Disclaimer: Está historia no me pertenece… bla bla bla… No saco nada de dinero con esto… bla bla bla… acepto donaciones anónimas… bla bla bla.

Bueno, nada, nueva historia. El principio es un tanto triste, pero en el siguiente capítulo las cosas van a animarse un poco. Espero que os guste.

Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Preludio

Aquel bebé era el ser más hermoso que había visto jamás. Su piel, suave como la del melocotón, hacía que sintiera la irrefrenable necesidad de acariciarle aquellas mejillas tan pequeñitas y blandas. ¡Oh! Y todavía era mejor acariciarle con la punta del dedo la nariz en miniatura.

El pequeño buscaba con necesidad de un lugar a otro con unos hermosos ojos verdes como esmeraldas. De hecho, aquellos ojos verdes tan bonitos, se parecían mucho a los suyos. Pensándolo mejor…

Eran iguales.

El pequeño encontró el otro verde que buscaba en el lugar y no le quitó la mirada de encima. Tras reconocerla sonrió alegremente, lleno de dulzura y felicidad. Ella también sonrió. Alargó sus brazos para cogerlo, del mismo modo que él movía hacia ella sus manitas. En cuanto lo tuvo en brazos, el pequeño no tardó en agarrarle un mechón de pelo rojizo como el fuego y juguetear con él. Lo besó en la frente y lo estrechó contra su pecho.

Era su madre, no le cabía duda.

Y, aunque sabía que era un sueño, uno demasiado bonito para ser real, le sorprendió la rebeldía de su oscuro cabello. Le recordaba demasiado a alguien.

Volvió a besarle la frente.

De pronto, en la cálida habitación donde se encontraban, empezó a soplar un frío viento. El pequeño se puso serio y ella se tensó. Se volvió rápidamente, buscando su varita, cuando la puerta fue abierta de golpe por una fuerza desconocida. Pero ya era demasiado tarde.

Un rayo verde iluminó la habitación.

Lily Evans se despertó de golpe en su cama de la Torre de Gryffindor, temblando de pies a cabeza. Se abrazó a si misma: No había ningún bebé, no tenía ningún hijo, no estaba muerta; estaba en Hogwarts, tenía diecisiete años y, si no se tapaba pronto con una manta, iba a despertar a su compañera de habitación con el chasquido de sus dientes.

Le costó levantarse de la cama. Se notaba débil y frágil, algo que la molestaba sobremanera, pero debía largarse de aquella habitación antes de despertar a Mary. Así que buscó sus zapatillas en forma de conejito y se abrigó con la manta de la cama vacía más próxima a la suya. La cama de su compañera Claire, quien ya no se encontraba en el colegio.

Bajó a la sala común y se tumbó en uno de los sofás. Apenas quedaba algo encendido en la chimenea pero se estaba más caliente allí que en su habitación. Debía reconocer que aquel no había sido un día fácil, se dijo a si misma mientras bajaba las escaleras de caracol hacia la Sala Común. Recibir la noticia de la muerte de una de tus compañeras de clase de toda la vida no es agradable. Angeline Brown, la compañera fallecida, se había ido del colegio dos meses atrás con su familia. Al parecer, su padre, un alto cargo del Ministerio, había estado recibiendo amenazas y creyeron que era mejor llevarse a su única hija del lugar, según pensaba Lily, más seguro del mundo.

Y, tal cuál había temido desde el día en que le dijo adiós a su amiga, había terminado apareciendo en El Profeta. Masacre en Manchester: Todos los familiares de Alphred Brown degollados. Sólo habían dejado vivo al padre. El nuevo modus operandi, la más cruel tortura: ver morir a todos tus seres queridos.

Lily suspiró, tapándose todavía más con la manta. Se había empezado a plantear rezar para que su amiga, Claire Angelus, no corriera el mismo destino y, como ella, los demás alumnos que se habían tenido que ir del colegio. Empezó a temblar de nuevo. Todos estaban en la lista negra de Lord Voldemort. Todos quienes se opusieran a él.

Hizo una profunda calada antes de pasarle el canuto a, curiosamente, su amigo Canuto. Sonrió ante el chiste interno que acababa de hacer. A su lado, su compañero abusó del objeto en cuestión durante un tiempo demasiado largo y Colagusano, al lado de Lunático, empezó a impacientarse. Canuto se lo pasó a Lunático, quien se lo pasó a Colagusano sin sentirse tentado.

—No creo que esto sea la mejor manera de rendirle homenaje a… —empezó Lunático, pero quedó cortado a media frase al no poder pronunciar el nombre.

Ese nombre, el de aquella chica con quien habían vivido buenos momentos, acababa de sumarse a la lista de nombres tabú. No volverían a pronunciarlo. Era un pacto mutuo que seguían casi todos en el castillo. Su compañera, aquella muchacha de quien se habían despedido con prisas, sin pensar en ningún momento en que no volverían a verla jamás. ¿Y ahora, qué? Era otra más, junto con toda su familia, en la larga lista de nombres que aparecían al final de cada publicación del Profeta.

Le llegó de nuevo el canuto y decidió que él iba a matarlo mientras Colagusano empezaba a preparar otro. Lunático los miró con desaprobación y luego suspiró. Finalmente, el joven le tendió la mano a Colagusano para empezar él con el siguiente canuto.

No lo hacían para divertirse. Ya no. Ninguno de ellos lo había dicho en voz alta, pero todos cuatro lo hacían para poder dormir de vez en cuando. Ya eran demasiados, los muertos. Era mucho más de lo necesario y de lo soportable. Eran todos demasiado cercanos como para no verlos en sueños, suplicando clemencia, llorando o gritando. Aquella noche, en especial James Potter, sabía que les iba a ser imposible dormir. Los cuatro iban a estar en la Torre de Astronomía hasta que amaneciera.

Remus les había contado un día que fumar esa hierba muggle producía un fallo en la conexión de las neuronas, que te dejaba, en palabras simples, tonto. Tenías hambre y sueño. Y James quería poder dormir sin ver el rostro de Angeline Brown en el suelo y su cuerpo en otro lado.

Amaneció por encima de los oscuros árboles del bosque poco antes de las seis de la madrugada, pero los chicos ya no estaban en la Torre de Astronomía para ver aquel espectáculo de la naturaleza, porque media hora antes habían empezado a descender lentamente de la torre más alta del castillo evocando el verano pasado. James sonreía mientras, debajo de la capa que los hacía a todos invisibles, Peter vitoreaba aquel inolvidable verano, Remus intentaba hacerlos callar y guardar silencio mientras Sirius se reía rememorando las distintas aventuras vividas.

—¿Os acordáis de cuando nos colamos en aquella biblioteca muggle? –preguntó Peter, demasiado emocionado y elevando la voz por encima de lo prudente.

—Peter –amenazó Remus, sacando la varita para silenciarlo si subía más alto todavía.

—¡¿Y aquella noche en que visitamos la fiesta privada de los Avery? –se rió, todavía más alto—. ¡James! ¡Te lo perdiste!

El aludido sonrió maliciosamente, aunque nadie se fijó en el porque Peter había empezado a hacer aspavientos cuando, finalmente, Remus se decidió por hacer que callara del modo más rápido.

—Todavía estamos en toque de queda, Colagusano –lo avisó el joven licántropo.

Sirius dejó de reírse de su pequeño amigo para volverse hacia James.

—Por cierto, Cornamenta, todavía no nos has contado qué hiciste ese día –le susurró cerca del oído.

El joven sonrió.

Era verdad, todavía no les había contado que aquella tarde de verano, varios meses atrás había quedado con Lily Evans.

Notó una presencia cerca de ella y por eso abrió los ojos. Aquella mirada oscura, enmarcada por unas gafas de pasta negras la dejó pasmada en el sofá. Era consciente de que, si se hubiera encontrado con el rostro de James Potter a menos de un centímetro medio año atrás, hubiera derribado cualquier pared para arrancarle los ojos con un tenedor. Pero ese día no reaccionó del mismo modo. Se mordió el sonrosado labio inferior cuando notó que éste empezaba a temblar y que ella iba a ser incapaz de aguantar las ganas de llorar si no reaccionaba. James lo vio y le tendió los brazos cuando ella se abalanzó hacia él. Cayeron estrepitosamente al suelo.

Cuando habían llegado de su excursión nocturna allí se la encontró, durmiendo acurrucada en uno de los sofás tapada hasta la nariz con la manta. Supo porqué estaba allí y cómo estaría cuando despertara.

—Ya está, Lily. No se puede hacer nada ahora –intentó animarla—. No por ahora.

La pelirroja fue tranquilizándose poco a poco y, a medida que esto sucedía, también se fue separando del joven.

—Voy a vengarlos –anunció en un susurro apenas audible.

Él enarcó una ceja.

—¿Cómo dices?

La pelirroja se había separado ya del todo y se encontraba arrodillada a su lado. La luz que entraba por la ventana, del sol recién nacido, impactaba contra su espalda, dejándola a ella medio escondida entra las sombras, iluminando su cabello rojizo.

La imagen ardía.

—Mejor dicho –repitió, con una amplia sonrisa de satisfacción—: voy a protegerlos. A todos los que están en peligro, a los de la lista negra. Aunque eso me incluya a mí dentro.

El chico soltó una carcajada.

Vamos a protegerlos –la corrigió, agarrándola de una mano para que se acercara a él—. Te lo juro solemnemente. Vamos a hacer que esto cambie, cueste lo que cueste.

Fue entonces cuando reaccionó y la pelirroja de unos meses atrás recobró parte de poder en su conciencia.

—No te pases, Potter –amenazó con una sonrisa medio escondida, al tiempo que se levantaba.

Él la imitó, persiguiéndola hacia las escaleras del dormitorio de las chicas, lugar donde él no podía subir.

—Lily, cielo –empezó, en un tono un tanto burlón, al tiempo que se arrodillaba—, si miro al horizonte a ti es lo único que puedo ver –recitó con aire poético.

La pelirroja soltó una carcajada antes de subir hasta media escalera de caracol. Luego, se asomó medio metro por encima del muchacho.

—James, si miro al horizonte lo único que puedo ver es que a veces eres muy tonto –bromeó, sacándole la lengua—. Lo del verano no cambió nada.

Terminó de subir las escaleras para cerrar la puerta detrás de sí.

Suspiró.

En realidad, estaba más que claro que ese verano habían cambiado muchas cosas.


¿Qué tal? ¿Os ha gustado?

¡Eso espero!

En el próximo capítulo nos esperan más personajes, más historias y algo más de alegría.

¡Oh! Y saber qué pasó el verano (de verdad, no os lo esperáis).