Hola,
Al final no he podido aguantarme y he decidido colgar el primer capítulo de este fic.
Espero que sea bien recibido, a mí Viktor siempre me pareció un personaje al que se le podía haber sacado más partido. Trataré de darle en este fic el mismo protagonismo que a Hermione, y advierto que este fic va a ser largo, al igual que el de los Granger.
Sin más que añadir.
Un saludo
Disclaimer: Nada relacionado con el mundo de Harry Potter me pertenece.
Las noches de invierno solían ser las peores. El frío solía calarle los huesos, entumecer sus articulaciones y hacer que le resultara más complicado realizar ciertas tareas.
Sabía que el viejo estaría más que complacido con la información recabada el día de hoy.
Sus pasos se hicieron algo más ligeros, pero igual de silentes que siempre. Había escuchado a algún alumno en el castillo decir con el pavor y el miedo calando en sus palabras, que el profesor Snape no andaba, flotaba, por eso era capaz de pillar a los alumnos sin que estos se hubieran dado cuenta de que éste se acercaba a ellos.
Esa aseveración realizada por un mocoso de Hogwarts le había hecho gracia. Lo que nadie sabía es que esa faceta suya, esa habilidad, la había desarrollado mucho antes de su etapa como espía. De hecho, la había desarrollado mucho antes de entrar como estudiante a Hogwarts.
Era algo que agradecía y aborrecía a partes iguales. Que tu padre fuera un desgraciado que cada vez que se emborrachaba se ponía violento, había hecho que, desde niño, bajo las encarecidas advertencias de su madre, aprendiera a esconderse. Todo empezó como un juego para el pequeño Severus, el inocente y pequeño Severus.
Pobre, la inocencia de ese niño se perdió el día que su padre logró dejar a su madre en un charco de su propia sangre, con la cara llena de moratones e hinchada por los golpes, un hilo de sangre cayendo de la nariz de la pobre mujer, y un gran corte en la cabeza fruto de un buen golpe con una botella rota.
Severus tendría cinco años, estaba escondido en el armario de la entrada, el lugar más estratégico. Primero porque su padre nunca usaba para nada el dichoso armario, segundo porque en caso de tener que salir corriendo a la calle, era lo más cercano a la desvencijada puerta de la entrada.
Ese día el pequeño tuvo que hacer algo que seguramente pondría triste y enfadada a su madre. Ella. Eileen le había dicho y repetido en un millón de ocasiones que no debía pedir ayuda, porque todo podía ponerse peor si lo hacía.
Pero después de tratar de despertar a su madre, y de llorar a moco tendido por no ser capaz de que ella abriera si quiera los ojos, aprovechó el poco tiempo que sabía tenía para salir corriendo calle abajo y pedir ayuda a una de las vecinas.
La mujer siempre era amable con el y su madre, y en cuanto el niño le dijo lo que había pasado y como estaba su madre, ella no dudó en llamar a la policía y a una ambulancia.
Gracias a la intervención de Severus, Eileen disfrutó de tres años sin el alcohólico de su marido.
Él estuvo ese tiempo en la cárcel.
Pero él volvió, y el tuvo que aprender a sorprenderle por detrás para que dejara de golpear a su madre.
El muy desgraciado iba tan perjudicado que pensaba que se había desmayado después de darle la paliza a su mujer.
Severus trató de convencer a su madre. Existía el divorcio, y estaba seguro que en esas circunstancias se lo daría cualquier corte, sin necesidad de la conformidad del otro cónyuge.
Pero ella no hizo caso.
Y el siguió denunciando, pero cada vez que llegaba la patrulla a casa, su madre negaba que estuviera pasando nada.
Severus apretó sus puños y sacudió esos recuerdos de su cabeza.
Se agazapó en el jardincito de en frente de la casa a la que trataban de acceder Avery y Rowle.
Parapetado tras el seto que hacía de valla, y aprovechando la escasa iluminación de aquella calle, sonrió.
Jamás pensó que esa insufrible de Granger hubiera sido lo suficiente precavida para levantar ciertas guardas sobre su casa, su casa en un barrio muggle. Vio como se daba algo de movimiento en la parte superior de la vivienda. Pudo ver la sombra de la chica desplazándose con su varita en la mano de una punta a la otra de la vivienda.
Snape miró a ese par de inútiles.
Sería tan fácil…
Solo tendría que lanzarles un par de confundus, un par de desmaius, y después trastear un poco con la mente de ese par de trogloditas…
Saboreó el momento en que alzó su varita.
Esta noche sería divertida.
Dumbledore no paraba de dar vueltas por su despacho. Estaba intranquilo, sabía que el trabajo que realizaba Severus era totalmente impredecible. Que los horarios a los que llegaba a veces se juntaban directamente con el comienzo de las clases que tenía que impartir, pero en esas fechas era aún peor.
Eran vacaciones de Navidad, y eso quería decir que Tom podía convocarlo cuando le diera la real gana.
Se estaba haciendo mayor…y sus nervios se veían alterados con mayor facilidad.
Echó un vistazo a su reloj…
¿Tan tarde era ya?
Sus ojos se abrieron con sorpresa y el pánico comenzó a adueñarse de sus cansadas facciones.
Esperaba que el muchacho estuviera bien.
Paró de pasear y se dejó caer en su sillón.
Miró hacia Fawkes.
-Realmente espero que todo esté bien-el animal ladeo su cabeza y clavó sus ojos en él. Como si entendiera.
Su mirada se fue sola hacia los papeles que estaban esparcidos en la mesa de su despacho.
Había un millón de cálculos aritmánticos, y runas trazadas en pergaminos añejos.
-Tal vez…-dijo con su mirada aún perdida en ellos-tal vez haya una pequeña oportunidad.
Estaba asustado, no lo iba a negar. Su miedo había llegado hasta tales puntos que tuvo que recurrir a Aberforth.
Su hermano. Ese que aún le guardaba rencor en su corazón. Ese que a pesar de todo había dejado de lado sus propios sentimientos por tratar de ayudar.
Un suspiró salió de los labios del anciano.
Su hermano podía seguir odiándole hasta el fin de sus días, y él estaría más que de acuerdo con que lo hiciera.
El también se odiaba, eso era algo que pocos sabían.
Tal vez, y solo tal vez, podría lograr hacer algo realmente bueno esta vez.
El ruido de la gárgola que custodiaba la entrada a su despacho le hizo salir de sus cavilaciones.
Se incorporó y se acercó a la puerta. Para cuando Severus llegó arriba, Albus ya estaba allí de pie esperándolo.
Escaneó a su maestro de pociones en busca de algún signo de lucha, y suspiró tranquilo cuando no vio indicio alguno.
Se hizo a un lado permitiendo la entrada del hombre a su despacho y cerró la puerta.
Severus fue quien lanzó un hechizo contra las posibles escuchas indeseadas y tras ello, sin pedir permiso si quiera, se sentó en uno de los pequeños sillones que conformaban la pequeña salita del té en el despacho del director.
Estaba agotado.
-¿Algún inconveniente?-le preguntó el anciano mientras tomaba asiento frente a él-espero que no haya habido ninguna baja.
-No te preocupes-la voz del hombre salió rota, cascada, con ese tono oscuro que la caracterizaba-he logrado evitar la masacre.
Albus se envaró.
-¿Masacre?-sus cejas desaparecieron en el nacimiento de su pelo, y las arrugas de sus ojos se acentuaron más.
-El Lord-comenzó-creyó conveniente acabar con la amiguita de Potter-la cara de Severus no denotaba ningún atisbo de emoción y su tono era totalmente monocorde-Mandó al par de inútiles que tenía a mano, Avery y Rowle, por lo visto no quería perder ningún efectivo útil-aclaró la muda pregunta del director-en caso de que fueran emboscados por la Orden.
-¿Ella está a salvo?-la pregunta vino con un tono claro de preocupación.
-Ella y sus padres-asintió con su cabeza-están abajo, esperando indicaciones.
-Merlin…-el suspiro de alivio del viejo hizo que Severus enarcara una de sus cejas, pero Albus no lo vio, estaba más que aliviado, y tratando de calcular de que manera este último acontecimiento iba a cambiar sus planes.
-Albus…-el tono sedoso y grave de la voz del hombre le hizo saber que esta vez iba a tener que dar respuestas.
-¿Qué has hecho con Avery y Rowle?-la pregunta le pilló desprevenido, el viejo nunca preguntaba por los detalles tan nimios.
-Les he modificado la memoria-Albus parecía instarle a continuar con su explicación con la mirada. Severus dejó salir aire a través de su nariz, en una clara muestra de fastidio-por lo que a esos dos respecta, acataron las órdenes del Lord con eficiencia-una sonrisa sardónica se extendió por sus labios-la señorita Granger y sus padres, están muertos para ellos.
Albus pareció desinflarse como un globo.
-Y ahora…-le inquirió-¿vas a contarme por qué Granger tenía todas esas guardas en un barrio muggle?
-Teníamos que protegerla-el anciano se encogió de hombros-no veo que hay de malo.
-¿Crees que soy estúpido?-le espetó-sé qué clase de guardas son esas…-siseó-y también sé que no se pueden levantar así como así- el temperamento del profesor empezaba a aflorar-¿qué no has estado contándonos?
Albus solo se tapó la cara con sus manos, derrotado.
Llevaba mucho tiempo con ese secreto, esa carga encima.
Miró hacia los cuadros de los directores y notó que casi todos estaban dormidos. Snape siguió su mirada y llegó hasta el retrato del director Black.
El anciano parecía suplicar con su mirada a ese viejo retrato. Una súplica muda.
-Puedes quedarte-dijo sin mirar a Severus pero refiriéndose a él-haz que suban-levantó sus gafas de media luna y frotó sus ojos cansado-esta va a ser una noche muy larga.
Hermione miraba a sus padres. Ambos parecían estar aún recuperándose del pánico sufrido.
Ella había tratado de sacarles de allí. Se había dado cuenta de que había un par de sujetos extraños frente a su casa. Lo hizo al volver del baño, con todas las luces apagadas, al llegar a su habitación se dio cuenta de que dos sombras que parecían estatuas estaban apostadas en su jardín delantero.
Había sentido como un nudo comenzaba a hacerse en su estómago, las manos empezaron a sudarle y un leve temblor se había adueñado de su cuerpo.
Había estado nerviosa desde su aventura en el Ministerio, la maldita cicatriz que le cruzaba el pecho aún ardía de vez en cuando, y aún estaba tomando las pociones necesarias para mantener a raya la maldición que le había alcanzado. Dolohov, ese era un nombre que no iba a olvidar.
Su mente pareció irse aclarando, esta vez, no pensaba dejar títere sin cabeza.
Estaba dispuesta a todo.
Todo.
Para salvar a sus padres y a ella misma.
Se agachó y reptó por el suelo de su habitación en busca de su varita, que se hallaba justo en la mesita. Notó la superficie rugosa de la moqueta mientras se arrastraba a través de ella.
Cuando al fin llegó a la mesita de noche, alzó su mano para alcanzar su tan querida varita, la apretó fuertemente y cerró sus ojos.
Contó hasta tres antes de ponerse en pie y salir corriendo esta vez a la habitación de sus padres.
Sintió como el corazón parecía palpitarle en los oídos. Estaba aterrada, muerta de miedo, pero tenía que sacarles de allí.
En su mente se fue desdibujando el recuerdo cuando escuchó como la escalera de Dirección parecía cobrar vida.
Albus Dumbledore los miraba serio desde su lugar y les hizo señas para que se acercaran.
Los tres caminaron con algo de prisa y siguieron al director hasta su despacho.
Hermione vio a su profesor de pociones sentado en uno de los sillones del saloncito, y algo dentro de ella se removió. Ese hombre les había salvado la vida.
Albus les indicó que tomaran asiento en los asientos libres de aquel lugar, tratando de dar una pequeña sonrisa tranquilizadora.
Se fijó en el temblor que aún aquejaba a la muchacha y en como aferraba aún su varita en su mano.
-Creo que ya es hora-los padres de Hermione se revolvieron incómodos en sus asientos-estamos entre amigos, y podemos confiar en los amigos.
-¿De qué, en nombre de Merlín, está hablando?-preguntó la joven mientras alternaba su mirada entre todos los adultos presenten en aquella sala.
Vio como su padre suspiraba, un suspiro entrecortado y lleno de tensión.
-¿Papá?-el hombre la miró con los ojos brillantes, con lo que parecían ser lágrimas retenidas, tratando de no mostrarse débil ante ella-¿mamá?-a esta ultima la llamó en apenas un susurro, con miedo.
Su madre solo se dobló sobre sí misma, tapándose la cara con ambas manos, tratando de no convulsionar por el llanto que luchaba por salir desde lo más hondo de su ser.
-Señorita Granger…-Albus la llamó- ¿Hermione?-esta vez la chica si lo miró-tiene que entender que todo esto no es algo que…-el pareció sopesar las palabras-ninguno de los que estamos en esta sala buscamos-vio como la joven arrugaba su entrecejo-todo lo que se ha hecho hasta ahora, y lo que se hará de ahora en adelante, será para protegerla-al ver que la muchacha tan solo seguía ahí expectante por las explicaciones, continuo-usted no es quien cree que es, su identidad no es la que porta, y quienes le han criado, a pesar de que siempre la querrán y la verán como a una hija…-el lo estaba viendo venir-no son sus padres biológicos-y notó el momento justo en el que las emociones acabaron por desbordar a la muchacha frente a sus ojos.
Hermione notó de repente que no tenía aire, no había suficiente aire en la habitación. Las paredes de aquel lugar parecían estar estrechándose a su alrededor, los brillos y destellos de los múltiples objetos que se hallaban en las paredes, empezaron a crearle pequeños espasmos en sus párpados.
Las pulsaciones de su corazón esta vez se trasladaron a sus sienes, haciendo que de repente su vista se fuera nublando poco a poco…, comenzando como una pequeña capa blanca que se iba adueñando de los filos de su visión, comiéndose poco a poco toda imagen que sus ojos estuvieran captando.
Lo último que vio fue la espesura del negro.
Y ya no supo más de sí misma.
Severus se quedó quieto en su sitio sin abrir la boca. Tan solo ejerciendo del espectador mudo de aquella obra.
Vio como la señora Granger casi pierde del todo la cabeza al ver a Hermione desmayarse. Prácticamente se abalanzó sobre la chica y comenzó a tocarle la cara, tratando de despertarla. Llamándola por su nombre como si éste se hubiera convertido en su propio mantra.
-Hermione…-la mujer seguía sobre su hija, tratando de abanicarla con sus propias manos-Hermione cariño, …
- ¿En qué diablos estaba pensando? -la mandíbula del señor Granger estaba fuertemente apretada y parecía ser capaz de hablar entre dientes.
El viejo bajó su mirada, arrepentido, tal vez por las formas.
-Era necesario-se escudó él-ya no podemos seguir con esa farsa…
- ¡Es mi hija! -le gritó el hombre- ¡mía!
-John…
-No-le dijo apretando sus manos en sendos puños-yo la he criado, es mi pequeña.
-John, nadie quiere arrebatártela-trató de calmar al hombre, sin embargo, este comenzó a hiperventilar, dispuesto a llevarse a quien fuera por delante. Se puso de manera rápida y ágil frente a su esposa y su pequeña, protegiéndolas con su cuerpo, como si eso fuera a servir de algo.
John notó la mano de su mujer aferrándose a su muñeca y darle un ligero apretón.
-Cariño-le dijo con voz queda-no nos queda más remedio que escuchar qué está pasando.
Hubo un momento de silencio en el que la mirada de John Granger seguía siendo la de un lobo feroz protegiendo a su familia. Ninguno de los presentes podía culparle por su actitud. Dumbledore se alegraba, de alguna extraña y retorcida manera, ese hombre era todo lo que un padre de familia debía ser. A su mente vino la imagen del suyo. Percival había sido un padre protector, extremadamente protector. Pero su padre no supo lidiar con el impulso de llegar a la violencia. Este hombre estaba controlándose, a pesar de sus instintos.
Severus Snape no era alguien que admirara a otras personas, pero en esta ocasión no podía dejar de sentir un pequeño atisbo de admiración. Al parecer el hecho de que un padre se comportara como el protector de su familia y no como el verdugo, le haría respetarlo.
El momento de tensión paró en cuanto escucharon el cambio en la respiración de Hermione. Al parecer había vuelto en sí, y el ataque de ansiedad aún la mantenía alterada.
Snape ofreció a la madre de la chica una de las pociones relajantes que el llevaba siempre encima. La usaba cada vez que su señor, o alguno de sus compañeros usaban sobre el la maldición cruciatus. Era la única manera que tenía de lograr que su cuerpo se relajara lo suficiente como para poder aparecerse en otro lugar sin sufrir una despartición.
Vio como la madre abría el pequeño recipiente y se lo acercaba ligeramente a la nariz, dejando que el olor característico de aquella pocíon llegara a sus fosas nasales. Cuando estuvo segura de que esa pocion era la adecuada, cogió a su hija, tratando de incorporarla.
-Cariño…-ella la habló con toda la calma del mundo, tratando no alterarla más-debes tomarte esto-se lo acercó con tiento a la boca, y fue Hermione quien puso sus manos alrededor de las de su madre y trató de hacer que el contenido llegara a su boca.
Una vez lo bebió, pareció pasar apenas unos segundos hasta que su cuerpo dejó de temblar.
Todos permanecieron en silencio observando la evolución de la chica, cuando notaron que los ojos de Hermione empezaban a cerrarse, poco a poco, fue que uno de ellos decidió tomar cartas en el asunto.
-Creo que lo mejor sería llevar a la chica a la enfermería-dijo Albus-tal vez logre descansar algo allí-miró hacia su Maestro de Pociones pidiéndole de forma silenciosa que fuera él el que llevara a la joven hasta allí.
Cuando este asintió y se dispuso a lanzar el hechizo que le permitiera llevar a la joven, el padre de la muchacha se le interpuso al notar como la varita de ese hombre apuntaba a su hija.
-¿Qué cree que está haciendo?-su tono acerado le dijo a Severus que no era un hombre al que se le pudiera tratar como el estaba acostumbrado a tratar a casi todo el mundo.
Snape alzó una de sus cejas, en un claro signo de cinísmo, pero cuando habló su voz no denotaba nada de ello.
-Voy a trasladar a la Señorita Granger a la enfermería-su tono fue parco, casi llano-si lo desea puede acompañarme.
John tan solo le miró con malas pulgas. Cogió a su hija el mismo en brazos y esperó a que Snape pasara por delante para abrirle la puerta.
-Elegiste bien-la voz de Albus la sorprendió mientras miraba como John y Severus desaparecían de allí con su hija-no entiendo porque tus padres se alteraron tanto cuando decidiste casarte con él…
-¿Qué es lo que va a pasar ahora?-Milene le miró, ella no iba a caer en la trampa de una charla intrascendental-necesito saber en que posición nos deja lo que ocurrió hoy.
El anciano la miró con un extraño brillo en sus ojos. Había sido difícil lidiar con ella. Desde que se había plantado frente a él con esa pequeña en brazos, negándose a dársela a nadie más, supo que ante él tenía a toda una luchadora.
-Debemos esconderos-la mujer le miró impasible, esperando una mayor explicación-Severus les ha implantado en la memoria a esos dos mortífagos recuerdos…-el viejo suspiró-recuerdos de vuestra muerte a sus manos…
Eso sí logró una reacción en la mujer. Milene abrió sus ojos sorprendida.
-Entonces-comenzó ella-todo ha acabado…-su voz fue bajando el volumen hasta casi desaparecer.
-No lo creo así-pareció apiadarse de la mujer que lucía devastada frente a él-estoy seguro de que Hermione entenderá y perdonará-vió como ella bajaba su mirada, perdida-sería conveniente que ella pudiera verlo con sus propios ojos, ¿no crees? - el pareció meditar algo-tal vez darle la oportunidad de conocer a su madre, aunque sea a través de tus recuerdos.
-Esté bien-ella le miró tratando de recomponerse- ¿Cuándo empezamos?
No era la primera vez que su hermana pasaba a visitarla. Ella sabía que su reciente matrimonio con John había levantado pequeñas úlceras en algunos miembros de su familia. No así en su hermana pequeña.
Ella había seguido manteniendo el contacto.
Sus cartas seguían llegando desde Hogwarts, ese año, el último que cursaría Marlene.
Ella podía notar la ilusión entre aquellas palabras, la conocía mejor que nadie.
Estaba emocionada, sus notas estaban siendo tan altas como siempre, y estaba deseando poder acceder al Ministerio.
Ella no era tonta, sabía de la guerra silenciosa que se había ido desarrollando desde hacía unos años. Y se preocupaba por lo que pudiera pasarle a su familia.
Sobre todo a Marlene. Su pequeña y guerrera Marlene.
Esta vez su visita la tomó por sorpresa.
Su hermana era de las que solían mandar una misiva antes de su aparición. Para no asustar al pobre John, que, aunque estaba fascinado con ese nuevo mundo al que le habían abierto los ojos, aún se sobresaltaba cada vez que su cuñada aparecía de la nada, en mitad de su salón.
Lo que la sorprendió aun más en aquella ocasión fue que llamó al timbre…
¡Al timbre!
Ella no podía creer que su hermana hubiera llegado allí de otra forma que no fuera mediante la aparición.
Sospechando de que no fuera ella, se asomó a través del ventanal del salón.
Ella parecía cargar algo entre sus brazos…
Y eso que caía de entre sus piernas…¿era sangre?
Alarmada salió corriendo hacia la puerta, llamando a su marido.
Casi desgañitándose.
Cuando abrió la puerta, notó que la tez de su hermana estaba sumamente pálida, y que ella no parecía capaz de articular palabra.
Cuando John llegó a su lado, asustado, notó como su joven cuñada les ofrecía el bulto que tan fieramente había sostenido entre sus brazos, a la vez que sus ojos parecían irse hacia atrás.
Milene cogió el pequeño bulto entre sus brazos y John se apresuró a coger a su cuñada en brazos y cargarla hacia el interior de la casa.
Milene miró hacia todos los lados, y cuando bajó su vista un grito de sorpresa salió de sus labios.
Un bebé…
-John-su marido tumbó a su cuñada con cuidado sobre el sofá, con las piernas en alto.
-Hay que llevarla al hospital-dijo el apretando sus labios fuertemente-no es nada que nosotros podamos solucionar aquí-miró el pequeño bulto que tenía su mujer entre sus brazos-¿el bebé está bien?
Milene tan solo tocó la carita en busca del calor de la recién nacida y se detuvo bajo su naricita, tratando de encontrar la respiración de la pequeña.
Un suspiro de alivio salió de sus labios.
La pequeña parecía estar en perfecto estado, pero aun así pedirían que la hicieran un reconocimiento en el hospital también.
Casi volaron hasta el coche.
John conducía como un lunático, con un pañuelo blanco sostenido en la antena de la radio del coche.
Milene estaba atrás soteniendo el bebé y la cabeza de su hermana.
Rezando todo lo que sabía por lograr llegar al hospital antes de que fuera demasiado tarde.
Otro hilo plateado era sacado de su cabeza, con toda la delicadeza del mundo por parte de Albus Dumbledore.
Ella no podía hacerlo por sí misma
Después de todo era una squib.
Esos recuerdos eran dolorosos.
Demasiado.
Pero era la única forma de sacarlos de su mente, concentrarse lo máximo posible en ellos.
Solo para que su pequeña pudiera acceder a ellos cuando estuviera lista para ellos.
Albus le dio una sonrisa tranquilizadora y la dejó descansar un momento antes de seguir con su tarea.
La vista de Milene se desvió hacia la camilla donde descansaba Hermione. Tras recuperar el conocimiento, ella seguía aún tan nerviosa que tuvieron que darle una poción para tranquilizarla.
Era tan parecida a ella…
Era el ultimo regalo que había hecho Marlene al mundo.
Esa pequeña llena de coraje e inteligencia.
Su pequeña sería fuerte para afrontar todo lo que se les venía encima.
Y ellos, seguirían a su lado.
Como siempre.
-Huele raro-fue lo que oyó de su hermana, dos días después de despertar.
Se encontraba aún en una cama de hospital, pero con su bebé en brazos.
-Huele a hospital-le dijo al ver como Marlene arrugaba su nariz-huele a aséptico.
-Tu clínica huele mejor-eso hizo sonreir a Milene, que no se había separado de ellas en esos días-¿John no está enfadado por tener que hacerse cargo el solo de ella?
Milene negó aun con la sonrisa en sus labios.
-Está muy aliviado y feliz de que ambas estéis bien-su mirada se ensombreció un poco-¿vas a contarme qué ha pasado?
Vio como su hermana desvió su mirada hacia la pared de enfrente, evitando mirarla a los ojos.
-No es algo que quiera contar…-dijo en un susurro, avergonzada-pero supongo que te lo debo-sus ojos volvieron con la determinación de quien está dispuesto a hacer los sacrificios necesarios-y necesito que alguien sepa de su existencia-dijo suavizando sus facciones al mirar a su pequeña-solo prométeme algo, Milene…
-Lo que necesites, cuando lo necesites-le dijo ella emocionada-siempre estaré para ti.
-Milene, prométeme que te harás cargo de ella si algo llegara a pasarme-sus ojos habían perdido algo de la fiereza que los caracterizaba-las cosas se están poniendo cada vez más complicadas…
-La guerra avanza silenciosa pero imparable-recitó aquellas palabras que habían escuchado de la boca de su propio padre. Marlene asintió-Cuenta con nosotros Marlene. La protegeremos con nuestra vida.
Fue entonces que Marlene le dejó a su sobrina entre los brazos y declaró sentirse muy cansada.
Milene se dedicó a arrullar a la pequeña, quien se había afianzado uno de sus dedos.
Marlene pudo descansar viendo antes de caer dormida tan bella estampa.
-John-Marlene estaba profundamente dormida y su mujer le habló tan bajito que si no fuera porque estaban cerca no la habría escuchado-dame a la pequeña, llevas demasiado tiempo con ella en brazos…
El hombre tan solo sonrió y negó con la cabeza, esperando el puchero de su mujer.
-¿Has logrado que te diga quien es el padre?-preguntó el aun con una pequeña sonrisa observando a la niña.
-No-dijo en un suspiro-pero es importante que nos lo diga, no creo que ella hubiera ocultado su embarazo de esta manera si no fuera alguien…
Lo que fuera a decir se quedó en el aire al notar como su hermana comenzaba a moverse, estaba desperezándose.
Dejó que ese último hilo saliera de su mente, agotada. Miró a Albus Dumbledore y este tan solo asintió comprendiendo.
-Seguiremos mañana-le dijo el anciano-puede quedarse aquí si lo desea.
-No pienso moverme de su lado-afirmó ella.
Escuchó los pasos del hombre dirigiéndose a la puerta mientras su mirada seguía clavada en su niña.
Se acercó con cuidado hasta ella, se sentó en la camilla y se quitó los zapatos.
No tardó en tumbarse junto a su pequeña y abrazarla, para cuidar de su sueño.
Hundió su nariz en la mata de pelo rizado y rebelde de Hermione. Deseando poder seguir teniendo el mismo cariño de su hija.
Porque sería su hija hasta el fin de los tiempos.
Esperaba que ella fuera capaz de perdonar.
Llegamos así al final de este primer capítulo. Espero vuestra más sincera opinión.
No estaba segura de si colgarlo o no, pero alguien de mi entorno, con quien he hablado de la idea que tengo para este fic y de cómo se va a desarrollar, me ha animado a hacerlo.
Espero que sea de vuestro agrado.
Un besazo,
B.
