Título: Son mis enemigos mortales
Claim: Yamamoto/Gokudera
Tabla: Perla Shumajer

Disclaimer: Reborn! no es mío ¿contentos? Pero el fic sí, bitches.

"Son mis enemigos mortales"

A sus tres años les había quemado el cabello.
A los doce su padre contaba con (una muy mal) fingida vergüenza y un (no muy bien) disimulado orgullo que Hayato Gokudera, su hijo menor, ya había cometido su primer intento de asesinato.
A los catorce ninguna sirvienta de la casa Italiana de su madre (postiza) habría podido (ni deseado) hacerse cargo del mestizo Hayato, el niño enfermizo de mal genio, único varón y (probable) heredero al cargo de jefe.

Para ser tan pequeño (y amanerado), había concluído Shamal riéndose, el muchacho probablemente podría tener alguna clase de futuro.
Probablemente.

Gokudera se recluía en el piano. A ver si así Bianchi le dejaba de joder la vida y podía tener un momento de paz en esa casa de locos. (Que ninguna jodida sirvienta se le acercara. Sabría lo que era sufrir. Se enteraría de qué color son las paredes de la antesala del primer infierno de Dante).

Gokudera había concluido con el tiempo, las malas experiencias y la constante psicosis diaria en la cual lo sumía su familia y cercanos, que sin duda alguna, los adultos eran sus enemigos mortales.

Cuando cumplió los quince. Se dijo a sí mismo (y al décimo)...

"Cualquier persona mayor que yo es mi enemigo". Y Tsuna, sorprendido, comentó ingenuamente que eso eran una muy larga lista de enemigos.
A pesar de la risita nerviosa del jefe Vongola, siempre habló en serio.
Muy en serio.

Tiempo después de cumplir los veinte un curioso Yamamoto lo miró desde una esquina (con el diario desdén que tenía en la mirada desde que le rajaron la barbilla)
"¿Disculpa? ¿Tengo algo en la cara?" y Gokuera le había escupido desde la otra esquina, tieso de aburrimiento.

Una mueca alegre se le había escapado a Takeshi, recargado ligeramente en su katana enfundada.

"Has crecido mucho últimamente. Y creo..." Hayato alzó una ceja, esperando una pendejada. Una grande. Una pendejada marca Yamamoto. "Que tu margen de enemistades ha descendido drásticamente."
Gokudera enrojeció y sin premura, contestó, intentando una mueca entre el fastidio y la indiferencia.
"¿Tú cómo sabes eso?" y luego dio una mordida al aire, con asco "Bah".

Y antes de que pudiera pensar en el insulto adecuado, vino la pregunta:
"¿Soy considerado tu enemigo?"

Gokudera lo pensó. No muy seriamente. Pero se dio un tanto de tiempo para pensarlo.
Yamamoto...
Cinco meses. Cinco meses y diez centímetros.

"No mucho, pero lo suficiente" concluyó, alzando los hombros. Yamamoto sonrió, alegre. Una mirada verde lo congeló en su travesía por el cuarto y hacia la mano blanca de su compañero. "Aunque más que las personas mayores..." dijo, serio, mientras que Yamamoto sacaba entusiasmado algo del bolsillo de su saco "Las vacas imbéciles y los idiotas fanáticos del béisbol ... son mis enemigos mortales".

Y Yamamoto tuvo que guardar nuevamente los boletos para la final Europea de ese año, con una vergüenza incandescente en las mejillas.