Capítulo 01
El espectro de porte firme.

A pesar de la muerte, eso no era el final. Cosa que Alberich comprobaría mas tarde. Aún faltaban algunas cosas que pasar, algunas experiencias que quedar, algunas cosas que sentir, otras por recordar y otras por sufrir. Él sabía a donde iba a parar, durante su vida nunca se preocupó por evitar llegar al lugar. Aunque estuviese seguro de la existencia de los Dioses y del castigo eterno que le infligirían, no se preocupó en vida por hacer lo que ellos creían correcto. Alberich era un hombre que pensaba en grande, un hombre inteligente, un hombre que creía conocer su superioridad ante los demás. Él no era un esbirro más, él no era hombre de recibir ordenes pues el comandaba su propia vida. Le resultaba patético el observar como algunos de sus compañeros de armas se sacrificaban por una causa vacía que no les beneficiaba en lo absoluto, todo era tan simple y él era el único que podía notarlo, por eso también se acostumbró a la idea de estar rodeado de ineptos y de que solo él pensaba con objetividad. Ya pagaría mas tarde por todas sus faltas, y a un alto precio.

Con dificultad abrió sus párpados para ver imágenes borrosas, se sentía en una especie de trance que no lo dejaba mover, había muerto y el lo sabía, estaba en el infierno y también lo sabía, incluso se lo esperaba, rió despectivamente antes de dejarse caer inconsciente de nuevo. Al despertar, tan solo recordaba imágenes borrosas de distintos hombres de armaduras oscuras y caras siniestras. Revisó sus manos y se vio amarrado de ellas, con cadenas. Levantó la cabeza para observar mejor, estaba tomado de pies y manos con estas fuertes cadenas adheridas a la pared, trató de safarse pero fue inútil, talvez al perder la vida también había perdido su fuerza supuso, así que se resigno a quedarse sentado en el suelo y observar el lugar desolado. Hacía un frío espantoso, un frío muy diferente al normal en asgard, este era distinto, sentía que hasta podía enfriar su sangre y sus huesos, pero él era un hombre fuerte, solo sería cuestión de tiempo para acostumbrarse a ese sitio. Alberich volteó su mirada hacia uno de sus lados, el lugar era cerrado, oscuro y solo, el otro lado no era muy diferente a excepción de que parecía haber un hombre joven tirado en el suelo durmiendo profundamente, tomado de cadenas adheridas a la pared al igual que las de si mismo. El hombre emitió un ronquido y se volteó boca abajo dormido, entonces Alberich pudo notar unos grandes rajadas y unos fuertes moretones en su espalda, seguramente eso le pasaría a si mismo también.

- Psss...psss!, ¡Hey!, ¡Hey, despierta! – le susurró al chico dormido - ¡Despierta! – le susurró mas alto. El hombre se rascó la espalda murmurando algo pero ignorando por completo a Alberich quien se molestó y clavó la vista en el suelo hasta que encontró una piedra pequeña. Se la lanzó.

- Auch!... – se quejó el hombre sobándose la nunca y seguidamente parándose alterado y observando con terror hacia su alrededor, no vio nada excepto... otro chico. - ¿Quién eres tú? – fue lo primero que se le vino a la mente.

- Soy un hombre que vino a parar aquí al igual que tú – respondió Alberich con fastidio – la pregunta es... ¿dónde estamos?, ¿Este es el infierno, no?, ¿El reino de Hades?... – el hombre encadenado se estremeció con tan solo escuchar la palabra "infierno".

- Si... – respondió en un susurro, mientras temblaba o de frío o de miedo – estamos en Cocytos...
- ¿Cocytos?... – preguntó Alberich extrañado.
- Si, la octava prisión, en la que los hombres que se han revelado contra los Dioses son castigados... – dijo el hombre acariciándose los brazos, no tenía camisa y debía sentir el frío a una mayor intensidad – esta es Cocytos...

Alberich miró pensativo al suelo. Si, el había traicionado a "su señor" Odín, al querer matar y dejar poseer a su representante, Hilda, tenían sentido todo esto que decía el hombre.

- Y Cuéntame, ¿el castigo es este?, ¿quedarnos encerrados en esta prisión hasta que enloquezcamos o sintamos hambre o qué? – preguntó Alberich en un tono normal. El hombre encadenado río.
- Ja!... mis heridas no han salido de la nada amigo. Ellos vendrán a azotarnos constantemente...
- ¿Ellos?, ¿Cuáles ellos?...
- ¡Los espectros amigo!. ¡Los castigadores de armaduras negras!... – Los ojos del hombre encadenado se aguaron y su mandíbula comenzó a temblar, bajó la mirada al piso, Alberich pudo observar la calidez del aire que salía de su nariz y que se manifestaba debido al frío de alrededor. El hombre habló mas bajo casi en un susurro... – ellos... te golpean con látigos, ¡te azotan contra la pared!... te hacen caminar descalzo sobre hielos filosos... ¡se burlan de ti!... te despedazan... te despedazan mas que el cuerpo... hasta que no hay vuelta atrás... – tragó e hizo una pausa de segundos y volvió la mirada hacia Alberich – y ya no hay mas nada que destruir...

Alberich sintió ira de repente, él no se quedaría en ese lugar, no tenía miedo y no se daría por vencido tan fácilmente. Pero de repente, algo cruzó su mente, algo que ya había pasado por allí, entonces habló...

- ¿Y... si es así, por qué está tan solo este lugar?...

El hombro volteó su mirada hacia su frente y Alberich automáticamente hizo lo mismo. Allí en la pared, parecía haber una puerta enorme de madera.

- Ellos ya no tienen nada que destruirles... se han vuelto peores que almas en pena, no tienen razón de ser, ni por qué de existir, ni conocimiento de que están en un lugar... no piensan, no controlan su alma, ¡No controlan su cuerpo!, ¡Solo sufren cono animales inconscientes de lo que hacen!, ¡Como criaturas ignorantes e indefensas, que se hacen daño sin saberlo!, ¡Solo gritos y lamentos se escuchan desde aquí!, ¡LOS GRITOS QUE AL FIN SU ALMA DEJAN SALIR DE SUS CUER...!

Un ruido sordo y fuerte retumbó e hizo eco por las paredes del oscuro lugar, haciendo callar de golpe la voz del hombre quien había llegado a la histeria y que ahora trataba de aferrarse temeroso a la pared. El ruido había provenido de en frente. La puerta había sido abierta de golpe y había chocado contra la dura pared de piedra. El frío se hizo mas intenso debido a ventiscas de aire congelado que entraban a través de ella. Una oscura silueta se encontraba de pie, justo en medio de la entrada. Tenía un porte firme, lo cual era admirable ante semejante temperatura. Una mirada perversa y molesta se afincaba en los ojos de Alberich, quien al fin sentía una onda de terror bajar y atravesar su cuerpo. Ese hombre inspiraba terror.

- Zeros... – pronunció una gruesa voz masculina sin el menor titubeo. Otra silueta mucho mas pequeña apareció al lado izquierdo del hombre. Debía ser un chico pequeño. Una voz se aclaró la garganta y habló.

- Este es Alberich señor. En vida caballero de Asgard de Megrez Delta. Terminó en Cocytos al traicionar a su Dios, a su pueblo y a sus amigos. – Esa voz debía venir del ser pequeño. Era una voz horrible, de tono bajo y con impresión de tener flema en la boca. Alberich no quitó la mirada del la silueta mayor. Ahora podía ver los ojos de ese hombre, parecían tener un color claro y estar clavados en los ojos propios de Alberich. Hubo silencio. La silueta no se movió pero se oyeron unos pasos y una tercera sombra apareció la entrada. A diferencia de las otras dos siluetas esta no se quedó parado en la puerta sino que entró en el lugar. Alberich retiró la mirada del individuo del porte en la puerta para observar a esta nueva sombra que se le acercaba. Estando de cerca aunque con poca luz, pudo notar que se trataba de un chico de ojos y cabellos cortos celestes. Vestía una oscura armadura. Recogió algo de la oscuridad de un rincón del cuarto y comenzó a caminar en dirección a Alberich. Al acercarse considerablemente, Alberich pudo notar lo que había tomado y llevaba en manos, era un látigo.

- Venezio... – habló de nuevo la voz gruesa.

- ¿Si, señor?... – respondió el chico de cabellos celestes.

- Quiero hacerlo yo mismo. Déjenme a solas con el novato.

- Señor. Es mi deber. Yo puedo encargarme de él.

- ¡Que te largues dije! – Gritó el hombre en una orden fuerte y atemorizante, que hizo correr a la sombra pequeña por fuera del lugar. El chico de cabellos celestes, Venezio, tan solo asintió y se dispuso a retirar el lugar.

- Dame eso. – Le ordenó el hombre de buen porte y voz gruesa. Venezio dejó el látigo en sus manos y se retiró del lugar. Las puertas se cerraron, al entrar el hombre, dejando el sitio en una oscuridad casi completa como al comienzo. Alberich sudó frío, mirando desconfiado hacia los lados oscuros, esperando ver aquellos ojos cazándolo en la oscuridad. Se oyó el ruido del choque de algo con madera y al instante pudo ver más luz en el lugar. El hombre había golpeado lo que parecía ser una ventana tapada con tablas de madera, devolviéndole su función: iluminar y refrescar. - Hace calor... – dijo recogiendo el puño y el brazo. Ahí al lado de la ventana Alberich pudo detallarlo mejor. Si era un hombre grande, fuerte, con rostro estricto y un porte totalmente derecho. Sus ojos, tenía un color amarillento, grandes cejas, finos labios y cabellos del mismo color de sus ojos. El hombre caminó hacia Alberich lentamente con el látigo en mano. Y Se detuvo a un metro de distancia de él.

- Párate. – Le ordenó el hombre sin subir mucha la voz y clavando su mirada en los ojos verdes de Alberich, este hizo lo mismo, comprobando que los ojos de aquel hombre era de color amarillo verdoso. Era molesto su modo de ordenar, pero sin saber por qué exactamente, le provocó seguir esa orden tan estricta. Se levantó. Su mirada permaneció en los ojos del hombre. Alberich trató de mantener el porte firme también a pesar de que ahora había más frío que antes debido a la reapertura improvisada de la ventana. El sonido del aire siendo atravesado por el látigo sonó segundos antes de impactar contra la cara de Alberich.

- ¡Ah! – gritó Alberich molesto. - ¡Desgraciado!...

- ¡Silencio!. – le ordenó el hombre impactándolo nuevamente en el pecho. Alberich se quejó en murmullos por el ardor. – No hay nada que deteste más, que un traidor. – Alberich siseó ante el ardor del impacto pero al recobrar el control y rió suavemente. – No rías. – Le ordenó el hombre.

- ¿Sabes?, ese es el problema de todos los que se sienten traicionados. Primero, se sienten dueños de las acciones de los demás y las prohíben y luego cuando el otro usa la cabeza y aprovecha la situación, ¡se sienten apuñalados por la espalda!. ¡Uh!... – se quejó ante un nuevo latigazo certero en la pierna.

- Te dije que hicieras silencio. – le dijo el hombre.

- ¡Púdrete! – le dijo Alberich apenas pudo contener el dolor en su voz y acariciar su pierna. El hombre le castigó la grosería con 3 latigazos más. En los brazos y la cara. Alberich comenzó a sangrar y a sentir el ardor en varios lugares de su cuerpo. El hombre de voz gruesa, ojos amarillentos y vestido también de armadura oscura se le acercó a un más y lo sostuvo por el rostro para hacerlo mirar al suyo. Alberich rió reprimidamente, por el dolor y la rabia. El hombre le abofeteó el rostro.

- Creo que aún no sabes quien soy... – le dijo el hombre con su voz gruesa – ni lo que puedo hacerte. – El hombre le soltó el rostro y se separó a un metro de distancia nuevamente, Alberich apenas trataba de mover las cadenas, mas estas no eran lo suficientemente largas como para alcanzar al hombre. – Soy Radamanthys de Wyvern uno de los tres jueces del inframundo. – Alberich continuó riendo para sus adentros. Era una risa extraña, parecía tratar de contenerse. Radamanthys explayó los ojos, molesto y ofendido. Cuatro latigazos más cortaron la piel de Alberich quien esta vez no pudo contener un grito. – Vas a tener que comenzar a respetar caballero. Aquí, yo soy la autoridad. Y será mejor que te comportes si sabes lo que te conviene, es decir... si quieres durar.

Alberich cayó al suelo. Siseando por el ardor de las heridas. Su rostro, sus brazos, sus piernas y el pecho comenzaban a sangrar, tildando de rojo sus ropas. Bajó la mirada al suelo con los ojos aguados en lágrimas inconscientes. Radamanthys dobló el látigo con sus dos manos, y se dio media vuelta, caminando hacia la puerta, al abrirlas se detuvo y desde esa posición volvió a hablar.

- Yo mismo me encargaré de tus reprendas. – dijo en un tono bajo - Odio los traidores, y tú pareces ser de los de peor calaña... – las puertas se cerraron tras él. Alberich vio una última vez esa silueta antes de que las puertas se cerraran, luego voltio hacia un lado y vio a su compañero del lugar aferrado a la pared, nervioso y con los ojos mojados, observándolo.

- ¿Qué miras? – le susurró Alberich con remordimiento antes de acostarse volteado hacia el otro lado, fúrico.