Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, y la historia es otra pequeña novela que me ha cautivado. De la misma autora de Robando un corazón, los personajes Eward & Bella no dejan de desaparecer de mi mente, asi que aqui estoy otra vez compartiendo con ustedes esta magistral novela. Solo he cambiado ciertos detalles para que se adapte mejor a ellos. Al Final mencionaré quien ha sido la excepcional autora y así podamos mantener el misterio jeje. Espero lo disfruten mucho, como yo lo hice!


Capitulo 1: "Poniendo el Plan en acción"

Eran las siete y veinticinco de la mañana, y el tráfico en Londres era todavía soportable cuando el Jaguar azul de Jake se dirigía hacia el centro de la ciudad.

Como Bella sabía perfectamente, Jake, en un día normal, estaría a esa hora desayunando tan ricamente en casa antes de empezar su ajetreada agenda de reuniones, y ese cambio de rutina, a juzgar por la expresión de su cara, no le sentaba bien a su humor.

Sentada a su lado en el coche, suspiró. Se lo había dicho mil veces, que podía ir en transporte público a las prestigiosas oficinas de Aro Cullen, en Londres. Pero, a pesar de tener que salir tan temprano, y de que le alteraba su horario, él había insistido en recogerla y llevarla al trabajo.

Jake había llegado antes de lo previsto, y con las prisas del último momento, no se había acordado de tomar dinero. Sólo llevaba el monedero con las tarjetas de crédito y algo de cambio.

Cuando se lo comentó, Jake se limitó a contestar de mala gana:

—Qué más da. No necesitas más dinero para nada.

Quizás era verdad. Llevaba suficiente para pagarse el autobús de vuelta.

—Lo importante ahora es que te centres en lo que estamos. Y que, pase lo que pase, mantengas la calma. A Cullen le gusta que el personal dé una imagen de profesionalidad y eficiencia. Te has metido en esto, y ahora que ha llegado el momento de hacerle frente, tienes que demostrar que estás a la altura.

Bella no había dormido en toda la noche, tenía los nervios de punta, y francamente no estaba para sermones.

—Lo único que quisiera es que no te hubieras empeñado en hacer las cosas así —contestó de mala gana—. No soporto todo esto de tener que mentir y engañar.

—No hay necesidad de mentir demasiado. Es mejor que, en la medida de lo posible, nos atengamos a la verdad. Tu curriculum es magnífico, y se ajusta perfectamente a lo que Cullen está buscando. Y encima vienes recomendada por una mujer de su confianza, o sea, que no hay motivo para que sospeche nada. Todo lo que tienes que hacer es olvidar por completo que nosotros nos conocemos, y todo irá perfectamente. Y, por cierto, ¿no se te habrá olvidado quitarte el anillo?

—No.

El anillo de compromiso con tres diamantes que Jake le había regalado, lo llevaba en una fina cadena de oro colgado del cuello.

—Y no te olvides de insistir en que no tienes ni novio ni pretendientes de ningún tipo. Cullen tiene unas oficinas inmensas en Manhattan, y quiere que su secretaria personal esté disponible en todo momento para viajar con él a Nueva York cuando le viene en gana.

—Pero…

—Otra cosa. No es un jefe fácil, como era Randall. Es un tipo frío y arrogante, que trata al personal como si fueran objetos de su propiedad.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

—Mi hermana Leah se tomó la molestia de hacerse amiga de la antigua secretaria personal de Cullen, que estuvo con él cinco años, y seguiría con él si no fuera porque está a punto de casarse… Le dijo a Leah que a pesar de que considera que el personal debe estar a su disposición veinticuatro horas al día, era un buen jefe…

—Veinticuatro horas al día a su disposición no significará que… —dijo Bella con cierta aprensión.

—No. Con eso no hay problema. Es sabido que Cullen no mezcla negocios y placer, más bien lo contrario.

—¿Quieres decir que está casado?

—No. Y nunca lo ha estado. Su ex secretaria personal, que admitió haber estado locamente enamorada de él en un cierto momento, le dijo a Leah que está convencida de que no hay sitio para una mujer en su vida. Pero es cierto que se lleva a las mujeres de calle, y que cuando le apetece una noche loca, no tiene problema en conseguir a quien quiera. Así que, por ese lado, no tienes nada que temer. Una vez que te den el trabajo, todo lo que tienes que hacer es ser tan buena y eficiente como has sido siempre, y todo irá sobre ruedas.

A Bella no le convencía nada toda esa seguridad de Jake.

—Pero incluso si me dan el trabajo, seré totalmente nueva, y no hay ninguna razón por la que debería confiarme toda esa…

—Todo el mundo dice lo mismo —le interrumpió él impaciente—. Si no confía en alguien, no lo contrata, y si lo contrata, es porque confía en esa persona. Así que por ese lado tampoco vas a tener problemas…

En cierta medida, eso la dejaba todavía más preocupada.

—Un tipo que lleva tiempo ya infiltrado me ha pasado una información importante —continuó Jake, totalmente ajeno a las preocupaciones de Bella—. Los planes para el proyecto Rainmaker van a estar listos en las próximas semanas, lo que quiere decir que llegamos justo a tiempo. Tan pronto como consigas verlos y hacerte con la versión más reciente, me lo dices.

Jake hablaba de todo aquello como si fuera lo más trivial e inocente, pero para ella era espionaje puro y duro, y le hacía sentirse fatal saber que estaba involucrada en ello.

Pero, tras semanas de insistencia, Jake le había dicho que era una prueba de su amor por él.

—Es una ocasión única, que no se repetirá. Se va su secretaria personal justo cuando están con el proyecto Rainmaker, y justo cuando tú estás sin trabajo. Si esto no es que te pongan las cosas en bandeja…

—Pero es que…

—Cullen tiene fama de empresario audaz, de arriesgarse como nadie en las grandes operaciones. Por eso es multimillonario a la edad de treinta años. Sólo necesito información desde dentro, y contigo de secretaria personal, ya está… Supongo que tiene intención de hacer lo que hace siempre, pero si yo voy y me entero antes, puedo tener el hacha preparada. Bella, esto es muy importante para mí —dijo tomándole la mano y besándosela—. Necesito saber cuáles son sus planes. Necesito estar un paso por delante. Así, si no puedo acabar con él, y desgraciadamente es demasiado poderoso para eso, por lo menos, puedo hacerle ponerse de rodillas y suplicar.

La primera vez que Jake le había nombrado a Aro Cullen, Bella sintió que se le paraba el corazón, y luego inmediatamente después, que se le aceleraba incontroladamente.

—¿Aro Cullen? —había repetido ella temblorosamente.

—No me digas que nunca has oído hablar de ellos. Es una compañía angloamericana inmensa. Aro la fundó en Estados Unidos justo cuando el inicio del boom de la informática. Hace cinco años, cuando Aro se retiró, le pasó el testigo a Edward Cullen, su sobrino, que había sido su mano derecha durante años…

O sea, sí, se trataba del mismo Edward Cullen.

Sin poderlo remediar, la imagen de Edward Cullen se le vino a la mente. Alto, cabello cobrizo, hombros anchos, un tipo increíble, una boca de ensueño, ojos verdes oscuros con asombrosas pestañas. Preciosos ojos que parecían ver el interior de su alma.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Jake había seguido hablando sin percatarse de su reacción.

—Cullen, de madre americana y padre inglés, es un auténtico tiburón, listo como el hambre para los negocios. Le añadió el «anglo» al negocio, se metió en Investigación y Desarrollo en el campo de Informática, y triplicó los beneficios de la compañía en dos años…

—Pero, y yo qué…

—Llevamos años de dura competencia ese miserable y yo. Él fue quien hundió mi primera empresa, y se la tengo jurada desde entonces. Ahora, con tu ayuda, voy a tener la oportunidad de machacar su Proyecto Rainmaker, y vengarme finalmente.

Bella le miró con los ojos muy abiertos.

—¿Con mi ayuda? Yo no…

—Escucha. Va a salir todo de maravilla…

Cuando Jake le contó sus planes, la aprensión de Bella fue en aumento. Tan pronto como Jake le dejó meter baza, insistió:

—No, Jake. Yo no quiero tener nada que ver con todo eso.

—No va a haber ningún problema. Piénsatelo. Seguro que cambias de idea.

—No. No voy a cambiar de idea.

Con una sonrisa que en otras circunstancias le hubiera derretido el corazón, Jake intentó convencerla por la vía del chantaje emocional:

—Vamos, cariño, hazlo por mí.

Incluso si Edward Cullen no hubiera estado en medio de todo aquello, Bella, no habría querido tener nada que ver. Pero como, además, sí estaba envuelto en todo aquello, de ninguna manera iba ella a…

—Jamás podría salir bien.

Sorprendido de que por primera vez se negara a hacer lo que él decía, y sabiendo como sabía que Bella estaba locamente enamorada de él, Jake zanjó la cuestión sin andarse por las ramas:

—Lo mínimo que podías hacer es intentarlo.

—Es que no quiero verme mezclada en eso.

—Una vez me dijiste que harías lo que fuera por mí —respondió él en un tono más que seco.

—Dije lo que fuera que yo pudiera hacer, pero esto es algo que no puedo.

—¿Por qué no puedes?

—Porque no.

—Habrá alguna razón.

—Conozco a Edward Cullen.

—¿Cómo que lo conoces?

—Lo conocí cuando estuve viviendo en Estados Unidos. Era… amigo de Rose.

—¿De tu hermanastra?

—Sí.

—Creí que llevabas años viviendo aquí en Inglaterra.

—Y los llevo.

—Pues entonces hará mucho tiempo de eso.

—Siete años —dijo, sin confesar que desde aquel momento había estado obsesionada con él—. Yo tenía diecisiete años entonces.

—Pero ¿lo trataste mucho?

—No…

A pesar de todo lo que pasó, no podía decirse que lo había tratado mucho.

—Nos vimos dos o tres veces, y yo…

Jake, impaciente, la interrumpió:

—Cuando tu madre se volvió a casar tras la muerte de tu padre, ¿te adoptó tu padrastro?

—No.

—O sea, que tu hermanastra y tú tenéis apellidos diferentes.

—Sí, pero…

—Pues entonces, no sé lo que te preocupa. No se va a acordar de tu apellido, si sólo os visteis dos o tres veces, y encima hace siete años.

—¿Y si se acuerda?

—Si por lo que sea, se acordara, tampoco pasa nada.

—Sí, porque cuando yo…

—Bella, corazón, ¿de verdad te crees que se va a acordar de ti después de todo este tiempo?

A decir verdad, no. Ella realmente no había significado absolutamente nada para el joven Edward Cullen. Hasta que Rose la puso en evidencia, Edward Cullen ni siquiera se había enterado de su existencia.

—Y si tanto te preocupa que te reconozca, haz algo para evitarlo, y ya está. Ponte gafas, o lo que sea. Pero, vamos, te digo yo que no hay de qué preocuparse. En siete años tienes que haber cambiado muchísimo.

Así era.

En aquella época, ella era una adolescente desgarbada, tímida e insegura. Después, las críticas y artimañas de Rose, y el verse locamente enamorada de un hombre al que había visto de lejos escasamente en un par de ocasiones, le hicieron decidir cambiar su imagen. Lo que le valió las risas y humillaciones de su hermanastra que a la edad de veintitrés años era toda una joven de mundo y llena de glamur.

Y eso no había sido lo peor…

Intentó alejar aquellos horribles recuerdos de su mente, dolorosos y humillantes incluso después de tantos años, e intentó concentrarse en lo que se había convertido.

Desde todos los puntos de vista, era lo más chic y refinada que se podía pedir: melena castaña oscura y sedosa, piel perfecta, figura envidiable, y ni rastro de acento alguno.

Cierto. Había muy pocas posibilidades de que Edward Cullen la reconociera.

Pero, sólo recordar cómo él la había mirado la última vez que se habían visto, con los labios apretados y la furia saliéndole por esos preciosos ojos verdes, era suficiente para ni siquiera correr ese riesgo.

—No quiero volver a verlo. Me da miedo que…

«Me da miedo él», pensó, pero no se atrevió a decirlo por si a Jake le parecía una tontería.

—…Me da miedo que me pueda reconocer. Es un tipo que no me gusta. Y simplemente, no quiero trabajar para él.

Jake la miró serio.

—Me parece muy egoísta por tu parte, dadas las circunstancias. Y ni siquiera sería por mucho tiempo. Tan pronto como consigas la información, te buscas una excusa y te vas.

—Por favor, Jake, no me pidas que lo haga.

Jake, ignorando su súplica por completo, contestó con la mayor crudeza de que fue capaz:

—Creo que no es tanto lo que te estoy pidiendo, y si de verdad me quisieras, lo harías. Si no lo haces, no creo que tenga mucho sentido que sigamos adelante con nuestro compromiso.

—Yo sí te quiero.

—Pues demuéstralo.

Acorralada, finalmente, decidió rendirse.

—Lo intentaré.

—Buena chica. Ya sabía yo que no me defraudarías. Y otra cosita. Esto tiene que quedar entre tú y yo. Nadie más tiene que enterarse. A tu compañera de piso le dices simplemente que has encontrado otro trabajo.

—Ni siquiera sabemos si me lo van a dar —respondió preocupada.

—Por supuesto que te lo van a dar. De eso no hay ninguna duda.

Aquella noche, como recompensa, Jake la sacó a cenar, y le compró un anillo de prometida.

Con su pelo negro azabache, sus ojos de un intenso y sexy negro, su sonrisa angelical, y su pinta de David de Miguel Ángel, Jake estaba acostumbrado a sacar a las chicas lo que quisiera.

Y Bella no había sido una excepción.

Jake había llamado una mañana para ver a David Randall, su ex jefe, y tras años convencida de que nunca se volvería a enamorar, eso era exactamente lo que había hecho al ver a Jake: volverse a enamorar.

La pequeña Compañía Randall había tenido un enorme éxito en el sector informático, causando una especie de revolución con sus brillantes innovaciones.

Estaban a punto de cosechar un gran éxito en el mercado, cuando un repentino ataque cardiaco hizo que David Randall decidiera retirarse a la edad de cincuenta y cinco años. El Grupo Black, propiedad de Jake, había realizado entonces una oferta para adquirir la compañía que a los ojos de David Randall era poco menos que inadmisible, y que supuso extensas negociaciones. Jake visitaba las oficinas con frecuencia, hasta que un día invitó a cenar a Bella, que aceptó encantada y halagada.

Desde entonces, habían salido con frecuencia, pero Jake, al contrario que su anterior novio, nunca había mostrado intenciones de llevarla a su piso, ni de acostarse con ella.

Eso, junto a su guapura y encanto personal, había hecho que ella lo viera como un hombre diferente a los demás, y había intensificado sus sentimientos por él.

Finalmente, alcanzaron un acuerdo financiero, y David Randall abandonó la empresa que había sacado adelante gracias a su esfuerzo y trabajo personal, convencido de que había asegurado la continuidad laboral de sus empleados.

Sin embargo la cruda realidad fue que Jake, tan pronto como tomó las riendas de la empresa, despidió a todos los trabajadores y cerró la compañía. Ante las quejas de Bella, Jake se limitó a decir que todos ellos habían recibido una indemnización.

—Pero eso no era lo que David quería. Dedicó su vida entera a consolidar esta empresa. Trataba a los trabajadores como si fueran su familia, y quería que mantuvieran sus puestos de trabajo.

—Mira, amor, en los negocios hay que dejar los sentimientos a un lado, conviene que lo vayas sabiendo. Había que eliminar la competencia que suponía Randall, deshacerse de ellos. Eso es todo.

—Pero eso no es lo que negociaste con David.

—Los negocios son los negocios. Esto era lo mejor, créeme.

Consciente de que los sentimientos de Bella hacia él se estaban tambaleando, y de que la necesitaba todavía de su parte para el plan que tenía en mente, Jake abrazó a Bella y la besó.

—Vamos ya a dejar de hablar de trabajo. Y si realmente necesitas otro trabajo, yo te puedo ofrecer uno. Pero pensé que preferirías ser la señora de Jake Black…

¡Jake quería casarse con ella! Colada como estaba por él, dio un brinco de alegría.

—Pero antes de empezar con los preparativos de la boda, hay algo que quiero que hagas por mí…

Tras el brinco, vino la caída. Jake le explicó lo que tenía que hacer. Ni siquiera el anillo de pedida que lucía en su dedo lograba disipar sus preocupaciones.

—¿Y cómo sabemos que me van a dar el trabajo?

—Tú de eso no tienes que preocuparte. Conozco a la señora Rogers, la persona que se encarga de reclutar al personal.

Al día siguiente ya la habían citado para ver a Cullen. El único problema, por lo menos para Jake, era que la cita era a primera hora de la mañana.

—¿Es que no puede trabajar de nueve a cinco como todo el mundo? Y el muy estúpido es un maniático de la puntualidad. Será mejor que te lleve yo.

La forma en que él había insistido en llevarla, a pesar de su oferta de tomar un taxi, le hizo sospechar a Bella que no se fiaba de ella.

Así que en esos momentos se dirigía a ser entrevistada para el puesto de secretaria personal de un hombre al que había esperado no tener que volver a ver en la vida.

¡Qué situación tan paradójica!

Y sin salida. Si no conseguía el trabajo, Jake se enfadaría con ella. Si sí lo conseguía, estaría en todo momento contra la espada y la pared.

—Ya hemos llegado. Tiene las oficinas y su apartamento ahí a la vuelta. Bájate aquí, no vaya a ser que nos vea alguien. Por encima de todo, mantén la calma, o echarás a perder todo el plan, con el trabajo que me ha costado llegar hasta aquí. Y ni nombrarme por lo más remoto, o se dará cuenta de que nos conocemos. Cuando termines y te hayas alejado de las oficinas, dame un toque al móvil, y me cuentas si te han dado el trabajo.

—¿Es que me va a entrevistar él y lo va a decidir en el momento?

—Así es como él trabaja.

—¿Nos vemos esta noche? Alice no va a estar. Te puedes pasar a cenar.

—Mejor no. Desde que sepa tu dirección, lo mejor es que yo ni aparezca por allí.

—Podríamos ir a un restaurante.

—No, es muy arriesgado. Si nos viera juntos, se iría todo al garete. Me llamas para decirme si te han dado el puesto, y después es mejor que no tengamos contacto hasta que tengas alguna información que pasar. Y si tienes algo que decirme, me llamas al trabajo. Y no lo olvides, esto significa mucho para mí. Buena suerte.

Tras bajarse del coche, Bella intentó despedirse con la mano, pero Jake ya enfilaba su Jaguar calle abajo sin volver la cabeza.

Abrió el bolso, sacó unas gafas de leer baratas que se había comprado para la ocasión, y se las puso.

Con el corazón latiéndole a toda velocidad, cruzó el inmenso hall de entrada de aquel imponente edificio, y pudo verse reflejada en uno de los largos espejos de marco dorado frente a ella.

Vestida con un elegante traje de chaqueta gris oscuro, camisa blanca, cabello exquisitamente recogido, y un aire de confianza en sí misma, aunque sólo fuera exteriormente, no había duda de que daba más que el perfil de mujer de negocios eficiente y al día que de ella se esperaba.

—La señora Bancroft, secretaria del señor Cullen, la está esperando, señorita Swan.

En la segunda planta, la señora Bancroft, la condujo hasta otro ascensor.

—El señor Cullen la recibirá en su apartamento. Prefiere un ambiente distendido cuando tiene que realizar entrevistas. Pase por aquí, señorita Swan, por favor —le dijo adentrándose en una lujosa suite.

Aparte de un escritorio con toda suerte de equipamiento tecnológico de última generación, el resto de la espaciosa y soleada habitación estaba amueblada claramente como un salón.

—Tome asiento, por favor. El señor Cullen saldrá en breve a recibirla.

Aliviada de tener por lo menos ese breve respiro, y con demasiados nervios como para sentarse, Bella se dedicó a inspeccionar curiosamente la habitación.

Considerando lo mucho que Edward Cullen había significado para ella, era sorprendente lo poco, aparte de su atractivo físico, que había llegado a saber sobre él.

El ecléctico mobiliario y la refinada decoración, sobrios y distinguidos a la vez, parecían reflejar un marcado gusto por la sencillez y la elegancia.

En la pared frente a ella, un lienzo con paisaje nevado de Jonathan Cass, compartía protagonismo con un cálido paisaje de la Toscana de Marco Abruzzi. Una combinación que, por decirlo suavemente, reflejaba sus originales gustos.

Convencida de que las lecturas preferidas de una persona dan una estupenda y valiosa información sobre ella, se acercó a la librería, donde pudo ver todo tipo de publicaciones, desde literatura clásica a poesía, pasando por novelas de misterio o aventuras, autobiografías y premios nacionales de literatura.

Estaba echando una ojeada a uno de esos últimos cuando, al levantar la cabeza, vio un par de brillantes ojos verdes que la miraban desde la puerta. Apoyado en el umbral, con aire de multimillonario que se debate entre el desdén y la arrogancia, y con aspecto viril y peligroso, Edward Cullen se dedicó a examinarla intensamente.

Como no podía ser de otra manera, pues su imagen la había obsesionado durante años, recordaba su físico perfectamente, pero aun así el impacto de su poderosa presencia, que había ganado madurez con el paso de los años, le obligó a hacer un esfuerzo para reponerse y no dejar traslucir que el corazón le latía desesperadamente, y que le flaqueaban las piernas.

¿Había estado él observándola mientras ella curioseaba por la habitación?

Por lo menos no había dado ninguna señal de reconocerla.

Tratando de actuar con naturalidad, se dirigió a reponer el libro que había tomado en el estante.

—Lo siento, simplemente estaba echando un vistazo a…

—¿El tipo de lecturas que me gustan? ¿Y a qué conclusión ha llegado?

Hubiera reconocido su atractiva y seductora voz entre un millón.

—Que tiene usted unos gustos interesantes.

—No me diga. Y los cuadros, ¿qué le parecen?

—Me gustan.

—¿Conoce usted a los autores?

—Si. Cass y Abruzzi son dos de mis pintores favoritos.

—Vaya, vaya, pues sí que tenemos gustos similares. O sea, que usted también los tiene colgados en su salón.

—No. En mi caso además, por supuesto, se trata de reproducciones, y tengo dos de Cass, y…

—¿Cuáles?

Nevada y Viaje al Invierno.

—¿Y de Abruzzi?

El Olivar, Puesta de Sol, y Campos de Girasoles.

—¿Todos colgados en la misma habitación?

—No, no creo que sea una buena combinación.

—¿Y qué opina de mi combinación?

—No debería ser la más adecuada, pero debo reconocer que funciona.

—Me alegra que le agrade —dijo con cierto retintín—. Bien, y ahora que sabemos que somos prácticamente almas gemelas en lo referente al arte, ¿qué le parecería tomar asiento para empezar la entrevista de trabajo?

Si Edward Cullen la hubiera reconocido, no la habría tratado con mayor descortesía y petulancia.

—Muchas gracias —contestó Bella secamente—, pero acabo de decidir que no deseo el puesto. No me parece correcto el tono que está usted utilizando, además de no ser el más adecuado para una entrevista profesional, y…

—¿No sabe usted mantener la calma ante una pequeña prueba?

—No veo ninguna necesidad de hacerlo.

—Pues sepa usted que es una de las cosas que mayor información me aportan sobre una persona. Ahora, haga el favor de sentarse.

Lo dijo en un tono calmado, pero frío y cortante, que hizo que Bella encontrara superior a ella el desobedecer.


Espero que les guste, si es asi pueden dejar un review compartiendo sus emociones... esta historia me conmocionó aun mas... creanme, esta buenisima... diganme si debo actualizar rapido yap?

Un abrazo

Vivitace