Disclaimer: Los hombres de Paco no me pertenecen. Yo sólo escribo por amor al arte.

EScribí esta historia hace unos años para el foro de PepaySilvia, pero alguien me ha pedido que la suba a FF. A disfrutar

Capítulo 1: Huesos y metal.

La noche helada se colaba en la habitación a pesar del fuego que ardía en la chimenea. Una mujer morena, con el pelo rizado, y el porte y el vestido de una dama, se paseaba arriba y abajo, impaciente a la espera de noticias. En ocasiones la recorría un escalofrío, no tanto por el frío, sino por el miedo.

Hacía seis días que habían partido, tres desde las últimas noticias, y aún no se sabía nada. Y rogaba a Dios porque sus peores temores no se hicieran realidad.

Oyó golpes y pasos fuera, y por fin la puerta se abrió. Entró por ella un hombre recio, de mediana edad, con el rostro curtido y barba de varios días.

-¡Dolores! –Dijo aquel hombre abrazándola.

-Francisco, ¿qué ha pasado?

El empezó a sollozar, sus ojos se llenaron de lágrimas.

-¡No! –Dolores no quería creerlo; cogió a su marido por la camisa y lo zarandeó, gritando fuera de sí-, no, no, noooo… ¿qué ha pasado? Francisco, dímelo.

-Los hombres del padre Benedicto llegaron antes.

-¡Dios mío! ¿las van a juzgar? –preguntó ella con un hilo de voz.

-No hará falta… los esbirros del Santo Oficio les ofrecieron una elección: someterlas a juicio junto a Sara y Lucas –Dolores chilló pero Francisco le indicó que lo dejara acabar-, o confesar allí mismo para ser quemadas mañana.

-¡Mi hija!

-Ellas no lo permitirían, Dolores. Demostraron más valor del que he visto nunca. Se rieron en las mismas narices de Varela y Cañizares, desenvainaron y se enfrentaron a ellos. Por un momento pensé que lo conseguirían… pero eran demasiados.

-¿Qué han hecho con ellas?

-Silvia cayó primero. María José se lanzó en su ayuda y eso le costó una estocada en el pecho, pero llegó para sostenerla. Entonces di la orden de intervenir y parar aquello. Varela protestó; le dije que se retirara. Me amenazó con pedirle mi cabeza a tu padre, pero les debía al menos eso. Murieron juntas, abrazadas. E hice que mis hombres recogieran sus cuerpos.

-Benedicto va a jurar tu muerte.

-No me importa. Ya no. Sara está a salvo ahora, y ellas están juntas. Para siempre.

San Antonio. Lunes, 16 enero de 2009.

Silvia despertó envuelta en sudor. El timbre del despertador le martilleaba la cabeza. Lo calló de un manotazo, y se revolvió entre las sábanas. "Bonita manera de empezar mi cumpleaños", pensó.

Se arrastró fuera de la cama para mirarse en el espejo de la cómoda. Su cara estaba más pálida de lo habitual, y unas profundas ojeras se le marcaban bajo los ojos. Con un suspiro se encaminó a la ducha; se sentía agotada, había dormido poco, y para colmo, había tenido pesadillas.

El agua tibia pareció calmarla, desprendiendo los restos de cansancio. La dejó correr sobre su cabeza, sintiendo como su mente se iba quedando en blanco, relajada, concentrada sólo en el sonido de las gotas que golpeaban sobre la ducha.

La calma sólo duró unos minutos. No había acabado de secarse cuando sonó el móvil. Salió a la carrera, envuelta en el albornoz y rebuscó entre todos los cachivaches que llenaban su bolso, rogando al cielo que fuera Lola con alguna pregunta sobre el menú de su cena de cumpleaños. No hubo suerte; al encontrar el teléfono en la pantalla se leía "Gonzalo".

-Silvia, ¿dónde estás?

-En casa. –echó un vistazo al reloj-. Todavía no son las ocho.

-Pues vete directamente al viejo almacén de cemento del polígono de San Antonio. Acaba de llegar el aviso de que han encontrado un cadáver. Una unidad te espera allí.

-De acuerdo. ¿Algo más?

-Mmmmm, no, creo que no se me olvida nada… ah, sí, que buenos días.

-Ya –dijo ella con un suspiro.

-Ya –oyó la burla en la voz de Montoya- ¿Cómo puedes creer que me he olvidado? Feliz cumpleaños, Silvia.

-Gracias Gonzalo.

-Te veo cuando lleguéis a comisaría.

-Hasta luego.

Llegó al polígono al poco rato, y enfiló hacia el viejo almacén, que estaba bastante apartado del resto, rodeado de maleza. Había sido una próspera empresa de cemento y materiales de construcción durante los años setenta, pero había cerrado, tras la desaparición del dueño. Cuando ella era una cría, y durante mucho tiempo, el pasatiempo favorito de los adolescentes del barrio había sido retarse a pasar la noche allí dentro, como prueba de valentía. Vacío y abandonado, le acompañaba la leyenda de que estaba encantado por el fantasma del antiguo empresario desaparecido. Aparcó al lado del coche patrulla y se abrió paso entre los pocos curiosos que se agolpaban tras la cinta que alguien había puesto para acordonar la puerta.

-¿Hola? –preguntó, extrañada de no ver a nadie.

-¿Inspectora? –la voz de Curtis le llegó desde el fondo del almacén.

-Sí. ¿Dónde estáis?

-Siga caminando hasta la parte trasera, rodee la última estantería y nos verá detrás de la montaña de ladrillos.

Siguió las instrucciones de Curtis, mirando atentamente a su alrededor. Las ventanas, grandes paneles situados a unos tres metros del suelo estaban rotas, y el aire silbaba al colarse por los agujeros. Tras ellas se movían las sombras de los árboles. Vio estantes metálicos, enormes, destrozados, llenos de polvo y restos de sacos, también rotos. El suelo estaba lleno de polvo, cemento, barro y cientos de pisadas. Encontraran lo que encontraran, conseguir huellas de zapatos sería imposible sin compararlas con las de todos los chavales que alguna vez se habían colado allí. Esa pista quedaba descartada.

Al llegar a la pared del fondo tuvo que esquivar otra de aquellas enormes estanterías metálicas que estaba tirada en el suelo. Las baldas, que estaban rotas, dobladas por el peso, acogían a una enorme variedad de arañas. Reprimió un escalofrío y al girarse, vio la torre de ladrillos. Miles de ladrillos, rotos, agrietados, apilados hacía tanto tiempo, y que habían servido como Everest particular para lo más osados. Se separó un poco de aquella mole, cuya estabilidad era bastante dudosa.

Poco más alante estaban Kike y Curtis, mirando un agujero del suelo.

-¿Dónde está el cuerpo? –les preguntó irritada. No creía en fantasmas, pero el ambiente tétrico y deprimente de aquél lugar abandonado no le hacía ninguna gracia. Le apetecía acabar lo antes posible y salir de allí.

-Ahí –apuntó Kike, señalando un agujero en el suelo. Medía un par de metros de largo, y otro de ancho, aunque apenas tenía unos centímetros de profundidad. La tierra estaba apisonada, excepto en el extremo en el que ellos se encontraban, donde aparecía removida. Por ese hueco asomaban restos de huesos-. Esto debe llevar aquí años, inspectora, así que dudo que podamos hacer algo más que rezar para encontrar ADN o una ficha dental que lo identifique, entregarlo a la familia y que puedan despedirlo en paz.

-¿Cuándo lo han encontrado? –se agachó un poco, y apartó unos granos de lo que parecía la parte superior de un cráneo. –Si hubiera estado a la vista, lo hubieran visto hace años.

-Dieron el aviso esta mañana unos críos que se habían metido aquí para escalar el "Everest" –indicó Curtis señalando la montaña de ladrillos-. Me dijeron que para tener más espacio intentaron mover esa estantería, entonces se les cayó, y apareció debajo una plancha de metal. Al quitarla, encontraron esto.

-El cráneo parece humano. Voy a tener que ir quitando la tierra poco a poco, con una brocha, un cincel y una pala de arqueólogo para ver si aparecen más huesos. Eso que se ve al lado, parece un omóplato, y lo de más abajo, algún hueso largo del brazo, el radio, creo. ¡Joder!, voy a tener que pasarme aquí el día; esto es un trabajo de chinos, sobretodo si como parece, hay un esqueleto completo.

-Le podemos echar una mano –se ofreció Kike. Curtis le dio un codazo. Pasarse el día quitando la tierra granito a granito, no era su idea del trabajo policial.

-No, habrá que tener mucho cuidado, porque cualquier daño en los huesos eliminará las pocas pruebas que podría haber. Tendréis que pasaros el día por aquí espantando curiosos y pasando el rato como podáis. Voy a ir a comisaría a por lo que necesito, y a informar a Montoya. Vuelvo en un rato.

-Aquí estaremos –le respondió Curtis sin poder disimular el alivio que suponía no tener que pasarse el día agachado sobre aquel montón de huesos.

Silvia condujo hacia comisaría maldiciendo su mala suerte. El día no había empezado bien, y seguía peor. Pasarse el día con los restos encontrados la retrasaría con las autopsias y análisis que tenía pendientes. Se iba a pasar toda la semana haciendo horas extras para ponerse al día.

-Silvia, hija, llegas tarde –su padre la encontró cuando salía del laboratorio cargada con el material que consideró necesario-. A ver si esta comisaría empieza a tomarse el trabajo en serio alguna vez, cojones.

-Papá, no tengo tiempo ni ganas. Hemos encontrado un esqueleto, probablemente humanos, en el viejo almacén de cemento. Y voy a pasarme el día allí, desenterrándolo.

-Perdona, perdona… a veces se me olvida que tú pareces la única responsable en este manicomio. ¿Le digo a Lola que aplace tu cena de cumpleaños?

-Ni hablar. A las nueve en casa de Paco. –se alejaba ya por el pasillo cuando se volvió y gritó- Papá, informa a Gonzalo de lo que hemos encontrado, y así no me paro más.

Cuando volvió a agacharse sobre aquel cuerpo, y empezó a trabajar ya habían dado las diez. Empezó a limpiar los huesos que se veían, y desde ellos, fue apartando tierra en los lugares donde deberían estar los otros. Tuvo suerte, prácticamente estaban todos en su sitio, intactos. La calavera, dio paso a omóplatos, clavículas y brazos. Y desde allí, costillas, caderas, y piernas. Le llamó la atención la posición de los pies; estaban entrelazados, así como las manos, cruzadas sobre el pecho. Sin embargo no había marcas. A aquel cuerpo no lo habían movido. Seguía tal y como lo enterraron, a unos pocos centímetros de la superficie. Nadie se había molestado en cavar muy profundo, pensando que el lugar ya era bastante seguro para ocultar el cadáver. Hizo las fotos pertinentes antes de ponerse a retirar los huesos uno a uno, para meterlos en bolsas. Mientras los guardaba, los examinaba. No había restos de tejido blando, de modo que llevaba allí bastantes años. Tampoco restos inertes; o aquel tipo iba vestido con tejidos orgánicos, o lo enterraron desnudo.

Ya había guardado la mitad de los huesos cuando se acercaron los chicos.

-Inspectora –le dijo Curtis-, es hora de comer, que lleva usted ahí enfrascada toda la mañana. Debería descansar. Le hemos traído un bocadillo de esos vegetales que le gustan.

-No tengo hambre, pero gracias chicos. Podéis dejarlo por ahí, que luego me lo como.

-¿Qué es eso? –Kike se agachó, y limpió con la mano la zona alrededor de las costillas, dejando al descubierto una pequeña lámina de metal.

-Espera que haga las fotos –dijo Silvia. Cogió la cámara, y la enfocó desde varios sitios. Luego se agachó para examinarla de cerca.- Está dentro de las costillas.

-¿Tenía eso metido en el pecho? –preguntó Curtis incrédulo.

-Eso parece, porque nadie ha tocado este cuerpo desde que lo enterraron. Tal vez se lo metieron ya muerto. –cogió el trozo de metal con cuidado, y en el mismo momento de tocarlo se mareó. Fue como un fogonazo en su mente; el relucir de un filo afilado que destellaba bajo una luz pálida, el miedo recorriéndole todo el cuerpo, la garganta seca, el estómago cerrado, el dolor. Abrió los ojos. La sensación se había ido, como si nada hubiera pasado. Inspiró con calma un par de veces para recuperarse. "Es el hambre", se dijo. Curtis seguía hablando.

-Eso espero. No debe ser muy agradable que te metan un trozo de metal en el cuerpo mientras estás vivo.

-Es muy fino, y bastante largo. Tal vez sean restos de una posible arma homicida. –dijo Silvia con la voz más firme que pudo encontrar. Guardó rápidamente "aquello" en una de las bolsas de pruebas, y trató de olvidar lo que había sentido.

-Vamos, que lo apuñalaron. –apuntó Kike.

-Eso lo podré asegurar en cuanto llegue al laboratorio. Si lo mataron con un arma blanca, y esta se partió, es porque rozó con un hueso, y habrá quedado una marca. Si me ayudáis a empaquetar todo, acabaremos en un rato. –estaba deseando acabar y salir de allí. Aquél sitio, aquél cuerpo… "vaya día llevo", pensó.