Capítulo uno
Akane Pov
Era increíble que ya hubieran pasado dos meses. Dos meses desde el último intento de nuestros cobardes padres por unirnos a Ranma y a mí.
No pasó mucho tiempo para que las cosas comenzaran a complicarse en Nerima. Concretamente en mi hogar. De forma repentina, mi estado de animo se convirtió en algo cambiante e imprevisible. Mis cambios de humor eran tales que todo el mundo parecía ir con pies de plomo a mi alrededor. Incluso las prometidas de Ranma se lo pensaban dos veces antes de cruzar media palabra conmigo. Tenía que reconocer mi mérito. Había que ser realmente aterradora para lograr que Kodachi se pensara las cosas dos veces. Al parecer, todo el mundo había llegado a la conclusión de que era como una bomba de relojería. A la mínima estupidez, podía estallar. Pese a todo, nadie se quejaba. Supongo que lo achacaban a la fallida boda. Se mantenían a la espera, a que las aguas se calmaran.
En realidad, el problema no estaba ahí. La verdad estaba encerrada en mi interior, en lo que yo misma estaba ocultando gracias a mis ataques de furia. La gente creía que estaba susceptible, irritada e inconstante. Impredecible. Que mis arrebatos se debían a que tenía la paciencia tan quebradiza como una rama. Pero no era cierto. Aprovechaba las tonterías de Ranma o del libidinoso de Happosai como una excusa para desquitarme. Mi mal humor no era más que una tapadera para mi dolor. Me sentía morir cada vez que mi cuerpo ardía febril, los músculos se me tensaban en dolorosos espasmos y el corazón adquiría el enloquecedor ritmo de un colibrí. Gritar me proporcionaba un pequeño alivio. Me confortaba un poco eso, aunque mi familia me tuviera como una neurótica. Mi cabeza, ante tantos altibajos, no era capaz de preocuparse por eso. Ya no.
Las noches eran aún peores. A esas horas intempestivas no tenía ninguna razón para ir pegando voces por la casa, por lo menos si me quería mantener alejada de un psiquiátrico. No me quedaba otra opción que morder fuertemente la almohada cuando el dolor me asaltaba en la penumbra de mi dormitorio. Había momentos en los que el blando del cojín no era suficiente para aplacar el suplicio. En busca de algo más reconfortante, mordía firmemente mi mano hasta que la boca se me inundaba de sangre, el dolor remitía y me quedaba dormida.
Me tenía que estar volviendo masoquista. Solo el daño que me hacía a mí misma era capaz de calmar la cruda agonía que me embestía nada más ocultarse el sol. Seguramente por eso estaba todo el tiempo buscando pelea, tratando de descargar la adrenalina. Probablemente un par de golpes resultados de una batalla me distraerían. Era una verdadera pena que las otras prometidas huyeran.
A causa de mis actos llevaba permanentemente la mano vendada, la cual ocultaba con mangas largas y guantes. Gracias a Dios que era invierno.
Una parte de mí se sentía como la novia de un vampiro, maltratándome a mí misma con el fin de alimentar a mi amor. Lo sé, era una sensación de lo más estúpida teniendo en cuenta que mi "amado" me había dejado tirada en el altar por un estúpido barril de agua.
De acuerdo, estaba siendo injusta. No se trataba de un simple barril. Era la cura a la maldición que había traumatizado a Ranma durante años. Si yo tuviera que transformarme en un chico cada vez que me cayera agua fría encima… No podía imaginarme el infierno que supondría tanta transformación.
Probablemente lo que me dolía era la fuerza de la costumbre. Es decir, cada vez que, obligados o no, Ranma y yo dábamos un paso adelante, enseguida dábamos dos para atrás. Esto no se debía únicamente a nuestro entorno, que era bastante colaborador en ese sentido, sino por nosotros mismos. Nuestra vergüenza y ego nos impedían ser sinceros. En realidad, llegados a ese punto, habíamos dado tantas vueltas que ninguno de los dos sabía en qué parte del juego estábamos y cómo demonios podíamos ponerle fin a la partida.
Quizás para una persona ajena a todo este entuerto era muy fácil decirnos que debíamos hacer y llamarnos idiotas. Para nosotros, sin embargo, después de haber recorrido tantas veces el tablero, era prácticamente imposible estar seguro de nada aunque tuviéramos la prueba de nuestras sospechas justo delante de nuestros ojos. Nos habíamos vuelto unos desconfiados después de tanta trampa y juego manipulador.
—Espero que os esforcéis al máximo y os acometáis a las normas.—dijo el profesor, sacándome por completo de mis pensamientos. —Sí, eso va por ti Saotome.
Ranma resopló ante el comentario, mientras el resto de compañeros reían. Parpadeé un par de veces, tratando de despejarme. Era increíble lo cansada que estaba ¡Ahora incluso divagaba en clase!
Pude leer en la pizarra MARATÓN FURINKAN. Seguro que se trataba de otro insensato e inútil evento ideado por nuestro director. Sinceramente, me daba igual. Hablaría con las chicas. Si la idea resultaba interesante, participaría, si no, me quedaría en casa. Alegaría que estaba enferma y le pediría a mi padre que firmara el justificante. En realidad, no era mentira. Iba a permitirle a mi cuerpo tomarse el descanso que tanto necesitaba. Esa idea cobró fuerza al sentir nuevamente los ramalazos ardientes que me envolvieron la garganta y me dejaron sin aire.
Sonó la campana, dando fin a las clases del día. Me levante con parsimonia, no por estar tranquila, sino por acallar los gemidos que peleaban por salir de mi garganta. Mientras, mis amigas se aproximaban a mí.
—Akane, ¿tienes pensado hacer algo hoy?—preguntó, sonriente, Sayuri.
—Teníamos pensado ir al karaoke, ¿vienes? —invitó Yuka antes de darme la oportunidad de contestar.
—Sabéis que se nos acercan los finales, ¿no? —les cuestioné al coger mi maletín y empezar a caminar con ellas hacia la salida.
—¡Akane! —exclamó Hiroko en un gimoteo de frustración. —No seas aguafiestas anda… Además, hoy hay hora feliz.—canturreó al final.
—¿Y tú no eras la que quería ir con Sayuri este sábado al centro comercial a comprarle un regalo de cumpleaños a tu novio?
—Sí, ¿y? —cuestionó sonrojada.
—Pues que son ya dos salidas. —contesté, enarcando una ceja. —Vas a perder el doble de tiempo de estudio y luego, como siempre, vendrán los lloros porque no tenéis tiempo para estudiar. —expliqué rápidamente. —Yo no quiero ser responsable de eso.
—¡Akane! No seas mala, nos estás gafando los planes.—se quejó Sayuri con evidentes síntomas de depresión pre-exámenes en el rostro.
—No os gafo nada, solo os advierto. Si queréis, voy con vosotras al karaoke en otra ocasión, pero hoy prefiero quedarme en casa. —respondí.
Justo en ese momento llegamos al patio delantero del instituto. Sabía que estaba siendo fría y cortante. Aún quedaba tiempo suficiente para poder quedar con ellas sin correr el riesgo de sacar malas notas. Pero me veía incapaz de pasar toda una tarde fingiendo una sonrisa, cuando mi cuerpo exclamaba totalmente lo contrario. Me miraron resignadas. Les hice una seña con la mano como despedida, la cual correspondieron, y me marché por el camino de siempre.
No esperé a Ranma, pero cuando llegué a la calle que bordeaba el canal él ya estaba a mi lado, caminando en silencio, sobre la valla. Por lo menos tuvo el sentido común de no echarme en cara el hecho de no esperarle. Bastante difícil había sido disimular el sufrimiento en clase y, más aún, aparentar estar perfectamente "feliz" delante de las chicas, como para que ahora Ranma se pusiera a hacer reclamos.
Llegamos a casa en diez minutos que se volvieron espantosamente largos. Sentí, durante todo el trayecto, su mirada clavada en mi espalda. Quizás estaba empezando a desarrollar algún tipo de esquizofrenia o de bipolaridad. Me moría de ganas de gritarle para que dejara de mirarme a la vez que apenas podía controlar los deseos de besarle. Seriamente, me estaba volviendo loca.
—Ya llegamos.—proferimos al unísono mientras dejábamos los zapatos en la entrada.
—¡Bienvenidos! ¿Cómo ha ido todo? —nos saludó Kasumi, asomándose desde la cocina.
—Bien.—respondí escuetamente antes de salir corriendo a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Me cambié sin demora a un conjunto deportivo y salí de la casa como una exhalación. Quizás si estaba con el cuerpo lo suficientemente entumecido por el cansancio podría dormir en lugar de dar ligeras cabezadas.
Acabé dirigiéndome hacia el bosque más cercano. Allí corrí, salté, brinqué y trepé sin saber muy bien a donde me dirigía. Dejé a mi mente deambular mientras entrenaba y descansaba, sin ser muy consiente de cuando hacía una cosa y cuando la otra.
Recordé de nuevo el hogareño ambiente del hogar Tendo, del cual había huido como si quemase. No es que me trataran mal, ni nada por el estilo. Solo que nadie estaba relajado si yo estaba presente. Pensándolo bien, había una persona que sí lo estaba. Sin siquiera fruncir el ceño, había aceptado la totalidad de mis ataques y se quedaba a mi lado, en calma. Incluso en el momento más explosivo. Nunca esperé que quien reaccionaría así sería mi padre.
Soun Tendo no se había caracterizado por estar a cada momento conmigo, mucho menos en los malos. Normalmente le echaba la culpa a Ranma, había que admitir que muchas veces tenía razón, y le exigía que lo solucionara. Pero nunca había estado a mi lado, palmeándome la espalda tratando de consolarme, como lo estaba ahora. Era una sensación extraña y cálida. Una de las pocas cosas que me ayudaba a soportar ese infierno todos los días.
Su apoyo había llegado justo en el mejor momento. Cuando había empezado todo esto no entendía nada ni sabía qué hacer. Pensé que, quizás, lo sucedido en Jusenkyo y en la fallida boda estaba, finalmente, mostrando sus secuelas. Era una tortura que no sabía manejar. Un extraño ardor se me alojó en la garganta. Además tenía que lidiar con un incesante y contraproducente vacío en la boca del estómago. Ver la comida me daba asco y arcadas. Mi padre fue el primero en actuar. No sé qué le pidió a Kasumi que añadiera en la comida, pero las arcadas cesaron y pude empezar a comer de nuevo. No con gusto, pero al menos comía.
Ahora el ciclo volvía a repetirse con un nuevo tedio. Sentía, en todo momento, un vórtice de adrenalina recorrerme. Tenía la necesidad hasta de trepar montañas. Pero, a los cinco minutos, pese a que esa sensación todavía me recorría hasta la punta de los dedos, mi cuerpo se desmoronaba del cansancio, costándome media hora recuperarme para volver a intentarlo.
Estaba en uno de esos largos descansos cuando volví a conectar mi mente con mi cuerpo. Me percaté de que ya había anochecido y de que estaba de barro hasta el pelo. Encima, el bosque en el que estaba tenía que estar a dos o tres horas de distancia del centro de Nerima. Aunque me diera prisa, no llegaría a casa antes de las doce. Me encogí de hombros y empecé a caminar con lentitud de camino a casa. No por desear un paseo sino que, aunque pisaba con cuidado, los latigazos que me flagelaban los músculos no remitían. Me veía incapaz de correr nuevamente.
Llevaba media hora de camino cuando vi a Ranma corriendo, sofocado, hacia mí. Estaba gritando mi nombre a los cuatro vientos, volteándose en todas las direcciones, pero calló cuando me vio. Aceleró sus pasos hasta quedarse parado frente a mí.
—¿¡Pero se puede saber dónde has estado!? ¿¡Estás desquiciada o es qué no piensas lo que haces!? —gritó, colérico, nada más detenerse.
Lo contemplé sorprendida. Parecía que en cualquier momento se le iba a salir el corazón por la boca. Ranma, ¡el gran Ranma Saotome!, que podía recorrer todo Nerima saltando de tejado en tejado sin sudar ni una sola gota, prácticamente no podía respirar adecuadamente, totalmente fatigado, y con la piel perlada de sudor ¿Cuántas horas me había estado buscando, gritando mi nombre? Yo pensaba todo eso mientras el pelinegro no paraba de hablar, frustrado y fuera de sí. No sabía muy bien lo que decía, pero ante su expresión de enojo, me obligué a prestar atención.
—¡No sé en qué estabas pensando! De verdad, no te entiendo. Llevo horas buscándote por todas partes, sin que dieras señales de vida. Encima, ¡no me estás escuchando! —profirió fastidiado, revolviéndose el cabello en un deje nervioso.
Intentaba hacerle caso a sus palabras. Intentaba responderle, pero no podía hablar. No sé si por la sorpresa, el cansancio o qué, pero mi cuerpo se había quedado totalmente inmóvil. Solo sentía mi corazón latiendo a mil por hora. Reaccioné cuando Ranma comenzó a zarandearme con suavidad por los hombros. Consiguió liberar un poco la tensión de mi cara, permitiéndome parpadear un par de veces, primer síntoma de la recuperación del control de mi cuerpo. Ranma apreció algo en mi rostro, porque inspiró hondo antes de volver a hablar.
—¿Qué ha pasado para que te perdieras en el bosque y acabaras de tierra hasta las cejas? —me preguntó con suavidad, afianzando sus manos en mis hombros, después de haber logrado una pequeña reacción en mí.
—Salí a correr y a entrenar un poco. —respondí brevemente en voz baja.
—¿Y eso era tan urgente como para no avisar a nadie e irte al quinto pino hasta bien entrada la noche? —interrogó con seriedad.
No me veía capaz de dar explicaciones. Lo evadí. Me encogí de hombros, zafándome de su agarre y retomé la marcha. Después de mirarme desconcertado, se puso rápidamente a caminar a mi lado.
—¡Akane! Deja de comportarte como una niña mimada ¡Tú no eres así! Creo que, después de preocupar a medio Nerima con tu desaparición, merezco saber qué demonios te trajo aquí. —me recriminó.
Al ver que me mordía el labio inferior y que seguía avanzando a paso firme, me detuvo, tomándome de la muñeca herida y girándome para estar frente a frente. No pude contener el chillido de dolor y retiré la mano en el acto. Después de que el ojiazul viera la sangre empapar el vendaje de mi mano izquierda me miró firmemente a los ojos. Y, otra vez, todo volvía a empezar. Ese tan conocido sentimiento, que desde que conocía a Ranma inundaba cada uno de mis nervios. Avanzaba desde el fondo de mi pecho. Además, ahora se mezclaba con un nuevo deseo que había surgido durante estos meses inestables, duplicando el ritmo de mis ya aceleradas pulsaciones y nublando mi visión.
Avancé un paso, involuntariamente, hacia él. Su voz resonó en mí, haciendo estremecer cada una de mis células, cuando el sonido salió de sus labios con una simple pregunta.
—Akane, ¿qué te está pasando?
