Sistema Solar, Cinturón de Asteroides.
Año 8930 antes del Milenio de Plata.
─¿Quién eres tú? ─la pregunta fue formulada con amabilidad. Sin embargo, el hombre que permanecía erguido bajo la tenue luz no demostró sentirse afectado por la cordialidad. Si advirtió, en cambio, el inconfundible Imperator Sphaera situado en la parte superior del báculo. No que importara; pues a esas alturas nada podía hacer para recuperarlo. Sus ojos emitieron un destello de rabia, mezclada con infinito dolor.
─Su Majestad, si lo prefiere yo puedo interrogar al prisionero ─dijo un soldado, cuyas insignias lo identificaban como comandante en jefe de las fuerzas imperiales. Era evidente su ansiedad por apartar a la soberana de un reo considerado extremadamente peligroso.
La celda era oscura, austera y apartada del resto; el mejor diseño en su tipo. No obstante, debido a ello, resultaba indigna para una visita real. Eso lo tenían claro los dos ocupantes masculinos.
─Comandante Silvanus, por favor, concédame unos minutos a solas con él ─ordenó la reina.
─Su Majestad ─El oficial hizo una reverencia profunda y obedeció. Años atrás había aprendido a identificar aquellas situaciones en las cuales sus advertencias no serían escuchadas. No bien salió al pasillo cuando la puerta emitió el chasquido característico volviendo a cerrarse. Conteniendo un suspiro resignado, permaneció alerta a cualquier señal de alarma.
Una incómoda tensión dominó el interior de la celda por interminables momentos, sin que ninguno de los dos; ni captora ni capturado, se atrevieran a romper el silencio. Permanecían observándose. No en actitud retadora, sino más bien en franco y pacífico análisis. Al fin, fue la soberana quien habló:
─Eres un Lussian del planeta Asthera ─no fue una pregunta sino una afirmación. Y así lo entendió el desconocido. Una chispa de respeto apareció en su mirada. Al menos, ella no iba a negar su participación en la tragedia.
─Supongo que soy el último ─contestó, encogiendo los hombros, restándole importancia al hecho; como si no le afectara el haber regresado a casa para descubrir que ésta ya no existía. Sus ojos nunca dejaron los de la mujer. Encontraba extraordinaria la paz que veía en ella; parecía tan real, tan genuina. Nada indicaba que fuera una asesina; pero el Imperator Sphaera decía otra cosa.
Estudió con detenimiento a su anfitriona. Era joven y, sin duda, muy hermosa. Sus ojos color aguamarina refulgían en un rostro perfecto de pálida tez, enmarcado por una larga cabellera platinada sujeta en dos coletas gemelas que le llegaba casi hasta los tobillos, dándole cierto aire infantil y restándole solemnidad a su semblante. Recordó que el oficial la había anunciado como Selenia, Emperatriz del Nuevo Reino Lunar.
Nuevo Reino Lunar.
Involuntariamente sus puños se cerraron con furia. Como Heredero Sucesor de la Casa Real de Asthera no desconocía sobre reestructuraciones políticas. Sin embargo, la crueldad vertida sobre su gente, le resultaba inaudita. Hubieran resistido ser esclavizados; pero nada justificaba haber exterminado a los habitantes junto con el planeta.
Sin poder disimular el resentimiento que sentía, apartó la mirada. No temía por su destino; pues nada podía ser peor, dadas las circunstancias. Estaba sólo por completo: sin familia, ni súbditos y con toda posibilidad de conseguir ayuda anulada.
─Príncipe Katsue, imploro tu perdón ─su voz musical, teñida con inconfundible desesperación, le llegó desde muy cerca. Volvió a mirarla notando enseguida que ella se encontraba arrodillada frente a él extendiéndole el báculo con actitud sumisa; y, más aún: con profunda y sincera humildad. Sus miradas se encontraron, transmitiéndose toda la confusión y el dolor que sentían.
─¿Porqué? ─Aunque no tenía intención de hacer la pregunta, ésta salió de sus labios. Algo le decía que era importante conocer la historia completa. Estaba sorprendido no sólo por su disculpa, sino porque ella conocía su nombre y rango.
─¡Todo es culpa mía! ─exclamó la joven soberana. Sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas que comenzaron a rodar, estrellándose unas contra el discreto escote y otras sobre la falda. Él, ¡Las estrellas lo perdonaran!, sucumbió al impulso de inclinarse y tomarla entre sus brazos. Quería hacer cualquier cosa para calmar su tristeza. Tristeza que, ahora estaba seguro, era genuina. Sin importar lo que hubiera sucedido, Selenia era inocente. No podía ser de otra forma. No cuando ella parecía tan frágil y perdida...
Desde el inicio del tiempo,
Sobre los trozos del místico planeta,
En nuestros oídos resonó una voz;
Era el canto de una estrella agonizante,
El lamento de un pequeño universo.
Perdimos todo cuanto éramos,
Amando aquéllo en que nos convertimos.
Más, la prohibida órbita selló el tiempo.
¿De verdad te has ido, amor?
¿Te encontraré algún día?
El guardián esconde la verdad,
El dolor largo tiempo silenciado.
Un velo en el rostro del vigía,
Ha ocultado el preciado tesoro.
Si no te hubiera conocido,
Mi estrella jamás habría brillado.
Sería tan sólo un mísero fragmento,
Inútil espejo para la luz de vida.
Un vano y efímero espíritu,
Sin el fulgor místico de la eternidad.
Nací para sentirte mío.
Hace 10,000 años te amé.
Y hasta que mi estrella muera,
Seguiré amándote cada vez más.
No temo al silencio y al caos,
El futuro no me vencerá;
Pues en el Libro del Tiempo escrito está,
Que de tu corazón, unido al mío,
La luz de la Luna nacerá.
