© "Shingeki no Kyojin/進撃の巨人" y sus personajes pertenecen a Hajime Isayama

¡Hola! Esta es la PRIMERA historia de muchas otras –idas de olla– pertenecientes a la serie "Terapia de fresa y chocolate". A continuación dejamos un par de notas y el primer capítulo. ¡Esperamos que os guste!~

Pareja: Jean y Armin (Jearmin)

Advertencias: Universo Alterno - Lemon más adelante


Capítulo 1

—Y bien, ¿qué te ha traído a nosotras? —preguntó Ross cruzando sus piernas sin apartar la mirada del chico de cabello rubio y corto que estaba sentado en el largo sofá de cuero rojo, justo enfrente de ella.

Los ojos azules del muchacho se clavaron en el suelo intentando ocultar su rostro sonrojado, estrujando sus manos en señal de nerviosismo. Tragó saliva para aclararse la garganta y empezó a narrar:

—Todo comenzó hace algunos años, al entrar en el instituto. Siempre fui estudioso y comprendía a la perfección las lecciones antes que los demás. En el colegio era el primero de la clase y no fue ninguna sorpresa que me convirtiera en el típico empollón. Sacaba matrícula hasta en las asignaturas más difíciles. Intentaba apenas llamar la atención, pero los profesores insistían en ponerme como ejemplo a seguir, lo que claramente provocaba la envidia y el consecuente enfado de mis compañeros. Fui el objeto de burla durante el primer año —hizo una pausa para volver a aclararse la garganta y comprobar que las dos doctoras le prestaban atención. Cuando las vio con la mirada completamente fija en él, prosiguió, aunque un poco más inquieto que antes—. Él era uno de los que me hacían bullying. Sin embargo, un caluroso día de comienzos de verano, a la salida del instituto, unos chicos de otra clase me acorralaron contra los muros. Veía el puño del más alto y fuerte impactando en mi cara cuando, de pronto, algo lo detuvo.

»Yo seguía con los ojos cerrados esperando el golpe que nunca llegó, pensando en qué pasaba hasta que lo escuché: "A ver, mocoso de mierda, sólo yo puedo meterme con Armin, ¿comprendes? ¡Así que largo!". Era una voz que conocía muy bien. Ya la había oído antes lanzándome bromas, pero nunca antes hablar así de mí.

»No pude evitar la sorpresa cuando le vi delante. Él estaba allí. Me había defendido. ¡Él, que siempre era el primero en fastidiarme y hacerme todo tipo de burlas, me había defendido! Me quedé anonadado y, tan pronto como volví a la realidad, aproveché para huir al ver que se acercaba. Pero en mi mente quedó aquella sonrisa que me dirigió con la intención de ayudarme y sus palabras resonaban en mi cabeza.

Anya y Ross intercambiaron una mirada sin que el chico se percatara de ello. No necesitaban palabras para decir lo que pasaba por la mente de la otra en ese momento. Habían aprendido a leerse así en la universidad. Armin continuó su relato sin dejar de estrujarse las manos.

—A partir de ese momento las cosas cambiaron. Él seguía insultándome, aunque nunca me agredió realmente, y también me defendía cuando algún compañero se pasaba de la raya. Poco a poco se convirtió en alguien muy preciado en mi vida.

»Siempre estuvo acompañado de un chico alto y de cabello negro llamado Marco. Hace casi cuatro años se mudó y, desde entonces, nuestra relación cambió. Primero me pidió hacer un trabajo de ciencias que la profesora encargó para hacerse por parejas. Claramente sabía la razón por la que me eligió a mí. Su mejor amigo no estaba y yo era el más inteligente de todos, y aún así no pude negarme.

Hizo una pausa y respiró hondo, meditando el orden de sus palabras y la forma más adecuadas de decirlas. Así era él, pensativo y cuidadoso en todo lo que hacía.

—Después de ese trabajo hubo más, hasta que se convirtió en costumbre. Me ofrecí ayudarle con las matemáticas y comenzamos a pasar más tiempo juntos. En la cafetería, por ejemplo, nos sentábamos uno al lado del otro. También volvíamos juntos del instituto e incluso hemos salido varias veces a jugar a los videojuegos.

»Por primera vez tenía un amigo, un compañero, alguien que me cuidaba y a quien contarle mis problemas. Soy hijo único —aclaró— y vivo con mi abuelo, que es mi única familia. Con todo eso, no podía dejar de sentirme como un reemplazo, aquel que llenaba el vacío que había dejado Marco en su corazón.

»Hace unas semanas hicimos el examen de acceso a la universidad y temo que, con el hecho de que no estudiaremos la misma carrera, ya no necesite mi ayuda y nos distanciemos... y que todo lo que hemos compartido hasta ahora quede como polvo en el aire.

La última frase de Armin fue dicha con tanta lástima que las dos doctoras no pudieron contener un suspiro. Pero el chico no había terminado todavía.

—Soy consciente de que tengo un problema de dependencia hacia él. Quizás es porque con él siento como la falta de afecto que ha habido en mi vida se desvanece o porque me protege de las personas que me ven como un blanco fácil de diversión. Sé que no está bien, pero no quiero alejarme de su lado —suspiró y, pensativo, se rascó la mejilla—. No creía que necesitaba la ayuda de un profesional hasta que encontré su tarjeta —dijo, buscando en su mochila y mostrándosela, un poco deteriorada pero legible—. Fue extraño, pero la tarjeta llegó volando a mis pies, así que decidí interpretarlo como una señal. Y aquí estoy —sonrió dando por acabado su discurso y su problema, esperando una respuesta.

Las dos jóvenes doctoras habían escuchado atentamente la historia de aquel muchacho —cosa que hacían todos los psicólogos. Anya, que había permanecido sentada en el escritorio del fondo de la estancia, con las piernas cruzadas y una libreta en su rodilla, se levantó, acercándose al chico sin apartar sus ojos verdes de él hasta sentarse a su lado.

—Pero —dudó un instante en plantear la pregunta, que la consumía tanto a ella como a su amiga y compañera—, el chico te gusta, ¿no?

Al instante el rostro de Armin se había acercado en su tonalidad al de un tomate y las doctoras no pudieron contener una traviesa sonrisa en sus labios. En señal de apoyo le tocaron el hombro, indicándole que habían comprendido su reacción.

—Creo que sí... —musitó avergonzado, aunque no hacía falta que lo hiciera.

—¿Tienes alguna foto del chico? —preguntó Ross directamente. Ya no soportaba más la tensión de conocer el rostro del otro protagonista de aquella historia.

Armin levantó la vista sorprendido y, con un leve movimiento de cabeza, asintió. Aún ruborizado, llevó su mano al bolsillo trasero de su pantalón y sacó su billetera, enseñándoles una foto de carnet como las que se hacen en las cabinas de los centros comerciales. En ella aparecía Armin con una radiante sonrisa en el rostro y, junto a él, un chico un poco más alto, de cabello rubio ceniza y ojos color miel rasgados, con una ancha sonrisa mientras le hacía "los cuernos" a Armin.

Ambas psicólogas miraron la imagen por un rato, estudiándola, deduciendo por dónde debían conducir aquella consulta, ante todo por la cercanía de sus cuerpos en la fotografía. Luego miraron de hito en hito, tanto la foto como a aquel muchacho que tenían enfrente, para terminar mirándose y negando con la cabeza. Aquel chico no se acercaba mucho a lo que esperaban después del relato de Armin y, volviendo a mirarse, no dudaron en expresarlo.

—Pues no es para tanto —dijeron ambas.

—¿Cómo dices que se llama? —preguntó la chica de mechas violetas.

¿Eh? —exclamó incrédulo. Después prefirió hacer como que no había escuchado nada y respondió a la pregunta—. Jean Kirschtein.

—¿Tienes más fotos? —preguntó la morena. Armin frunció el ceño sin entender el por qué tanto interés por ver fotos de Jean, algo que Ross percibió y se apresuró en explicar—. Las imágenes hablan por sí solas. Expresan más de lo que mostramos nosotros mismos a los demás.

—Nosotras, como buenas profesionales, conocemos ese lenguaje —completó Anya.

El chico asintió lentamente, analizando la información. Buscó en su mochila el móvil y les mostró a esas dos la colección de fotografías que guardaba. En muchas de ellas se mostraba al mayor con premios deportivos, alzándolos con su mano derecha, mientras la izquierda la mantenía por encima de los hombros de Armin, con una enorme sonrisa de triunfo en sus labios. Otras eran fotos grupales donde ambos se veían muy juntos en comparación con el resto, que se notaban en un segundo plano. Ross y Anya compartieron una mirada de complicidad, percatándose de que ambas habían visto lo mismo.

—¿Sabes algo sobre la orientación sexual de tu amigo? —se atrevió a cuestionar Anya.

—¿Pe-perdón? —respondió el otro, avergonzado por la pregunta. Estaba considerando la idea de escapar de aquella consulta y de esas dos locas que se hacían llamar "profesionales".

—Ya sabes... Que si es hetero, homo o bi —aclaró Ross, interpretando el desconcierto de Armin como que no había entendido la pregunta de su compañera.

Él las miró con el ceño fruncido y los ojos bien abiertos. Recordando la idea de huir, escudriñó el suelo totalmente desesperado. "¿Dónde narices hay un agujero cuando lo necesitas?", pensó, sobándose la sien haciendo un esfuerzo por no parecer demasiado inquieto.

—La verdad —comenzó a hablar, perdiéndose en sus pensamientos— es que no estoy seguro. Aunque tiene muchos amigos, su cercanía con Marco era especial, incluso escuché cómo muchos compañeros decían que eran mucho más que amigos. Además —se esforzó en recordar—, cuando Marco se fue, Jean quedó muy triste y decaído durante un tiempo, apartado de todos. Un año después se sintió atraído por Mikasa, una chica muy guapa de rasgos asiáticos. Ella —dijo señalando la foto que había quedado en la pantalla del móvil. En efecto, era hermosa, pero parecía algo masculina con su postura para la foto y la expresión fría en sus ojos oscuros, añadiendo el corte de pelo por encima de los hombros.

Ross se dio una palmada en la frente. "Este chico es tan observador para todo menos para lo que verdaderamente le interesa", pensó.

—¿Has coqueteado con alguien alguna vez? —soltó de repente Anya desde el escritorio, donde había vuelto a sentarse.

—N-no —tartamudeó Armin—, siempre he sido muy tímido para esas cosas.

—¡Pues fuera timidez! ¡Lánzate! —exclamó ella en respuesta, agitando los brazos hacia él.

—El problema es que me pongo muy nervioso cuando él está cerca. Siempre ha sido así cuando alguien me gustaba... y más cuando me abraza, aunque sé que es como a un amigo.

—¿Y no notas que algo se eleva cuando te abraza? —preguntó Anya, alzando las cejas dando a entender una clara intención.

¿Eh? —expresó rojo de la vergüenza y con el rostro descompuesto.

—El ritmo cardiaco, por supuesto —aclaró Ross, tranquilizándole y dándole a Anya una mirada de reproche por su osadía con el pobre chico. Era tan inocente que daba pena—. Te vamos a dar unos consejos. En primer lugar debes intentar ser más sociable con otras personas y hacer nuevos amigos —comenzó anotando en el cuaderno que había reposado todo ese tiempo sobre el sofá.

—Limítate al menos dos semanas a prestarle la mínima atención para que no se sienta excluido, pero sin hacerle verdadero caso.

—Pero yo no quiero alejarme de él —se quejó.

—Tranquilo, cariño —dijo Ross con voz calmada—, ya verás los resultados.

Armin salió de la sala un poco confundido, sosteniendo entre sus pequeñas manos una hoja de papel doblada por la mitad, donde aquellas psicólogas anotaron los diez consejos que le recomendaron seguir.

Al llegar a casa, después de darse una ducha y meterse en la cama, observó el papel doblado durante unos minutos, debatiendo si sería capaz de leerlo nuevamente. Estaba muy confuso, tanto que no pudo cenar, ya que tenía el estómago cerrado y había perdido el apetito desde que salió de aquella consulta. Hace mucho que pensaba en el posible significado de sus sentimientos, pero nunca se había planteado la idea de que fuera amor.

Frustrado, respiró hondo y cerró los ojos, rememorando sus vivencias con Jean. De pronto, apareció en su mente aquel día en que Jean se acercó a él para consolarlo. Armin estaba en un rincón oculto del instituto con la cabeza hundida entre sus rodillas, llorando por la muerte de su hámster.

Jean se había enterado de lo ocurrido y se agachó frente a él, rozándole el hombro en señal de apoyo. Ante el contacto, no pudo evitar estremecerse y, cuando alzó la vista, sus ojos azules se encontraron con los ojos color miel de Jean. Transmitían tanta dulzura que por su mente rodó la pregunta de cómo sabrían sus labios, si serían igual de dulces. Jean posó sus manos en el rostro de Armin para limpiar las lágrimas que surcaban sus mejillas con el pulgar.

Lentamente, Jean fue acercando su rostro mientras Armin se sentía cada vez más turbado. Su corazón empezó a palpitar con fiereza y no pudo evitar sonrojarse ante la creciente cercanía de sus rostros. Podía percibir el calor de su respiración alterada, y embriagado por lo bien que se sentía, sus párpados cedieron conforme el ritmo de sus pulsaciones aumentaba. Sus labios se rozaron en un leve, dulce y cálido beso en el que se sintieron con delicadeza. Un beso sin pretensiones, solo deleitarse con el contacto y dormirse en la boca del otro. Armin pensó que si los hombres pudieron tocar el cielo con sus manos, el tacto sería algo parecido a la suavidad de los labios de Jean junto a los suyos.

Al abrir los ojos tocó sus labios aún más desconcertado que antes. Ese beso nunca había existido, pero solo el hecho de imaginárselo había resultado agradablemente tentador. Ahora sus pensamientos formaban una red inmensa de telarañas sobre su cabeza... ¿Cómo miraría a Jean? ¿Cómo le hablaría sin sentir las ganas y la necesidad de besarle realmente?

Una semana. Este era el tiempo que había pasado desde aquella consulta tan extraña, y todavía no podía creerse que en todo aquel tiempo no cruzara la palabra con Jean. Estaba tumbado en su cama observando el techo, perdido en sus cavilaciones y recordando lo que sucedió en esos días.

Al miércoles de esa semana, Alexy le llamó al teléfono móvil como siempre hacía para ir a jugar a los videojuegos. No sabía cómo, pero Alexy conocía los horarios de cada uno de los amigos que conformaban el grupo y sabía cuándo podían reunirse todos juntos. Esa tarde Armin llegó inquieto y con el corazón en un puño al punto de encuentro, dejando escapar un suspiro de tranquilidad al percatarse de la ausencia de Jean. Alexy se acercó a él y por primera vez se dijeron algo más que un "hola", continuando con una animada conversación en la que descubrieron que tenían muchas cosas en común. A partir de ese momento continuaron hablando los demás días como verdaderos amigos.

Un mensaje cortó el hilo de sus pensamientos y, cuando comprobó en la pantalla de su móvil que se trataba de Jean, hizo lo mismo que llevaba haciendo días atrás: ignorarlo. No se sentía con la mente lo suficientemente despejada como para buscar una explicación a las muchas veces que rechazó sus llamadas y no respondió a sus mensajes. Lo más seguro era que Jean estuviera enfadado con él, pero ¿qué podía hacer? Aclarar sus sentimientos había sido una revelación muy importante para él y sabía que se moriría de vergüenza con solo el cruce de sus miradas. Y si con eso no moría, los nervios harían el resto provocándole un ataque cardiaco.

Sacudió la cabeza intentando pensar en otra cosa y se levantó para cambiarse de ropa rápidamente. Él era un chico muy puntual y no quería llegar tarde a la plaza.

Al llegar allí, una gran explanada con cafeterías, restaurantes y tiendas alrededor, corrió al centro en busca de un chico alto y esbelto, con una ropa muy llamativa y el pelo corto teñido de azul celeste. No tardó en encontrarlo, ya que llamaba muchísimo la atención con su aspecto además del inconfundible tono violáceo de sus ojos.

—¡Alexy! —exclamó Armin parándose a su lado con una radiante sonrisa.

—Armin, ¿qué tal? —preguntó con entusiasmo.

—Bastante bien. Estaba repasando matemáticas y física para antes de la universidad y así no llegar totalmente en blanco.

A Alexy le tembló la ceja cuando escuchó en qué había estado invirtiendo su amigo su tiempo libre. Soltó una sonora carcajada pasando el brazo sobre los hombros de Armin, mientras con la otra mano le revolvía el pelo.

—Eres un bicho raro, pero así me caes bien, pequeño saltamontes.

Armin se ruborizó y mostró una tímida sonrisa.

—Hola, Armin —escuchó una voz grave a sus espaldas. Una voz que conocía muy bien, pues la había escuchado repetidas veces en su mente.

—Hola, Je-Jean... —musitó intentando controlar los nervios mientras volteaba para mirarle a la cara. Aunque no pudo evitar que su sonrojo se incrementara al toparse con él de nuevo. Llevaba una camiseta estrecha de su grupo favorito, una que se compró en un concierto al que fueron los dos solos, y unos vaqueros ajustados. Estaba realmente guapo, o al menos eso le pareció a Armin, que se quedó paralizado sin decir nada, perdido en la imagen que tenía de Jean justo enfrente.

—Bueno... ¿Cómo has estado? —preguntó Jean, rompiendo el incómodo silencio que se formó entre ellos y despertando a Armin de su ensoñación.

—Bien —contestó secamente, dándose la vuelta e iniciando otra conversación con Alexy.

Jean, asombrado por su comportamiento, dio dos pasos hacia él dispuesto a agarrarle del brazo y exigirle las razones por las cuales le había ignorado por una semana entera. Le zarandearía hasta que expulsara hasta la sopa si fuera necesario. Sin embargo, una chica menuda de pelo castaño recogido en una coleta, llegó corriendo y se lanzó a su cuello, frustrando sus planes.

Por su parte, Armin seguía absorto en su plática con Alexy, cuando éste preguntó de repente:

—¿Te ha ocurrido algo con Jean?

El chico de cabello rubio palideció ante aquella cuestión. Y de pronto, se dio cuenta de que había puesto en práctica los dos primeros consejos de la lista sin pretenderlo.

1. Intenta ser sociable con otras personas y haz nuevos amigos

2. Alejarte un tiempo de él. Una o dos semanas.


¡EXTRA! o notas, lo que sea

Al terminar la consulta, Ross se acerca a Anya y la tira del pelo.

—Anya, ¿cómo se te ocurre?

Auch, ¿qué hice ahora?

—Te he dicho mil veces que no seas tan directa con los nuevos pacientes. ¡Haces que se asusten en la primera cita!

—¡Pero es que era tan obvio!

Entonces se dan cuenta de que hay una cámara encendida grabándolas.

—¡Hola a todos! —saludan al unísono.

—Aquí comienzan las historias de "Terapia de fresa y chocolate" —dice Anya.

—Esperamos que os gusten y nos acompañen en cada nueva consulta. Además —cambia Ross totalmente el tema—, queríamos decirles…

—Esto está lleno de dobles sentidos —interrumpe Anya—, pero hay uno bien oculto y el primero que lo acierte...

—¡Lleva premio! —chilla Ross emocionada.

—Por hoy nos despedimos ya porque el capítulo fue muy largo. Otro día ya contaremos más curiosidades. ¿Alguien se anima a dejarnos un estúpido y sensual review? ¡Son gratis!

—¡Nos vemos en el siguiente capítulo! Mucha suerte.

Ambas se empiezan a reír y apagan la cámara.