Sobra decir que nada me pertenece-


Lamentos a las puertas de la Muerte

Uno no elige cómo va a morir.

Generalmente, pensamos que será dentro de muchos años, tantos que ni nos molestamos en contarlos, en una cama, viejos y arrugados, rodeados de gente que nos quiere y nos reconforta en nuestros últimos minutos en este mundo en el que después nos echarán de menos. Que cerraremos los ojos al mundo definitivamente, porque ya no nos quedará nada por ver.

Fred Weasley tenía una idea algo distinta. Para él, su muerte estaría inevitablemente ligada a otra. Porque era lo más lógico del mundo para cualquiera que lo conociese un poco. Los dos morirían viejos, con la cabeza cubierta de nieve donde antes había fuego, con las mismas arrugas surcando sus rostros. Probablemente, los sanadores forenses determinarían que la causa de ambas muertes fue un ataque al corazón provocado por una broma que los hizo reír demasiado para que sus cuerpos, demasiado viejos para sus corazones, dijeron basta.

Durante la Guerra, y sobre todo desde que George perdió su oreja (y Merlín, cómo agradeció que hubiese sido sólo una oreja y no su hermano la pérdida a lamentar), esa idea estuvo sepultada por el miedo a que algo escondido tras la máscara de mortífago impidiese su realización. Tenía horribles pesadillas en las que se quedaba solo y que lo dejaban aterrorizado hasta que George se despertaba en la cama de al lado y le preguntaba qué ocurría justa antes de mudarse a la suya.

Durante la Guerra, Fred nunca se preocupó por sí mismo.

Y ni siquiera ahora, cuando el muro se le viene encima, puede pensar en su propia suerte. Tiene una sonrisa en los labios, pero la explosión ha impedido que pueda terminar la broma que ha empezado como respuesta a la primera muestra de sentido del humor que su hermano da en años. Y cuando la maldición que es su última sentencia lo golpea, sólo lamenta dos cosas.

La primera es que nunca podrá abrazar a Perce, felicitarlo por demostrar que, después de todo lo que ha pasado, sigue siendo su hermano, y después anunciar a su familia que su hermano sí es capaz de bromear.

La segunda es saber que dejará a George solo, y tan asustado como él cuando despertaba de una pesadilla. Con la diferencia de que la persona necesaria para tranquilizarlo no estará.

Fred ve los pedazos del muro acercarse a él, al mismo tiempo que el impacto de la maldición asesina lo empuja hacia atrás.

Y es en ese momento, por primera vez en veinte años, en el que tiene miedo de lo que vendrá después.

No deja de sonreír ni siquiera entonces. Para que todos crean que Fred Weasley no ha tenido miedo en toda su vida.