Chronicles of Narnia y sus personajes no me pertenecen
Victoria
Cae de rodillas y duele. Observa la sangre insolente aterrando a sus manos y el tremor violento de sus miembros impidiéndole respirar con claridad, aunque el aullido de victoria murmure fresco en su mente que derrumbarse ahora no es la mejor de las estrategias. Pero, la negación golpea fría y su dignidad no puede importar.
El mundo gira, patea y echa a correr tras de él, pese a no sentirlo. Ellos observan extraviados, guerreros devotos a la voluntad de sus monarcas, aguardando por un consuelo o una patética frase de consuelo que disuelva el miedo de esta noche.
¿Por qué? ¡¿Por qué, Edmund?
El general toma su brazo, tratando de apartarlo del lugar y dejar el último intento fuera de su rango de visión; sisea, musitando guturales disposiciones, fuera de sí. No se moverá, dice, no piensa retirarse porque piensa que estando allí puede retenerlo un poco hasta que alguien encuentre a su hermana Lucy. Sostiene con la fe olvidada de infancia, que puede hacerlo, no ha fallado y no está a punto de perderlo todo.
Para él, todo no se refleja en los prados circundantes o el gorgoteo de los ríos cercanos; la luz en los ojos azules se recrea en una mirada café y hebras azabache. Se prometió a si mismo proteger aquello, de modo que comprender el gesto compasivo de su hombre de más confianza resulta tan inconcebible como marcharse, tal cual ellos piden.
Tú lo vales.
Ya no es rey, ni caballero de una orden honorable o soldado fiel blandiendo el acero por su patria; olvida el motivo en una fracción de segundo, ignorando los desgarrados sollozos de su propia garganta y asumiéndolos ajeno. No es más el rey bienamado de los grandes banquetes y las victoriosas campañas, sino el chiquillo aterrado de los campos de Beruna. El mismo, patético e impotente, que observa sabiéndose incapaz.
Se niega a soportarlo, no puede creerlo. Las órdenes por remedios rudimentarios y el aviso inmediato de la llegada de la reina no son para atrapar el ánima moribunda de su hermano menos, claro que no. Se rehúsa a remembrar las palabras ahogadas en disparos de arco y choques de espada, pues miente.
Tu vida vale cien veces la mía, Peter.
Los alaridos le pertenecen porque ha escuchado la sentencia. Los curadores huyen en busca de refugio, el rostro pálido del rey caído espanta el jolgorio y aquellos reproches pronunciados mil veces tras una jornada como esta. Él no volverá, repiten fantasmas rasgando su audición, no regresará a jugarte una broma en la sala del trono ni a mofarse de un error en práctica de esgrima; jamás retornara a envolverte en un abrazo feroz, alegando al frío e ignorando la elevada temperatura del verano.
Nunca sentirá el anhelo febril de sacrificar el aliento inexistente por una sonrisa plena de su mejor amigo. Maldice. Lucy se aproxima aterrada, gime enterrando el rostro en la hierba y enjugando las lágrimas en el estandarte enemigo tinto en carmesí.
No es buen rey, no es buen hermano, ahora no es nada.
N/A. No es incesto. Siempre he tenido que, a pesar de ser todos hermanos y quererse mucho, existió una lazo muy fuerte entre Peter y Edmund, y Susan y Lucy, de igual manera.
