Inuyasha © Rumiko Takahashi


Primera Parte

El crujir de una madera la arrebató abruptamente de su extraño sueño. La oscuridad del sitio en el que se encontraba chocó con violencia contra sus pupilas, incapaces de adaptarse, inanes. El pánico que precede a lo desconocido hizo espacio dentro de ella y profundamente vulnerable, se incorporó con rapidez, comenzando a inspeccionar sus alrededores.

Halló las puertas shoji y ligeramente aliviada, salió a un ancho y largo pasillo, débilmente iluminado por velas ausentes. La magia de ese sitio era indiscutida pero la neutralidad de su aura la desconcertaba. No podía siquiera conjeturar con respecto al propietario de tan desolada residencia; no había presencia que sus dotes de miko lograran discernir.

Caminó por numerosas galerías, siguiendo la frágil iluminación hasta que un jardín se presentó al final de una. Una ligera brisa llegaba hasta ella e inhaló el aire del exterior. Una vez que sus pies desnudos pisaron la hierba, una presencia se hizo manifiesta y girando el rostro, se encontró con la niña y su espejo; ambos la escrutaban en silencio, indolentes.

—¿Kana?

Curiosa ante el sentimiento de alivio que la invadió al no saberse absolutamente en soledad, Kagome decidió seguirla, implícitamente acatando la indicación cuando la vio moverse.

Si Kana estaba allí…

Pensó por qué no se sentía amenazada, por qué albergaba la certeza de que su vida no corría peligro. Su anfitrión era su enemigo más importante y por alguna misteriosa causa, tenía la total convicción de que no era su muerte el acto principal en esa obra.

Su cuerpo reaccionó duramente cuando en un amplio recinto encontró la alta figura de Naraku contemplando un bosque nocturno que se dilataba hasta donde los ojos no podían distinguir más, iluminado con maestría por la luna, confiriendo imágenes sublimes, portadoras de una introspección que el hanyou había tomado.

Hasta que la sintió cerca y volviéndose, la miró.

—Bienvenida, Kagome —dijo su voz, enviando escalofríos por todo su cuerpo.

No había malicia en su tono, no había vileza oculta, no habían dobles intenciones; era aquel un imparcial saludo y la sacerdotisa no supo qué responder. La escena era inconcebible.

—¿Por qué estoy aquí?

—Te traje hasta aquí, ¿no lo recuerdas?

—¿Me secuestraste?

Naraku negó lentamente.

—Te di una opción.

¡Kagome, no! ¡Tiene que haber otro modo!

Inuyasha exclamaba una y otra vez.

Llovía como hacía tiempo no veían. El lodo dificultaba sus movimientos, las vehementes descargas del firmamento entorpecía su visión. Su campo de batalla parecía un obstáculo infranqueable.

Kagome vio a Kohaku en la pluma de Kagura; su mirada ausente, su vida atada a su decisión. Miró a su amiga, su desesperación que le caló hasta el alma, y supo que allí, efectivamente, había una única forma de proceder.

Entonces recordó.

Una opción —aseveró, frunciendo el ceño.

—Pudiste elegir tu vida, sin embargo, no fue el caso.

—Por supuesto que no iba a permitirte que-

—Lo sé, Kagome —interrumpió con delicadeza—, por eso te puse en la disyuntiva.

—¿Qué es lo que quieres? —espetó entonces, impaciente.

—Que me conozcas —repuso al tiempo, sorprendiéndola.


Notas de autor: Un mini fic para satisfacer caprichos personales. Una noche me senté, escribí y esto surgió. Esta pareja no es mi favorita pero sí una fuente de curiosidad y me gustó incursionar.

Si alguien leyó, espero que haya disfrutado.