En respuesta a la Tabla Griega de Crack&Roll, serán tres viñetas independientes: Eros, Philias y Ágape. Muchas gracias a Sir Sinacroft por el beteo.
Advertencias: un poco más que lime y un poco menos que lemmon
Eros
Se estremece a medida que siente su aliento ardiendo sobre su piel y sus dedos recorriendo cada recoveco. Se aferra al respaldo de la cama mientras intenta no gritar al tiempo que él clava sus uñas en sus muslos, quizás con demasiada fuerza. Necesita canalizar su odio de alguna forma, y recorrer su cuerpo con una mano un tanto agresiva parece ser la mejor alternativa. Ella simplemente lo deja hacer, tampoco es como si no necesitara lo justo de esa dosis también. Ruedan sobre la cama deshecha; que Bill mire televisión en el cuarto de al lado hace tiempo que dejó de ser un obstáculo y ahora apenas sí se preocupan por intentar contener sus jadeos. Aunque, ciertamente, no es como si en ellos abundara el autocontrol.
Puede hasta saborear su ira cuando lo besa. Incluso cree poder oírlo en su mente, rugiendo desesperado; se lo atribuye a la costumbre. A pesar de la brusquedad con la que se maneja, sus movimientos no son toscos. De hecho, se hace de ella con tal facilidad que Leah no puede evitar sorprenderse. Su piel arde, la suya también. Sus ojos chispean y ella prefiere imputárselo a la exaltación de sus cuerpos, antes que a esa famosa boda que acontece a pocos kilómetros de allí. Y ella cierra los suyos, porque no quiere encontrarse con los de él; cruzarse con su mirada acuosa sería humillante hasta para ella, que en ese momento no puede sentirse más degradada. Pero había terminado por aceptar que nada ni nadie -excepto su propia voluntad- la obligaban a estar allí, rendida entre los brazos frustrados de ese hombre que lleno de rencor ahora rasguñaba su piel. En su autoflagelación había elegido precisamente esa noche para escabullirse por su ventana, a sabiendas de lo que significaba y sin ningún tipo de remordimiento. Ahora permite que unas pequeñas e insolentes lágrimas se escurran por sus mejillas, mezclándose entre los besos y el recuerdo de la emblemática invitación colocada a pocos centímetros de su rostro, sobre la mesa de noche que tiembla violentamente por el frenético movimiento de sus cuerpos.
