Límite.
Para él era una necesidad imperiosa poner límites a las cosas. Siempre lo había sido y era algo que consideraba perfectamente normal, porque si no existía un límite establecido, ¿como iba a poder sobrepasarlo?
Por eso era que en todo lo que hacía intentaba ir más allá de sus propios límites, o de los límites establecidos por sus padres, o por sus amigos, o cualquier límite que encontrase en el camino, porque él siempre lograba ir un paso más adelante, y cada vez que eso sucedía, podía sentirse satisfecho, decirse a sí mismo "lo hice", abandonar la lucha en el punto exacto, ni antes, ni después, y salir victorioso, y (para qué ser modestos) hasta admirado. Tenía la técnica, la fórmula para la victoria, y Merlín sabía que siempre la había alcanzado.
Por eso, la primera vez que vió su silueta menuda pasear por ese desierto pasillo de Hogwarts, supo que su vida había dado un vuelco, porque cuando divisó esos ojos profundos, ese cabello encendido, y esa coquetísima sonrisa, supo que ella no tenía límites, y fue precisamente eso lo que lo dejó sin habla. Porque ella era un alma etérea con una personalidad encandilante, y con una boca que imaginaba demasiado deliciosa, extremadamente hipnotizante.
Por eso, cuando Cedric Diggory conoció a Ginny Weasley, supo que no existía un límite acotado que sobrepasar, por lo que una vez que empezara la lucha, no habría un punto cuerdo donde abandonarla, porque sabía que una vez que probara esos labios, no podría dejar de saborearlos, porque sabía que tocar a Ginny Weasley era jugar con fuego, y Cedric Diggory nunca había deseado tanto quemarse. Porque cuando la miró a los ojos y se vió reflejado en ese mar enviciante, supo que había entrado en un circulo vicioso que no podría (ni querría) abandonar jamás.
