Era un día soleado y la luz entraba por la ventana del coche. Anna se encontraba dentro de él con su madre. Llegaban a su nuevo hogar, Mystic Falls, huyendo de los Originales.

Respecto a Anna, tenía 17 años, con el pelo castaño, ondulado, ojos marrones y bastante perspicaz.

Era su primer día de instituto así que cogió su mochila y partió hacia allí mientras su madre entraba en casa. Anna ya se encontraba en el campus, oía los gritos de los adolescentes, excitados por el primer día de curso. De repente algo impactó contra su cabeza y calló a su lado.

-Lo siento- dijo una voz masculina.

Se encontró con un chico de su misma edad de pelo marrón y mirada astuta.

-El balón se desvió. No era mi intención darte- parecía sincero.

-No te preocupes pero la próxima vez apunta mejor- sonrió.

- Me llamo Jeremy, ¿eres nueva? No me suenas.

-Sí , soy nueva. Por cierto, ¿sabes dónde está la clase 2º B?

- Sí, es la mía, ahora tenemos historia. Vamos, te acompaño.

Ese tal Jeremy parecía muy apetecible, pensó Anna, pero no, se había prometido que solo se alimentaría de animales y eso pensaba hacer.

Pasaron juntos el día, hablando sobre una afición que los unía a ambos por diferentes razones: los vampiros. Jeremy estaba obsesionado, pensaba que existían al contrario que la mayoría de la población de Mystic Falls. En cambio Anna decía lo contrario, intentando proteger su identidad. Pero le parecía divertido engañar a alguien de esa manera, para ella era como un juego.

Pasaron las semanas y se fueron conociendo mejor, después de un mes Anna ya no tenía ganas de alimentarse de Jeremy, había crecido en ella otra sensación contraria, como si debiera protegerlo. Ella aún no lo sabía pero eso se llamaba amor. Por otro lado Jeremy estaba completamente enamorado de Anna. Había algo misterioso en ella que le atraía mucho.

Quedaban todos los días, ya eran una pareja estable y él sabía que ella era un vampiro. Se dedicaban a hablar sobre la inmortalidad pero sobre todo Jeremy pintaba a Anna. Decía que lo que más le gustaba pintar eran sus ojos. Esos ojos expresivos y misteriosos que ella tenía. Algunas veces se veía el hambre reflejado en ellos y, lejos de asustarle, él lo plasmaba en el papel. Tenía la habitación llena de dibujos de ella.

Un día por la tarde quedaron en casa de Anna, Jeremy se presentó y llamó al timbre pero nadie le respondió. La puerta estaba entreabierta así que entró. Lo primero que vio fue sangre y poco después a los cuerpos de Anna y de su madre atravesados con estacas.

-No...- susurró.-¡NO!

Cogió a Anna entre sus brazos y le arrancó la estaca, después tocó con los dedos cada una de las venas que le recorrían la cara. Llorando, se alejó de la casa.

Quizás si hubiera llegado antes, se reprochó.

-Mierda, !Joder¡-¿ qué iba a hacer ahora?

¿Y si se reunía con ella?

Subió a la azotea de un edificio, debía de haber unos 40 metros hasta el suelo. Solo tenía que dar un paso . Solo un paso, solo... saltar.