Disclaimer: InuYasha y cía son propiedad de Rumiko Takahashi y esta historia nació un día que estaba viendo un video sobre el aborto (no pregunten, no idea) y luego de escuchar La vida es así de Ivy Queen (repito, no pregunten, porque no tengo idea)


La vida es así.
#1
«Y al final, y al final, nada quedará.»

Acarició su abultado vientre con eterno amor y deleite, pensando en el hermoso bebé que, seguramente, saldría en un par de meses de ella. Una perfecta mezcla de su pareja y su ser compacta en una creaturita más hermosa y delicada de lo que jamás podría legar imaginar.

Estaba feliz. Definitivamente los dolores, náuseas y antojos valían la pena; aparte de ello, tenía a su familia y amigos apoyándola, a su pareja perfecta, que la soportaba más de lo humanamente posible, y un prototipo de vida perfecta ya armado, establecido y básicamente cumplido que la confortaban sobre manera —mamá feliz más papá feliz igual a hijo feliz—, como la princesa del cuento.

No podía esperar a sentir la primera patada de su pequeño.

Ya llevaba cinco meses y medio y su vientre estaba ligeramente abultado; imaginarse totalmente panzona, de siete, ocho o nueve meses, y sintiendo la pequeña vida dentro de ella, la hacía sentirse completa y proyectar un furuto aterrador pero a la vez, hermoso.

Y, ¡oh!, el parto. Le costaba hacerse a la idea, estaba segura que sería la experiencia más maravillosamente dolorosa de su historia. Pero lo valía.

Fresas, quería comer fresas.

Ahora estaba acostada en la cama que compartía con su prometido y, sinceramente, no tenía ganas de levantarse. Así que pegaría un grito para que él le escuchara y no tuviera que levantarse, como casi siempre lo hacía.

Tomó aire.

—¡Hôjô!

Oyó pasos desesperados subiendo por la escalera y luego un golpe; sonrió, pequeño menso histérico y mandilón. Una maldición y luego la puerta abriéndose.

—¿Si, Kag?

—Quiero unas fresas —pidió con una sonrisa.

Él le miró con el seño fruncido y entonces ella se dobló de la risa. Hôjô empezó a reírse poco después, fue hasta la cama y la abrazó.

—Mujer, de verdad eres especial —dijo al dejar un beso en su mejilla.

—Y nuestro hijo será tan especial como nosotros.

Ambos sonrieron y él asintió.

—Eso espero.

Kagome giró el rostro y dejó un suave beso en los labios al joven de ojos azules.

—¿Fresas con crema y chocolate? —cuestionó él.

—¡Qué bien me conoces!

—Un año y medio de novios, sería el colmo si no.

Kagome le mostró una enorme sonrisa.

—Te amo.

—Y yo a tí.

Hôjô se levantó y salió por las fresas de la joven.

Kagome suspiró. Se sentía tan feliz...

Hacía tres años no lo hubiera creído así, claro estaba.

Cuando regresó del Sengoku, luego de lo que ella había llamado como el incidente, se sentía a morir todos y cada uno de los patéticos días de su existencia. Entonces, una noche, sus amigas, preocupadas, la sacaron a una fiesta. Tomó un par de copas —mas no las suficientes como para perder la consciencia—, bailó y habló con diversas personas, entre ellas, Hôjô, y se dio cuenta que era una persona maravillosa, a la vez que se dio cuenta que él estaba enamorado de ella y siempre lo había estado, pues se le confesó esa noche.

Kagome, presa de dudas y dolor, primero se negó. InuYasha era una espina demasiado enterrada en su corazón. Sin embargo, después de un mes en el que su conclusión fue que debía darse una nueva oportunidad de ser feliz, le dio el sí. Entonces salieron y fueron novios.

Y ella terminó enamorándose del chico que, simplemente, le regresó la fe en el amor.

Sin prisas, pero sin pausas, su relación avanzó segura, sin tambalearse en ningún momento y sin mayores problemas. Después, una vez hacía seis meses, fue su primera vez. Maravillosa y única. Y luego, a esa le siguieron otras, con las que llegó el notición de su embarazo. }

Lo más soprendente, y la verdadera muestra de amor de Hôjô, fue no abandonarla.

Entonces se comprometieron y ella se fue a vivir con él.

Y respecto a InuYasha, bueno, él estaba enterrado en el fondo del cajón del pasado de Kagome, junto con el incidente, Kikyô, Naraku y el Sengoku Jidai. Ya no le dolía. Ya no eran espinas en su corazón. Eran solo una etapa muerta.

Y ella, ahora, era sólo Kagome Higurashi, una simple jovencita de diecinueve años que se iba a casar con Hôjô y a tener un bebé de él.

Y eso era todo lo que importaba: su familia, su nueva vida.

Sonrió, estaba orgullosa de sí misma. De haber madurado.

Tocaron a la puerta de la habitación.

—¿Mi amor? —Hôjô se asomó y ella le regaló una gran sonrisa—; aquí están tus fresas. —Él se acercó hasta la cama y las depositó a su lado.

—Gracias, querido

Le acarició el rostro.

Ahora era feliz y tenía una familia.

Era lo único que importaba.


Reeditado.

Sí, es un InuYasha/Kagome. Y sí, está medio dramático xd.