mi mundo de fantasía, allí las cosas son más bonitas y agradables. Pero ¿y qué? No quiero derrumbarme al pensar que no sé dónde está mi querida madre, ni donde está el aguafiestas de Arya, ni si mis hermanos están vivos. Los dos están vivos aunque no sea eso lo que dicen las malas lenguas porque yo lo siento, aunque nunca estuve muy pegada a ellos, ni siquiera a John Nieve. Ahora si pudiera volver atrás, me habría ido sin pesarme lo dos veces de Desembarco del Rey cuando nuestro padre nos lo dijo. ¡Tonta, Sansa, tonta!
No sé si dije eso último en voz alta porque Meñique ya estaba a mi lado tomándome por los hombros y meciéndome.
-¿Qué te preocupa, hija? – Me pregunta con esa terminación en lasciva sonrisa que siempre parece tener su sonrisa.
- Nada, no es nada, papa.- Añado al final. Él parece no creerme y me abraza mientras me besa y yo me dejo. Imagina que es otra persona. "En la oscuridad puedo ser el Caballero de las Flores" Pero no pensé en el caballero de las flores. No pensé en nada. Dejé que este horrible y animado ser me abrace mientras yo recuerdo con pena a las únicas personas que me trataron bien cuando estaba en Desembarco del Rey, Tyrion, mi aún esposo, el que nunca me obligó a nada y que me intentó hacer feliz y mi amiga y reina Margarey. Sonrío pensando en ellos y me transporto.
Mi papa está muerto y Sansa Stark murió con él, pero aún ella se pasa por mi mente para recordarme que hay princesas que aún creen en los cuentos de hadas.
