Mi complemento.

1. Fuego

Suena el despertador. El pitido intermitente y chirriante me despierta enseguida. A veces tiene sus ventajas, otras no.

Me dirijo como una zombi hacia el baño del orfanato para asearme un poco y controlar mi pelo. Hoy por fin viajo hacia Forks al encuentro de mi familia, de mi nueva familia. Son los Cullen, gente reputada de ese pueblo. No los he visto nunca ya que arreglaron la adopción por teléfono. Sí; por teléfono, no se dignaron ni a presentarse aquí. Se podría decir que me encargaron como a una pizza.

Ellos tampoco caben quien soy yo, seguro que ni siquiera han abierto el cuaderno que Gianna mandó con mi información.

No los odio por eso. Quizá tuvieran demasiado trabajo como para venir personalmente a por mí. Sí que estoy un poco indignada por que con las otras dos familias fue diferente. La primera es de aquí, de Italia. El padre de esa familia es Aro Voulturi, tiene dos hijos mellizos que se llaman Alec y Jane. Además de ellos había más gente en esa familia, los hermanos de Aro, Cayo y Marcus, viven con él junto con sus hijos: Demetri, Félix y Heidi.

La otra familia eran los Denali que vivían en el Norte, concretamente en Canadá. La componían Carmen y Eleazar que hacían la función de padres, sus hijas son Tanya y Kate. Dijeron que veían en mí, lo que siempre habían querido, ellos anteriormente habían tenido una hija que se llamaba Irina, que al igual que yo era rubia. Les recordaba mucho a ella y eso de vez en cuando me ponía los pelos de punta.

Ambas familias me devolvieron a los dos meses, porque quizá había utilizado mi poder demasiado y se habían dado cuenta.

La palabra poder os puede parecer rara, pero yo no lo veo así. Puede parecer que este loca, os aseguro que no lo estoy. No soy de esas personas que se lucran con falsas promesas. Lo mío es distinto, es más material y no tan psíquico, no influyo en las personas, ni en su futuro, tampoco veo a sus familiares difuntos. Ya os digo que aunque quisierais no adivinaríais que es lo que puedo hacer.

Por mis venas fluye más magia que sangre. Es algo que me ocurre desde pequeña, concretamente desde los cinco años, por aquel entonces lo hacía inconscientemente, supongo que es por eso por lo que me dejaron en la puerta del orfanato con un par de años. Fue un día lluvioso de Marzo en el que hacía mucho frio y a mi "madre" no se le ocurrió otra cosa que plantarme en el portón de aquel extraño lugar envuelta en una manta.

La única con la que comparto mi secreto es con Gianna. Desde que tengo uso de razón ella me ayuda a controlar lo que hago porque a veces se me escapa de las manos (nunca mejor dicho). Poco a poco hago del autocontrol mi aliado con una laboriosa faena y puesto que cuesta, aun así, lo hago con vehemencia porque me ayuda a olvidarme de todo y de nada.

Gianna es como yo, pero tiene otro poder. Se puede volver invisible y eso no me hace ni pizca de gracia. Es más, odio cuando lo hace, porque muchas veces le pregunto cosas sobre lo que hacemos y ella así, sin más, desaparece.

Intenta hacer conmigo lo que hizo con ella misma. Me ayuda a controlar los movimientos de las manos y a controlar, también, la fuerza psíquica. Eso es importante porque si no eres fuerte mentalmente puedes acarrear problemas con el tiempo.

Me suele contar historias de cuando era joven y descubrió lo que podía hacer. Ella cree por encima de todo que no estamos solas y que hay mucha más gente como nosotras. Sin embargo, yo he perdido la esperanza. No creo que haya más gente con poderes como nosotras, porque no los he visto por ninguna parte y siempre me fijo en las persona, tanto las del orfanato como las de la calle. Nadie hace nada fuera de lo normal y eso me frustra mucho, porque quiero compartir con alguien lo que siento.

El avión está más o menos lleno, siendo invierno mucha gente se ha ido hacia el sur y no hacia el norte como voy yo. Me he vestido con mi abrigo más grueso porque calculé que la temperatura bajaría bastante.

Gianna se despidió de mí con lágrimas. Yo, sin embargo, me mantuve serena prometiéndola que la volvería a ver. Me quedaba aún muchas horas de viaje pues acabábamos de entrar en el Mar Atlántico, así que me puse los cascos y me aislé del mundo por unas cuantas horas. Acabé por dormirme y pase todo el viaje inconsciente.

Cuando recogí las maletas supuse que alguien me estaría esperando para llevarme a mi nueva casa y no me equivoqué.

Había una persona. Un chico alto y robusto, tan grande como un armario, con el pelo corto y castaña. Sus ojos sobresaltaban por encima de todas las facciones, eran de un precioso color azul cielo. Me dirigí hacía él porque tenía un cartel con mi nombre escrito. Las letras están torcidas, lo cual indica que lo escribió con prisa por que se le ocurrió cinco minutos antes de que llegara.

-Hola- le saludé extendiendo la mano.

Él, en cambio, hizo un movimiento con la cabeza y rechazó mi mano. Me cogió la maleta y se giró dándome la espalda. Los músculos de la cara se le contrajeron, dándole una expresión ruda.

Me disgustó muchísimo su gesto. Esperaba que esta vez fuera la vencida y me acogiera una familia que me aceptara con facilidad. Al parecer al primero que le caí mal, sin ni siquiera hablar con él, fue a uno de los hijos. Su constitución de musculitos le hacía parecer un hijo y no un padre.

Entramos en el coche. Era un Audi A8, lo que indicaba que no iban justitos de dinero. Mantuve la mirada al frente, temerosa de decir cualquier cosa que pueda ofenderle, aun así me arme de valor y me presenté.

-Soy Rosalie- dije con cuidado.

-Ya sé quién eres- se limitó a decir.

Dio un volantazo en una curva y en entonces clavé la vista en el volante. Vi que de él salía… ¿humo? Parecía que se estuviera quemando. Poco a poco de iba derritiendo. Me asusté, tenía los ojos abiertos como platos. Intenté buscar con la mirada alguna botella de la que pudiera sacar algún líquido que manejar con mi poder, pero no encontré nada.

A la vez que yo intentaba buscar alguna botella. Él pego un frenazo, el cual me tiró hacia delante. Cerró los ojos y respiró hondo tranquilizándose. Yo perdí la calma y ahora mismo era un manojo de nervios.

-¿Qué ha sido eso?- chillé señalando el volante que ahora tenía las marcas de sus dedos.

-¿Qué ha sido eso? Eso ha sido culpa tuya. Te crees que puedes venir aquí pensando que se nos va hacer fácil tenerte en la familia, ¿verdad?- me miró fijamente con cara enfadada y al ver que contestaba prosiguió- Hagas lo que hagas a mí no me gusta tenerte entre nosotros. Vete acostumbrando, porque tu vida en nuestra casa no va a ser fácil.