Empezó su nueva vida nacida de una máquina, en compañía del traqueteo metálico y el olor a aceite quemado que impregnaba las paredes metálicas. Hacía poco que había despertado, y sus manos aun estaban posadas en el suelo, palpando el frio y desnudo tacto del acero mientras intentaba pensar en algo; cualquier cosa.

Las nauseas se quedaron atascadas en su garganta mientras ella era sacudida por otro brusco movimiento y el ruido de poleas se hacía más fuerte, como si requiriera un gran esfuerzo deslizarse por las cadenas que chirriaban con un gemido lastimero. Palpó en la fría oscuridad, no le llevó demasiado tiempo advertir que el tamaño del lugar era más reducido de lo que había imaginado en un primer momento. Sus manos recorrieron la superficie. Sintió como algo le cortaba la mano derecha, algo afilado de lo que ella se apartó en seguida, aun sin haberlo visto, pues sus ojos todavía no se habían adecuado a la oscuridad. Fue entonces cuando su espalda dio con la pared, y allí se quedó, arrodillada, hasta que la habitación dejó de moverse largo rato después de que hubiera empezado a respirar con aceleradamente. El miedo, que había quedado atascado en su garanta junto con sus ganas de llorar, se propagó por todo su cuerpo mientras el silencio caía con una fuerza inmensa sobre ella, pesado y denso como el nauseabundo olor a maquinaria quemada. Ni una sola pregunta tenía respuesta en aquel lugar oscuro y polvoriento. Estoy aquí se dijo ¿Por qué? Pasaron los minutos, largos, tediosos y repetitivos, hasta que por fin hubo movimiento. Con calma, contempló como sobre ella se abría una delgada línea que arrojaba luz sobre el lugar en el que se encontraba, ensanchándose a medida que las dos puertas metálicas se separaban la una de la otra. Sus ojos rehusaron la luz, obligándola a apartar la mirada. Entonces las oyó, las voces.

Parecían venir de todas partes. Por encima de ella sombras se movían y murmuraban.

-¿Veis al pingajo?

-Que alguien le saque de ahí antes de que se haga clonc en los pantalones.

-Mirad a ese verducho.

-Tíos, parece una fuca chica.

Vio deslizarse una cuerda entonces, con un grueso nudo atado al extremo. Notó como su corazón palpitaba aún con fuerza. La luz pareció amenizar el estupor, ayudándola a ponerse de pie. Pero se quedó allí, observando a su alrededor, con timidez, aturdida, sintiendose como si acabara de consumir algún tipo de droga.

-¡Eh! –un eco le llegó desde el tumulto de sombras aun borrosas sobre ella-. ¿Vas a subir o vas a esperar a que te devuelvan con el resto de la comida?

Temerosa puso un pie en el nudo y se agarró mientras su cuerpo se tambaleaba, ascendiendo fuera de aquel agujero. Al llegar al borde afilado de la caja aun se sentía mareada, trastabillando con este y cayendo con las manos apoyadas en la hierba. ¿Hierba? Oía las risas cada vez más claras, hasta que se dio cuenta de que la estaban rodeando y que estaban tan cerca de ella como el suelo de su cara.

-Deberías tener más cuidado verducho –dijo una voz más cercana que las otras.

Dos pies se habían parado frente a ella, y quien quiera que fuese se había agachado en cuclillas para echarle una mano. Entonces alzó la vista. La luz ya no la cegaba, y pudo ver el rostro del chico que había frente a ella. Un chico rubio de mandíbula cuadrada le devolvió la mirada, una mirada amistosa que se tornó aturdida en cuanto pudieron verse el uno al otro claramente. El chico se levantó tan rápido que casi se cayó hacia atrás. Las miradas se posaron ahora en él, y las preguntas también, parecían venir de todos lados, y ella se puso de pie también.

-Es una chica –dijo con el ceño fruncido, con una voz sorprendente calmada.

Las voces estallaron, pero ella no las escuchaba. Solo vio sus caras, demasiados rostros para observarlos todos. Dio la vuelta sobre sí misma, observando el lugar, los grandes muros que se alzaban bordeando la gran extensión sobre la que parecía encontrarse. Ahora no tenía miedo, estaba asustada, pero no tenía miedo. La desconfianza y una malsana necesidad de respuestas eran lo único que rondaban su cabeza aún húmeda por el sudor. Sintió como la agarraban del brazo. Intentó zafarse del agarre, pero la mano que la sujetaba era mucho más fuerte que ella.

-Está herida –dijo el chico de piel oscura que ahora la encaraba-. Llamad a los mediqueros.

Se miró el brazo, y vio la sangre correr por él. Dedujo que debía ser por el corte que se había hecho en el interior de la caja minutos antes. El chico la soltó, la observó y preguntó:

-¿Cómo te llamas?

Ella miró a ambos lados mientras se tocaba la mano derecha, y una punzada de dolor la atravesó. Abrió la boca, dejando escapar únicamente un áspero suspiro que quedó sofocado en su garganta, como una llama extinguida antes de propagarse. Se hizo el silencio, la pregunta seguía en el aire y ellos esperaban pacientemente. Ella ya lo sabía, lo sabía desde que había despertado en la caja.

-¿Se te ha comido la lengua los laceradores cariño? –dijo una voz al fondo del tumulto y algunos rieron.

-¡Callaos la fuca boca! –espetó el chico que la había agarrado el brazo.

El chico rubio, que había estado inexpresivo detrás de este adelanto unos pasos hacia ella, ahora con las cejas levemente fruncidas. Se acercó tanto a ella que pudo oler el sudor y el olor a algo dulce en su ropa. La miró directamente a los ojos, y entonces cogió la mano sangrante y vio como ella hacía amago de replicar ante ese movimiento, pero solo pudo agitarse con toda la fuerza que le permitía su cansado cuerpo.

-¿Newt qué demonios estás haciendo? –dijo el chico de piel oscura tras él.

Pero este no apartó la mirada de ella.

-Diles a Jeff y a Clint que también traigan papel y lápiz de la Hacienda.

Ella tragó con fuerza.

-Es muda.

[***]

Dos chicos aparecieron corriendo y entregaron el papel al chico que parecía llamarse Alby y que parecía mandar en aquel sitio. Este se lo tendió y ella aun con la mano ensangrentada lo tomó. No confiaba en aquella gente, no tenía intención. Aun estaba asustada cuando escribió la única palabra certera que había estado fija en su memoria desde que había despertado. Su mano temblaba, y para su propia sorpresa descubrió que era zurda. Le resultó extraño, como si en aquel mundo anterior que no era capaz de recordar aquello fuera algo curioso. Cuando hubo terminado se lo entregó al chico rubio. Había decidido que le caía mejor que todos los demás, parecía el único que no quería amordazarla e interrogarla atada a una silla.

El chico sostuvo el papel y lo leyó en silencio. Entonces miró a su compañero y lo pronunció en voz alta.

-Tesla.