Ya me había preparado para ir a casa de mi tío: hoy era un día muy importante. Me encontraba en medio del salón de casa y mis padres a un lado cada uno. Mi madre me repetía una y otra vez que sería una buena compañera y que la gente de la Orden era muy agradable, exceptuando a alguno. Papá sólo me observaba ya que él no entendía todo eso de ser auror ni nada relacionado con la magia. La familia de mi madre se sorprendió tanto de que ésta se casara con un muggle que incluso la expulsaron de la familia. La familia Black era una de las más importantes de sangre pura y era una deshonra juntarse con muggles, así que a mí me odiaban también. Menos mi tío Sirius. Él se había marchado de su casa cuando aún era un niño y había aprendido otra forma de pensar que no se parecía a la de los Black.

Llegó el momento de ir junto a Sirius y empezar una nueva vida. Hacía casi un año que mi tío había salido de la prisión de Azkaban y ésta iba a ser la primera vez que lo iba a ver después de tanto tiempo. Me desaparecí y conseguí llegar al parque que había enfrente del número 12 de Grimmauld Place sin caerme ni chocar contra a alguien, raro en mí. Ese día había decidido poner mi pelo largo y de color rosa, era el que más me favorecía. Crucé la carretera y subí los peldaños que me llevaban a la puerta principal. Toqué y esperé. Escuché unos pasos lentos, nada pesados, sutiles, que me hicieron ponerme más nerviosa. Entonces la puerta se abrió y tuve que mirar hacia arriba para verle la cara. Era un hombre alto, delgado y grande a la vez, con varias cicatrices en la cara que podían intimidar, pero que a mí sólo me produjeron una sensación de protección que ni mis padres habían llegado a hacerme sentir. Sus manos eran grandes y también con cicatrices, su pelo rubio casi castaño y no muy largo, y por último quise ver sus ojos, pero no pude porque su pelo los tapaba.

—Tú debes de ser Nymphadora Tonks, la sobrina de Sirius. —No fue una pregunta, más bien una afirmación. No contesté, sólo asentí. Toda la fuerza que creía tener para esta ocasión… se había esfumado—. Tranquila, te esperábamos. Ah, y soy Remus Lupin.

Con una sonrisa se echó a un lado y cerró la puerta cuando lo sobrepasé. No me quedé parada en el pasillo y continué directa al comedor, donde me imaginaba estaban. Fui a poner un pie sobre el primer escalón, pero por herencia tenía que pasar. Tropecé con el borde y vi como el resto de la escalera se acercaba a mí cara rápidamente. Entonces noté como una mano me sostenía por la cintura y con la ayuda del brazo que seguía a la mano, me hizo girar para quedar mirando el techo mientras mi cuerpo se sostenía en el aire. Bajé la mirada y pude ver que pasaba. Remus me sostenía con una mano muy cerca de él mientras yo me retorcía hacia atrás, tirando un poco más de él.

Me incorporé, bueno, me incorporó Remus y nos quedamos más cerca el uno del otro, todo nuestro cuerpo estaba en contacto y yo tenía su boca con las comisuras alzadas delante mis ojos. Mi corazón se aceleró y me avergoncé por si lo había escuchado. Me separé de él y bajé las escaleras sin mirar atrás. Escuché sus pasos detrás de mí y quise bajar las escaleras de dos en dos, pero por si acaso no me arriesgaría a tropezar de nuevo.

Entré por fin al comedor y allí lo vi, mi tío Sirius comandaba la larga mesa y a los lados había varias personas mayores que yo. Sirius se fijó en mí de inmediato y su cara se iluminó, se levantó y se acercó a mí.

—Dora. —Extendió los brazos hacia mí mientras se acercaba y yo corrí para apoyar mi cabeza en su pecho y rodearlo con mis brazos.

—Sirius, tenía muchas ganas de verte. —Mi tío me estrujó más y después miró por encima de mi cabeza para sonreír a alguien.

Me solté y aún con un brazo en su espalda miré hacia donde él miraba. Estaba allí Remus, con las manos en los bolsillos y con una sonrisa cariñosa dirigida a Sirius.

—Amigos, esta es Nymphadora, la hija de Andrómeda Tonks. —Los allí presentes me sonrieron al escuchar el nombre de mi madre.

Salí del baño después de ducharme y me arreglé para estar más presentable para la cena, en donde me nombrarían miembro de la Orden del Fénix. Llevaba la toalla enrollada en mi cuerpo y cogí la ropa de la cama para vestirme cuando escuché un ruido que provenía de abajo. Salí de la habitación para asomarme por las escaleras y curiosear.

Primero miré que no hubiera nadie en el pasillo y fui a husmear por el hueco de la escalera. Sirius estiraba un brazo para recibir al invitado. Escuché atentamente la conversación y descubrí con sorpresa que era Dumbledore, hacía mucho tiempo que no lo veía. Pero claro, él formaba parte de la Orden. Dejé de inclinarme y me giré para vestirme antes de que alguien subiera. Pero choqué contra algo que antes no estaba allí, algo grande y duro.

Me quedé petrificada cuando descubrí que era una persona y antes de alzar la vista para verle el rostro, me sonrojé. ¿Por qué siempre tenía que verme en situaciones embarazosas? Sus ojos color miel me miraban a través de un mechón rubio casi castaño, con una sonrisa pero esa diversión no llegaba a sus ojos. Ahora se daba cuenta, siempre sonreía pero nunca alcanzaba esa felicidad a todo su rostro. Me di cuenta también de que nos habíamos quedado mirándonos más segundos de los normales, y fue a la vez porque él también se sonrojó y después se alejó un poco de mí.

—Lo siento —dijo Remus antes de pasar por mi lado y bajar las escaleras.

No moví ni un músculo, incluso después de verlo desaparecer escalera abajo continué paralizada. Había sido algo extraño, fue como si sus ojos se hubieran ablandado, dejando ver sus sentimientos, su miedo. Sí, vio en esos ojos de miel miedo, pero no sabía a qué.

* * *

Esa chica lo había impactado desde que abrió la puerta. Esa cara de niña inocente, tímida, siempre me habían llamado la atención, siempre he querido proteger a esta clase de niñas, pero claro, la verdadera amenaza era yo, así que nunca me acerqué demasiado a las chicas. Me hizo gracia cuando tropezó por las escaleras, y fue muy tierno ver el amor que sentía por Sirius, una clase de amor que nunca creía ver dirigido a mi amigo por parte de una chica. Nymphadora quería entrar en la Orden, esa chica tan inofensiva y tierna quería arriesgar su vida para salvar la de otros, era una heroína.

Miré a mí alrededor, había estado pensando durante unos minutos y había dejado de lado mi entorno y olvidado donde estaba. Sin querer mis reflexiones habían girado entorno a Nymphadora y he descubierto que esta chica me… fascina.

Escuché unos pasos en el pasillo, me levanté de la cama y fui a abrir la puerta. Mi olfato se había desarrollado durante estos días, la luna llena estaba cerca. Olí a humedad y a piel desnuda, cabello mojado y un perfume a jabón dulcísimo, embriagador. De forma más lejana olí a papel de pergamino, a vejez, y un olor que ya conocía, a naranja, el olor característico de Sirius.

Salí de la habitación sin hacer ruido para comprobar que el profesor Dumbledore había llegado y que Sirius lo recibía, pero me encontré con la procedencia de ese olor dulce, atrayente, seductor. Ella estaba inclinada sobre la barandilla de las escaleras, envuelta en una toalla, mirando por el hueco de la escalera. Mis instintos me decían que entrara de nuevo en la habitación, o que hiciera algo para llamar la atención y así dar constancia de mi presencia, pero mis impulsos lo cegaban todo.

Di un paso lento y pausado acercándome a su espalda húmeda. Di otro paso, cada vez más impaciente por estar cerca de ese aroma tan delicioso. Di el último paso y quedé a sólo unos centímetros de su cuerpo, pero desde aquí podía aspirar el perfume que desprendía por cada poro de su cuerpo. Sonreía al captar todo lo que pude esa esencia, nunca había sido tan gozoso oler otra fragancia. Entonces se giró de golpe y me quedé lo más quieto que pude, intentando buscar una excusa para mi atrevimiento, pero vi como sus mejillas se enrojecían y levantaba la mirada. Fue como si su mirada me enganchara y no dejara que me moviera del sitio, convertido en piedra blanda, porque ella me hacía sentir persona, como si el lobo que llevo dentro no existiera. Escuché la débil voz de Sirius decir que subiría a llamarnos y enseguida reaccioné. Me aparté los centímetros que mi instinto pudo vencerle a mis impulsos, y ese espacio fue suficiente para poder pensar con claridad.

—Lo siento. —Sin demorarme más pasé por su lado y sin mirar atrás bajé las escaleras intentando olvidar esa sensación que me estrujaba el estómago y que me recorría todo el cuerpo.