A Karkat no le molestaba el tiempo que tardaba en ir andando hasta la colmena de Vriska. Normalmente usaba ese tiempo para pensar qué le haría una vez que estuviera allí. No, siempre estaba ahí ese extraño sentimiento de vacío cuando se iba. Todas las semanas era lo mismo. Él llegaría y la pondría en su sitio (o ella a él), y maldecirían, morderían y se odiarían hasta que él tuviera que irse.

Para ellos era algo más que una simple kismesitude. Era algo terapéutico. Vriska y Karkat eran desagradables hasta el punto de necesitar una manera sana de liberar estrés y sentirse mejor con ellos mismos; y un kismesis era una forma fantástica de conseguirlo, que les permitía la liberación que ambos necesitaban.

Karkat había traído su mochila con todo lo que pretendía usar esa noche: una cuerda larga, una venda para los ojos, una mordaza por si la necesitaba (probablemente para hacerla callar) y un cubo. Se descubrió a sí mismo sonriendo. También llevaba algunos cuchillos. No podía decir que odiase el tiempo que pasaban juntos. Por otro lado, podía decir que a ella sí la odiaba. La odiaba más de lo que hubiera odiado nada en toda su vida.

Su relación era un secreto. Ninguno de sus amigos sabían sobre ella, a petición de Vriska. Karkat había aceptado al menos hasta que fuese necesario revelarlo. Mientras tanto, tenía otras cosas por las que preocuparse.

Finalmente llegó a la colmena, que ella había dejado abierta para él. Ya estaba oscuro fuera y el ambiente cargado le avisaba de que estaba a punto de llover. El viento arreciaba e hizo que Karkat sintiera un leve escalofrío. Abrió la puerta de la colmena de Vriska y entró. Ya había estado allí las suficientes veces como para saber exactamente dónde estaba su habitación.

Al abrir la puerta allí estaba ella, sentada a los pies de la cama, esperándole. Sonrió inocente ladeando la cabeza como si todo estuviera planeado.

-Has tardado mucho…- dijo- Más te vale no hacerme esperar la próxima vez.

Karkat no dijo nada y simplemente cerró la puerta de la habitación de Vriska con pestillo. Estaban encerrados dentro, ya era hora.

Se quitó la mochila y la tiró cerca de la cama de Vriska, caminando enfadado hacia ella y agarrándola del cuello. Karkat la empujó a la cama, gruñendo y haciendo rechinar sus dientes. Apretó fuerte, demasiado, haciendo a Vriska chillar de repente y boquear falta de aire. Con su otra mano, la empujó con fuerza contra la cama.

-Cállate la puta boca. He traído cosas esta vez –fue todo lo que dijo. Entonces, con una sonrisa aflojó la presión de sus dedos, dejándola respirar. El aire inundó de nuevo los pulmones de la chica.

-Bienvenido a casa… cabrón –escupió. Karkat dejó en paz su garganta y la besó. La besó con violencia. La besó con pasión, y ella se lo devolvió. Clavó las uñas en el cuello de él, apretando lo suficiente para dejarle marcas. Karkat se subió del todo a la cama, aprisionando a Vriska y continuando el beso. Su mano se deslizó sobre la camiseta de ella, estrujando sus pechos con fuerza. Gimió, abriendo más su boca para él, cosa que utilizó para meter aún más su lengua en la boca de la chica.

Vriska se retorció bajo él. Su brazo robótico apretaba la pierna de Karkat, clavando los dedos. Estaba segura de que si seguía así le dejaría marca. Sus gemidos se volvieron gruñidos. Gruñiditos de placer, de deseo y necesidad.

Karkat terminó el beso, dejando un hilo de saliva entre sus labios que se rompió lentamente.

-Estoy en casa –dijo jadeando. La miró de arriba abajo- Podrías haberte vestido mejor.

Vriska puso los ojos en blanco chasqueando la lengua.

-Esta está bien. Esta camiseta es la que quiero que me jodas esta vez.

Era su camiseta de Escorpio. La que usaba cuando salía con Karkat y sus amigos. Él adoraba la forma en la que la tela abrazaba el delgado cuerpo, la manera en la que mostraba sus curvas a pesar de eso. Era simple. La agarró del cuello de la camiseta tirando de ella para acercársela. Vriska soltó un pequeño gritito. La excitaba lo violento que podía ser. Estaban tan cerca que casi podían rozar sus narices.

-Me das tanto puto asco… -escupió en su cara y ella se limpió- Odio todo tu ser. Tu estúpida cara, tus cuernos, eso de creerte superior a todos los demás, tu forma de zorrear por ahí…

Casi se perdió en su propio hilo de pensamiento, pero volvió a tirar de su cuello otra vez para demostrar que lo decía en serio.

-Dime que eres indigna. Un puto despojo.

Vriska se rio.

-Eso te encantaría, ¿verdad? No te lo creas tanto sólo porque hoy te toque a ti dominar –su expresión se ensombreció- No seas tan presuntuoso.

Karkat se levantó y fue a su mochila, sacando un cuchillo con sierra.

Ahora comenzaría el juego.

Se volvió a colocar sobre ella, paseando lentamente la hoja del cuchillo por su frente, pero sin llegar a cortarla. No. Todavía no. Sólo quería que supiera cómo se sentía sobre su piel. Ella se estremeció.

-Ahí no. Lo van a ver y se van a dar cuenta –dijo refiriéndose a sus amigos. Karkat perdió la poca paciencia que tenía y le cruzó la cara de una bofetada, torciendo sus gafas. Ella abrió la boca y le sacó la lengua. Muy lentamente, Karkat pasó la sierra del cuchillo por su lengua, cortándola. La sangre azul comenzó a brotar desde la herida, cayendo a los lados. Vriska le empujó para besarlo, tomando el control esta vez. Se apartó de repente, picándolo con un beso en la nariz- No vamos a usar el cubo hasta que yo lo diga.

Karkat asintió. La chica le arrebató el cuchillo y le hizo un tajo en el hombro, dejando que saliese su sangre de un brillante rojo caramelo del corte. Él contuvo la respiración apretando los dientes. Sentía perfectamente la quemazón.

Vriska le mostró su lengua, ahora azul por su sangre y dejó que algunas gotitas cayeran sobre las sábanas.

-Pantalones fuera. Ponte de pie –le ordenó- Ahora mismo.