Disclaimer: The Lost Canvas (TLC) NO me pertenece a mí sino a Shiori Teshirogi. Saint Seiya a ese ser superior que es Kurumada.

Advertencias: ...

Pareja/Personajes: Regulus de Leo x Yato de Unicornio

Acotaciones:

¡Hola! :D

A ver, sinceramente no sé de dónde salió este coso, pero un día se me ocurrió investigar acerca de la pirotecnia (Es que soy una persona ociosa per ser) sin ninguna razón, para descubrir que esta existió desde la guerra santa pasada (NO TLC sino la anterior a esa, la de la Atena con problemas de pechonalidad). A mi mente vino la imagen mental como un mensaje divino, así que me dije que tenía que escribir esto porque era mi destino, estaba escrito (¿?).

Ammm, lo terminé la semana pasada, pero me pareció súper acorde subirlo para este día en particular, disfruto con cosas simples y sencillas así que el sólo pensarlo me divierte. ¡BUAHAHAHA! (¿?) Anyway:

¡Feliz Año Nuevo!


Fuegos Artificiales

Fue un poderoso estruendo, tanto así que todos los aprendices a santos salieron corriendo de la barraca dónde dormían, aún en pijama, totalmente desorientados y sin ningún rumbo claro al cual dirigirse. Hasta parecían niños normales, no los ejemplos de valentía, autocontrol o determinación en los que deberían convertirse un día, corriendo de aquí para allá, chillando como críos mientras pensaban que eran víctimas de un ataque sorpresa al santuario.

Yato pegó semejante salto que terminó de pie, de una, totalmente desenredado de las sábanas con las que se había estado peleando sin descanso desde hace un par de horas.

En cuanto pudo tener noción de lo que pasaba, la cual no era tanta porque había humo, gente corriendo por todas partes, gritos y demases, salió disparado en dirección contraria. Encontró prontamente a Regulus, tirado en el suelo, dormido como un tronco y provocando que varios tropezaran con su humanidad así como le había sucedido a él antes de hallarlo.

Yato intentó despertarlo y, como no lo consiguió, comenzó a arrastrar al prodigio con poca delicadeza por el piso. Lo tiró de las piernas, del cabello, de la diestra tanto así que pareció que iba a arrancársela, si hasta lo pateó un poco y todo.

El problema es que no fue hasta que logró acarrearlo unos cuantos metros que el castaño finalmente se despertó, levantándose como un rayo y tomándole la mano como si hubiese sido lo que debía haber hecho desde el principio.

Un poco atontados por culpa del repentino despertar, partieron corriendo a la cima del cerro más cercano. Tal vez desde allí podrían distinguir la escena de la mescolanza de caos, pólvora, explosiones y estruendos que era en ese momento el santuario.

Fue cuando creyeron que no serían capaces de divisar nada que se les ocurrió, a ambos, mirar hacia arriba al mismo tiempo. El precioso paisaje griego, sin astros esa madrugada en particular, se iluminaba poderosamente, como si amaneciera y volviera a anochecer varias veces en un instante, por una serie de estrellas que salían desde el suelo, se disparaban en el cielo y disipaban de manera espectacular, dejándolos boquiabiertos.

Estaban seguros que de saber cómo era el polvo de estrellas, lo hubiesen confundido con ese delicioso halo de humo que se desprendía de los hermosos colores que estallaban sonoramente encima de sus cabezas.

Entonces permanecieron allí, sin soltarse de las manos, ni deseando bajar de vuelta a la barraca, boquiabiertos aún por la impresión que puede tener un niño de diez años al ver una cosa que cree no se repetirá nunca, pero nunca jamás en su corta vida de caballero.

Fuego griego, les explicaría luego el maestro que eran las luces de colores en el cielo.