Siempre pensé que sentiría ira. Una ira cegadora, que solo querría matar, vengarme del culpable. Eso era lo que creía, hasta ese momento. El fuego ardía, quemando sus restos. Las piernas me temblaron y caí arrodillada. No sentía ira. Al menos, no ahora. Solamente sentía dolor, un dolor profundo, que me destrozaba por dentro. Tenía un nudo en la garganta, y un vacío en mi interior. De haber podido llorar, de seguro lo habría hecho. Él había muerto. Mi James. Ellos lo habían matado. No, no ellos. Él. En medio de ese inmenso dolor, aplastante, que me quemaba por dentro, mezclado con la tristeza y la soledad; sentí furia. Odio, a esa persona que me habia hecho miserable. Innumerables recuerdos pasaron por mi mente. Él besándome, en ese amor salvaje, agresivo. Apasionado. Sosteniéndome por la cintura, y yo retorciendo los dedos en su cabello. Nuestras cacerías, y cuando jugábamos con los policías. Huyendo.
Nadie puede matarnos. No importa lo que hagamos. Tenemos toda la eternidad. Me solia susurrar el. Esbocé una sonrisa triste. Ojalá el supiera lo equivocado que estaba.
Pasó el tiempo, mi dolor no se apagaba. Pero otro sentimiento se abrió paso del todo junto a la tristeza y soledad, el odio. Quería vengar su muerte, y quería que sintiera lo mismo que yo sentía, que sufriera, para toda la eternidad. Pero no había sido siempre así. También habia intentado olvidarlo, y seguir con mi existencia. Deseaba encontrar un mar donde las olas no me susurraran su nombre. Quería estar en un lugar donde no lo recordara, y el recuerdo no doliera. Pero no había un lugar así. El mundo estaba cubierto de dolor, tristeza, soledad, odio y venganza. Quería matarla. Iba a matarla. Su razón de existir, iba a morir y el se sentiría igual que yo. Ni de ese modo olvidaría a James, mi James, pero al menos, en esas noches solitarias, que antes pasaba junto a él, podría saber que alguien más estaría así, recordando, sufriendo. Sonreí. Eso iba a pasar, y su final estaba cerca.
